El AMOR es Don y Gracia

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

En círculos religiosos, especialmente católicos, levantan sospechas cuando alguien insiste en el Amor incondicional de DIOS hacia los hombres. Pareciera que la justicia y la santidad de DIOS se vieran cercenadas por un Amor sin medida, que se convierte, sin embargo, en Divina Misericordia para todos los hombres. Manejamos en nuestros ambientes religioso los conceptos de Gracia, gracias o gratuidad, y los vamos aplicando allí donde nos parece más conveniente. Por lo menos hemos conseguido adoptar un lenguaje que nos va aproximando a la realidad de las cosas. La realidad que late en el fondo es DIOS mismo y, por tanto, nuestra comprensión va a resultar muy parcial. Abrimos los ojos a la Creación y sus magnitudes nos sobrecogen; y a renglón seguido debemos concluir con el autor sagrado que toda esa Creación visible es como “polvo en la balanza” (Cf. Is 40,15). DIOS que es AMOR o MISERICORDIA, es infinitamente más que la Creación visible por extraordinaria que ésta aparezca ante nuestros ojos, a través de los descubrimientos de la ciencia. “DIOS nos amó primero” (Cf. 1Jn 4,19), y esto quiere decir entre otras cosas, que en el comienzo de todo está el AMOR, y con preferencia el AMOR es el fundamento del hombre mismo. El MAESTRO de la Gracia, JESUCRISTO, viene a nuestro mundo a revelarnos esta verdad que sigue resultando nueva y desconcertante. “DIOS nos ha destinado por exclusiva iniciativa suya a ser sus hijos, de tal manera que lleguemos a ser santos, como ÉL es SANTO, por el AMOR” (Cf. Ef 1,3-4). La gratuidad de DIOS manifiesta la total libertad en la que toma sus decisiones, para crear a sus hijos también dentro de un marco de libertad suficiente para tomar decisiones. A  lo largo de cada existencia individual y personal la decisión más importante es la de aceptar o rechazar a DIOS que es AMOR. JESÚS de Nazaret es el ENVIADO por el PADRE para ofrecernos de manera definitiva este máxima revelación: DIOS que es MISERICORDIA ama al hombre incondicionalmente. Cada hijo que viene a este mundo debería oír desde el seno materno la verdad fundamental que le está dando su razón última de existir: “eres hijo de DIOS y ÉL te ama incondicionalmente”. En los primeros meses y años, el niño acepta de buen grado esta gran verdad que el ambiente circundante tratará de oscurecer, y si es posible de extinguir; pero habrá quedado en el interior de ese hijo una huella imborrable de la verdad eterna con la que ha venido el niño a esta existencia. La madre descrita en el libro de los Macabeos, que va presenciando la muerte de sus siete hijos por no renegar de la Fe, les exhorta diciendo: “yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco  organicé yo los elementos de cada uno…..” (Cf. 2Mac 7,20-23). No está la aparición de un ser humano determinado solamente por las leyes biológicas, también está presente la acción directa de DIOS. En todas las fases por las que va pasando el hombre actúa DIOS como don y Gracia. La Gracia siempre es creativa y deja la huella de la novedad de DIOS.

 

El MAESTRO de la Gracia

No es preciso decir, que DIOS no podía permanecer eternamente sin manifestar su esencia misericordiosa, pero así sucedió. En rigor especulativo, DIOS se basta a SÍ mismo y no precisa crear nada y todo lo que realiza lo lleva a cabo como acto de suprema bondad y libertad. Siendo eso así, sin embargo su AMOR o MISERICORDIA se verifica de forma desbordante con capacidad de poder amar una creación totalmente distinta de ÉL, aunque Ángeles y hombres nos hagamos próximos por la impronta de la “imagen y semejanza” con la que fuimos creados. Ambos universos, el angélico y el humano, acarreamos algún que otro problema y DIOS lo resolvió manifestando su esencia misericordiosa. El proyecto de perfección angélica y humana en virtud de la libertad de sus criaturas se ve afectado por el mal que se rebela en último término contra su Creador. La respuesta de DIOS es la de la reconciliación cósmica: “los cielos y la tierra hacen las paces por la sangre de JESUCRISTO” (Col 1,20). La máxima expresión o manifestación de la Misericordia Divina para toda la Creación está en la Cruz de JESÚS. DIOS es MISERICORDIA, pero esto permanecía velado hasta haberse manifestado en JESUCRISTO crucificado. Para eso DIOS tuvo que hacerse hombre, que es la categoría más baja de los seres inteligentes dentro de la Creación: “lo creaste poco inferior a los Ángeles, y lo coronaste de gloria y dignidad” (Cf. Slm 8,5). La humillación de DIOS en JESUCRISTO desconcertó a los  Ángeles: unos lo adoraron y otros se rebelaron.; aunque el mandamiento inicial estaba: adórenle todos los Ángeles de DIOS (Cf. Hb 1,6) En JESUCRISTO, DIOS sale de SÍ mismo  hacia la Creación realizada; y la Creación se ve inundada de una Presencia nueva en virtud de la Encarnación y la Resurrección después de la expiación del pecado en la Cruz, convirtiendo a la acción de la Gracia en un acontecimiento existencial, que participa del destino de la Creación y del hombre en un primer momento. La Gracia tiene nombre propio: JESÚS de Nazaret.

