El grupo con más odio a la fe, es el que se dedica a la cultura, asegura el escritor Juan Manuel de Prada.

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Una biblioteca en el oasis es una selección de libros “que de un modo u otro tienen un trasfondo religioso, pero siempre dentro de la literatura profana”. Así lo define su autor, Juan Manuel de Prada, que nos ofrece en un volumen sesenta juicios sobre sendas obras de lo que podríamos denominar -enseguida nos aclarará el concepto- “literatura católica”.

Hay obras maestras, pero no solo: “He tenido una mentalidad de mercedario de la literatura, de rescatador de obras. Algunas no lo necesitaban porque son canónicas, pero otras sí son de autores que uno no tiene habitualmente en la cabeza”.

-¿Por ejemplo?

-Pienso en Léon Bloy, que es un escritor que me deslumbra, pero muy poco conocido.

-Ha mencionado la expresión “canónica”. ¿Podría hacerse un canon de la literatura católica?

-Podría hacerse, porque la calidad literaria es un hecho objetivo. Pero no es lo que he intentado. Una biblioteca en el oasis es un libro al hilo de la vida, de mis lecturas, de mi filias, de mis fobias. Incluye obras de autores no católicos, como el Barrabás de Pär Lagerkvist; obras menores, como El exorcista de William Peter Blatty; y alguna que me parece lamentable.

-Dicho el pecado, ¿podría decir el pecador?

Las sandalias del pescador de Morris West: desde el punto de vista literario y desde el punto de vista religioso me parece una obra patética. ¿Cómo es posible que esa obra fuese tan influyente en ese momento (1963) y que tantos pensaran que la Iglesia tenía que ser eso?

-Todavía no hemos definido qué entendemos por “literatura católica”…

-Es un término que  resulta grotesco aplicado a Cervantes o a Lope, porque vivían en un mundo católico. Cuando hablamos de literatura católica ya estamos hablando de un momento en la que el catolicismo está en retroceso y el escritor católico escribe a la defensiva. Y al mismo tiempo, cuando se te caracteriza como un escritor católico o a tu libro como un libro católico, te están poniendo una etiqueta, te están metiendo en un gueto.

-¿Por qué ese tipo de escritor no abunda en España?

-En España las figuras que surgen para defender la fe católica no son literatos. He considerado escribir sobre Donoso u otros autores, pero no existen grandes escritores que defiendan la fe no desde la literatura apologética sino desde la literatura profana. ¿Por qué? Porque en la época en la que esto ocurría en otros países aquí la cultura católica había perdido preeminencia o capacidad de generar auténticos escritores de talento. En Francia o Inglaterra el escritor católico vivía en tensión con su tiempo y con los procesos culturales que estaban teniendo lugar.

-Sin embargo usted ha incluido a dos españoles contemporáneos en su elenco…

-Sí, dos autores católicos muy distintos que son Pablo d’Ors (El olvido de sí) y Enrique Álvarez (La risa de la Virgen). Hablo con gusto en el caso de ambos y las dos obras que gloso me parecen muy valiosas. También quise introducir dos autores contemporáneos para que no pareciera que esto es una historia cerrada, que un escritor hoy día no puede abordar estas cuestiones. Nuestra época pretende que esta temática quede completamente suprimida de la cultura contemporánea.

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Una biblioteca en el oasis recoge las colaboraciones del autor en Magnificat. El director de la edición española, el sacerdote y teólogo Pablo Cervera Barranco, señala en el prólogo que las obras escogidas son una «ocasión maravillosa para conocer obras literarias que han sido y son cauce de cultura y expresión de la fe».

-¿Por qué abundan en Una biblioteca en el oasis novelas cuyos protagonistas son grandes pecadores?

-Por un lado, todo escritor se proyecta sobre lo que escribe. Escribo desde mi realidad y, como soy un pecador y soy débil, este tema me resulta interesante y elijo libros que tienen que ver conmigo. Más allá de esto, el pecado es un tema importante en la gran literatura católica «a la defensiva», porque es una literatura que le habla a pecadores y a personas débiles. Constituye una corriente muy potente en la literatura del siglo XX y en distintas tradiciones, como la francesa o la misma norteamericana, con Flannery O’Connor. Escriben sobre el pecado, la culpa, la traición… Es un mundo que me resulta interesante porque yo creo que lo más sustantivo del arte católico es el drama. Si Cristo no hubiese venido a la tierra, el arte sería tragedia o sería comedia, pero no habría drama.

-¿Podría explicar esto?

-Es que en realidad lo que Cristo nos deja es un drama: es la posibilidad de una redención pero también de una perdición, es el salvarte o condenarte, poder vencer tu debilidad, tu querencia al mal,  a través de las gracias y de los sacramentos. Eso exige drama, y el arte católico es drama.  Hoy en grandes sectores del mundo católico ha dejado de entenderse la razón del arte católico, que es hablar de esto.

-Y los escritores que lo hacen son sus favoritos…

-Como Bloy o el propio Castellani. Me siento muy hermanado con ellos. Posiblemente el menos torturado de todos sea Chesterton, y sin embargo no es un escritor tan diurno como se dice.  Reseño un libro, El manantial y la ciénaga, el último que él publica en vida, que tiene sus zonas oscuras: no es un Chesterton juguetón, es un Chesterton que fustiga e impreca. También me atrae Benson y su alegría de contar con gran desenfado. He incluido entre las suyas Los espiritistas, no muy conocida: una magistral novela de fantasmas en la tradición de Henry James pero desde el punto de vista católico.

