La presencia real de JESÚS en la EUCARISTÍA es el Sacramento de nuestra Fe como reconocemos y proclamamos con solemnidad después de cada consagración. Hoy es el día que dedica la Iglesia a reconocer de forma festiva la presencia del SEÑOR en este sacramento que sostiene la Iglesia. En el siglo trece con el papa Urbano IV y el gran santo y teólogo Tomás de Aquino, la fiesta de Corpus Christi comienza su implantación en la Iglesia. El fundamento eucarístico de la Iglesia viene dado desde los comienzos de la misma, pero el culto a la EUCARISTÍA se intensifica de forma notable a partir del siglo trece. No estamos ante un símbolo de JESUCRISTO, sino ante la forma de Presencia Real más sólida en estos momentos dentro de la Iglesia. El desafío es permanente: las apariencias eucarísticas se muestran en un poco de pan y de vino, pero estos elementos materiales cambian su consistencia después de las palabras pronunciadas por un ministro ordenado, que acaba de invocar al ESPÍRITU SANTO para realizar dicha transformación. El ministro ordenado en el ritual de la consagración dentro de la Santa Misa está haciendo lo que realiza la Iglesia; por eso el ministro ordenado que realiza el sacramento lo hace con la Iglesia. La relación del sacerdote que consagra en comunión con la Iglesia tiene amplias repercusiones, pero lo importante ahora en nuestro caso es reconocer de nuevo el gran milagro silencioso que se produce en cada actualización de la consagración. La cosa no es magia, pues lo que se realiza a través del sacerdote, sólo requiere un mínimo de disponibilidad. La consagración no se produce porque el sacerdote principalmente lo quiera, sino porque JESÚS se ha comprometido a hacerse presente por la buena disponibilidad del ministro ordenado. Salvo casos muy especiales como eran las celebraciones de san Pío de Pietrelcina, los hechos que se producen en la consagración sobrepasan con mucho la percepción espiritual del celebrante, por eso decimos que no se trata de magia, porque el acontecimiento resulta de una normalidad sobrecogedora. En la mayoría de las celebraciones no se verifican cambios externos y todo transcurre en una gran normalidad. De hecho la Iglesia reconoce tan sólo unos ciento veinte milagros eucarísticos después del conocido milagro de Lanciano -Italia-, al comienzo del siglo octavo. Los análisis científicos realizados a partir de las sangraciones de formas consagradas muestran características similares: la sangre contiene tejido del músculo cardiaco, la sangre en cuestión analizada ofrece las características de una persona que está viva y el grupo sanguíneo común a todas estas muestras de sangre es el AB, rh positivo. Podemos decir sin equivocarnos, que las señales carismáticas de ese cariz son mucho más abundantes de las reconocidas oficialmente con la documentación pertinente de los análisis realizados. Ciertamente el signo carismático no sustituye la Fe, pero allí donde fuera posible se debería dar a conocer con todo rigor la manifestación milagrosa. Las repercusiones benéficas de la EUCARISTÍA son de un carácter distinto de la señal milagrosa que se pueda producir; pero ésta es una forma que tiene el SEÑOR para abrir los corazones a la admiración por lo inexplicable, y de esa manera predisponernos mejor para el acto de Fe, que es en definitiva lo que nos aprovecha espiritualmente. El acto de Fe eucarístico comprende la clara conciencia de estar personalmente ante el SEÑOR; o que el SEÑOR personalmente está en mí y yo en ÉL por haber comulgado en la celebración de la Santa Misa. Este es el verdadero momento cumbre, para lo que todo lo demás es preparación.