 

El ENVIADO del PADRE

Demasiado grande la misión encomendada al MESÍAS para permanecer durante su vida ajeno  a una lúcida conciencia mesiánica. Dicho de  otra forma: el Evangelio es un salto absoluto con respecto al Judaísmo que lo precedió. JESÚS de Nazaret conjuga como hombre el conocimiento de su identidad divina y el crecimiento de esta conciencia a lo largo de los años en este mundo. “La Ley fue dada por Moisés; la Gracia y la Verdad nos vienen por JESUCRISTO” (Cf. Jn1,17). La Ley sirve de pedagogo como dice san Pablo para dotar a los hombres de unas normas o criterios de índole religiosa y moral. La ley actúa como un espejo en el que el hombre se mira y repara en sus defectos y pecados; pero el espejo no le quita el pecado, sino que lo resalta con intensidad. Por eso dirá san Pablo, que el aguijón de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado es la Ley, pues antes de la Ley existía el pecado, pero no era imputable (Cf. Rm 5,13). La Ley declara o imputa el pecado a la conciencia, pero no tiene capacidad de perdonar, por lo que la Ley aviva el pecado al tener conciencia del mismo. Por la Ley todos hemos sido encerrados en el pecado, pues nadie es capaz de cumplirla en su totalidad y precisión, y una vez  todos encerrados en el pecado, DIOS ha tenido Misericordia de todos” (Cf. Rm 9,15-16) La Ley en sí misma no era mala, pero resultaba del todo insuficiente, porque era incapaz de una verdadera renovación del hombre. La acción de la Gracia puede llevar a término lo que la Ley nunca pudo conseguir. La Ley puede en el mejor de los casos establecer el valor moral de las cosas pero nunca reparar el daño que el pecado ocasiona. El hombre necesita una condición nueva que lo haga superar la Ley del Talión o la condición de hombre terreno sujeto a las leyes de este mundo. El hombre tiene un destino eterno que comienza a gestarse en este mundo. Por Gracia, el hombre puede participar en este mundo de una comunión con DIOS del todo insospechada, pues la acción de la Gracia es DIOS mismo dándose a SÍ mismo como remedio válido a los males que van surgiendo a lo largo de la vida. La Gracia se va experimentando, y entra como un factor nuevo en el conjunto de los que forman la trama de la existencia. JESÚS el MAESTRO de la Gracia emplea una doctrina nueva para enseñar a sus discípulos. Dentro de una aparente normalidad, todo en JESÚS de Nazaret es nuevo en el fondo. Sus palabras transmitidas a los hombres nacen del mismo corazón de DIOS y están asociadas a su persona de modo singular: ÉL es el MAESTRO. Lo que dice y enseña está en el rango del VERBO de DIOS. Con toda propiedad el apóstol Juan en su primera carta lo declara: “lo que hemos visto, oído y tocado del VERBO de la Vida, eso es lo que os trasmitimos” (Cf. 1Jn 1,1-3). La Gracia dada por DIOS en JESUCRISTO es la que puede llevar al hombre a la plenitud de su realización. Hemos sido pensados por DIOS para completar la presencia de CRISTO que nos configura como hijos de DIOS en santidad y Amor (Cf Ef 4,24). Nada tenemos que pueda entrar en el trueque o la contraprestación con DIOS, y ÉL sólo nos pide abandono en su Providencia, y la Fe que se verifica en la confianza dilatada en el tiempo. La Gracia es JESUCRISTO dándose a los hombres como SALVADOR incondicional. La Salvación de JESÚS es perdón de nuestros pecados y rehabilitación en último término de la precariedad radical de la propia condición humana. “Por Gracia somos salvados para que no se deba a nuestras propias obras y nadie tenga de qué enorgullecerse” (Cf. Ef 2,8-9).

