El perdón

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

El nivel de perdón es un indicador de la convivencia, para que se haga viable. Esto es válido para las familias, las relaciones de amistad o la convivencia de una nación. En España, el paso de la dictadura a la democracia se estableció en una firme resolución de olvidar los resentimientos provenientes de la Guerra Civil del treinta y seis. Desde la legislatura del presidente Zapatero con las leyes de Memoria Histórica y Memoria Democrática se intenta revivir los resentimientos anteriores, construir un relato único para demonizar a una de las partes, creando en la actualidad un verdadero malestar social en distintos sectores. Volvemos a la decepción de Ortega y Gasset sobre la situación política de su tiempo, cuando decía: “no era esto, no era esto”. Debe ser que el perdón supera las fuerzas humanas, dejando atrás los voluntarismos mejor intencionados. A medida que DIOS va desapareciendo del horizonte vital de muchas personas, se hace más difícil el ejercicio del perdón, y por la fuerza de los hechos nos damos cuenta que el perdón debe tener una fuente divina. El resentimiento que asienta el odio viene del pasado, sin embargo el perdón nos devuelve al presente y prepara un buen futuro. Cada persona necesita ser perdonada y ofrecer perdón a otros, aunque sea en la privacidad de su vida. No pasamos por este mundo sin molestar o herir a otras personas. De la misma manera que otros han ejercido actuaciones que nos han dañado. Nuestras relaciones humanas son muy imperfectas, y de forma inevitable se producirán situaciones conflictivas, que estamos llamados a resolverlas de la manera más tolerables. El perdón es absolutamente preciso para humanizar la convivencia. Habrá casos extremos en los que el perdón no podrá evitar la actuación de la justicia para restaurar el orden social. Se debe perdonar al asesino, pero al mismo tiempo éste tiene que cumplir la pena de cárcel regulada en las leyes penales con el fin de contribuir a su arrepentimiento y restauración. La privación de libertad en la cárcel debe contemplar la restauración del encarcelado en las carencias personales que lo llevaron a cometer el delito. La justicia restaurativa aplicada al asesino está en línea de perdón, que se orienta hacia la rehabilitación social de la persona. Esta pretensión resulta un tanto ideal, pero es preciso mantenerla para conseguir una sociedad cada vez mejor reconciliada.

 

DIOS es la fuente del perdón

DIOS perdona porque el pecado tiene vigencia en el mundo. Desde esta mirada podemos decir que la Biblia describe la historia del perdón de DIOS a los hombres. Por tanto, el pecado es una trasgresión o un daño que alcanza la esfera de lo divino. Entiéndase que el pecado humano, o angélico se mueve dentro de la esfera de la Creación, pues ni Satanás puede afectar a DIOS mismo con sus insidias. Pero el pecado altera de forma grave el orden establecido por la Justicia de DIOS para bien de sus hijos: el pecado es un daño a las criaturas, que se hacen responsables y reos de unas consecuencias que malogran el Plan de DIOS para cada una de ellas en particular, trastocando el orden general de las cosas. Las leyes morales y espirituales impresas por DIOS en el hombre expresan la voluntad de DIOS en nosotros y la alteración de las mismas nos sitúan en la zona de la desobediencia. Las leyes divinas constituyen el “yugo llevadero” (Cf. Mt 11,30), del que JESÚS habla, y opera como conjunto de prescripciones que favorecen la Vida, el Bien y la Verdad.

 