Sentir con la Iglesia
Una de las prácticas importantes en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio se refiere a sentir con la Iglesia. La Fe se personaliza cuando pasa al ejercicio particular de interiorizar lo que los Apóstoles, padres y doctores, a lo largo de los siglos han vivido y predicado. Después de la clausura del Concilio Vaticano II (1965) quedaron algunas cosas pendientes, y entre ellas estaba la presentación de un catecismo oficial, que sirviese de pauta y fuente para los distintos catecismos aprobados por las conferencias episcopales y diócesis. El Catecismo de la Iglesia Católica, propuesto por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, vio la luz el catorce de febrero de mil novecientos noventa y dos, en la fiesta de san Cirilo y san Metodio. El Papa de ese momento es quien asume la responsabilidad magisterial de ese documento, que refuerza la colegialidad con todos los hermanos obispos, a los que se le dio el encargo por el SEÑOR de confirmarlos en la Fe (Cf. Lc 22,32). Cuando el Catecismo fue presentado por san Juan Pablo II, lo calificó como “el fruto más maduro del Concilio Vaticano II”. Doce cardenales presididos por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe realizaron el compendio de la Fe de la Iglesia desde los orígenes hasta nuestros días. El Catecismo es una síntesis de Escritura, doctrina patrística y una teología contrastada y en la línea del Concilio Vaticano II. Nueve años antes de ver la luz el Catecismo se renovó el Código de Derecho Canónico con un marcado fundamento evangélico, que el Catecismo seguirá confirmando. Ante las voces que se levantan para modificar la Doctrina de la Iglesia con la finalidad de adaptarla a la ideología de género, hay que volver la mirada al Catecismo de la Iglesia Católica, que trae hasta nuestros días la respuesta evangélica a las grandes cuestiones de la Fe y los interrogantes que preocupan al hombre de hoy que desea seguir a JESUCRISTO. Las ideologías globalistas no pueden dictar el sentir dentro de la Iglesia, ni en el corazón de los cristianos. Es un asunto nuclear la Fe en JESUCRISTO tal y como la presenta el Catecismo de la Iglesia Católica. En esta misma línea, no se puede condescender ni un ápice en la Fe sobre la Presencia de JESÚS en la EUCARISTÍA. Naturalmente que la doctrina sin la experiencia personal de encuentro eucarístico es casi imposible de defender; pues en este caso de forma especial hay que testimoniar mucho más que ideas. No se trata de postulados teológicos a preservar, sino el hecho capital como lo formula el mismo JESÚS: “mis palabras son ESPÍRITU y son Vida” (Cf. Jn 6,63). Pero lo plasmado en el Catecismo señala los límites en los que se puede mover el diálogo, el razonamiento, y en algunos casos el debate, si fuese necesario. Levantamos la voz con resolución ante las posturas que empiezan a insinuar celebraciones compatibles con la participación habitual de los hermanos separados, con lo que se modificaría la “anamnesis” -palabras de la consagración-, y la epíclesis -invocación al ESPÍRITU SANTO-. Se ha transigido con la última modificación, bajo mi punto de vista de forma totalmente descuidada. La salvación de JESÚS por el perdón de los pecados no es “por muchos” como se ha impuesto ahora, sino “por todos” de acuerdo con la doctrina de la carta a los Hebreos. Dicen algunos que se ha querido ajustar la fórmula al arameo original, en el que JESÚS pronunció estas palabras en la Última Cena. Se argumenta, que el arameo carecía de un término que indicase la universalidad. Hay que decir: muy bien, ¿y qué? Todos sabemos que una cosa es el término y otra lo que dice el término o vocablo en cuestión. JESÚS con su vida, misión y mensaje, dejó meridianamente claro, que su Salvación es de carácter universal. El “muchos” que ahora se dice sobre el cáliz es en realidad “por todos”, y ni uno menos. Si alguien viene y dice, que eso ya se sabe, la contestación inmediata sería: pues haberlo dejado como estaba, porque aquella expresión responde a la verdad. Hay que observar dónde nos quieren conducir con la sinodalidad, porque de momento ese camino lo están siguiendo unos cuantos considerados como élites o intelectuales dentro de la Iglesia. Hay cosas que se están escuchando y no suenan nada bien. No se pueden admitir más goles por la escuadra como la sustitución de “todos” por “muchos” en la anamnesis de la consagración. No podemos dejar que se vacíe de contenido la Liturgia Eucarística de la Santa Misa. Cuando nos acercamos a comulgar hasta ahora, en circunstancias normales, los fieles recibimos la Presencia Real de JESÚS en el sacramento; y no queremos acercarnos a comulgar un símbolo de JESUCRISTO o un pan bendecido, que sería en todo caso un sacramental, pero nunca la EUCARISTÍA. Si algún clérigo del estamento en el que se encuentre ha perdido la Fe en la Presencial Real de JESÚS en la EUCRISTÍA, tal y como lo confiesa el Catecismo de la Iglesia Católica, debe retirarse y hacer algún tipo de ejercicios espirituales, para ver si es posible recuperar el tono espiritual que le permita asumir su responsabilidad frente a la porción del Pueblo de DIOS a él encomendada. La verdadera sinodalidad de la Iglesia no puede faltar, pues entra dentro de la comunión que ha existir entre todos los estamentos de la misma. La Iglesia está permanentemente en camino, y es vital escucharnos, pues el ESPÍRITU SANTO otorga sus dones proféticos a los de espíritu bien dispuesto.