 

El Evangelio es Gracia

El Evangelio es la gran revelación dada a los hombres de la victoria de DIOS sobre los males  que aquejan al hombre en este mundo y en el venidero. El evangelio de san Lucas correspondiente al ciclo “C”, que estamos siguiendo, ofrece pasajes exclusivos en los que la Gracia restaura al hombre caído y lo rehabilita como hijo de DIOS: la parábola de “El Buen Samaritano”, o la parábola de “El Padre Misericordioso” (Cf. Lc 10,29ss; 15,11ss). En las dos parábolas mencionadas, la vida humana destrozada por las diversas circunstancias es devuelta a la dignidad primera. Por encima de todo está la persona creada a imagen y semejanza de DIOS, que dispone del tránsito por este mundo para descubrir la paternidad amorosa de DIOS, que no ha escatimado recurso alguno para construir la vida de cada persona en particular. El esmero realizado por DIOS en nuestro favor pide ser reconocido con actitud agradecida. La acción de gracias y la adoración constituyen la respuesta adecuada a la Fe que nace de la Gracia. En los tiempos de la revelación evangélica, el Don precede a la acción: sin el Don o la Gracia resulta imposible llevar adelante el proyecto que DIOS tiene para cada uno. San Mateo lo reflejó al final de su evangelio: “haced discípulos de todos los pueblos bautizando en el nombre del PADRE, y del HIJO, y del ESPÍRITU SANTO; y enseñándoles a guardar todo lo que YO os he mandado” (Cf. Mt 28,20). Una cierta formación o catequesis siempre es oportuna; pero es seguro que los elementos básicos del Evangelio no van a ser comprendidos sin la actuación expresa de la Gracia, que viene por el don espiritual. El desarrollo del Bautismo viene dado por una vida acompañada de una enseñanza permanente. Con esfuerzo, revisión y dedicación vamos forjando unas convicciones cristianas en el orden moral y espiritual. Pueden transcurrir bastantes años para que algunas verdades de nuestra religión aparezcan ante nuestros ojos con suficiente claridad. Esa indagación tuvo que ser asistida por una iluminación especial que la mostrase. Una entrega gratuita de la Sabiduría Divina al que se muestra receptivo con humildad y sinceridad. La comprensión un día de una verdad fundamental hasta un cierto grado, tuvo que ser precedida, de momentos en los que la incomprensión de esa verdad nos rindió y aceptamos quedarnos a la puerta, a la espera de que se abriese. Lo mismo ocurre en el campo de la acción: sucede que un proyecto no sale adelante hasta que se han vivido diversos intentos para realizarlo. Normalmente no se corrige una actitud negativa para siempre al primer intento. Sabemos que la reincidencia en un defecto o pecado puede ser humillante o contribuir con más intensidad a un abandono y confianza en la Gracia que siempre viene en ayuda.

 

Gracia universal

La Gracia de DIOS es JESUCRISTO, el HIJO de DIOS y el Hijo del hombre. JESÚS declara: ”YO pediré al PADRE que os envíe otro DEFENSOR, el ESPÍRITU SANTO” (Cf. Jn 14,16). “ÉL os dará de lo mío, porque todo lo que tiene el PADRE es mío” (Cf. Jn 16,14-15). El ESPÍRITU SANTO, tercera persona de la santísima TRINIDAD, y el HIJO, segunda persona de la TRINIDAD, son igualmente enviados a la Creación, pero existe una diferencia esencial: es el HIJO quien se encarna y toma la humanidad de la VIRGEN MARÍA. Una vez que la Redención está realizada plenamente es el ESPÍRITU SANTO quien va aplicando la Gracia establecida, a cada hombre y a todos de forma universal. Todos los dones disponibles por parte del ESPÍRITU SANTO para los hombres pertenecen al único tesoro de la Redención adquirido para nosotros por JESUCRISTO. Encarnación, Cruz y Resurrección hacen a DIOS presente de una forma nueva en toda su Creación. Una última secuencia de la conciencia viva de JESÚS de su papel como Redentor, HIJO de DIOS y Gracia para los hombre: “Sí, SOY REY –JESÚS ante Pilato-; para esto he venido al mundo para ser testigo de la Verdad” (Cf. Jn 18,37). “La Gracia y la Verdad nos han llegado a los hombres por medio de JESUCRISTO (Cf. Jn 1,17).