La frivolidad

El gran perdón de DIOS viene dado en el momento que el HIJO, JESÚS de Nazaret, es hecho víctima por el pecado de todos los hombres (Cf. 2Cor 5,21). El gran pecado, pecado original, o inicio de la historia del pecado en la humanidad comienza descrito en la Biblia en un tono de gran frivolidad. El tanteo de la serpiente, y el tonteo de Adán y Eva van de la superficialidad, pasando por la sensualidad hasta la desobediencia efectiva. La fase superficial pertenece al diálogo con la serpiente entrecortado, con mentiras y medias verdades, e ingenuas aclaraciones que prolongan la inoculación del veneno intelectual que la serpiente va introduciendo como si de un cortejo se tratase. La fase sensual se abre cuando cambiada la mentalidad y el punto de vista por el diálogo con la serpiente el fruto aparece con un atractivo nuevo a la vista: aquel árbol de la ciencia del bien y del mal resultaba atractivo y de buen ver a los ojos. La frivolidad, el juego casi lúdico había logrado disminuir la fuerza de voluntad a mínimos con la complicidad de una percepción de la inteligencia adaptada a las nuevas consideraciones de la serpiente: “seréis como dioses”. La desobediencia se lleva a término por la inercia de las fases anteriores: Adán y Eva comieron del fruto prohibido (Cf. Gen 3,6). La historia se repite de infinitas maneras a lo largo de la historia de la humanidad en cada uno de los que entramos en la escena de este gran drama humano. La frivolidad es el caldo de cultivo de innumerables situaciones de pecado, dolor y sufrimiento. Un adolescente, en su inmadurez, flirtea con el delito para integrase en esa banda ciudadana que le va a proporcionar autoestima, dinero y chicas. Todo se desenvuelve como en la realidad virtual, hasta que la ruina personal llega dolorosamente, y se plantea por qué puerta se puede salir de la gran trampa en la que uno mismo se ha metido. Este caso es un ejemplo extremo de otras muchas situaciones creadas por la irresponsable frivolidad, que esparce daño y perjuicio de forma indiscriminada. No son pocas las personas que coinciden en señalar el extremo de malestar personal como el punto de retorno. Como al hijo derrochador de la parábola de “El hijo pródigo”, la luz se enciende cuando llega el hambre y la inanición. En ese punto hay que tomar una nueva dirección o morir. Se actualizan las palabras de JESÚS: “pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Cf. Lc 11,9). Cuando todos los recursos humanos se han agotado, el Cielo tiene todavía soluciones, pero hay que pedir a DIOS. Recuperadas algunas de las capacidades perdidas se impone buscar ayuda. Cuando el camino de vuelta a la senda que nunca debió ser abandonada, se llega a la nueva casa que abrirá sus puertas. Muchas personas atrapadas en las redes del mal con todas las consecuencias dan razón cumplida de la fuerza transformadora del perdón de DIOS en sus vidas. La vida las había llevado a constituirse en personas poseídas por las tinieblas más espesas y por la acción absolutamente gratuita de DIOS empiezan a ser verdaderos faros de luz para otros muchos cercanos y conocidos, y otros muchos desconocidos.

 