Deuteronomio 8,2-3,14a-16b
El maná es el alimento característico del Pueblo elegido en el desierto. Cuarenta años, una generación, en el que el Pueblo fue alimentado de nutriente que cesó en el momento en el que cruzó el Jordán (Cf. Jos 5,12). No parece que hubiese abundancia de alimentos en la travesía por el desierto. El episodio de las codornices (Cf. Ex 16,13) se reduce a unas fechas durante el año, en las que estas aves realizan su migración y pueden descender a tierra para descansar, pero esta parada migratoria se produce en dos ocasiones durante el año, teniendo suerte que las aves hicieran su descanso cerca del campamento de los judíos. La cría de animales como fuente alimentaria por el desierto no tiene mucha viabilidad, salvo que encontrasen con facilidad puntos en el desierto con provisión de agua y algo de forraje para el ganado. Aunque en circunstancias adversas también el ganado se vuelve más austero e instintivamente economizan los recursos existentes, pero se necesita un mínimo para subsistir. La semilla del cilantro se convirtió en el alimento del Pueblo elegido durante los cuarenta años de travesía, y a ese alimento se le conoce como -maná-.
Memoria
“Acuérdate del camino que el SEÑOR tu DIOS te ha hecho andar durante estos cuarenta años” (v.2a). El libro del Deuteronomio como el resto de libros bíblicos mantiene el trasfondo de la vulnerabilidad del ser humano. La pérdida del recuerdo de lo que DIOS ha hecho es una desgracia sin paliativos. El hombre singular tiene identidad si sabe quién es. La conciencia de sí mismo está en las raíces, vínculos o historia de su familia, clan, tribu o Pueblo. Alguien sabe quién es cuando conoce quiénes son sus padres, y los padres de estos, que se remontan hasta el gran conjunto de “la patria”. La fortaleza de alguien en esta vida depende en gran medida de la consistencia de su identidad. El israelita es un liberado por YAHVEH de la esclavitud egipcia, e itinerante durante cuarenta años por el desierto con objeto de nacer a una nueva conciencia religiosa. Cada persona del Pueblo elegido tiene que saberse renacida por YAHVEH a la libertad. Llevan cuarenta años por el desierto, el tiempo de forjar una nueva identidad.