 

David respeta la vida de Saúl

La primera lectura de este domingo anticipa la doctrina del Sermón de la Llanura, que da contenido al  Evangelio. Saúl y David son los primeros reyes de Israel. Saúl es ungido rey por el profeta Samuel a petición del Pueblo, que pide estar presididos por un rey como los otros pueblos. Samuel se disgusta y es DIOS mismo quien le indica al profeta que acceda a los requerimientos del Pueblo. El primer libro de Samuel narra distintas secuencias de la vida de Saúl, de las que se extraen lecciones de carácter moralizante en primer término, pues el comportamiento de Saúl oscila de forma notable debido a sus estados de ánimo fácilmente influenciable. El ciclo de Saúl se desarrolla alternado sus luchas con las tribus vecinas, los filisteos y los ammonitas; y la persecución que realiza sobre David, al que dio como mujer a su  hija Mical y el propio David y Jonatán el hijo de Saúl mantenían una noble amistad. David había estado al servicio del rey Saúl para apartar con su música los malos espíritus que por momentos aturdían a Saúl, pero la envidia de éste hacia David no cesaba de aumentar Saúl se declara enemigo mortal de David y decide ir contra él con tres mil hombres. En todo este tiempo, David había reunido en torno a sí a seiscientos hombres de las capas sociales más bajas, pero David los emplazaba a dar una razón más noble por la que luchar. Esta es una etapa en la que David y los suyos actúan como fuerzas mercenarias al servicio y protección de los que quieran aceptarlos con una recompensa mínima.

 

Saúl decide la muerte de David

Bajó Saúl con tres mil hombres escogidos al desierto de Zif, donde suponía que se escondía David. Acampó Saúl en la colina de Jakilá y lo vio David, que envió inmediatamente exploradores y supo con seguridad las intenciones del rey Saúl. Se levantó David y llegó al sitio donde acampaba Saúl. Éste dormía en el centro del campamento rodeado por la tropa. David y  Abisaí se acercaron y Saúl dormía con su lanza en  la cabecera, y Abner y la tropa estaban acostados en torno a él. Entonces Abisaí dijo a David: hoy el SEÑOR ha puesto a tu enemigo en tu mano. Pero David le responde: no se puede atentar contra el ungido del SEÑOR; ha de ser YAHVEH quien le hiera, cuando llegue un día al combate y perezca. Líbreme el SEÑOR de levantar mi mano contra el ungido de YAHVEH” (Cf. 1Sm 26,1-11). Según la Ley del Talión, David tenía derecho a la defensa de su vida y por tanto a eliminar al que estaba atentando contra su vida de forma declarada y pública. Pero David establece una nueva categoría a tener en cuenta: “no se puede atentar contra el ungido del SEÑOR”. Saúl no era uno más entre el común de los mortales, y David reconocía la diferencia, pues también él estaba ungido como futuro rey de Israel por el mismo profeta Samuel, que había ungido a Saúl. Por dos actos de desobediencia, YAHVEH había rechazado a Saúl como rey de Israel, pero sería ÉL quien decidiría el punto final de la vida de Saúl. Ese momento llegaría en la batalla contra los filisteos, en la que perdieron la vida Saúl y su hijo Jonatán tan querido por David (Cf. 2Sm 1,4)

 

DIOS protege a David

David cogió la lanza y el jarro de la cabecera de Saúl y nadie se despertó, porque DIOS había infundido un sueño profundo en todo el campamento. Pasó David al otro lado, en la cumbre del monte, quedando un gran espacio entre ellos; y gritó David a Abner, el jefe del ejército de Saúl: Abner, tú no has custodiado al rey, pues uno del Pueblo ha entrado para matar al rey tu señor. No habéis velado por el ungido del SEÑOR vuestro rey. Mira donde está la lanza y la jarra que estaban junto a la cabecera. Reconoció Saúl y preguntó: ¿es esta tu voz, hijo mío? Es mi voz, respondió David; y añadió, ¿por qué persigue mi señor a su siervo? (Cf. Sm 26,78-19). La narración de esta escena, como las restantes de los libros de Samuel, encierran las grandes verdades que trascienden el hecho y sus circunstancias. Los ungidos por el SEÑOR le pertenecen en todos los aspectos al SEÑOR y ÉL hará justicia en el momento que considere oportuno. David es protegido de forma especial por estas consideraciones con respecto al rey Saúl. Tanto Saúl como David son elegidos del SEÑOR pero sus vidas están lejos de la santidad. La Providencia de DIOS sigue actuando en medio de las incoherencias de los hombres. David establece un principio en su vida que será dispuesto de forma universal por el Evangelio: el juicio sobre los ungidos por el SEÑOR, que son todos sus hijos, pertenece a DIOS  mismo. David situado en un lugar alto se dirige a Saúl que reconoce su voz.

 

La envidia excluye y mata

“Si son los hombres los que te crean rechazo, que sean malditos; pues me expulsan hoy de compartir la heredad de YAHVEH diciendo que vaya a servir a otros dioses” (Cf. 1Sm 26,19). Como en el caso de los patriarcas, David es recompensado por su Fe. Por encima de todo, David quiere mantenerse dentro de la tradición religiosa de sus padres, y es la envidia la fuerza fragmentadora la que lo excluye de esta comunión y pertenencia. David declara: “que no caiga mi sangre en tierra lejos de la presencia de YAHVEH” (Cf. 1Sm 26,20).