-En el índice nos encontramos con el C.S. Lewis de La abolición del hombre, pero no con las Crónicas de Narnia ni con Tolkien…

-Es una limitación personal, lo reconozco. Me resulta duro leer libros que plantean mundos tan fantasiosos. No siendo yo un autor realista, me gusta que haya un pretexto realista. El fantástico “discreto” tipo Henry James sí me atrae, pero un mundo totalmente fantasioso me parte en dos. Me pasa lo mismo con el cine. Es una limitación mía.

-Una de las primeras novelas analizadas en el libro es Silencio, del católico japonés Shusaku Endo, tan desgarradora, tan compleja…

-Es una novela que me ha gustado mucho desde siempre. Fue uno de los primeros libros que reseñé para Magnificat, mucho antes de que Scorsese hiciese la película (2016). Se parece mucho a El poder y la gloria de Graham Greene: una situación de persecución feroz (la persecución en Japón en el caso de Endo o la de los cristeros en el caso de Greene) y del daño que puedes hacer a otras personas a través de la profesión de la fe.

-¿Por qué fue tan polémica la versión cinematográfica?

-La película se entendió mal. Scorsese es totalmente fiel a la novela y trataron de atribuirle intenciones que están todas en la novela. Me ocurrió una cosa muy curiosa. Me llamaron de L’Osservatore Romano para escribir sobre la película. Pregunté si había alguna orientación, si querían lanzar un mensaje oficial, dado que L’Osservatore Romano se lee como quien lee la palabra del Papa. “En este tema no”, me dijeron: “Lo consideramos un tema cultural y lo que escribas nos parecerá bien, si es a favor como si es en contra”. Vi la película, me gustó mucho y escribí bien sobre ella.

-Eso le supuso algunos problemas…

-Se interpretó como si yo fuese la voz oficial del Vaticano y Francisco tuviese mucho interés en promocionarla. Y esto no es cierto. Se me dio libertad absoluta. Por escribir este artículo mucha gente pensó que yo era un lacayo de la línea oficialista del vaticano, una cosa demencial. Hay cosas del Papa Francisco que no me gustan y lo he dicho, hay cosas que me gustan y lo he dicho también, pero nunca me he caracterizado por ser oficialista. Percibo que en cierto mundo católico empieza a haber desvaríos, porque a la vez que se me acusa de ser un francisquista desatado se me acusa de ser sedevacantista…

-¿Cuál era el problema de fondo con Silencio?

-Hay muchos sectores del mundo católico que no entienden ese componente dramático del arte al que me refería antes. ¡Pero se corresponde con la propia vida de Jesús! También Jesús fracasó. Jesús fracasó con el joven rico, Jesús fracasó con los nueve leprosos que no vuelven después de su curación, Jesús fracasó con Poncio Pilato, Jesús fracasó con Judas… El fracaso, la traición la tibieza, la cobardía, la infidelidad, están presentes en la vida, y también en la vida de Cristo. Un arte que no muestre eso está falsificando la realidad y está incumpliendo la norma del arte católico, que es el drama.

-Y el drama envuelve la lucha mencionada entre el pecado y la gracia…

-Castellani se burlaba de quienes entienden los efectos de la redención como una especie de Atila y buscan que en un libro católico todo el mundo sea buenísimo, todo el mundo se convierta, todo el mundo se deje martirizar, todo el mundo confiese a Cristo hasta el final… Y decía que Cristo no es un Atila que allá por donde pasa convierte a todo el mundo. La Redención es otra cosa, la Redención cuenta con el ser humano, no convierte al hombre en en un robot. El ser humano es un abanico de posibilidades infinitas y un arte verdaderamente católico tiene que mostrar eso, no puede mostrar solamente a mártires… ¡que me parecen  un extraordinario motivo de inspiración literaria! Pero lo otro también existe.

-¿Qué debe contar hoy un escritor católico a sus lectores?

-La principal tragedia es que los presupuestos de la cosmovisión católica ya no son comprensibles para el mundo en el que vivimos, le resultan ininteligibles: la redención, el pecado original, todo lo que explica la naturaleza humana, las dificultades del vivir y al mismo tiempo la maravilla del vivir, el sentido de la vida… Tenemos a los bárbaros enseñoreándose de una civilización que ya no comprenden. A lo que se suma el odium fidei [odio a la fe], que en el mundo cultural está más concentrado que en cualquier otro mundo.

-¿Más que en la política?

-Se percibe más en el mundo político por su repercusión social. Pero no hay ningún grupo humano donde haya más odio a la fe que en el que se dedica a la cultura. Para un escritor resulta muy duro ofrecer una mirada religiosa sobre el mundo, porque sabe que automáticamente va a ser excluido.

-¿Por qué ese odio? ¿Por el predominio de la izquierda?

-El odio a la fe es más furibundo en el ámbito de las izquierdas porque, como decía Donoso, el socialismo tiene una teología propia, mientras que el liberalismo es escéptico. Pero ese odio es igual en derechas y en izquierdas. Ese predominio de la izquierda no es absoluto. En el mundo de la cultura hay mucha gente de derechas… que también tiene odio religioso.

 

Carmelo López-Arias / ReL,

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