El Adviento

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Comienza un nuevo Año Litúrgico con el tiempo de Adviento y Navidad, que va a ocupar hasta la fiesta del Bautismo del SEÑOR, que coincide con el domingo siguiente a la solemnidad de los Reyes Magos. Entramos en el primer tiempo fuerte del Año Litúrgico. El segundo tiempo litúrgico marcadamente significativo es el comprendido por la Cuaresma y la Pascua. La Liturgia se caracteriza por la diversidad dentro de unas formas que permanecen estables. La diversidad litúrgica se encuentra plasmada en la Palabra proclamada y en las oraciones rezadas por los reunidos en la asamblea litúrgica. DIOS tiene una Palabra que decirnos y un modo ordinario e institucionalizado para hacerlo. Ordinario, porque la Palabra está distribuida con orden y sentido, para que el recorrido de la misma nos haga comprender y vivir algo del Misterio de CRISTO. Gracias a la existencia de la Iglesia con sus carismas e instituciones, tenemos acceso a las liturgias que convocan a la comunidad cristiana como Pueblo de DIOS al encuentro del SEÑOR que viene. La fiesta de CRISTO REY, que celebramos el domingo pasado es el nexo perfecto para terminar un año litúrgico y comenzar el siguiente. Terminamos con la consideración y contemplación de las realidades últimas, e iniciamos el nuevo año esperando la venida del MESÍAS, compartiendo disposiciones similares a las descritas por los profetas, que anunciaban para el futuro la venida de un rey dentro de la casa o linaje del rey David. La espera por la primera venida del SEÑOR ofrece en los textos bíblicos actitudes similares a las que son apropiadas para la espera de la Segunda Venida. La Primera Venida del SEÑOR era deseada por el Pueblo porque se iba a manifestar en su Día e Israel saldría de su penuria e indigencia. Los reyes que dirigían los destinos del Pueblo se alejaban bastante de responder a las promesas dadas en la Escritura. La paz y la prosperidad no llegaban, y con frecuencia los sucesos de guerras provocaban gran dolor y sufrimiento. Los profetas de forma reiterada hacen mención a la reunión en Jerusalén de todos los israelitas, que por unos u otros motivos se habían ido de aquella Tierra. YAHVEH los volvería a reunir y con ellos vendrían gentes de otras naciones. Pero muchos se vieron forzados a dejar una Tierra que se les había prometido de forma solemne e incomprensiblemente muchos no estaban en ella. La ebullición espiritual del tiempo previo al nacimiento del Cristianismo se alimenta de la literatura apocalíptica, que prevé en general la actuación extraordinaria de YAHVE para llevar a su Pueblo al cumplimiento pleno de todas las profecías dadas en la antigüedad. El evangelio de san Lucas recoge algunos de estos testigos y fieles devotos, como el anciano Simeón y Ana de Fanuel (Cf. Lc 2,34-38), que esperaban la redención de Israel; pero ellos estaban en la línea acertada del cumplimiento de las promesas y entendían cuál habría de ser el camino a seguir por el MESÍAS del SEÑOR. Pero en la corte de Herodes el Grande los consejeros religiosos no acertaron a ver quién era el MESÍAS enviado por DIOS, y dispusieron los ánimos del rey contra un NIÑO anunciado por unos Magos de Oriente (Cf. Mt 2,1ss), que podía disputarle el trono. El ambiente religioso de aquel momento era de expectación mesiánica, se esperaba al MESÍAS. El Adviento para nosotros participa en algo de aquella espera, pero miramos hacia la Segunda Venida, y lo hacemos con un entusiasmo similar al que creó la aparición del MESÍAS en la primera venida. La Segunda Venida está precedida de venidas intermedias, que el fiel constata con cierta objetividad. Cabe decir que el MESÍAS va a volver, pero ya está llegando, de ahí que nuestra espera mantenga un gran realismo en la más específica Esperanza cristiana: lo que esperamos se está recibiendo, aunque levantando la mirada hacia la plenitud de lo recibido y esperado. Cada Año Litúrgico, por tanto, es una verdadera novedad, al contemplar el MISTERIO con otro nivel de experiencia humana y religiosa.