 

El juicio en manos de YAHVEH

“YAHVEH devolverá a cada uno según su justicia y fidelidad, pues hoy te ha puesto el SEÑOR en mis manos, pero no querido alzar mi mano contra el ungido del SEÑOR”(Cf. 1Sm 26,23) Saúl reconoció públicamente su pecado, pero el comportamiento del rey Saúl no era fiable, por lo que cada uno siguió su camino. Saúl había reconocido la elección de David, que un día le sucedería en el trono.

 

Enseñanza general

Las bienaventuranzas referidas en este evangelio de san Lucas parece que se dirigen de forma especial al grupo cercano de discípulos; pero el evangelista nos había informado que al bajar JESÚS del monte hacia la llanura estaban allí congregados un grupo amplio de discípulos y  gran muchedumbre venida de Judea, Jerusalén y de las ciudades de Tiro y Sidón, en la región de la costa fenicia. La enseñanza que continúa a las bienaventuranzas va dirigida a todos los congregados en general: “YO os digo a los que me escucháis” (v.27). La fórmula empleada por  san Mateo  es más enfática: “habéis oído que se dijo a los antiguos, pero YO os digo…” (Cf. Mt 5,33-34); sin embargo todos entendemos que las palabras de JESÚS vienen cargadas de una autoridad que es preciso considerar en toda su extensión. En el Sermón de la Llanura, de forma más breve, se está diseñando las cláusulas de la Nueva Ley, que disponen al discípulo a recibir la Gracia. La sencillez de la proposición no le resta importancia: “YO os digo a los que me escucháis”. Van a recibir la nueva doctrina aquellos que de verdad quieran escuchar. El que va a dirigirse a los presentes es la PALABRA eterna, que desde siempre está junto a DIOS (Cf. Jn 1,1). Este último extremo no tiene por qué entrar en la categoría conceptual de los presentes, pero se tiene que producir un clima suficiente de confianza, que haga posible a las palabras de JESÚS llegar al corazón de las personas allí reunidas. El “YO os digo” señala el momento de una gran revelación, que en este caso viene mediante el sencillo vehículo de la palabra humana. La palabra del hombre es un prodigio dentro de los posibles vehículos existentes para comunicarnos. La palabra que utilizamos tiene la consideración de lo cotidiano, pero es algo determinante en la conformación de nuestra condición personal. “De la abundancia del corazón habla la lengua” (Cf.Mt 6,34; Lc 6,45), refiere el mismo Evangelio; pero es que lo que pensamos y sentimos, lo que creemos o juzgamos tiene como vehículo principal la palabra humana. Las palabras construyen mensajes, y estos dirigen nuestras conductas. El privilegio de haber escuchado de viva voz al MAESTRO galileo, eso no tiene precio, y a nosotros nos queda agradecer a los testigos presenciales, que hayan recogido sus palabras y a los autores sagrados que las hayan transcrito. Nosotros ahora tenemos que realizar un cierto esfuerzo de composición de lugar para revivir de alguna manera aquella escucha acogedora de los presentes. Los que volvemos a leer estas palabras, queremos también escucharlas desde el corazón y no perder nada de la modulación con la que fueron ofrecidas a los presentes.

 

Los enemigos

JESÚS dice: “amad a vuestros enemigos” (v. 27b) Se puede decir que si a los cincuenta años no has cosechado un buen grupo de enemigos es que hace tiempo que estás muerto. No hace falta que el enemigo te haya retado a un duelo. Los enemigos tienen diversos grados y pueden ser reales o imaginarios. Por tanto, también cada uno de nosotros estamos siendo enemigos para algunas personas, y en algunos casos pudiera ser que no hemos cruzado muchas palabras o ninguna. Puedo sentir como enemigo al que me hace daño, o entiendo que en su día me produjo algún perjuicio serio. En este sector se reconocen a personas incluso del círculo familiar, y el enemigo no es preciso buscarlo muy lejos, sino en el propio círculo de convivencia. El enemigo en el grupo de trabajo o en el círculo de amigos. A partir de estas breves consideraciones, nos sorprenderá la cantidad de enemigos potenciales que podemos estar acumulando al paso por este pícaro mundo. Por pasiva debemos hacer la pregunta: ¿por quien soy considerado enemigo, adversario, contrincante, estorbo u oponente? El panorama se complica un tanto, y JESÚS nos ayuda con verdadera efectividad a salir de este enjambre de avispas: “amad -orad- a vuestros enemigos” (v.27). Despertar sentimientos de afecto hacia los enemigos es un milagro que no pasa por examen pericial alguno. DIOS ama a nuestros enemigos, lo mismo que a nosotros, por lo que en su Amor es fácil establecer un punto de encuentro y reconciliación. La oración es el procedimiento para tender los puentes fraternos que las incidencias humanas han provocado y es preciso subsanar. La oración nos renueva en el Amor de DIOS y ofrece capacidad para amar al enemigo real o supuesto.

