El celo de tu casa me devora

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Iniciamos el camino de la Cuaresma en el DESIERTO (lugar de purificación), subimos a la MONTAÑA (lugar de la transfiguración) y ahora nos encontramos en el TEMPLO (lugar de oración). El diablo dudaba si Jesús era Hijo de Dios, el Padre del Cielo contesta que Jesús “es su Hijo amado”; pero hoy, quienes no estuvieron en la Transfiguración, piden una señal que justifique su autoridad en el Templo.

  • La casa de Dios es un mercado

Esta crítica es para todos aquellos Obispos, sacerdotes y laicos que han convertido la casa de Dios en una empresa, un local comercial o un changarro. Jesús viene a voltearnos las mesas de la indiferencia, del egoísmo, de la avaricia y la codicia de los bienes materiales, Él viene a purificar nuestras iglesias de la influencia del consumismo implementado por el capitalismo neoliberal. Jesucristo nos hace una llamada de atención para no caer en el juego excluyente de la economía: no debemos vender los sacramentos o al menos no subir el costo de los aranceles establecidos en cada Diócesis o en la Provincia eclesiástica. No a la simonía.

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  • El Templo es la casa de mi Padre

 No sabemos exactamente si los judíos se molestan porque les voltea las mesas o porque llama a Dios su Padre. Los que si entendieron el mensaje fueron sus apóstoles más cercanos (seguramente los que fueron a la Montaña con Él), pues ellos se acordaron de la Escritura: «El celo de tu casa me devora» Sal 69,10. Este acontecimiento tiene como finalidad principal “purificar el Templo” (Jn 2,15), devolverle su sentido original de ser «Casa de oración» (Mc 11,17), pues el Templo es el “Lugar donde habita Dios” (1ª Re 8,13.20), representa la presencia de Dios entre su Pueblo, es la Casa de su Padre (Lc 2,46-49).

  • Destruyan este Templo y en tres días lo reconstruiré

Jesucristo habla de un Templo no construido por manos humanas (Is 66,1 y Hec 7,49) sino de su propio Cuerpo. Jesucristo anunciaba su propia muerte y su Resurrección al tercer día. Es una señal para indicar que, aunque el Templo es un lugar sagrado, vendrán días en que «adorarán el Padre en Espíritu y en verdad» (Jn 4,23-24). Cristo va a morir para destruir el pecado y expulsar el mal del ser humano, para ponernos en gracia con Dios, para iniciar una nueva manera de dar culto a Dios. Jesucristo, al resucitar, nos libera de las ataduras de la muerte.

Purifiquemos nuestro propio Templo en esta cuaresma. Venzamos las iniquidades, los egoísmos, las idolatrías, la lujuria, la gula. Recordemos que nuestro cuerpo es «Templo del Espíritu Santo» (1ª Cor 3,16-17 y 6,19). Vayamos a confesarnos, hagamos oración, ayunos y abstinencias, para mortificar el Cuerpo y purificarlo. Jesucristo quiere “misericordia y no sacrificios” (Os 6,6 y Sal 50,16), espera un «corazón contrito y humillado« (Sal 50,17).

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