Un camino interior

A lo largo de la Cuaresma la Liturgia nos ofrece el Salmo 50, que expresa el profundo arrepentimiento personal y el reconocimiento vivo de la Misericordia Divina. Misericordia DIOS mío por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. DIOS es Bueno, y hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos (Cf. Mt 5,45; Lc 6,35). La certeza del hombre devoto es que DIOS es Bueno. Las personas de todos los tiempos tenemos constancia de que podemos volver la mirada a DIOS tantas veces como sea necesario, y su respuesta siempre será la paz, el perdón y la reconciliación. El autor sagrado de este salmo se dolerá por los que no vuelven la mirada a DIOS. Pero él está seguro de la “compasión” de su DIOS, anticipándose al momento de la gran Redención por JESÚS. El hombre de DIOS desea que su pecado sea borrado, que las cicatrices de las heridas profundas del pecado queden totalmente restablecidas. DIOS borrará los pecados, como si estos no hubieran existido nunca, pero en este mundo, salvo excepciones, soportaremos una parte de las heridas que el pecado nos ha infringido, aunque el deseo ardiente de sanación total esté muy vivo. Sigue diciendo el salmista: pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra TI, contra TI sólo pequé, cometí la maldad que aborreces. DIOS no es compatible con el pecado, aunque ha hecho lo imposible por salvar al pecador. El fiel ante el pecado no puede disimular, alterar los hechos o tergiversar la verdad: tengo siempre presente mi pecado. Podríamos pensar que el creyente está llamado a ser un individuo asediado por el complejo de culpabilidad. Lejos de DIOS el pretender ese estado de ánimo para sus hijos, pero la verdad es inexcusable: somos pecadores, nuestra condición está marcada por la concupiscencia, que nos inclina al pecado. Con la paz que proviene de DIOS, el fiel debe mantenerse vigilante en la conciencia de estar afectado de forma crónica por la condición pecadora, independientemente de la existencia de los actos de pecado concreto. Alguien padeció el alcoholismo durante cuarenta años y lleva veinte sin probar una gota de alcohol: estamos ante un alcohólico que en la actualidad no bebe. Una persona estuvo afectada por la ludopatía durante veinte años y lleva otros veinte sin jugar un solo boleto de lotería, ni frecuentar una sala de juego: estamos ante un ludópata que no juega. Eludir la propia condición pecadora, sería tanto como cerrar los ojos a una de las dimensiones personales que nos determinan en nuestro caminar por este mundo. En todo momento precisamos de la Salvación, porque la debilidad moral y espiritual es congénita por la herencia pecaminosa recibida. Es prudente, por tanto, decir de corazón con el salmista: tengo siempre presente mi pecado. Habrá personas, que por las circunstancias de la vida tengan representaciones frecuentes de acciones cometidas en el pasado y en la actualidad ya no sean pecado, porque fueron presentadas en confesión. Mira, en la culpa nací; pecador me concibió mi madre. Reafirman esas últimas palabras la certeza de una condición pecadora personal, a partir de la experiencia de la tendencia o línea de conducta moralmente reprensible, que se extiende desde la infancia, pero que el autor bíblico prolonga hacia atrás hasta el tiempo de la gestación. Existe un pesimismo antropológico en la Biblia, que parte de los hechos concretos de los hombres, y sólo remonta cuando los autores bíblicos reciben una revelación de la acción renovadora de DIOS que salva la infinita distancia entre el pecado del hombre y la acción salvadora de DIOS, de ahí que sean posibles los textos con  mensaje mesiánico que abren al hombre y al Pueblo a una nueva vida. Oh DIOS, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me escondas tu santo ROSTRO, no me quites tu santo ESPÍRITU. Recuerdan las palabras de Ezequiel: “os reuniré de las naciones donde estáis dispersados y os llevaré a vuestra tierra; arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne; os daré mi ESPÍRITU y viviréis; de todas vuestras idolatrías os he de purificar” (Cf. Ez 36,24-26). El autor sagrado del Salmo cincuenta mantiene la misma aspiración espiritual: quedar renovado por el SEÑOR con un espíritu o corazón nuevo. El resultado de la acción salvadora de DIOS es la paz y la alegría en el espíritu: devuélveme la alegría de tu  salvación… SEÑOR me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza. Gracias al verdadero culto del corazón la renovación personal es posible, porque DIOS se complace en ello: los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciese un holocausto no lo querrías; mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado, TÚ, oh DIOS, no lo desprecias. Estas últimas palabras pueden suscribirse por cualquier cristiano, que ha dejado atrás las prescripciones rituales del Judaísmo. “Un corazón quebrantado y humillado” se acerca a la primera bienaventuranza dada por JESÚS en el evangelio de san Mateo: “bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Cf. Mt 5,3).

 

DIOS mismo es la Esperanza

El capítulo cuarenta y tres de Isaías, de donde es tomada la primera lectura, pertenece a la sección considerada como “profecía de la consolación”. No sólo para los israelitas de aquel tiempo, sino también para nosotros las palabras de este capítulo debieran ser anotadas con interés, pues poseen el contenido de revelación que las hace muy superiores a cualquier máxima sabia del más acreditado hombre espiritual. Estas palabras no van dirigidas a personas santas y perfectas, sino a las pertenecientes al Pueblo elegido, que DIOS ama preferencialmente por pertenecer al mismo. Trasladamos el dato con todo derecho al Nuevo Pueblo elegido que constituimos todos los bautizados en CRISTO. Estamos ante uno de esos textos que nos presentan la cara amable del Antiguo Testamento.

 

La fortaleza viene de DIOS

“Así dice tu Creador: Jacob no temas, que YO te he llamado por tu nombre, y tú eres mío” (v.1). A partir de este versículo inicial, todo comienza a cobrar una importancia especial. En primer lugar, DIOS habla en esta palabra y revela su condición dialogante con cada uno de sus hijos representados en Jacob. Podemos sustituir el nombre de Jacob por el propio, porque en la lectura devota de este texto, DIOS se dirige a mí personalmente. DIOS nos dice a cada uno: “tú eres mío; YO te he rescatado, y llamado por tu nombre”. Con propiedad, hemos sido rescatados por la sangre de JESUCRISTO, y de forma especial DIOS nos llamó en el Bautismo.