 

Tres tipos de enemigos

El texto recoge el caso del que odia. Sin duda este es el enemigo más letal, pues el odio  desea la eliminación o muerte del prójimo. Después viene el enemigo que maldice. También éste hay que tomarlo en serio, pues la maldición puede tener sus efectos, si no estamos  protegidos espiritualmente. Es temible también el enemigo que calumnia, pues especialmente es erosionador del honor, y el derecho que toda persona tiene a la buena fama. La calumnia puede arruinar para siempre la vida de una persona. En san Mateo estas tres actitudes  contrarias dispuestas por los enemigos están relacionadas con la evangelización o el testimonio en el nombre de CRISTO: “dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa; estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el Cielo”  (Cf. Mt 5,11). El papel del enemigo en san Lucas está  en un plano general, que incluye cualquier espacio de la relación personal. San Lucas habla de hacer el bien al que nos odia, lo mismo que san Pablo  (Cf. Rm 12,14); responded con una bendición a los que os maldicen y ciertamente la fuerza negativa de la maldición quedará del todo desactivada, y “orad con paciencia por los que os difaman” pues DIOS se encargará de juzgar esa situación y pondrá claridad allí donde la difamación intentó acabar con el prestigio personal. La oración extiende la caridad y fortalece interiormente para la perseverancia y la creación de actitudes de humildad.

 

La otra mejilla

Los evangelizadores de los primeros tiempos y en las persecuciones por causa de la Fe el “poner la otra mejilla” no es una metáfora. Habitualmente “poner la otra mejilla” equivale a estar dispuesto a que se repitan escenas de desprecio por parte de otro en una convivencia habitual. En las sociedades modernas los hechos constitutivos de delitos están encargados al poder judicial con objeto de mantener la convivencia dentro de unos parámetros que ciertamente se ajustan en cierta medida a la Ley del Talión. Dentro de la convivencia habitual se dan situaciones, la mayoría, que están fuera de una tipificación penal o judicial y la justicia no tiene  motivo para entrar en esa área privada. Es en ese ámbito en el que el cristiano puede  comportarse con las actitudes y sentimientos propios de una vida en CRISTO; o lo que es lo mismo, de un comportamiento dirigido por la acción de la Gracia. Todavía pongamos el caso de la esposa a la que los terroristas mataron al marido. El terrorista ha sido juzgado y condenado; si la mujer quiere recuperar un nivel suficiente de paz interior debe estar dispuesta al perdón del asesino de su marido.

 

El discípulo y la posesión de las cosas

“Al que te quite el manto no le niegues la túnica” (v.29). La literalidad de estas palabras requieren un comportamiento heroico que sólo puede darse por la acción de la Gracia en un grado por encima del común de los mortales. Estamos asistiendo con estas palabras a la actitud de san Francisco de Asís cuando decide romper con todo tipo de protección familiar y lo hace despojándose de la ropa que llevaba, pues entendía también le era reclamada. Ese grado de desprendimiento y libertad caracteriza a los grandes santos como también fue el caso de san Antonio el ermitaño, que se hizo absolutamente pobre, quedándose voluntariamente sin nada después de ser una de las personas más ricas de su ciudad. San Pablo trabajó con sus manos por las comunidades por donde pasó porque le parecía bien tener un mínimo de autonomía económica y no depender de la generosidad de los que estaba evangelizando, y no dar pie a interpretaciones distorsionadas de su misión. El resultado de uno y otro comportamiento debe conducir al desapego de las cosas, pero esta utilización de los bienes materiales no es contraria a la vivencia de la Gracia evangélica.

 

¿Cómo se debe dar?

“A todo el que te pida da; y al que te pida prestado no se lo reclames” (v.30). ¿Hay que dar al que pide en la calle, aunque con toda probabilidad lo emplee en droga, o en realidad tenga sus  necesidades cubiertas por las ayudas asistenciales que esta persona está recibiendo? La experiencia va diciendo quién está pidiendo con una verdadera necesidad inmediata, que es preciso resolver en el momento. Lo que el texto nos exige es la solidaridad real con los necesitados en función de las propias posibilidades. El cristiano está llamado a poseer sus bienes como un buen administrador de los mismos con actitud solidaria y fraterna.