El desierto
El desierto, la Ley y el maná están estrechamente relacionados. Durante cuarenta años, una generación, el alimento espiritual y físico iba a ser específico para formar una nueva condición personal. “Acuérdate de todo el camino que el SEÑOR tu DIOS te ha hecho andar durante estos cuarenta años por el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón, si guardas sus preceptos o no” (v.2). Las cosas siguen de forma semejante para cada creyente. Es requisito primordial la transformación personal por el crisol de la humillación. Rara es la persona que es de natural humilde, pero todos podemos ser humillados y lo vamos a ser. JESÚS mismo se humilló, haciéndose uno de tantos hasta tocar el fondo cruento de la Cruz (Cf. Flp 2,5ss). Dice Santiago en su carta: “enfrentaos al diablo y huirá de vosotros; acercaos a DIOS y ÉL se acercará a vosotros; humillaos ante el SEÑOR y ÉL os levantará” (Cf. St 4,7-10). Sin duda alguna la palabra inequívoca en este sentido nos viene de la primera bienaventuranza: “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Cf. Mt 5,3). Para alcanzar la Tierra Prometida -el Reino- había que dar muestras de la transformación personal que nos hace dóciles para recibir y vivir el Amor de DIOS. El Pueblo liberado con signos claros de Poder por parte de DIOS va a ser probado en la confianza en YAHVEH. Como sabemos, el índice de confianza en general fue deficiente: una y otra vez se produjeron escenas de desconfianza y rebeldía, que ofrecen un buen reflejo del comportamiento humano en cualquier época. La lectura atenta de los hechos sucedidos transmiten un mensaje de esperanza para cualquier época, pues DIOS no abandona a su Pueblo, aún en los momentos de mayor desaire por parte de éste. Ahora bien, la prueba, entonces, se endurece. No bastan las buenas intenciones manifestadas de palabra, porque se vaya a sacar algún provecho. En más de una ocasión, el Pueblo a una sola voz declara: “haremos todo lo que el SEÑOR diga” (Cf. Ex 19,8) Esa intención tiene que demostrarse, de ahí que el versículo presente señale la prueba sobre el cumplimiento de lo que DIOS ha transmitido a través de Moisés. También para nosotros los cristianos está vigente “guardar la Palabra, participar del Nuevo Maná y la transformación personal: “las palabras que YO os he dicho son Espíritu y son Vida” (Cf. Jn 6,63). No sólo es preceptivo atender a las palabras destinadas a reconocer el Nuevo Maná, sino toda la enseñanza de JESÚS está destinada a transformar al hombre: “por mi Palabra estáis ya limpios” (Cf. Jn 15,3).
La Palabra de YAHVEH
“Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de DIOS” (v.3). Nuestro organismo soporta más tiempo el hambre que la sed, y en el desierto la cosa se acentúa. Son conocidos los pasajes en los que el Pueblo en el desierto se queja con dramatismo ante la falta de agua y el SEÑOR hace brotar agua de la roca (Cf. Ex 17,1-6). Lo mismo ocurre con el alimento sólido, que el Pueblo recibe en la semilla del cilantro o “maná”, y se resuelve la ingesta de carne con las codornices que se posan cerca del campamento (Cf. Ex 16,13). La segunda parte de este versículo es conocido de forma especial, porque JESÚS, en las tentaciones del desierto, lo utiliza para rechazar al tentador, que le sugiere “convertir las piedras en panes para resolver su necesidad personal (Cf. Mt 4,3-4). En los tiempos cristianos, la Palabra de DIOS es el mismo HIJO que se hace visible y alimento para los hombres (Cf. Jn 6).
Lo que se espera
La esperanza para el Pueblo de Israel estaba cifrada en una tierra buena, que iban a poseer. La promesa del SEÑOR se cumpliría, pero cuarenta años por el desierto es una dura prueba. En este capítulo ocho se da una imagen casi idílica de esta tierra que el SEÑOR les va a dar en posesión. “Es una buena tierra, tierra de torrentes en contraste con la sequedad del desierto; de fuentes que manan en las montañas. Tierra de trigo, cebada, viñas, higueras y granado, de olivares, de aceite y de miel. Tierra donde el pan que comas no te será racionado y no carecerás de nada. Tierra donde las piedras tienen hierro y de las montañas extraerás el bronce -aleación de estaño y cobre-. Comerás hasta hartarte y bendecirás al SEÑOR en esa tierra buena que te ha dado” (v.7-10). El libro de Números da crédito a esta versión cuando los exploradores enviados por delante fueron a reconocer ese país prometido. Los exploradores volvieron con frutos de la tierra exuberantes, pero con una noticia que movió al desánimo: en aquella tierra había hijos de Anac -gigantes-, por lo que la conquista parecía algo imposible. Aquello provocó el gran retraso de la entrada en la Tierra Prometida, pero el Deuteronomio mantiene la bondad de la tierra como elemento importante para mover los ánimos a la esperanza de una futura conquista. La Buena Tierra de la Esperanza Cristiana ya no está en este mundo, de manera que lo vivido por nuestros hermanos mayores en la Fe -el Pueblo de las Promesas- fue una figura de las realidades definitivas (Cf. 1Cor 10,11). La Buena Tierra a la que se encaminaban los israelitas esclavizados por los egipcios se parecía más al paraíso, que a la geografía real de Palestina; pero sin duda alguna la bendición de DIOS habría podido cambiar el erial en un verdadero vergel, y de hecho muchas profecías así lo siguieron anunciando mirando al futuro, como es el caso del profeta Isaías. Después de dos mil años de Cristianismo nos afirmamos en que el Reino de DIOS que empieza aquí, porque el HIJO de DIOS se encarnó, sin embargo su realización plena y definitiva nos trasciende absolutamente, y la tenemos que considerar más allá de la muerte, porque “nadie puede ver mi Rostro sin morir” (Cf. Ex 33,20).
