Cuando el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue elegido al trono de San Pedro, algunas voces elevaron una acusación que sorprendió al mundo: «El nuevo Papa había sido colaborador del régimen nazi cuando fue reclutado en las Juventudes Hiltlerianas», pero esa afirmación temeraria debería examinarse a la luz de los hechos que ensombrecieron la vida y existencia de miles, entre ellos, la familia Ratzinger en la Alemania nacionalsocialista, víctimas de las penurias que padecieron en el Reich de Hitler y la Segunda Guerra Mundial.
Los orígenes bávaros de Joseph fueron decisivos en los primeros años de vida y juventud al crecer en la región católica predominante de Alemania y que fue el signo de la lucha contra la Iglesia en los años del nacionalsocialismo. En su autobiografía, Aus meinem Erinnerungen 1927-1977, traducida al español como ‘Mi vida’ , Joseph Ratzinger recuerda la transformación lenta de su pueblo mientras el régimen se hacía de las riendas del poder.
La lucha del nazismo contra la cultura católica de Baviera inició con la separación del estado y la escuela confesional. Joseph Ratzinger recuerda esa lucha de los obispos y, en particular, el dilema de sus coterráneos que se debatía entre la fidelidad a sus costumbres cristianas y la lealtad al régimen que ascendía. Poco a poco, se restauró la religión pagana. Lo describe cuando un joven profesor «levantó un árbol de mayo y compuso una especie de plegaria como símbolo de la fuerza vital que se renueva… Ese árbol debía representar el inicio de la restauración de la religión germánica, contribuyendo a reprimir al cristianismo y a denunciarlo como elemento de alienación de la cultura germánica».
Sus estudios como seminarista fueron marcados por el inicio de la guerra y el servicio militar obligatorio en 1943. Fue incorporado en las unidades antiaéreas, su primer puesto en la defensa de una sucursal de la BMW donde se fabricaban motores de avión. En 1944, fue llamado al servicio laboral del Reich que guardó en su memoria como «un recuerdo opresivo» de la disciplina militar y de la mentira que se levantó para justificar al régimen de Hitler.
Al recordar el 70 aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Benedicto XVI condenó este hecho de absurdo y trágico. Como alemán sabe muy bien lo que implica este doloroso capítulo para la historia de su nación y de la humanidad y, contra esas voces que lo acusaron de nazi, Joseph Ratzinger denunció las atrocidades del nacionalsocialismo definiéndolo como criminal.
Vale la pena releer alguno de los recuerdos de Benedicto XVI cuando permaneció en los servicios militares del Reich: ‘Aquellas semanas de servicio laboral han permanecido en mi memoria como un recuerdo opresivo. Nuestros superiores procedían, en gran parte, de la denominada ‘ Legión Austriaca’ . Se trataba, por tanto, de nazis de los primeros tiempos… fanáticos que nos tiranizaban con violencia. Una noche nos sacaron de la cama y nos hicieron formar filas, medio dormidos, vestidos de chándal. Un oficial de las SS nos llamó a uno a uno fuera de la fila y trató de inducirnos para enrolarnos como voluntarios en el cuerpo de las SS, aprovechándose de nuestro cansancio y comprometiéndose delante del grupo reunido. Un gran número de camaradas de carácter bondadoso fueron enrolados de este modo en este cuerpo criminal. Junto con algunos otros, yo tuve la fortuna de decir que tenía la intención de ser sacerdote católico. Fuimos cubiertos de escarnio e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a gloria, porque sabíamos que nos librábamos de la amenaza de este enrolamiento falsamente voluntario y de todas sus consecuencias…’
Joseph Ratzinger fue hecho prisionero por el ejército de los Estados Unidos a finales de la guerra en 1945. Tenía 18 años. Recluido con otras 50 mil personas, recobró su libertad en junio. La reunión con su familia fue muy especial. Padeció hambre en el campo de reclusión, la ración diaria era de un cucharón de sopa y un trozo de pan y eso hizo que Ratzinger recordara la primera comida en casa siendo libre: ‘Nunca en mi vida he comido una comida con tanto gusto como el almuerzo que preparó mi madre aquella vez con los productos de nuestro huerto…’
Los meses posteriores fueron un tiempo para reflexionar sobre el don de la vida y de la libertad. Después de la amarga experiencia del futuro Papa Benedicto XVI en el servicio militar de Reich, sólo pudo demostrar su agradecimiento ‘por la esperanza que renacía aun medio de todas las destrucciones’ .