 

Isaías

En el tiempo de Adviento, la Iglesia realiza una lectura del profeta Isaías desde la verificación  de la venida realizada de CRISTO. El VERBO se encarnó en JESÚS de Nazaret y todo el Antiguo Testamento adquiere otra perspectiva de lectura. Sesenta y seis capítulos componen  el libro atribuido a Isaías, pero los estudiosos encuentran tres personas diferentes como autores de este gran libro bíblico. Del primer Isaías, que va del capítulo primero al capítulo treinta y nueve, tenemos noticias. La época en la que ejerce su ministerio abarca desde el último año del rey Ozías (739 a.C.), hasta el reinado de Manases (701 a.C.), y entre estos dos reyes encontramos al rey Acaz. Los textos proféticos de Isaías pueden leerse con una correspondencia inmediata a las circunstancias sociales y políticas del tiempo en el que le toca vivir, pero una vez más comprobamos la existencia de los distintos planos de interpretación  encerrados en los textos bíblicos, que superan las intenciones iniciales de los propios autores sagrados. La meditación de la profecía de Isaías nos acerca de modo especial a los acontecimientos que dan contenido al Nuevo Testamento, y por eso la Iglesia recurre con más profusión a Isaías que al resto de los profetas, aunque todos recojan alusiones al MESÍAS como sentido último de la salvación dada por YAHVEH.

 

Un resto del Pueblo elegido

Aunque parezca que todo se hunde, YAHVEH mantiene un “resto” que permite la acción de  DIOS y la continuidad de su obra: “un resto volverá al DIOS poderoso” (Cf. Is 10,21). De ese resto saldrá “un brote del tronco de Jesé” (Cf. Is 11,1). Ante las calamidades sufridas por el Pueblo a causa de los reyes, que en vez de vicarios de YAHVEH fueron sicarios contra el Pueblo, DIOS mantiene la promesa hecha a David y de su linaje saldrá un rey pacificador (Cf. 2Sm 7,12). Isaías lo describe así: “reposará sobre ÉL el ESPÍRITU de YAHVEH, espíritu de Sabiduría e inteligencia; espíritu de consejo y fortaleza; espíritu de ciencia y temor de YAHVEH” (Cf. Is 11,2). Un rey así será pacificador, pues está presidido y ungido por el ESPÍRITU de YAHVEH, que le ha infundido sus dones. Siglos de historia fueron necesarios para poner en evidencia, que ni antes ni después de esta profecía, rey alguno encarnó debidamente estas palabras, que Isaías veía cumplidas en la transformación del orden natural y social: “juzgará con justicia a los débiles y sentenciará con rectitud a los pobres” (Cf. Is 11,4) La justicia y el derecho implantado en medio de la convivencia se percibirá en el orden natural: “serán vecinos el lobo y el cordero; y el leopardo se echará con el cabrito…, el león como los bueyes pacerán paja; hurgará el niño de pecho en la hura del áspid… , nadie hará mal en mi Santo Monte, porque estará llena la tierra de la ciencia del SEÑOR” (Cf. Is 11,6-10). Nosotros seguimos manteniendo los mismos deseos de paz social y de armonía con la naturaleza. Nos gustaría ver a este mundo influenciado de una acción de DIOS que diese por olvidado los estadios de muerte y violencia entre los hombres. Por otra parte, los cristianos no dejamos de mirar al SEÑOR que viene y un día lo hará para dar por concluido el mundo presente.

 

“Esperamos que DIOS nos salve” (Is 25,9)

Las grandes dificultades por las que pasa el Pueblo no impiden al profeta Isaías levantar la mirada y encontrar una esperanza en YAHVEH: “convocará el SEÑOR a todos los pueblos en este Monte, a un banquete de manjares suculentos… Quitará el velo que cubre a todos los pueblos…Acabará con la muerte para siempre… Quitará el oprobio de su Pueblo en toda la tierra” (Cf. Is 25, 6-8). El sentido universal de las palabras del profeta ensanchan las cortas  miras de una religión que con mucha frecuencia se replegó sobre sí misma y traicionó su vocación. YAHVEH se revela al Pueblo de Israel, pero su Mensaje debe llegar a todos los pueblos. El SEÑOR tendrá que venir a reparar o restaurar el orden querido por ÉL; y éste es el deseo del profeta, que no encuentra otra alternativa a los males del momento que le toca vivir. De nuevo comprobamos la gran actualidad de este mensaje y las miradas hacia el futuro que la Palabra promueve.

