El magisterio de la contradicción:  algo no puede ser y no ser a la vez y en el mismo sentido

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Como era de esperar, desde ayer se vienen sucediendo múltiples reacciones a la declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Voy a intentar añadir a los análisis que ya se han hecho un punto que me parece de capital importancia para entender la relevancia de este documento.

Lo más evidente, y que todos los medios han resaltado acertadamente, es que la actual declaración viene a contradecir la respuesta que publicó hace dos años el mismo dicasterio de la curia romana sobre el mismo tema de las bendiciones a uniones homosexuales. Es cierto que el autor del presente documento, el Cardenal Víctor Fernández, ha salido rápidamente a insultar nuestras inteligencias afirmando que no hay contradicción alguna, que nos lo estamos inventando todo. Uno al menos esperaría que, ya que el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe está usando su posición para ventilar sus posturas ideológicas, al menos reconociera lo que a todas luces es evidente.

Una justificación tramposa

Víctor Fernández ha dicho a Infovaticana que según el nuevo documento no se bendeciría la unión (aclara que especialmente si por unión se entienden las relaciones sexuales), sino que «sí se bendice la pareja, incluyendo en la oración -además de pedir salud, paz, etc.- un pedido a Dios para que puedan responder plenamente a su voluntad». En una más que evidente obsesión por la cuestión genital, Fernández aclara que: «muchas veces esas parejas hace años que no tiene sexo, pero han encontrado un sentido en la vida compartida y la ayuda mutua. Cuando es así, puede suceder que no solamente ya no hay un «pecado» sino que además hay valores».

Bueno, pues aunque el cardenal experto en el arte de besar insista en que el documento «ha sido cuidadosamente pensado para evitar cualquier interpretación errónea», es evidente que está queriendo tomarnos el pelo. Para descubrirlo basta con acudir a la respuesta del año 2021 que, según Víctor Fernández, sería perfectamente compatible con lo que se dice hoy.

En tal respuesta se declaraba ilícita la bendición de uniones homosexuales. El juego al que ahora juega el Card. Fernández, es el de jugar con la ambigüedad del término «unión». Es cierto que la respuesta no aclara este término, porque resulta evidente que la unión sería el objeto de la bendición, dado que la respuesta de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe dice literalmente que «La respuesta al dubium propuesto no excluye que se impartan bendiciones a las personas individuales con inclinaciones homosexuales, que manifiesten la voluntad de vivir en fidelidad a los designios revelados por Dios así como los propuestos por la enseñanza eclesial». Es decir, no hablamos de la bendición de personas homosexuales, algo que jamás se ha prohibido, sino que lo que sería ilícito sería la bendición de la unión o relación homosexual, algo que se declararía explícitamente en la bendición y que sería lo pedido por los fieles que acuden al sacerdote.

Fernández dice que se «bendice la pareja» dando a entender que se bendeciría a las personas pero no su unión pecaminosa. Bueno, pues eso es absurdo, porque la pareja no es una mera yuxtaposición de dos personas. De lo contrario estaríamos en el caso de la bendición de homosexuales individualmente, que ya se ha dicho que no es problemático. Dos personas son pareja cuando tienen una unión entre ellas, y si se bendice la pareja es que se bendice la unión que constituye y da sentido a esa pareja. Es decir, como afirmaba claramente la respuesta de 2021: «la bendición manifestaría no tanto la intención de confiar a la protección y a la ayuda de Dios algunas personas individuales, en el sentido anterior, sino de aprobar y fomentar una praxis de vida que no puede ser reconocida como objetivamente ordenada a los designios revelados por Dios». En resumen, la distinción que establece Fernández entre bendecir uniones homosexuales y bendecir parejas homosexuales es falsa, absurda y ofensiva para la inteligencia de los fieles.

No es éste el único problema del documento, sino que se puede decir que hace aguas por todas partes y los distintos argumentos que Fernández trata de usar para justificar lo injustificable son siempre desmentidos por las mismas fuentes en las que se apoya. Ayer hice un programa de dos horas con el P. Juan Razo (cuyo canal de YouTube recomiendo vivamente), en el que apunté todos los puntos débiles de esta nueva declaración.

El magisterio de la contradicción

Ahora bien, el punto que quiero añadir a todo esto es la auténtica relevancia que tiene el documento del Dicasterio presidido por el Card. Fernández, que creo que va más allá de la autorización o no de la bendición de parejas/uniones homosexuales. Seamos claros, aunque la Congregación para la Docrtina de la Fe había declarado ilícitas ya estas bendiciones, no faltaban grupos de sacerdotes que las hacían públicamente, sin ningún tipo de consecuencia. De la misma forma, los que aún mantenemos la fe católica vamos a hacer ahora exactamente las mismas bendiciones a parejas/uniones homosexuales que hacíamos antes, es decir, ninguna.