JESÚS es el PAN bajado del Cielo (Jn 6,51-58)
En un breve espacio, entre los versículos treinta y tres y cincuenta y ocho, el evangelista san Juan atribuye a JESÚS ser el alimento que el PADRE destina para los hombres y lo reitera cinco veces. JESÚS es el PAN que baja del Cielo para dar la Vida al mundo (v.33). JESÚS es el PAN de la vida para saciar el hambre de los hombres (v.34). Los que escuchan a JESÚS conocen a su padre, José y MARÍA, y desconfían de ÉL (v.42). Ante las dudas, JESÚS se reafirma de forma absoluta: “YO SOY el PAN de la VIDA (v.49), “el PAN que baja del Cielo, para que el lo coma no muera” (v. 49). “YO SOY el PAN vivo bajado del Cielo, si uno come de este PAN vivirá para siempre” (v. 51). El discurso doctrinal del PAN de Vida concluye en el versículo cincuenta y ocho, y el evangelista da paso a las disensiones que esta doctrina origina. JESÚS dice: “este es el PAN bajado del Cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; el que coma de este PAN vivirá para siempre” (v.58). Ni el maná dado en el desierto como alimento, ni cualquiera de los sacrificios de comunión realizados en el Templo de Jerusalén se adecuaban a lo que JESÚS estaba exponiendo en la sinagoga de Cafarnaún (v.59). El profeta Jeremías dice: “cuando encontraba palabras tuyas las devoraba” (Cf. Jr 15,16), y todos podían entender que se trataba de una especial identificación con la Palabra de la Escritura. Al profeta Ezequiel se le ordena que tome el rollo y lo coma, pues resultará dulce en la boca y amargo en las entrañas (Cf. Ez 3,1-3). Pero JESÚS da un realismo a sus palabras que la mayor parte de su auditorio no las entiende. Un judío no podía admitir la antropofagia sagrada. Para entender ese discurso del PAN de VIDA hay que recibir una luz o entendimiento especial, que no está al alcance del hombre por sí mismo: “nadie puede venir a MÍ, si el PADRE que está en los cielos no lo atrae” (v.44) JESÚS se ofrece a SÍ mismo como alimento, porque para eso ha venido a este mundo habitado por los hombres, que estamos llamados a vivir y reconocernos como hijos de DIOS.