 

¡YAHVEH es una ROCA eterna” (Is 26,4b)

La seguridad es una de las condiciones más buscadas por las personas individuales y los grupos humanos. Sin orden y seguridad se hace imposible la convivencia. El profeta Isaías como el resto de los profetas se fijan con toda intención en los resultados de la falta de la paz social. El primer capítulo de esta profecía dirige su atención a las intenciones torcidas de los corazones, que se traducen en faltas contra el prójimo y dejan al hombre realizando actos de culto vacío ante DIOS. Pero la profecía de Isaías se entrelaza significativamente con los sucesos propios de su entorno. Las convulsiones sociales no cesan y el profeta les da un sentido religioso que pone a prueba la Fe. A pesar de todos los inconvenientes, YAHVEH espera la confianza de los suyos para actuar en su favor.

 

Palabras de restauración

“¿A caso no falta un poco para que el Líbano se convierta en vergel? En aquel día oirán los sordos palabras de un libro y en la oscuridad los ojos del ciego las verán” (Cf. Is  29, 17). Sólo DIOS puede hacer lo imposible. “En aquel día” es la expresión utilizada para mirar al futuro en el que el SEÑOR se manifestará. Y llegará el momento en el que algunos se pregunten: “uno que ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía devolver la vida a un muerto?” (Cf. Jn 11,37). “En aquel día” es el tiempo de la gran manifestación. Las obras manifiestan la presencia activa y misteriosa del SEÑOR, y las propias obras se convierten en verdaderas teofanías, o grandes momentos en los que la Presencia del SEÑOR brilla sin deslumbrar, pero deja el carácter de su paso por delante de los convocados. Lo que sucedió en la Primera Venida del SEÑOR nos sirve para discernir sobre la Segunda Venida, que cuenta con advertencias propiamente dadas por el SEÑOR, que describen algunos de los signos de los tiempos a tener en cuenta. “En aquel día” se habrán acabado los tiranos y el hombre sarcástico, y no habrá quien obre el mal” (Cf. Is 29,20). No sólo el mal físico como la minusvalía o la enfermedad, sino el mal moral habrá desaparecido de la tierra, “en aquel día” de la restauración de todas las cosa: “en aquel día, los descarriados alcanzarán inteligencia y los murmuradores aprenderán doctrina” (Cf. Is 29,24).

 

El SEÑOR es compasivo

“DIOS de equidad es YAHVEH, dichosos los que en ÉL esperan” (Cf. Is 30,18). DIOS está dispuesto a empezar siempre de nuevo con el hombre a pesar de lo graves que puedan ser sus trasgresiones. Así lo muestra Isaías en este capítulo; y por eso es posible proyectar una mirada de esperanza hacia el futuro, por espesos que sean los nubarrones presentes: “en cuanto YAHVEH oyere tu clamor, te responderá” (Cf. Is 30,19)

 

