El amor de Dios, fuente de felicidad

Alberto Orocio Martínez
Alberto Orocio Martínez

En la Liturgia de este domingo, el camino trazado por el santo Evangelio es el camino del amor, no el romantizado, no el del enamoramiento, que es bonito, pero caduco, sino el amor que viene de Dios, que es mucho mejor y más universal. Aunque hay que reconocer que la comunidad cristiana está expuesta ante el poderoso influjo de la mercadotecnia, que nos dice repetitivamente que el amor está en dar cosas y en recibirlas, y que su existencia radica en el exhibicionismo obsesivo dentro de las redes sociales, pues sí no es así, se puede considerar inexistente; motivo por el que esas expresiones hacen del amor algo limitado, porque queda circunscrito a lo material y regido por el principio de reciprocidad; no obstante, el amor cristiano está más allá de eso y sobre ello hemos de reflexionar en tres puntos.

Primero. La venganza no tiene cabida en la vida cristiana, por el contrario, ante el mal, la respuesta debe ser de paciencia, de desprendimiento, de solidaridad, de generosidad y no deberá haber violencia en la respuesta cristiana, y aquí es donde debemos revisar nuestra vida: ¿qué hemos hecho cuando alguien nos ha humillado, nos ha agredido o nos ha difamado? ¿Cuáles son los sentimientos y emociones que nos generan y acompañan? Muchas veces suelen ser de resentimiento, rencor y nos llevan a la murmuración y al mal deseo.

Segundo. Jesús ha sido enfático al decir que es muy fácil amar a quien nos ama; ayudar a quienes amamos; ser bueno con quien es bueno con nosotros; así como odiar a quien nos ha hecho mal y, ese pareciese ser el curso natural de las emociones; sin embargo, como cristianos estamos llamados a amar a aquellos que nos han hecho el mal, a pedirle a Dios no que haga con ellos justicia esperando de manera velada que les dé el castigo que creemos que merecen, sino que los conduzca por el camino en el que descubran su inmenso amor; debemos pedir por el bienestar de aquellos que nos han robado, que nos han defraudado, que nos han extorsionado, que nos han mentido, que nos han sido infieles; por aquellos que han secuestrado, violado o asesinado. Sin embargo, es preciso decir que no está mal sentir enojo o frustración, está mal quedarse con ello y no hacer esfuerzos por superarlo; que está permitido seguir siendo buenos con los que son buenos con nosotros y amar a quienes nos aman, pero que el cristiano tiene que ir más allá, superar la letra de la ley y vivir el espíritu de la misma.  Tercero. Dios es Perfecto y Santo y todos los cristianos estamos llamados a aspirar a la santidad de Dios, la cual, sin la ayuda de Él, es inalcanzable, no porque Dios sea egoísta o ególatra, sino porque fuera de Él, no hay camino para adquirirla. Podremos tener cosas buenas pero no perfectas, pues fuera de Él siempre tendremos insatisfacciones e incompletitudes; por ello, participar de su santidad no es otra cosa que ejercer la caridad y el amor al prójimo, haciendo obras buenas por los demás, dejando de hacer el mal, pues cada acto de maldad tiene efectos negativos en el otro y de paso, carcome lo más íntimo de nuestro ser: el alma y la conciencia, sagrario del diálogo con Dios. ¿Eres capaz de amar a tus enemigos? ¿Estás buscando la santidad? ¿Oras por los que te difaman y calumnian?

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