El ‘acto de amor’ se convierte en el Vaticano en un acto de temor

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Hace cosa de un año, en plena epidemia, el Papa tranquilizó a los agobiados trabajadores del Estado Vaticano: “Aquí no se despide a nadie”. En un mensaje directo a los empleados, Su Santidad les tranquilizó diciendo que “nadie debe quedarse fuera, nadie debe perder el trabajo; los superiores de la Gobernación y también de la Secretaría de Estado, todos, buscan la manera de no disminuir vuestros ingresos y de no disminuir nada, nada en este momento tan malo, para el fruto de vuestro trabajo”.

Lo mismo exhortó a las empresas de todo el mundo que se enfrentaban a la ruina: todo antes de despedir. Pero este año ha traído una coda a su mensaje al incluir un mandato de vacunación.

Solo que esta vez no ha sido la cálida presencia del Santo Padre ni su voz paternal la que ha dado la noticia, sino una nota de la Secretaría de Estado en la que se comunica que todos los empleados del diminuto Estado tendrán que estar vacunados con pauta completa para trabajar o demuestren haber superado la enfermedad, contando así con inmunidad natural. Ya ni siquiera valdrá, como hasta ahora, someterse regularmente a un test de diagnóstico y que salga negativo.

¿Y los que no se vacunen? No pueden ir a trabajar… Ni cobrar.

Va a ser ya muy difícil incluso fingir que la vacunación sea ‘un acto de amor’, como aseguraba el Papa, para quienes se vean forzados a vacunarse para mantener el sustento de sus familias. Será, sin duda alguna, un acto de temor o de desesperación. El resto pasará a formar parte de esos ‘descartados’ que ni siquiera el Papa reconoce.

 

Por CARLOS ESTEBAN

Infovaticana.

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