El recaudador de impuestos

Pbro. Hugo Valdemar Romero
Pbro. Hugo Valdemar Romero

En el Evangelio de este domingo se nos cuenta el llamado que Jesús hace de uno de sus discípulos, Mateo, que estando sentado en su mesa de cobro de impuestos le dice: “Sígueme”. Impresiona el magnetismo de Jesús, pues Mateo, dejando el dinero en la mesa, lo siguió sin chistar. Seguramente Mateo ya había oído hablar del Señor, es probable que lo haya escuchado más de una vez, que la predicación de Jesús cuestionó su vida, sus intereses y prioridades, desatando en su interior un verdadero proceso de cambio, de conversión. Así que el seguimiento que hace al llamado de Jesús es resultado de este proceso interior.

En un segundo momento vemos a Jesús en la casa de Mateo conviviendo con él y con sus amigos. Son personas que tienen la mala fama de pecadores, de ahí el nombre de publicanos. Por lo visto Mateo era un hombre rico, pero tenía una pésima imagen ya que el puesto de recaudador de impuestos se compraba, por lo que tenía que recuperar lo invertido cobrando a los judíos los impuestos para los odiados romanos, invasores de su pueblo, por lo que también lo consideraban un traidor.

El escándalo se desata. En tiempos de Jesús ningún rabino que se hiciera respetar, entraría a comer a casa de un personaje como Mateo. De ahí la pregunta que le hacen los fariseos a los discípulos: ¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores? Lo correcto, según la visión de ellos, sería rechazarlos, condenar a sus personas y sus actos, conminarlos a la conversión y al arrepentimiento y, solo después de su conversión, sería posible aceptarlos y convivir con ellos, pero Jesús no actúa así.

Podemos decir que Jesús tiene otro método, el método de la misericordia, es decir, de un corazón que se abaja a la miseria humana, al pecado, que no teme mancharse y que va al rescate del pecador ahí en medio de su miseria y su postración.

Jesús no vino a estar aparte en un lugar puro e inaccesible, ni vino sólo por los justos, por los que tienen su vida en regla, sino que aprovecha el escándalo de los fariseos para dejar en claro cuál es su misión. “No son los sanos los que necesitan de médicos, sino los enfermos”. “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Es importante entender bien la misericordia de Jesús. La misericordia no consiste en consentir o justificar el pecado; haga lo que haga, viva como viva, Dios me va a perdonar. Es verdad que no hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar, pero para hacerlo necesita que reconozcas tu pecado, que te arrepientas y que no lo vuelvas a hacer.

Si en esos tres pasos no hay perdón. No hay perdón ahí donde no hay arrepentimiento y enmienda de vida. Dios ama al pecador, sí, pero no ama su pecado, ni quiere que permanezca en él porque Dios no puede amar nada que le haga daño y destruya y el pecado siempre es destrucción y muerte.

Dile a Jesús: Apiádate de mí porque soy un pecador. Mira que yo estoy enfermo y tú eres médico, mira que yo soy miserable y tú eres misericordia. Ayúdeme a tener la humildad, reconocerme pecador y a tener, con tu ayuda, la fuerza necesaria para levantarme de mi miseria y mi pecado. Señor Jesús, ten compasión de mí, purifícame y quedaré limpio lávame y quedaré más blanco que la nieve.

¡Feliz domingo, Dios te bendiga!

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