El problema que tiene el documento es que, aunque el Card. Fernández se empeñe en negarlo, establece una contradicción evidente con lo que ya se había declarado, con argumentos de peso, hace dos años. Los que, en este tiempo de locura, todavía conservamos la razón sabemos que algo no puede ser y no ser a la vez y en el mismo sentido. Dos cosas contradictorias no pueden ser simultáneamente verdad. O es lícito bendecir parejas/uniones homosexuales o no es lícito, pero ambas cosas no pueden ser verdaderas a la vez. Pero si, por una supuesta fidelidad al Papa se nos obliga a aceptar que lo que antes era verdadero ahora era falso, entonces se nos está haciendo creer que la fidelidad al Papa supone la irracionalidad. Y la fe no puede ser irracional.

Entonces se puede ver cuál es el daño real que está haciendo Víctor Fernández, más allá del que puede suponer en la conciencia de los sencillosVíctor Fernández ha destruido cualquier credibilidad o certeza que pudiera tener el Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Si ahora afirma lo que hace dos años se negaba, ¿qué evita que pasado mañana se pueda volver a negar otra vez lo que ahora se afirma? Y así con absolutamente todo. Estamos en la época del «magisterio de la contradicción»

Es curioso, porque en la introducción a la Declaración Fiducia supplicans el mismo Card. Fernández afirma con una absoluta falta de escrúpulos: «nuestro trabajo debe favorecer, junto a la comprensión de la doctrina perenne de la Iglesia, la recepción de la enseñanza del Santo Padre». Entonces nos hacemos la siguiente pregunta: ¿es ahora el Dicasterio para la Doctrina de la Fe una herramienta más o menos efectiva que antes para desarrollar ese trabajo? La respuesta más evidente es que ahora mismo ese Dicasterio no tiene efectividad alguna, porque ha quedado claro que su única función es justificar cualquier cambio doctrinal que sea interés de la autoridad superior, aduciendo las razones que haga falta, por inverosímiles que sean.

La situación es semejante a la que sucede en las democracias liberales actuales, donde se confía en una supuesta infalibilidad de las estructuras estatales hasta que llegan al poder, inevitablemente, las fuerzas que pretenden avanzar un paso más en la revolución. En ese momento los socialistas, comunistas y demás grupos, proceden a destruir esas estructuras que han utilizado para alcanzar el poder, ante la mirada atónita de los bobos liberalones que se niegan a asumir la realidad, refugiados en conceptos vacíos como «estado de derecho», «separación de poderes» y demás conceptos vacíos que han pretendido sustituir el orden y la justicia de la sociedad tradicional. La mirada atónita en nuestro caso es la de aquellos obispos que todavía mantienen la fe y que confiaban en que cosas como las que estamos presenciando eran imposibles. No es tarde para que despierten y empiecen, por fin, a jugarse la mitra (no pedimos tanto como que se jueguen el cuello, aunque no estaría mal) en la defensa de la única fe que nos conduce a la Salvación.

Queda la última pregunta.

¿Qué debemos hacer?

Pues la respuesta sigue siendo la misma de siempre: permanecer fieles en la fe de la Iglesia, la que han predicado los pastores desde el testimonio de los Apóstoles. Mantener la unión con el Papa, fundamento visible de la unida de la Iglesia, fuera de ideologías papolátricas tan ajenas a la Doctrina de la Iglesia como a la misma historia. Y oración y penitencia. No hay que olvidar que la lamentable situación que vivimos en la Iglesia no es sino la consecuencia de la mediocridad con la que vivimos la mayor parte de los católicos.

No nos queda más remedio que elegir (aunque ciertamente no hay elección posible) entre dos opciones sin otras posibilidades:

  • De un lado tenemos al superhombre, el Card. Fernández, para quien la razón, la virtud y la justicia no son más que pobreza, suciedad y un lamentable bienestar. El Cardenal argentino encarna el valor de la fuerza y del poder puestos al servicio de la pura voluntad. Cualquier cosa es justificable si sirve al proyecto de librar al cristiano de las viejas ataduras de la Revelación y la Tradición de la Iglesia. Él está gritando a los clérigos desde su púlpito recién estrenado: «¡no vuestro pecado, vuestra moderación es lo que clama al cielo, vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo que clama al cielo!»
  • De otro lado tenemos a Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre, que abraza todo eso que el mundo desprecia: la verdad, la caridad y la pureza. Él ha dado su vida por la Esposa, la Iglesia y la ha purificado. Ya ha vencido a las fuerzas del superhombre, aunque para gozar de su victoria hay que pasar por el estrecho camino de la Cruz, esa misma que están sufriendo los pastores fieles a Cristo en defensa de la Fe.

Algunos ya han elegido lado, por lo visto. Nosotros clamamos, con la Santísima Virgen: «Oh, Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo por los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más».

Por P. Francisco José Delgado.

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