Jeremías 33,14-16

El profeta Jeremías vive la dureza de los años previos del destierro del Pueblo elegido a Babilonia, entre los años quinientos noventa y siete y quinientos ochenta y siete. En esta segunda fecha, el Templo fue totalmente destruido y el Arca, junto con el resto del tesoro fue llevado a Babilonia. Se piensa que el oro que recubría el Arca de la Alianza junto con la plancha superior en la que estaban insertados dos querubines, fueron fundidos, por lo que  cualquier hallazgo del Arca no pasa de la especulación. El Arca de la Alianza era el objeto sagrado por excelencia, que se guardaba en el Santo de los Santos, que era el lugar más sagrado y exclusivo del Templo. El robo y profanación de lo más sagrado hirió profundamente la sensibilidad religiosa del Pueblo, que empezó a recapacitar sobre los acontecimientos vividos. En un principio, la gran desgracia sufrida se quiso atribuir a la mala conducta de los antepasados, de la que ellos estaban siendo los perjudicados. Entre los judíos todavía en Palestina, como los que estaban deportados, corría el refrán: “los padres comieron agraces y los hijos sufrieron dentera” (Cf. Jr 31,29; Ez 18,2). Tanto Jeremías como Ezequiel salieron al paso de esta falsa complacencia con la que se pretendía adormecer la conciencia y atribuir a otros las propias culpas. Como podemos observar, hay actitudes que pertenecen a las entrañas mismas de la condición humana: la culpa siempre es del vecino, del extraño o de cualquiera que no pertenezca al grupo con el que nos identificamos. Al profeta Jeremías le toca vivir en la coyuntura social y religiosa más comprometida para el Pueblo de Israel, pues con el destierro y la desaparición del Templo parecía que todo el edificio religioso con la Alianza establecida por YAHVEH, y todas sus promesas, se había terminado. Sin embargo, en esos momentos cruciales no faltó la palabra profética para dar sentido a lo que estaba sucediendo, y al mismo tiempo ofrecer una mirada realista hacia el futuro fundamentada en YAHVEH. Es ilusorio pretender una salida cuando se vive un gran fracaso, si no se establece un sólido fundamento de Esperanza. Las fuerzas humanas se vuelven operativas cuando trabajan por algo mejor que está en el porvenir. Estamos hechos para vivir en la Esperanza, pero es necesario redescubrirla, pues siempre nos mueve hacia mejores modelos. El profeta Jeremías afirma de parte de YAHVEH: “las naciones se asustarán y estremecerán de tanta paz y bondad que voy a conceder a mi Pueblo” (Cf. Jr 33,10).

 

Renovación del Pacto

DIOS no habla en el vacío, ni sus palabras se las lleva el viento. Cuando DIOS se pronuncia lo hace con carácter irrevocable por su parte, porque es siempre fiel a sus compromisos. DIOS es fiel, es fiable y quiere que los hombres nos fiemos de ÉL. En los pactos o alianzas que DIOS establece con nosotros, ÉL siempre lleva la mayor carga del compromiso establecido, pues de otra forma hace tiempo que se hubiera desentendido totalmente de nosotros los hombres.  DIOS pacta con nosotros y se compromete a realizar lo pactado. DIOS cuenta con nuestra correspondencia, pero sabe de nuestra inconsistencia y fragilidad, por lo que ÉL asume la práctica totalidad del compromiso, y gracias a esa determinación nuestra historia con sus grandes lagunas y zonas oscuras sigue adelante. La Alianza o el Pacto no se rompe, porque DIOS lo mantiene vigente. En tiempos de Jeremías la inviolabilidad del Pacto provenía de la previsión del futuro MESÍAS; y en nuestro presente el Pacto sigue siendo inviolable gracias el mismo hecho que lo hizo pervivir desde la antigüedad: JESUCRISTO. ÉL es quien da valor a nuestro frágil compromiso y hace presente la Gracia de forma continua sobre la humanidad. Dice el SEÑOR por medio del profeta Jeremías: “Mirad que vienen días, en los que confirmaré la Palabra que di a la casa de Israel y a la Casa de Judá. En aquellos días haré brotar para David un germen justo, que practicará la justicia y el derecho en la tierra” (Cf. Jr 33,14-15). YAHVEH estaba decidido a llevar adelante la promesa hecha a David. La monarquía había sido un fiasco, y los reyes que tenían una misión vicaria de YAHVEH hacia el Pueblo, traicionaron ese encargo de forma reiterada. El fracaso e infidelidad de los monarcas no impide para que el SEÑOR siga manteniendo la promesa, y el MESÍAS que va a nacer “heredará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Cf. Lc 1,32-33). ”En aquel día”, después quinientos años, la palabra se cumple en una primera instancia en su manifestación. La acción transformadora está iniciada en una fase de incremento continuo a pesar de los inconvenientes que tanto ahora como antes parecían  insalvables. La sensación de fatalidad se desliza por cualquier encrucijada sugiriendo que  todo está perdido cuando la realidad es la contraria, ya que la mayor parte del Pacto lo lleva el SEÑOR y su Palabra se cumple: “en aquellos días estará a salvo Judá, y Jerusalén vivirá seguro, y así se la llamará YAHVEH JUSTICIA nuestra” (Cf. Jr 33,16). Las disposiciones del Pacto se cumplirán “en aquellos días”, pues estarán escritas en los corazones y dejarán de ser  letra muerta. Cuando analizamos con detenimiento lo que es querido por DIOS y lo realizado por los hombres, observamos que hay un desfase considerable. Sin embargo, existen datos  que nos indican el progreso moral y espiritual del hombre en el presente con respecto a los estadios morales y espirituales de otros tiempos. Pero una pregunta nos surge, ¿está llamado el hombre en este planeta a crecer en estatura moral y espiritual según lo que el Evangelio nos  marca como meta y guía? Los santos entre nosotros despuntan como realizadores del plan acabado previsto por DIOS, pero el Reino de DIOS tiene una vocación más amplia de la llevada a término por un resto. La humanidad debe esperar con verdadera aspiración cristiana la venida y cumplimiento de los designios de DIOS para todos los hombres; entonces puede darse por cumplida la aplicación en este mundo de la Encarnación, muerte y Resurrección de JESÚS. DIOS no tiene prisa, y desde los profetas en el Antiguo Testamento viene señalando  que su acción en el mundo será sensiblemente irrevocable. Después que JESÚS murió en la Cruz y resucitó, el hombre no tiene la última palabra para echar el telón de la historia.  Podemos poner en riesgo nuestra propia supervivencia en este planeta, pero el punto final es del SEÑOR que viene.

