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Negar la ley moral natural significa corromper irreparablemente la relación entre razón y fe.
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Al negar la ley natural, el cardenal Marx se hace seguidor de Marción y ve en la naturaleza no un bien ya orientado hacia la Salvación, sino un mal que hay que borrar sin corregirlo.
Las declaraciones emitidas por el cardenal Marx sobre la homosexualidad en la entrevista del pasado 30 de marzo, los actos de muchas personas de la jerarquía eclesial que en los últimos tiempos y en estos días en particular están pujando por un gran cambio en la doctrina sobre el tema, y los silencios de los que en cambio podrían poner las cosas en claro… dejan tristemente asombrados. Consideremos brevemente la enorme conmoción que la línea Hollerich-Bätzing-Becquart-Marx sobre las relaciones homosexuales produciría -y ya produce– en la Iglesia, transformándola en algo distinto de sí misma.
Lo primero a notar en las declaraciones de Marx es la ausencia de cualquier referencia a la ley natural (moral) y, por lo tanto, a los mandamientos. Una eliminación evidente -se dirá- si queremos legitimar la práctica homosexual, y nada nuevo dado que durante décadas la teología ha estado reñida con la ley natural, que sin embargo el magisterio petrino, hasta Benedicto XVI, siempre había confirmado claramente la doctrina. Negar la ley moral natural significa corromper irreparablemente la relación entre razón y fe. El primero tiene su propia autonomía de investigación que se refiere también a las leyes morales y que la fe no anula, sino que confirma y perfecciona.
Si un cardenal no admite la ley moral natural, demuestra que es protestante y no católico, porque separa razón y fe. Si esto sucede en el campo moral, sucede consecuentemente también en todos los demás campos, de modo que la razón tomará sus múltiples caminos mientras que la fe tomará otros. Pero en este punto se acaba la teología católica, comenzando por la «teología fundamental», aquella que se refiere precisamente a la relación entre fe y razón.
La negación de la ley moral natural y de los mandamientos produce entonces la separación entre Dios Creador y Dios Salvador, así como entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Los orígenes gnósticos, maniqueos, cátaros… de este enfoque son evidentes. Al negar la ley natural, el cardenal Marx se hace seguidor de Marción y ve en la naturaleza no un bien ya orientado hacia la salvación, sino un mal que hay que borrar sin corregirlo. De esta forma, la inclusividad se convierte en el velo que se coloca sobre la naturaleza para ocultarla sin redimirla.
La Iglesia siempre ha enseñado que la Nueva Ley del Evangeliono suprime la Ley Antigua. No se puede pensar en agradar a Dios si se realizan prácticas antinaturales, si se mata a los inocentes con el aborto, si se traiciona el sacramento conyugal con el adulterio. El arrepentimiento mismo en este caso se vuelve inútil y ya no es necesario si la inclusión obligatoria lo impide en su raíz. La Ley Antigua del Pentateuco contenía leyes de orden natural (como los mandamientos), normas cultuales y disposiciones jurídicas. Después de la Resurrección de Cristo, las cultuales quedan definitivamente superadas, incluso las jurídicas ya no son necesarias porque son propias de Israel solamente, sólo quedan las naturales que han de ser confirmadas en la Nueva Ley. Además, también son objeto de Apocalipsis, dado lo que sucedió en el Sinaí.
Por las razones que acabamos de ver, la Iglesia siempre ha creído que ha recibido de Cristo el mandato de enseñar en dos campos, el de la doctrina de la fe y el de la moral. Véase, por ejemplo, la Humanae Vitae de Pablo VI:
“Ningún creyente querrá negar que el Magisterio de la Iglesia es también responsable de interpretar la ley moral natural. En efecto, es indiscutible… que Jesucristo, comunicando su autoridad divina a Pedro y a los Apóstoles y enviándolos a enseñar a todos los pueblos sus mandamientos, los constituyó en auténticos custodios e intérpretes de toda la ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también la natural. En efecto, aun la ley natural es expresión de la voluntad de Dios, el cumplimiento fiel de la misma es igualmente necesario para la salvación eterna de los hombres ”.
La Iglesia está en defensa de la ley natural y de la ley moral natural, de lo contrario negaría que la creación tuviera un sentido finalista y que dependiera de una Inteligencia Creadora. Este papel siempre se ha desempeñado también en beneficio de la vida civil y en colaboración con la autoridad política legítima. Ahora, aplicando el paradigma del Cardenal Marx, la Iglesia ya no tendría esa tarea y sus enseñanzas tendrían que retirarse del campo natural y referirse sólo al evangélico. Pero la revelación no puede ser comunicada a los hombres sino usando su lenguaje natural, de modo que la comunicación de la fe necesita la comunidad de la razón. Cuando se habla de cuestiones morales, los pastores nunca deben limitarse a este nivel sino también basarlo siempre en el nivel sobrenatural, para no hablar solo un lenguaje humanista,
El cardenal Marx quiere cambiar el catecismo sobre este punto . Aquí surge otra bomba eclesial. Para hacer esto, de hecho, es necesario descuidar las exigencias de la letra de la Escritura, dadas las muchas condenas que contiene de la práctica homosexual. Pero sin respetar este primer nivel -el literal- del sentido de la Escritura, todos los demás sentidos también se vuelven manipulables y la teología de la Iglesia ya no sería conocimiento sino sólo interpretación. Con lo cual todo se derrumba.
Por STEFANO FONTANA.
LUNES 4 DE ABRIL DE 2022.
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