Antoni Gaudí (1852-1926), creador de la famosa basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, era un hombre santo, extremadamente religioso y piadoso, escribe Francesco Della Rovere (GerminansGerminabit.Blogspot.com, 10 de septiembre).
Pero Gaudí también tenía una personalidad muy peculiar. Desde muy joven tuvo un carácter solitario y reservado, dedicado exclusivamente a la Sagrada Familia.
Vivía como un ermitaño. Cuando fue atropellado por un tranvía, la gente que acudió a ayudarle pensó que era un vagabundo. Sólo hablaba catalán y era muy testarudo.
Hace exactamente cien años, Gaudí quiso entrar en la iglesia de Sant Just i Pastor para asistir a misa, pero la policía, que no dejaba entrar a nadie, se negó a dejarle entrar. Él respondió en catalán: «Pues yo entro».
La situación se volvió tensa entre la policía y el arquitecto, entonces un tal Valls intervino y defendió a Gaudí, hablando incluso en castellano.
Ante la insistencia de estos dos hombres, finalmente fueron llevados a comisaría, donde Gaudí fue maltratado e insultado.
Al final le impusieron una multa de 50 pesetas, que Gaudí pagó religiosamente, y en un gesto de caridad cristiana pagó también la multa de 25 pesetas de una persona detenida por vender fruta sin licencia.
Más tarde, los nacionalistas catalanes afirmaron que había sido detenido por hablar catalán, lo que no es cierto.
Para los secesionistas catalanes, Gaudí se ha convertido en un héroe de su causa, «lástima que sólo admiren este pequeño detalle de su vida o la extraordinaria obra de la Sagrada Familia, pero no su piedad y santidad», escribe Francesco Della Rovere.
Menciona otro detalle: Cuando registraron a Gaudí en comisaría, le encontraron verdaderas «armas de destrucción masiva»: el crucifijo, el Santo Rosario y el libro de la Misa.
En 1936, la tumba de Gaudí en la Sagrada Familia fue saqueada y profanada por los comunistas («Infierno Rojo»), a los que el actual régimen socialista español intenta rehabilitar.
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