 

El tiempo de la Venida del SEÑOR 

Medimos nuestra existencia por los acontecimientos que en ella tienen lugar, y de forma secundaria establecemos cronologías, con las que ordenamos nuestras vivencias. Lo que determina los tiempos son los acontecimientos vividos de forma individual, grupo o sociedad. JESÚS aparece en Galilea y su manifestación pública es un acontecimiento de primera magnitud. El tiempo empieza a relativizarse en torno a su Persona, y como signo la sociedad Occidental comenzó a cifrar los años con respecto a la fecha aproximada del nacimiento de CRISTO. Tiene razón el evangelio de san Marcos cuando propone el anuncio inaugural por parte de JESÚS “el tiempo se ha cumplido, está cerca el Reino de DIOS; convertíos y creed en el Evangelio” (Cf. Mc 1,15). El acontecimiento CRISTO comenzaba a ofrecer los primeros compases en el escenario de Palestina y terminaría su obra de manifestación progresiva a los tres años en Jerusalén. Pero esta ciudad, la Ciudad Santa, no lo reconocería, y sus ojos estarían cerrados para discernir la llegada del que habría de venir: “al acercarse y ver la Ciudad, lloró por ella, diciendo: si también tu supieras en este día el Mensaje de Paz, pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en los que tus enemigos te rodearán de empalizadas y apretarán por todas partes…, y no dejarán piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de mi llegada” (Cf. Lc 19,41-44).

 

La paciencia de DIOS

Dice la carta de Pedro, que “la paciencia de DIOS es nuestra salvación”  (Cf. 2Pd 3,15).  Nuestro paso por este mundo es una insignificancia de tiempo comparándolo con los tiempos que nos han precedido en la formación del medio cósmico y de la propia historia humana. Sin embargo cuando el cristiano empieza a mirar el futuro para establecer los tiempos de la Segunda Venida del SEÑOR se calculan esos momentos con una inmediatez totalmente desproporcionada con respecto a los ritmos que han llevado los acontecimientos precedentes. Puede ser que cada época tenga motivos para decir: los signos de los que el SEÑOR ha hablado indican que su Segunda Venida se va a producir “muy pronto”. Además la expresión ”vengo pronto” (Cf. Ap 22,21) está recogida y nos puede confundir. JESÚS ofrece algunas parábolas en las que trata de relativizar los tiempos y ayudarnos para entender la manifestación del tiempo presente. En la versión de san Lucas, la parábola de “La Viña arrendada a los labradores”. La introducción dice así: “un hombre plantó una viña y la arrendó a unos labradores y se ausentó por mucho tiempo” (Cf. Lc 20,9). Transcurrió mucho tiempo desde el momento en el que DIOS comienza a revelar sus promesas al Pueblo de Israel. Mil setecientos años puede distar la llamada de DIOS a Abraham del nacimiento del MESÍAS. Mil trescientos años (a.C.) cabe cifrar la revelación a Moisés y salida de la esclavitud egipcia. Unos mil años (a.C.) de la promesa realizada a David. Y la inminencia de cumplimiento de todas las promesas por parte de los profetas concluirían trescientos años antes del nacimiento de CRISTO. Cualquiera de las cifras para nosotros resulta un tiempo muy dilatado cuando lo que se espera resulta tan urgente e importante. La parábola de los viñadores tiene un desenlace trágico, pues el tiempo de la recolección de los frutos termina con el asesinato del hijo, ya que los viñadores, torpemente, quieren quedarse con la viña. Aquellos viñadores homicidas no reconocen el tiempo de la venida del hijo que había de heredar la viña. Las acciones homicidas en la realidad han echado más oscuridad para calibrar en cualquier época el tiempo de la venida del SEÑOR. Ahora los cristianos tratamos de discernir lo que atañe a la Segunda Venida. Debemos proceder con paciencia después que los primeros cristianos considerasen inminente la venida del SEÑOR y todavía seguimos esperando; y, seguramente, por bastante más tiempo para nuestra apreciación subjetiva.

