El hospital de campaña levanta muros y olvida puentes: imponen Pasaporte de vacunas para acceder al Vaticano

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Dios no hace acepción de personas, pero el Vaticano, sí. Tenemos que ir a las periferias, pero cuando los descartados de estas periferias no están vacunados, mejor que no vengan a nosotros. La decisión de la Santa Sede de negar la entrada al centro de la cristiandad católica a quienes no se sometan a las ridículas, inútiles y totalitarias medidas de control sanitario levanta muros, no puentes, frente a peregrinos de todo el mundo que aspiran a decidir libremente qué se meten en el cuerpo, y que han podido concluir que un medicamento experimental con una técnica nunca usada no es lo más conveniente en su situación personal.

Todas las supuestas vacunas –todas ellas tienen buen cuidado de no denominarse vacunas en los informes entregados para su autorización de emergencia-, como ya es sobradamente conocido y oficializado por los propios fabricantes, reducen presuntamente las probabilidades de sufrir hospitalización y muerte en caso de adquirir la enfermedad, pero no impiden contagiarse o contagiar, algo de lo que ya se tienen pruebas de sobra en el mundo entero, con lo que no se entiende bien qué puede evitarse con estos pases salvo la libertad y la privacidad personales.

La Iglesia que desea Francisco podrá ser un “hospital de campaña”, pero su centro geográfico, visible, se parece más a una fortaleza para católicos de primera, aterrados ante una dolencia con una bajísima letalidad, poseídos de un pánico que lleva a someterse a medidas tan irracionales y discriminatorias como esta.

El organismo regulador de los medicamentos en Estados Unidos, la FDA, ha negado la autorización de una vacuna de refuerzo, alegando que los efectos secundarios de las dos dosis ya comercializadas superan con mucho los parámetros aceptables como para recomendar una nueva dosis, especialmente en los niños y adolescentes, en los que la incidencia de la enfermedad es leve en casi la totalidad de los casos, excluyendo comorbilidades graves. Eso debería hacer pensar a los jerarcas de una Curia que lleva demasiado tiempo aceptando acríticamente y con un entusiasmo que debería limitarse a la fe cualquier medida que se popularice en la élite secular, desde el cambio climático a la cambiante doctrina sobre la pandemia.

Pero eso exigiría una escucha atenta a quienes, a menudo desde un prestigio profesional indiscutible, disienten de la versión oficial. Y cuando se cumplen cuatro años sin respuesta a las sencillas Dubia de cuatro cardenales, dos de ellos muertos esperando al menos una audiencia, parece poco probable.

 

Por CARLOS ESTEBAN.

Infovaticana.

21 de septiembre de 2021.

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