 

DIOS hace grande al hombre

“Eres precioso a mis ojos, eres valioso y YO te amo” (v.4) A pesar de todo el lastre que acarreamos los hombres, cada uno de nosotros somos valiosos, singulares y dignos de ser amados, porque DIOS nos ha creado por Amor. Isaías comienza a revelar este designio divino que llega a su cumbre en la persona de JESUCRISTO, pues DIOS nos ha destinado en la persona de CRISTO a ser sus  hijos (Cf. Ef 1,5). El hombre no es una mercancía que cotiza o se puede devaluar. DIOS nos da el valor de lo que realmente somos porque pertenecemos a su obra creadora y de salvación.

 

DIOS es único

“Vosotros sois mis testigos. YO os elegí para que me conozcáis y creáis a mi mismo y entendáis que YO SOY YAHVEH y fuera de MÍ no hay SALVADOR” (v.10-11). De forma reiterada los israelitas tuvieron necesidad de escuchar la revelación dada por DIOS a Moisés en el Sinaí: YO SOY el que SOY (Cf. Ex 3,14). Las cosas han variado poco en ese sentido, pues las fuerzas espirituales politeístas siguen también su curso en el intento de confundir si fuera posible a los que han recibido esta revelación esencial. YAHVEH no está sujeto a las demostraciones empíricas, pues si así fuese se daría información sobre una cosa. Fuera de lo empírico sólo queda el testimonio de la experiencia espiritual y se abre a otro campo de conocimiento. La Fe traducida en una relación de confianza filial es la que hace posible el testimonio. La propia Escritura se convierte en el canon de la experiencia religiosa considerada válida y auténtica, pues es preciso tomar en consideración las señales.

 

Recuerdo de lo realizado por YAHVEH

”Así dice YAHVEH, que trazó caminos en el mar y vereda en aguas impetuosas; el que hizo salir carros y caballos con poderoso ejército, y como mecha se apagaron y como mecha se extinguieron” (v.16-17). Los acontecimientos del Éxodo han quedado fijados como las hazañas incontrovertibles que atestiguan la acción poderosa de YAHVEH liberando al Pueblo elegido de la esclavitud. De generación en generación, las señales en poder realizadas por YAHVEH deben ser conocidas por las nuevas generaciones, pues la Fe en YAHVEH se fundamenta en la tradición de lo que los testigos oculares de aquellos acontecimientos pudieron vivir. La Fe mantiene una tensión entre lo que cada persona pueda vivir en la relación con DIOS y las experiencias comunitarias del Pueblo transmitidas de generación en generación. Este texto de Isaías se considera que está a unos ocho siglos de la liberación de Egipto, y la Fe se mantuvo y creció por la trasmisión oral y el testimonio de los profetas, que siendo hombres de DIOS  actualizaban la Palabra con una unción especial.

 

Las cosas nuevas

“¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, YO lo renuevo todo; ya está en marcha, ¿no lo notáis? (v.18-19). DIOS siendo siempre el mismo hace nuevas todas las cosas. DIOS siendo siempre el mismo, se revela de forma nueva a los hombres. DIOS es siempre el mismo, aunque su manifestación se mantenga en una eterna novedad. La aparición del hombre en este planeta fue una novedad con respecto al resto de los seres vivientes. La insistencia en el monoteísmo fue una novedad de la que se hizo testigo y portavoz el Pueblo elegido. La propia Biblia es una novedad con respecto a las escrituras de otras religiones. Pero la novedad incuestionable e irrepetible la constituye la persona misma de JESUCRISTO, que es DIOS y hombre. De su presencia y actividad deriva la novedad de la Gracia, que hace nuevas todas las cosas. DIOS todo lo que ha creado lo hace nuevo por transformación, que el ESPÍRITU SANTO lleva a cabo en orden a instaurar todas las cosas en CRISTO. Afirmamos, obviamente, que este mundo en el que vivimos existe; y los creyentes afirmamos con la Iglesia que otros mundos existen, de los que uno de  ellos, el Cielo, se ofrece como el modo acabado y definitivo de estar para toda la eternidad con DIOS. Sobre esta realidad la Iglesia se ratifica cada vez que canoniza a uno de sus hijos como partícipe acreditado de la bienaventuranza eterna. DIOS se reserva la manera y los tiempos de hacer nuevas todas las cosas.