 

Por segunda vez

JESÚS anuncia la destrucción del Templo, que será destruido por segunda vez: “esto que veis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruido” (Cf. Lc 21,6) La causa religiosa de la destrucción del primer Templo construido por Salomón fue la idolatría del Pueblo elegido. La causa principal de la destrucción del segundo Templo fue la negativa a reconocer a  JESÚS de Nazaret como el MESÍAS de DIOS. El SEÑOR vino a recoger los frutos de la viña que había plantado y la respuesta fue el deicidio. El nuevo templo reconstruido ya no es de piedra, sino el propio RESUCITADO, que reviste a los hombre de una nueva presencia por el Bautismo y nos hace piedras vivas en el nuevo Templo del SEÑOR (Cf 1Pe 2,5).

 

Los falsos augures

“Mirad, no os dejéis engañar, porque vendrán muchos usurpando mi Nombre, diciendo: yo soy, el tiempo está cerca; no les sigáis” (Cf. Lc 21,8). Como el tiempo de una bengala es lo que dura  este tipo de vendedores de humo, que buscan el dinero y la zozobra de muchas personas de buena voluntad, induciéndolas a creer en días de absoluta oscuridad, para los que es necesario proveerse de distintos medios sacramentales como sal bendecida, velas, agua bendita y multitud de imágenes. Estas predicciones son recurrentes, de tiempo en tiempo,  salen con profecías que reciben de forma automática, dando grandes quejas de lo mal que están las cosas: lo mismo que dice la prensa y todos los informativos. No se recatan de hablar sistemáticamente en el nombre del SEÑOR procurando atemorizar, como si de esa forma  fuesen más convincentes. Desde el primer momento hasta que dejemos el presente estado de vida, la actitud correcta del creyente ha de ser la del que permanece en estado de vigilancia a la espera del SEÑOR: “velad y orad, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Cf. Lc  21,36). El SEÑOR está a la puerta llamando, y si alguien abre, el SEÑOR entrará en relación de Alianza y comunión” (Cf. Ap 3,20). A los agoreros de los tres días de tinieblas densas e impenetrables les ha salido últimamente los competidores que anuncian apagones de luz generalizados. Vamos a ver cómo se reparten la cosa.

 

Todo puede terminar con una guerra

Es difícil encontrar algo más traumático que una guerra, en la que se mata, viola, saquea, tortura, encarcela, aparecen epidemias, hambres y pestes; surgen robos, ocupaciones y todo tipo de vejaciones; los más débiles, enfermos o minusválidos acaban desechados como la escoria del momento; y los que por azar sobrevivan lo harán con traumas insuperables para toda la vida: las escenas de miedo, pánico y terror serán compañeros de sus sueños y vigilias, y sólo una gracia muy especial de DIOS puede hacerles vivir con esa carga. Hoy nos podríamos enfrentar a una guerra nuclear de carácter local o total, aunque la letalidad de otro tipo de armamento asoma de forma inquietante. Sin embargo la palabra de JESÚS nos dice: “cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato” (Cf. Lc 21,9). Atención: las gravísimas consecuencias de la guerra no suponen el fin inmediato, dice JESÚS. Es lógico desde la revelación que las cosas sean así, pues de otra forma equivaldría a que el hombre es capaz de fijar los tiempos a DIOS mismo; y tal cosa no es admisible en lo más mínimo. DIOS es libre de manifestarse en su Segunda Venida cuando ÉL quiera, y poner fin a la historia cuando crea conveniente, dado que el RESUCITADO es SEÑOR de la Historia.