 

Correspondencia en la actuación

“Lo que queráis que os hagan los hombres, hacedlo vosotros igualmente” (v.31). Parece un principio con esta máxima que el discurso nos devuelve a la Ley del Talión, pero los versículos siguientes lo esclarecen: “si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?, pues también los pecadores aman a los que los aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis?, también los pecadores hacen otro tanto. Si prestáis a aquellos de quien esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis?, también los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande y seréis hijos del ALTÍSIMO, porque ÉL es bueno con los ingratos y los perversos” (v.33-35).En realidad, todos queremos un comportamiento misericordioso cuando manifestamos deficiencias; y nos creemos habitualmente poco valorados y creemos insuficientes los reconocimientos recibidos. Querríamos que nos recompensaran con más generosidad, pues el mandato es que eso mismo hagamos con los otros, que también desean un gran nivel de reconocimiento. El criterio del Sermón de la Llanura está diciendo que actuemos con la misma medida de generosidad y grandeza, que deseamos ser tratados, si es que todavía estamos sedientos de reconocimiento y aprobación. El comportamiento afable y cordial con los iguales no tiene mérito pues nos devuelven el mismo trato. San Lucas eleva el listón al comportamiento del ALTÍSIMO que es bueno con los malos y los perversos (v.35). DIOS hace el bien sin restricciones o acepción de personas, y esta debe ser la norma del discípulo de JESÚS. Se da por finalizada la ambigüedad entre el bien y el mal de una ciencia que mata al hombre; y se establece la ciencia del árbol de la Cruz, que sólo entiende de MISERICORIDIA.

 

La compasión

“Sed compasivos como vuestro PADRE es compasivo” (v.36). La compasión no se limita a perdonar algo de una manera formal, sino que se compromete en un proceso de rehabilitación, porque el mal en cualquiera de sus formas daña al que lo realiza y deja consecuencias. DIOS  en su HIJO JESUCRISTO carga con los daños que el mal o el pecado acarrea en la vida de los  hombres.”El SEÑOR es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. ÉL perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades” (Cf. Slm 103,8). El hermano compasivo puede establecer lazos de comunión en el dolor y el sufrimiento con un efecto solidario y sanador, que alivia el peso de la carga del hermano que sufre. El hermano compasivo jamás se alegrará del dolor de los otros y los sentirá, por el contrario, como algo propio.

 

El juicio pertenece a DIOS

“No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” (v.37). No estamos en condiciones de juicios sumarísimos, que descalifiquen en su totalidad a una persona; y mucho menos está en nuestra competencia la condena de nadie. Carecemos de los datos suficientes por los cuales alguien se comporta de una forma determinada. Cualquier juicio que hagamos parte de una gran escasez de datos, por lo que las conclusiones son parciales. Todo esto no significa que debamos suspender todo tipo de juicio sobre las personas o los acontecimientos de orden social. “El mismo JESÚS advirtió a los discípulos: “guardaos de la levadura de los fariseos y los herodianos” (Cf. Mc 8,15). JESÚS estaba indicando que debían estar atentos a las motivaciones profundas de los que iban a ser oponentes frontales a la expansión del Cristianismo. En otra ocasión, JESÚS dice a los discípulos que deben ser “sencillos como palomas, pero despiertos como serpientes” (Cf. Mt 10 16). Y, por último, JESÚS se queja de la falta de discernimiento de los discípulos: “ciertamente los hijos de las tinieblas son más sagaces con los suyos, que los hijos de la luz” (Cf. Lc 16,8). Por tanto, la Caridad no está reñida con el juicio ponderado de las cosas y la prudencia. En los tiempos que corren no podemos aceptar como moral o ético todo lo que está promulgado como legal.  Tampoco podemos suspender el juicio si queremos “dar a DIOS lo que es de DIOS; y al César lo que es del César” (Cf. Mc 12,17). Nadie puede decirle al hermano: “hermano déjame sacar la brizna que llevas en el ojo, si antes no eres capaz de sacar la viga que llevas en el tuyo” (Cf. Mt 7,3-4) Corresponde a este tipo de juicios a los que se refiere JESÚS, que deben ser  suprimidos de nuestra conducta, pues la modificación de una persona le corresponde directamente al SEÑOR.

