El padre misericordioso y los dos hijos

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

La cuaresma es un tiempo de conversión, lo cual significa un cambio de dirección en nuestra vida para retomar el camino correcto y adecuado para llegar a la casa del Padre. Veamos.

 

  1. El hijo menor: vida libertina, arrepentimiento y conversión

“Un Padre tenía dos hijos, el menor le pidió la parte de su herencia. En pocos días juntó todo lo suyo y se fue a un país lejano”. ¿Por qué se quiso ir? ¿No estaba contento en su casa? ¿Quería cumplir los deseos de un joven de su edad? ¿Estaba cansado de tanto trabajar? No lo sabemos. El texto solo dice que se alejó de su casa y su familia. Tampoco se fue enojado sino contento. Al estar lejos de su casa hizo lo que se le pegó la gana: sin reglas, sin vigilancia, sin consejos. Al final se quedó solo y sin nada. El joven tomó una decisión: buscar trabajo (no pidió limosna o fiado). Su Padre le había enseñado a trabajar (la mejor herencia). Aún con el trabajo, el joven sentía que esa no era la vida que había deseado o imaginado, por ello, pensó en regresar a su casa solo como un trabajador. Se levantó de su situación precaria y se puso en camino. El camino de regreso debió ser más dificultoso por la situación precaria que estaba viviendo, pero eso no lo desanimó y llegó a su casa como pudo. ¿Alguna vez has estado en una situación parecida? ¿Te has quedado tirado en el suelo o te has levantado? ¿Has regresado por el buen camino o sigues ahí?

 

  1. El Padre: amoroso, misericordioso y comprensivo

“El Padre les repartió su herencia”. El Padre, con dolor y tristeza, pero también con amor y alegría, reparte los bienes que ha acumulado durante toda su vida   y ve partir a su hijo. El padre sabe que su hijo un día va a regresar y vive cada día esperando este momento. El hijo vuelve. Al verlo de lejos, su Padre corrió a abrazarlo y le cubrió de besos (señal de perdón y de paz). El padre no juzga, no hiere, no condena. El padre abraza, perdona y se alegra. Y manda hacer una fiesta por haber recobrado a su hijo sano y salvo. El mismo san Lucas afirma que «hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por 99 justos que no necesitan conversión». Lc 15,7. Cuando regresa su hijo mayor, también sale a recibirlo, pero a diferencia del otro hijo, a éste tiene que rogarle que entre a su casa. Y ante los argumentos de justicia que le presenta el hijo mayor, el padre responde con un acto de amor: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. A los dos hijos recibe con amor, a los dos les ofrece ser parte de esta fiesta, a los hijos les reconoce su dignidad de hijos. Como padres: ¿Recibimos bien a nuestros hijos? ¿Les reprochamos o castigamos su comportamiento? ¿Somos padres buenos y misericordiosos? Nuestro Padre Dios siempre estará esperando nuestro regreso y así seamos los pecadores más necios, seamos el hijo menor o el mayor, siempre está dispuesto a amarnos, a escucharnos, a perdonarnos. Volvamos a la casa del Padre con alegría, no con coraje (esa es la confesión).

 

  1. El hijo mayor: vida correcta, enojo y reproche

“El hijo mayor al volver a casa, escuchó la música y las danzas. Se enojó y no quiso entrar”.  El hijo mayor también recibió la herencia y siguió trabajando, sin desobedecer jamás un mandato de su padre. Al parecer esto no le hacía feliz. Siempre quiso un cabrito pero nunca se lo pidió a su padre, también quería divertirse con sus amigos pero tampoco se decidió hacerlo. Esa falta de decisión y de comunicación con su Padre le tenía molesto, alterado y estresado, pero no lo decía. Cuando regresó su hermano, le demostró ese enojó a su Padre. El hijo mayor no se alegra, no lo abraza, no lo perdona; su argumento: “haberse malgastado la fortuna de su padre con malas mujeres.” En parte tenía razón, pero el padre tampoco estaba contento con el comportamiento de su hijo sino porque había regresado sano y salvo. El hijo mayor había disfrutado de los bienes de su padre toda la vida, pero eso no lo agradece ni siquiera se da cuenta de las bendiciones recibidas al estar siempre en casa. Esta actitud demuestra egoísmo, falta de amor y cerrazón en el corazón. ¿Cuántas veces nos hemos comportado así con algún hermano pecador que regresa a la Iglesia? ¿Cuántas veces hemos juzgado y condenado? Seamos comprensivos y misericordiosos con ellos, como nuestro Padre Dios lo es con nosotros. Amén.

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