Él es quien doblega nuestra soberbia

Pbro. Hugo Valdemar Romero

Han transcurrido 50 días de la resurrección del Señor  y este tiempo pascual de fiesta y alegría se cierra hoy con la solemnidad de Pentecostés, es decir, la promesa cumplida de Jesús a sus discípulos de que les enviaría el Espíritu Santo que les enseñaría y haría comprender todas las cosas que habían vivido y les había enseñado.

Antes que nada debemos aclarar que el Espíritu Santo es una persona, la tercera persona de la Santísima Trinidad, que, como dice el credo que proclamamos todos los domingos, procede del Padre y del Hijo, es Señor y Dador de Vida, Creador de todas las cosas  y que con el Padre y el Hijo recibe la misma adoración y gloria.

Para comprender al Espíritu Santo que hemos recibido el día de nuestro bautismo, y más especialmente en nuestra confirmación, más que definirlo o comprender quién es, lo conoceremos mejor si sabemos qué es lo que hace.

El hermoso y antiguo himno que recitamos hoy en la misa, antes del Evangelio, lo describe muy bien. El Espíritu Santo es el que envía su luz desde el cielo para iluminarlos, penetra en las almas y nos da sus siete dones. El Espíritu Santo es el Padre de los pobres, fuente de todo consuelo, es el amable Huésped del Alma y el que nos da paz en las horas de batalla.

El Espíritu Santo es pausa en el trabajo, brisa en un clima de fuego y consuelo en medio del llanto. Sin su inspiración divina, los hombres no podemos nada y el pecado nos domina.

El Espíritu Santo es el que lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas. Es el quien doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad y endereza nuestras sendas. Es el que nos da virtudes y dones, el que concede una santa muerte y da el gozo eterno.

“Espíritu Santo, ven a mí, ilumina y transforma mi vida, límpiame de todo pecado, arranca la maldad y el odio de mi corazón, dame tu luz para que pueda conocer a Dios, dame tu fuego para que te ame con todo mi corazón, inflama mi caridad para que sea capaz de amar a todos, incluso mis enemigos y dame vida, esa vida de Dios que es la vida verdadera, que es plena y que nunca se acaba.

Desde el fondo de mi alma te imploro, Espíritu Santo, ven.   

Feliz domingo, Dios te bendiga.

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