 

Una nueva alabanza

“El Pueblo que YO me he formado cantará mis alabanzas” (v.21). Como nos dice san Agustín, “es el hombre nuevo el que puede cantar el cántico nuevo”. Isaías está contemplando los tiempos mesiánicos, en los que la nueva alabanza es obra del ESPÍRITU SANTO en primer término, “porque nosotros no sabemos orar como conviene, pero el ESPÍRITU SANTO viene en nuestra ayuda” (Cf. Rm 8,26). Las alabanzas del SEÑOR deben ser contadas y cantadas. La alegría espiritual de la alabanza no puede oscurecer la obra de DIOS que da contenido a sus maravillas. La persona de Fe cuenta con entusiasmo, agradecimiento y alegría, lo que DIOS ha realizado y está haciendo, al mismo tiempo que espera en sus promesas. La alabanza del creyente establece una comunión nueva entro todos los que forman el Pueblo elegido: empieza a discurrir una corriente de fraternidad que renueva los corazones en una nueva hermandad, porque los preside la alegría del ESPÍRITU SANTO. A esta alabanza, que un día llegará a toda la Iglesia de forma visible se unirá a su modo el resto de las criaturas, porque la Creación expectante aguarda la manifestación del los hijos de DIOS (Cf. Rm 8,19); “y las bestias del campo, chacales y avestruces darán gloria a DIOS; pues pondré ríos en el desierto y aguas en la soledad para dar de beber a mi Pueblo elegido” (v.20). Una nueva presencia de DIOS inundará todos los rincones de la Creación porque los hijos de DIOS se manifiestan y reconocen al SEÑOR de todo lo existente. Aguas abundarán para calmar la sed de las áridas tierras improductivas y el suelo estéril se volverá favorable porque la Gloria del SEÑOR llena la tierra. Retrocede por fin la maldición que la tierra encerraba a causa del pecado del hombre, y éste podrá vivir en paz con su DIOS, a la espera de los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra definitivos.

 

“YO no juzgo a nadie” (Jn 8,15)

El evangelio de hoy recoge los once versículos iniciales, del capítulo ocho, de san Juan; que narra la escena de la mujer adúltera presentada ante JESÚS para ser juzgada. Tres pecados merecían preocupación especial en las primeras comunidades cristianas: la apostasía, el homicidio y el adulterio. También el varón incurría en este grave pecado si estando casado mantenía relaciones ilícitas con otra mujer distinta de su esposa. En el Judaísmo era la mujer la que incurría en adulterio, si estando casada mantenía relaciones sexuales con otro hombre distinto de su marido; pero éste tenía margen para unirse sexualmente con otra mujer soltera. La pena por adulterio para la mujer casada era la muerte por lapidación. A JESÚS le traen una mujer sorprendida en flagrante adulterio, y la cosa levanta sospechas muy diversas: ¿por qué aquellos escribas y fariseos tienen tanto interés en el pronunciamiento de JESÚS?, ¿sus instituciones no tienen la suficiente competencia para resolver el asunto? Da la impresión, que estamos ante una estratagema creada artificialmente similar a la del pronunciamiento del tributo al César, o impuesto pagado al Imperio. La escena se resuelve con un procedimiento magistral por parte de JESÚS, como en el caso del tributo al César, y la evidencia, una vez más, de la novedad del Evangelio. JESÚS ha venido para perdonar a los pecadores y sanarlos. El perdón de JESÚS no se reduce a un acto judicial de absolución del delito, sino que el perdón realiza una acción terapéutica espiritual de sanación para no reincidir en el delito grave.