 

El perdón

No vivimos aislados y las relaciones humanas presentan defectos de carácter leve o grave.  Se perdona el agravio, la ofensa, la indiferencia o la desconsideración. La falta de perdón paraliza  la corriente de la caridad dentro del grupo cristiano, la familia o cualquier otro ámbito de convivencia. A través del perdón compartido la vida del ESPÍRITU SANTO mantiene su vigencia y siguen aflorando sus  dones. La Salvación que nos da JESÚS obtiene para nosotros el perdón y la remisión de todos nuestros pecados. Si DIOS nos perdona de forma incondicional en su HIJO JESUCRISTO, también nosotros haremos lo mismo con los hermanos. La parábola de aquel siervo que acumuló una deuda impagable de diez mil talentos nos representa a todos los hombres; y el SEÑOR le perdona aquella inmensa deuda sólo porque se lo pidió el siervo deudor. Sin embargo él no fue capaz de perdonar una minucia a un compañero suyo, y le estrangulaba diciendo, págame lo que me debes” (Cf. Mt 18,23-28).El SEÑOR no quiere que nuestro comportamiento sea semejante al de este siervo desalmado y desagradecido. El perdón dado se transforma en un tesoro de gracias que da una medida buena, apretada, remecida o rebosante; pues “con la medida que midáis se os medirá” (v.38).  A la vista de este texto, perdonar de corazón es un buen negocio.

 

San Pablo, primera carta a los Corintios 15,45-49

A lo largo del comentario de los textos de este domingo, vamos señalando aspectos que nos ayudan a precisar el concepto de Gracia, que es fundamental para nuestra identidad como bautizados. La Gracia nos transforma y da como resultado una nueva antropología: el hombre no es igual por la acción de la Gracia, o si prescinde de ella; y su destino último no tiene el mismo resultado si acepta la acción de la Gracia o si la rechaza. La Gracia en el hombre viene dado por todo aquello que perteneciendo al mundo espiritual, en virtud de la Encarnación, Cruz y Resurrección de JESUCRISTO, llega a nosotros por la acción del ESPÍRITU SANTO. Por tanto la acción de la Gracia que nos empezó a constituir desde el instante del Bautismo tiene la pretensión de prolongar su acción por toda la eternidad, en una vida de íntima comunión con DIOS. La frustración de este proceso de la Gracia representaría la condenación del hombre. El drama de la libertad humana se sitúa en este punto, precisamente: que el hombre decida cortar la acción de la Gracia en su existencia. Nuestra Resurrección es posible por la Resurrección de JESUCRISTO. La Resurrección no es el punto final de un proceso de transformación que habilita para la comunión con DIOS. La Resurrección de los muertos es el punto de partida de una nueva comunión con DIOS con carácter de eternidad, que en esta carta se apunta como una existencia plena de la acción de la TRINIDAD “cuando el HIJO someta a ÉL todas las cosas, también ÉL se someterá al PADRE, y DIOS lo será  todo en todos” (v.28)

 

El modelo para el Cielo

“Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes” (v.48) La acción de la Gracia no repercute sólo en nuestra alma, pues también el cuerpo se ve tocado por su acción. El ejercicio de las virtudes en el presente estado de vida tiene repercusiones visibles en el aspecto físico. Ese hecho se nota con mucha claridad cuando alguien sumido en las drogas cambia de vida como consecuencia de una conversión al SEÑOR: en pocos días esa persona experimenta un notable cambio de apariencia externa.  Pero la gran transformación opera en la Resurrección, y lo que sucede aquí en este mundo  con el ejercicio de las virtudes es una señal de lo que la Gracia opera en el salto de esta existencia a la vida del Cielo. De distintas maneras san Pablo a lo largo de este capítulo nos ha  hablando de la transformación sustancial que se realiza en la Resurrección: “como el HOMBRE CELESTE, así son los hombres celestes” (v.48b). El HOMBRE CELESTE, JESUCRISTO, tuvo un cuerpo terrestre como el de Adán que fue transformado por la Resurrección. Ahora el HOMBRE CELESTE, JESUCRISTO posee una corporeidad gloriosa que tiene las dimensiones  mismas del VERBO de DIOS, porque JESUCRISTO es el HIJO. San Pablo declara que  resucitaremos con un cuerpo espiritual semejante al cuerpo glorioso de JESUCRISTO (v.44).  Con posterioridad, san Pablo en la carta a los Filipenses insistirá: somos ciudadanos del Cielo, y esperamos como SALVADOR al SEÑOR JESUCRISTO, el cual transformará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a SÍ todas las cosas” (Cf. Flp 3,20-21). Los hombres no somos Ángeles, DIOS nos ha creado con diferencias sustanciales. La corporeidad nos diferencia e identifica. Somos corpóreos también en el Cielo con las transformaciones antes descritas, que son posibles gracias a la Encarnación, Cruz y Resurrección de la Segunda  Persona de la santísima TRINIDAD, que se hizo hombre; pues de no ser así los hombres jamás habríamos tenido posibilidad de un encuentro pleno con el DIOS que nos había creado. El Ángel fue creado perfecto y acabado, los hombres vamos alcanzando la perfección progresivamente por la acción de la Gracia. Somos lo que somos por la acción de la Gracia. Todo es Gracia.

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