 

Terremotos, peste y hambre

En distintos lugares habrá catástrofes naturales, pero no es el fin. Ahora nos toca vivir el gran negocio para algunos del cambio climático atribuido a la acción humana. Una gran manipulación e ingeniería social amplificada por los medios de comunicación para subvertir el orden social, los valores de las personas y la soberanía de las naciones. Pero los nuevos dominadores mundiales han encontrado un filón enorme en la media verdad del cambio climático causado por la actividad humana. Habrá catástrofes, naturalmente que sí, porque siempre las hubo, y la actividad física del planeta sigue su curso. El calentamiento del planeta por causa de la acción solar es del todo independiente a la actividad humana y los equilibrios del planeta cambian cada cierto tiempo. Pero en cuanto a signos a tener en cuenta para la  venida del SEÑOR, el propio JESÚS lo relativiza y señala que antes van a ocurrir otras cosas.

 

Los discípulos perseguidos

“Antes de todas esas catástrofes, os echarán mano y os perseguirán” (Cf. Lc 21,11). Puede que se eleve el volumen de las aguas del mar por el deshielo de los polos, y desaparezcan  algunos países, pero eso no obligará a que venga el SEÑOR: antes van a arreciar las persecuciones a los discípulos del MAESTRO, que serán perseguidos desde todas las vertientes sociales: los padres entregarán a los hijos, y los hijos a los padres. La comparecencia será ante todo tipo de autoridades sociales e incluso religiosas. En esas circunstancias no preparéis vuestra defensa, pues YO os daré palabras que no podrán contradecir  ninguno de vuestros oponentes y acusadores (Cf. Lc 21,15). Pero todavía no es el fin.

 

La abominación de la desolación

La secuencia de los hechos expuestos por JESÚS anteponían las persecuciones a los discípulos a la destrucción de Jerusalén y el Templo. Una gran desolación se iba a producir por la destrucción de Jerusalén y el Templo. Recordamos que los cristianos de los primeros momentos acudían al Templo para algunas oraciones (Cf. Hch 3,1). Todo el conjunto arquitectónico, ciudad y Templo, mantenían un significado religioso, que los cristianos seguimos reconociendo principalmente en nuestras oraciones sálmicas. Además miramos a la consumación de todas las cosas en la Jerusalén del Cielo donde ya no habrá Santuario porque el mismo DIOS lo llena todo (Cf. Ap 21,22). Pero la gran tribulación de la destrucción de Jerusalén y el Templo tampoco representan la inminencia del fin de las cosas y la Segunda Venida del SEÑOR. Se van sucediendo los signos que sugieren la aparición de los últimos tiempos, pero en realidad lo que nos están indicando es que en estos últimos tiempos caminamos desde que JESÚS murió y resucitó.

 

La aparición del Hijo del hombre

La aparición del Hijo del hombre en su Segunda Venida, acontecerá sin relación al pecado (Cf. Hb 9,28); y será como el relámpago que va de un extremo a otro de la tierra (Cf. Lc 17,24). Nadie podrá decir, el SEÑOR está aquí o allí, porque todos lo verán (Cf. Lc 17,21); y será como un lazo sobre toda la tierra, y caerá de improviso sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra (Cf. Lc 21,35). Todavía deberíamos indagar si esta acción planetaria de carácter instantáneo será única o la humanidad se verá asistida por un Pentecostés en repetidas ocasiones antes del término conclusivo de la historia. El advenimiento del Hijo del hombre  puede acontecer como una forma de venida intermedia de un rango diferente a las que en estos momentos se están produciendo, pues desconocemos en realidad cuál es el desarrollo espiritual del hombre según el Plan de DIOS por la acción de la Gracia. Se puede pensar que futuras generaciones vivirán una fraternidad evangélica con unos niveles de autenticidad muy superiores a los que los cristianos de estos tiempos manifestamos. Tengamos presente, que el nivel espiritual, en realidad, no es una conquista que el hombre se confiere a sí mismo; sino que en todo momento depende de la efusión del ESPÍRITU SANTO que lo haga nacer de nuevo (Cf. Jn 3,3). La difusión del Evangelio no ha llegado a sus límites ni en la extensión ni en la profundidad de su vivencia y experiencia; y no puede quedar baldío el abajamiento de DIOS a los hombres en la Encarnación, muerte y Resurrección de JESÚS. Una pregunta: ¿qué  calificación del cero al diez daríamos para calibrar la aplicación del Evangelio en la sociedad en estos veinte siglos de andadura? Tenemos a los grandes gigantes de la vida en el ESPÍRITU, pero ellos son el exponente de una vida espiritual destinada a objetivar el Reino de DIOS en nuestro mundo con toda la intensidad merecida por la Cruz de JESÚS. Actualmente la humanidad está cometiendo grandes errores y pecados, pero la Biblia nos enseña, que nunca estos fueron obstáculo para que DIOS llevase adelante su  obra.