Señales diferentes
El cristiano de cualquier tiempo tiene que hacer un esfuerzo por apreciar las señales que identifican a JESÚS. Aquellos que participaron el día anterior en la comida del pan y peces multiplicados buscan a JESÚS, que los recibe en Cafarnaún con una firme aclaración: “vosotros me buscáis no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido pan hasta saciaros” (v. 26). Si se ven las señales que proceden de JESUCRISTO tenemos acceso a su verdadera identidad, porque las señales son percibidas gracias a la instrucción que el PADRE inspira en los corazones creyentes. Pero la satisfacción del hambre de pan mueve de suyo a buscar la forma de subsistir sin esfuerzo personal; entonces JESÚS podía ser considerado como el dirigente político ideal. Al día siguiente del milagro todavía estaba vivo el entusiasmo caprichoso de la multitud, y JESÚS quiere cortar toda intención que se pudiera plasmar en una proclamación popular de liderazgo contra el Imperio Romano, porque no era esa su misión. El milagro de la multiplicación sucede en un descampado en plena naturaleza, evocando la restauración del orden cósmico y un estado paradisiaco. Ahora el discurso sobre el PAN de VIDA se imparte en la sinagoga de Cafarnaún. Las señales que parten de las palabras y acciones de JESÚS hablan de su identidad, que nos es del todo necesario interiorizar. “JESÚS les dice, que deben trabajar por el alimento imperecedero (v.27). Es JESÚS el alimento imperecedero, porque “DIOS lo ha marcado con su SELLO” (v.28). Hay que alimentarse de la doctrina de JESÚS, del ESPÍRITU SANTO que vendrá procedente de JESÚS después de su Resurrección; y de forma especial tenemos que alimentarnos de JESÚS que se va a transformar en EUCARISTÍA. La Fe se convierte en una tarea permanente, que responde al don recibido, pues creer en JESÚS requiere Gracia e inteligencia: “la obra de DIOS es que creáis en MÍ” (v.29). Nosotros disponemos de veintisiete libros en el Nuevo Testamento cuyo núcleo central es JESUCRISTO, y de forma especial los evangelios. Tenemos la tarea pendiente mientras estemos en este mundo de preguntarnos y reconocer ¿quién es JESÚS? Las señales de entonces nos llevarán a confrontar y ver las señales de hoy, que tienen su fuente en JESÚS mismo.
Vivir para siempre
“YO SOY el PAN vivo bajado del Cielo; si uno come de este PAN vivirá para siempre” (v.51). La relación que ofrece JESÚS con sus discípulos sobrepasa cualquier cálculo. El creyente tiene que alimentarse de DIOS para desenvolver su “imagen y semejanza con ÉL” (Cf. Gen 1,26-27). DIOS se abaja en su HIJO para ser el alimento espiritual en todos aspectos. La Vida Eterna está en DIOS, que se abaja en su HIJO y se hace alimento espiritual de forma extraordinaria en la EUCARISTÍA: “el PAN que YO voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (v.51b) Ciertamente, JESÚS en estas palabras alude de forma implícita a su muerte sacrificial y a la sacramentalización del acontecimiento. Nosotros vamos a participar de la humanidad de JESÚS que se inmola por nosotros y resucita. El alimento de Vida Eterna comprende la vida humana de JESÚS, su Cruz y Resurrección. Este es un lenguaje difícil de entender ante el que sólo cabe para el discípulo que lo está escuchando un profundo acto de Fe, a la espera que esas palabras adquieran sentido. JESÚS había dado muestras de su excepcionalidad, pero el discurso del PAN de VIDA excede con mucho la capacidad de aquellos en esos momentos. La vida de la Iglesia, dos mil años de Cristianismo, nos facilitan la aproximación al misterio del PAN de VIDA; pero en la actualidad asistimos a un debilitamiento de la Fe en la EUCARISTÍA.
La Resurrección
“En verdad, en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida Eterna, y YO lo resucitaré en el último día” (v.53-54) Cuando JESÚS utiliza “en verdad, en verdad os digo”, es para enfatizar con toda firmeza lo que va a declarar, por eso hay que prestarle toda la atención. A los judíos en general no les era extraña la doctrina de la resurrección, pero la condición propuesta por JESÚS podría sonarles escandalosa: ÉL es el Hijo del hombre que tiene la llave de la Resurrección cuando el hombre llegue al final de sus días. ÉL se ofrece como la comida o “maná” que el PADRE da a este mundo, a todos los hombres, para obtener la Vida Eterna. A nadie es preciso insistirle que la vida en este mundo es breve aunque viva cien años. La eternidad es otra cosa, y esta vida depende de la participación en la misma vida de JESÚS.
