En su constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), el Concilio Vaticano II frenó con firmeza el «ultramontanismo«, la acalorada teoría de la supremacía papal que reducía a los obispos locales a directores de sucursal que se limitan a ejecutar los dictados desde Roma del director general de «Iglesia Católica, S.A.»
El golpe de gracia para el concepto distorsionado del ultramontanismo sobre la autoridad eclesial se lo dio el párrafo 27 de la constitución dogmática:
«Los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas […]. Esta potestad que personalmente ejercen en nombre de Cristo es propia, ordinaria e inmediata, aunque su ejercicio esté regulado en definitiva por la suprema autoridad de la Iglesia y pueda ser circunscrita dentro de ciertos límites con miras a la utilidad de la Iglesia o de los fieles. En virtud de esta potestad, los obispos tienen el sagrado derecho, y ante Dios el deber, […] de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto».
Una de las muchas singularidades del actual momento católico es que, en nombre de una «sinodalidad» proclamada como cumplimiento de la promesa del Vaticano II -que presumiblemente incluye la enseñanza del Concilio sobre la autoridad de los obispos locales como verdaderos vicarios de Cristo-, la «suprema autoridad de la Iglesia» está socavando de manera muy grave la autoridad episcopal al microgestionar con mano dura el uso de la forma extraordinaria del rito romano (la llamada «misa tradicional en latín«).
El último ejemplo de este nuevo ultramontanismo llegó en un rescripto del 21 de febrero, cuando «la suprema autoridad de la Iglesia» estableció que, en adelante, los obispos deben obtener permiso del cardenal Arthur Roche y del Dicasterio para el Culto Divino antes de permitir el uso de la forma extraordinaria en las iglesias parroquiales o que los sacerdotes ordenados después del 16 de julio de 2021 celebren la misa tradicional en latín.
El portavoz periodístico del actual pontificado, Gerard O’Connell, de America, aplaudió de forma fiable este diktat porque dejaba «claro que los obispos no pueden tomarse la justicia por su mano». Todo lo contrario: el rescripto del 21 de febrero contradice la enseñanza de Lumen Gentium 27 sobre el papel del obispo local como principal liturgista de su diócesis. También yerra cuando define la «ventaja [para] la Iglesia o [para] los fieles» del ejercicio de la autocracia papal del rescripto. Así, una vez más, los obispos quedan reducidos a ejecutores de las órdenes del cuartel general romano.
En una ironía que parece escapárseles, los apologistas del nuevo ultramontanismo replican que este apaleamiento de los obispos locales era necesario porque los tradicionalistas litúrgicos niegan la autoridad del Vaticano II. Esto es cierto para algunos. Pero los que niegan el Concilio son una fracción minúscula de esa pequeña pero vital minoría de católicos que entienden que su culto litúrgico mejora con la forma extraordinaria del rito romano. ¿No sería mejor que «la suprema autoridad de la Iglesia» dirigiera su atención corporativa al catastrófico colapso de la asistencia a misa en todo el mundo occidental? ¿O a los abusos habituales de la práctica litúrgica en países como Suiza y Alemania? ¿En qué beneficia «a la Iglesia o… a los fieles» despreciar como leprosos litúrgicos a quienes asisten a la iglesia todos los domingos y luego ordenar a sus obispos que, de ahora en adelante, esos malhechores deberán ser desterrados al gimnasio de la parroquia para asistir a misa?
El rescripto de Roche también plantea cuestiones muy serias sobre la «sinodalidad», intensificando la preocupación de que este término indefinido y torpe sea la tapadera de un intento coordinado de imponer una interpretación católica light del Vaticano II a toda la Iglesia mundial. Dicho intento fracasará. Pero en el proceso se causará mucho daño pastoral, y se perderá una oportunidad de profundizar en la recepción por parte de la Iglesia de la auténtica enseñanza del Vaticano II.
Funeral solemne por el cardenal Pell en la catedral de Santa María de Sidney, el 2 de febrero de 2023.
Soy un hombre del Novus Ordo. Cualquiera que dude de que el Novus Ordo puede celebrarse con la grandiosidad y la reverencia que los católicos de la misa tradicional en latín encuentran en la forma extraordinaria puede ver la celebración del Solemne Réquiem Pontificio por el cardenal George Pell en Sydney (Australia), o los vídeos de la misa dominical de la Iglesia católica de Santa María en Greenville (Carolina del Sur).
También rechazo, es más, deploro, la polémica anti-Vaticano II de una minoría marginal de tradicionalistas litúrgicos que, de manera irreflexiva, han entregado una pistola cargada a sus enemigos romanos.
Sin embargo, como estudioso del Concilio y autor de Santificar el mundo. El vital legado del Vaticano II, me parece que el rescripto de Roche viola tanto la letra como el espíritu de lo que Lumen Gentium enseñó, al tiempo que no contribuye en nada a la correcta aplicación de la constitución del Concilio sobre la Sagrada Liturgia.
Tanto estas cuestiones como el cardenal Roche serán objeto de considerable atención en el sínodo de octubre de 2023, y en las Congregaciones Generales previas al próximo cónclave.
Por George Weigel
Lunes 13 marzo 2023.