14 Septiembre
I Timoteo 3, 1-13: “Que el obispo y los diáconos sean irreprochables”
Salmo 100: “Danos, Señor, tu bondad y tu justicia”
San Lucas 7, 11-17: “Joven, yo te lo mando: Levántate”
Al escuchar este evangelio se me hace imposible no traer a nuestra mente la cantidad ingente de viudos, viudas, padres, madres e hijos, que en medio de la violencia estúpida han perdido un ser querido.
Si la muerte de por sí ya trae consigo una carga de duelo e incomprensión, la muerte violenta, o las desapariciones forzosas, muchas veces “como daño colateral” o “como víctima inocente”, nos produce un sentimiento de impotencia y de indignación que nos aturde y nos deja sin fuerzas para continuar viviendo.
¿En dónde está Jesús en esos momentos?
Ciertamente está al lado de las víctimas, camina junto al féretro acompañando a la viuda, se une a las lágrimas del dolor de los pequeños y asume como propios, los sentimientos del pobre.
Lo imagino caminando junto a cada familiar, junto a cada hermano o hermana que han quedado solos, para Él no hay víctimas desconocidas, ni que se pierden en el anonimato. A cada persona que sufre, aunque no cuente para las cifras oficiales o no tenga eco en las noticias, Jesús lo acompaña en su dolor y lo asume como cruz propia.
Quisiera que hoy escucháramos todos esas palabras que nos pueden consolar:
“El Señor la vio, se acercó a ella y le dijo: ‘No llores’”.
El Señor no es sordo ni indiferente a todos nuestros sufrimientos.
En este mismo momento nos mira, se acerca a nosotros y quiere consolarnos. Es cierto, que nosotros quisiéramos escuchar las mismas palabras que le dice al joven sin vida, cuando se acerca al ataúd:
“Joven, yo te lo mando: ‘Levántate’”.
Y yo siento que hoy también nos está diciendo que nos levantemos, que no podemos vivir postrados por el miedo, por la indiferencia o por la apatía frente a las situaciones tan tensas.
En estos momentos debemos sentir la cercanía de Jesús y saber que también, como a nosotros, se le parte el corazón.
Hagamos nuestra su oración al Padre y hagamos nuestro también su gesto de cercanía y compromiso. El salmo de este día se hace eco de nuestras necesidades:
«Danos, Señor, tu bondad y tu justicia”.
Es un grito que elevamos con fe, pero también es el compromiso, como dice el salmo, de proceder con recta conciencia, de no ocuparse de asuntos indignos y de aborrecer las acciones criminales.
Es momento de poner un alto al ambicioso y al altanero, de no soportar corrupciones, mentiras y difamaciones.
Tendremos que seguir el camino de la verdad y de la justicia.
México puede y debe levantarse. Jesús mismo nos lo dice, igual que al joven. Nos levantaremos con oración, con justicia, con rectitud y con trabajo.