La EUCARISTÍA
La EUCARISTÍA es “verdadera comida y verdadera bebida” (v.55), porque en la EUCARISTÍA está el sacrificio y expiación de nuestros pecados y la victoria de la Vida Eterna por la Resurrección. La EUCARISTÍA nos prepara para un Cielo Nuevo, en el que JESÚS se ha adelantado a preparnos sitio (Cf. Jn 14,2). Mientras vivimos en este mundo resulta vital el permanecer unidos a JESÚS. El vínculo de unión inicial se estableció en el Bautismo, pero el crecimiento y fortalecimiento de la unión con el SEÑOR está relacionado con la EUCARISTÍA: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en MÍ y YO en él” (v.56). Estar con JESÚS y permanecer en ÉL son términos sinónimos en este caso. La Vida Eterna para el cristiano, como hemos comentado en otras ocasiones, se corresponde a “estar con JESÚS”. Para este mundo el “estar con JESÚS” se traduce en “permanecer”: permanecer en su Palabra, permanecer en su Iglesia, permanecer en su estilo de vida, permanecer en la tarea encomendada, permanecer en los éxitos y los fracasos. JESÚS junto con el PADRE están dispuestos a vivir, estar o “inhabitar” en nosotros durante el peregrinar por este mundo, y así lo dice el SEÑOR: “lo mismo que el PADRE que vive y YO vivo por el PADRE, así también el que me coma vivirá por MÍ” (v.57). La EUCARISTÍA está para ser comida y bebida; y JESÚS afirma que aquel que lo coma tendrá una Vida especial dada por ÉL, que está unido íntimamente al PADRE y sellado con la total donación del ESPÍRITU SANTO. La EUCARISTÍA es la manifestación más próxima de la Santísima TRINIDAD. La adoración, alabanza y acción de gracias delante de la EUCARISTÍA es la consecuencia más lógica después de haber participado en el mismo banquete eucarístico.
San Pablo, primera carta a los Corintios 10,16-17
Este capítulo diez, de la primera carta a los Corintios recoge distintas exhortaciones y enseñanzas, que a primera vista nos pueden resultar ajenas y lejanas. Uno de los temas de estos versículos es el relacionado con el culto idolátrico: “huid de los ídolos” (v.14). Sabemos que la idolatría comprende todo aquello que está movido por fuerzas oscuras y es objeto de nuestra atención. Bien es cierto, que en primer lugar el culto idolátrico es aquel que está realizado con ritos externos dirigidos a entidades a las que se quiere aplacar, manipular o rendir sumisión con objeto de obtener beneficios inmediatos. Como nos refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles, el amplio panteón de dioses venerados por los griegos tenía un altar dedicado al dios desconocido, por si faltaba alguno (Cf. Hch 17,23). La espinosa cuestión de la carne de animales sacrificada a los ídolos, y después vendida en el mercado, también es objeto en este capítulo de algunas consideraciones. Pero lo que a nosotros nos importa en este día de Corpus Christi es la breve doctrina que da el Apóstol sobre la EUCARISTÍA como tradición recibida de los Apóstoles, que está activa en la construcción de la Iglesia. Los de Corinto pertenecen a la Iglesia del SEÑOR y no pueden participar de la “mesa de los demonios” (v.20-21).
La comunión con CRISTO
“La Copa de Bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de CRISTO? Y el Cuerpo que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de CRISTO?” (v.16). San Pablo está haciendo una mención directa a la celebración litúrgica de la Fracción del Pan sujeta a la tradición recibida de los Apóstoles, que participaron en la Última Cena del SEÑOR, en la que “ÉL tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio diciendo: tomad y comed, porque esto es mi CUERPO. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con la copa: tomad, bebed, esta es la sangre de la Nueva Alianza que será derramada por todos haced esto en conmemoración mía”. Cada vez que comemos el CUERPO del SEÑOR y bebemos de su copa anunciamos la muerte del SEÑOR hasta que vuelva” (Cf. 1Cor 11,23-26). Cada cristiano está vinculado al altar del SEÑOR y no puede estar ligado al altar de los ídolos fuente de toda perversión.
Unidad eucarística
“Aún siendo muchos, somos un solo PAN y un solo Cuerpo, pues todos participamos de un solo PAN” (v.17). En CRISTO no puede haber dos Iglesias, porque el PAN, que es el mismo CRISTO, es uno. Entendemos un poco mejor por qué la EUCARISTÍA es el núcleo de la Iglesia, su fuente y al mismo tiempo la meta de la misma (CIC n. 1324).