 

Orad en todo tiempo (v. 36)

En todo tiempo el cristiano debe orar, y lo recoge el evangelista san Lucas, lo mismo que san Pablo en su cartas; porque es la forma de permanecer en la presencia de DIOS, que no deja de tenernos presentes ni un instante. San Lucas dice: Estad en vela, orando en todo tiempo, para  soportar todo lo que está por venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre” (Cf. Lc 21,36). Esta oración continua equivale al primer mandamiento dado en el Deuteronomio (Cf. Dt 6,4-10). Para orar incesantemente es preciso estar en la atmósfera del AMOR de DIOS, y eso es obra del ESPÍRITU SANTO.

 

San Pablo, primera carta a los Tesalonicenses 3,12-4,2

San Pablo se mueve en su actividad apostólica de forma carismática. Su núcleo básico doctrinal es JESUCRISTO muerto y Resucitado, al que en todo momento se siente ligado por la acción del ESPÍRITU SANTO. El apóstol distingue a la hora de impartir doctrina cuándo  habla con mandato del SEÑOR o lo que dice es su mejor parecer, como es el caso de la recomendación del celibato para evitar, dice el apóstol, la tribulación de  la carne (Cf. 1Cor 7,28). A los Tesalonicenses les indicó unas pautas de vida dadas por el SEÑOR para ellos, y sin duda aplicables a los cristianos de otras comunidades, pero el apóstol señala: “sabéis en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del SEÑOR JESÚS (v. 4,2). La comunidad de Tesalónica resalta como ejemplo de buena práctica cristiana y san Pablo siente descanso  espiritual y se reconforta en la buena marcha de esta comunidad que vive en fraternidad a la espera del SEÑOR: que el SEÑOR os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, como es nuestro amor para con vosotros, para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante DIOS vuestro PADRE, en la venida de nuestro SEÑOR JESUCRISTO con todos sus Santos (v. 3,12-13). Lo  extraordinario se había vuelto habitual en la vida del apóstol y veía la vuelta del SEÑOR en Gloria como algo del todo lógico y natural. Personalmente se esforzaba por llevar el Evangelio a todas las latitudes del mundo conocido, y en su empeño deseaba venir a España, a la que nombra dos veces en la carta a los Romanos. Era necesario darse prisa, pues el SEÑOR estaba para volver, y él no quería que se retardase por falta de evangelización la vuelta del SEÑOR. Ese celo apostólico no cesó ni en los tiempo de encarcelamientos, que podrían sumar varios años. San Pablo movido por el gran deseo de encontrarse con el SEÑOR para siempre consideraba que se daban las condiciones para la Segunda Venida del SEÑOR. Ese deseo suyo se extendía a todos los que estaban bajo su influencia espiritual. Él quería que todos los suyos estuvieran preparados sin reproche alguno para el encuentro transformador con el SEÑOR y trasladar la comunidad cristiana al lugar en el que se podía estar con JESÚS para siempre. Ese deseo santo, sin duda alguna fue un motor que proporcionó al apóstol una fuerza añadida en todas sus actividades apostólicas. Así el apóstol pudo impartir a los suyos las lecciones sobre la fraternidad cristiana y el Amor a JESUCRISTO.

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