 

JESÚS enseña en el Templo

“JESÚS se fue al Monte de los Olivos, pero de madrugada se presentó de nuevo en el Templo, y todo el Pueblo acudía a ÉL, entonces se sentó y se puso a enseñarles” (v.1-2). Esta es la única ocasión que es mencionado el monte de los olivos en el evangelio de san Juan, aunque los sinópticos lo refieren como lugar de oración especialmente en los días previos a la Pasión. Se puede pensar en una vigilia de oración tras la que JESÚS vuelve al Templo como en los días anteriores a enseñar. En el contexto de los capítulos siete y ocho, este pasaje gira alrededor de la Fiesta de los Tabernáculos, a finales de septiembre. Esta es una de las fiestas importantes muy relacionada con el agua como elemento simbólico. JESÚS y su doctrina o enseñanza constituyen el agua viva de manera similar al don del ESPÍRITU SANTO, que habrán de recibir todos los que crean en JESÚS (Cf. Jn 7,37-39). Unidos a JESÚS y su Palabra una vida nueva comenzará a generarse, y la savia del ESPÍRITU SANTO recorrerá las vidas de todos aquellos que permanezcan unidos a JESÚS, como afirma la alegoría de  “La Vid y los sarmientos” (Cf. Jn 15,1ss). JESÚS en el Templo cumple con algo necesario para ser reconocido como el MESÍAS, pero la realidad es conflictiva y problemática: JESÚS tiene a las autoridades en contra y ÉL no puede renunciar a manifestarse en el Templo de Jerusalén, pues forma parte del Designio de DIOS recogido en las Escrituras. JESÚS es aceptado, sin embargo, por las gentes que acuden a ÉL para escuchar su enseñanza. Algo tiene de especial  el MAESTRO galileo.

 

Los escribas y los fariseos

Lo propio era que el grupo de los escribas perteneciese a la secta de los fariseos, aunque se los especifica por la función que realizan de copistas, traductores o labores de índole notarial, sirviendo de redactores de actas de divorcio, de contratos o documentos de propiedad. La superación del analfabetismo siempre supuso un peldaño superior, como mínimo, dentro de la estratificación social. En épocas como la nuestra, el ascenso social va ligado de modo estrecho a la cualificación académica, que incluye algún grado más que el dominio de la lectura o la escritura. Bien, los que van a ver a JESÚS acompañados de la mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio son un grupo de escribas y fariseos. Los fariseos eran los incontamidos, pues querían permanecer separados del resto con la finalidad religiosa de permanecer puros a la espera de la manifestación mesiánica. La actitud cínica e hipócrita de muchos de ellos les impidió, con tan esmerada preparación, descubrir al verdadero MESÍAS en JESÚS de Nazaret. Allí estaban un grupo de “perfectos” señalando y acusando de adúltera a la mujer que ponen ante JESÚS. El texto nos dice que la mujer es puesta “en medio” como era la costumbre para los que iban a ser juzgados. Es fácil imaginar a los escribas y fariseos formando un círculo con JESÚS sentado y la mujer en el centro observada por todos menos por JESÚS, que permanecía inclinado escribiendo en el suelo. Podemos imaginar que el grupo de personas que anteriormente estaban escuchando a JESÚS habían sido desplazados por aquellos personajes principales, a los que era fácil distinguir por su indumentaria que realzaba su afectación religiosa, y de forma especial en el recinto del Templo en las fiestas de los Tabernáculos.

 

La acusación

“MAESTRO, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. Moisés nos manda en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿TÚ qué dices? Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarlo. Pero JESÚS inclinándose se puso a escribir con el dedo en la tierra” “v.5-6). Allí estaban los falsos guardianes de la moralidad pública con apariencia de estricta ortodoxia: querían hacer ver que estaban dispuestos a terminar con el desorden moral, pero en realidad lo que pretendían era matar a JESÚS. Había que obtener un motivo con suficiente peso para declarar sobre la sentencia de muerte. Para ese objetivo, no había que escatimar medios; y si fuese necesario montar una trama delictiva lo más real posible, habría que hacerlo. Lo importante era quitar de aquel recinto y para siempre al GALILEO. JESÚS, ciertamente, se había metido en la boca del lobo, pues estaban dispuestos a destrozarlo. De camino se hurde una situación escabrosa: a una mujer, presumiblemente joven, casada o desposada, dos escribas de aquellos que formaban la comitiva levantaron acta de encontrarla  solazándose con un extraño. ¿Pasaban por allí?, no es que tuvieran interés alguno en delatar las íntimas relaciones de nadie. Absolutamente falso. Además de procurar la ruina de JESÚS, la excusa para encontrar un motivo suficiente tiene todos los indicios de haberse planificado de forma meticulosa. Sabiendo el riesgo que corrían los implicados en el adulterio, tratarían por todos los medios de proceder con la mayor discreción; por lo que la delación del hecho apunta a complicidades, que podrían señalar al propio marido, para que fuese descubierta, o al propio amante, con el fin de sorprender a los protagonistas en el punto crucial de la escena. Dos testigos eran suficientes, y pillaron a los  amantes flagrantemente actuando de forma delictiva. Ya tenían un delito y una acusada del mismo, que según la Ley de Moisés debía morir. Preveían aquellos perfectos hipócritas que la insistente predicación del GALILEO sobre la Misericordia Divina lo deslizaría fácilmente por la pendiente de la violación de la Ley de Moisés.

 

JESÚS escribía en el suelo y callaba

Por un momento los conspicuos enemigos de JESÚS les parecía estar ganado la batalla, pues ÉL callaba y garabateaba en el suelo cosas que no acertaban a ver; y le insisten; “entonces JESÚS se incorporó y les dijo: aquel que esté limpio de pecado, que le tire la primera piedra, e inclinándose de nuevo escribía en la tierra” (v.8) En las palabras de JESÚS hubo más que la verbalización de una sentencia, pues el cinismo de los acusadores no se desvanece con una frase. JESÚS había entrado en los corazones de aquellos que acusaban a la mujer, y por unos instantes los había puesto ante sus conciencias, pues “ellos al oír estas palabras se iban retirando uno tras otro comenzando por los más viejos, y se quedó solo JESÚS con la mujer, que seguía en medio” (v.9). Deforma silenciosa el grupo de acusadores se disuelve sin réplicas ni protestas. La luz de las conciencias reveló la verdad de sus vidas, su indignidad y dejando sus piedras en el suelo fueron revestidos de nuevas actitudes. La primera parte del milagro se había producido.

 

La mujer perdonada

“Incorporándose JESÚS le dijo, ¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado? Ella contestó: nadie, SEÑOR. JESÚS le dijo: tampoco YO te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (v.10-11). Es común en el evangelio de san Juan la utilización del término “mujer”, que recuerda a la victoria de la mujer que pisará la cabeza de la serpiente (Cf. Gen 3,15) La VIRGEN MARÍA protagoniza de forma eminente este designio, porque es portadora del VERBO; pero toda mujer que es sanada por JESÚS también vence y aplasta la cabeza de la serpiente. La palabra de JESÚS es una fuerza interior, que aquella mujer recibe para vivir en fidelidad a su marido: vete a tu casa y reconcíliate con tu marido; y en adelante no seas infiel, o no peques más. El MAESTRO la había librado de la muerte física, y las piedras no cayeron sobre ella. La situación no quedaría resuelta en el Plan del SALVADOR, si la curación moral y espiritual no se hubiera producido, pero queda abierta la reacción del marido y del resto de los miembros de la familia, pues la acusación fue pública y visible por todos los allí congregados.

 

San Pablo, carta a los Filipenses 3,8-14

La carta a los Filipenses la escribe san Pablo, muy probablemente, desde la cárcel de Éfeso. Ya había sufrido el Apóstol distintos percances que pusieron en riesgo su vida. Lo que escribe ahora en la cárcel tiene valor de testamento espiritual. Se dirige a las comunidades de Filipos, y se manifiesta especialmente entrañable, pero sus palabras no dejan de emanar enseñanza. No rehuye san Pablo la vertiente testimonial en sus cartas, y en esta lo hace mirando a las realidades últimas. En esta carta, san Pablo nos declara lo que de verdad importa.

 

JESUCRISTO es el valor supremo

“Todo lo considero pérdida ante la sublimidad del conocimiento de CRISTO mi SEÑOR, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a CRISTO” (v.8). San Pablo tuvo el gran privilegio, por Designio Divino, de pasar de la estricta normativa de la Ley al encuentro con JESUCRISTO Resucitado. Pero, sin duda alguna, no fue privado de un doloroso proceso de reconversión de todo su pensamiento religioso, que de forma precisa y minuciosa había construido durante años; en realidad a lo largo de toda su vida hasta el momento crucial en el encuentro con el SEÑOR camino de Damasco (Cf. Hch 9). San Pablo es un modelo o una referencia para los cristianos de todos los tiempos por su “cristocentrismo”. Se entiende perfectamente ese término: san Pablo vive todas las áreas de su vida orientándolas hacia CRISTO, que es verdadero hombre, y murió en la Cruz; y verdadero DIOS junto con el PADRE y el ESPÍRITU SANTO.

 

Transformando la vida

Todo se tiene que ajustar a unos nuevos parámetros morales y espirituales que no están en la Ley mosaica, ni en uno mismo. “Busco, dice el Apóstol, ser hallado en ÉL no con una justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la Fe de CRISTO, la Justicia que viene de DIOS apoyada en la Fe” (v.9). La Fe de san Pablo no es excluyente entre la acción o la recepción. La Fe del Apóstol es una relación personal con JESUCRISTO vivo y Resucitado, que lo envía de forma incesante como testigo. Pero todo el dinamismo del Apóstol es un canto a la Fe, la Esperanza y la Caridad. San Pablo mantiene que la Ley no hace justos a los hombres, pues la justificación personal sólo puede venir por la Justicia que viene de DIOS mismo. Esa Justicia es Gracia y don del ESPIRITU SANTO.

 

Los padecimientos de CRISTO

“Hay que conocerle a ÉL, el poder de su Resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a ÉL en su muerte” (v.10) Pocas cosas sobre la vida pública de JESÚS precisa san Pablo para entrar en comunión con ÉL. Lo esencial está en los padecimientos y la muerte en Cruz, pues no se puede participar de los beneficios de la Resurrección sin lo anterior. El escándalo de la Cruz podía resultar inconveniente a la hora de dar paso al anuncio de la Resurrección. JESÚS se había convertido en signo de contradicción para todos los tiempos. Para establecer una relación fiable con CRISTO es necesario participar de su Cruz. Quien desee sólo las gracias de la Resurrección en este mundo se puede equivocar gravemente, y san Pablo lo advierte.

 

La perfección está en la meta final

”Por los padecimientos he de hacerme semejante a ÉL en su muerte, tratando de llegar a la Resurrección de entre los muertos. No que lo tenga ya conseguido, o que sea ya perfecto, sino que continuo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo alcanzado por CRISTO” (v. 10B-11) En este versículo y medio se contiene una lección magistral de espiritualidad cristiana, con todo el realismo de quien sabe conjugar las sombras de la condición humana dentro de la historia con el poder de la resurrección que no deja de actuar en lo personal y la Iglesia en su conjunto. Un punto clave nos lo da san Pablo cuando nos dice: “habiendo sido yo alcanzado por CRISTO”. La propia carrera hacia CRISTO es posible porque el cristiano ha sido alcanzado por ÉL. CRISTO no nos priva del esfuerzo, para el que nos concede las fuerzas necesarias. Con las fuerzas que ÉL nos concede, tenemos que cubrir la carrera.

 

La vida del Apóstol es perfeccionable

“Yo hermanos no creo haberlo alcanzado todavía, pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo a la meta para alcanzar el premio, al que DIOS me llama desde lo alto para alcanzar la meta en CRISTO JESÚS” (v.13-14). Con estas imágenes extraídas de las competiciones deportivas bien conocidas de los que vivían en la zona de influencia griega, san Pablo nos infunde un nuevo impulso para seguir el itinerario cristiano. El esfuerzo personal está presente, la carrera no es un cómodo paseo, sino una distancia que se debe cubrir con un cierto esfuerzo, para el que es necesario el entrenamiento. Al comienzo de la Cuaresma se establecen la oración, el ayuno y la limosna, como los ejercicios básicos para recorrer este tiempo de Gracia. El objetivo, al igual que san Pablo, es crear las mejores condiciones personales para vivir la Pasión de JESÚS y la Resurrección en la Vigilia Pascual. San Pablo se muestra muy discreto y nos dice, que no sabe si él alcanzó la meta en ese momento. El Apóstol de las grandes revelaciones permanece cauto sobre su lugar en el misterio de DIOS. Es una gracia mantener la confianza en DIOS dentro de la ignorancia, conservar la paz en el no-saber.

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