El aborto y el apagón de la conciencia moral

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

No son opiniones, sino profundas convicciones basadas en sólidos fundamentos racionales las que nos llevan a rechazar el aborto, favorecido y permitido vergonzosamente por nuestras leyes. Los estudios científicos no solo ponen en evidencia el surgimiento de la vida y su propia constitución genómica, sino que también nos llevan al estupor ante la maravilla de la vida.

Ese efecto provoca el estudio de las fuentes mismas de la vida: estupor, fascinación por la forma como hemos surgido a la existencia y por las etapas perfectamente coordinadas que se siguen en el desarrollo intrauterino.

Después de contemplar y asombrarnos con las mismas fuentes de la vida, a partir de la genética y la embriología, quedamos convencidos de la maravilla de la vida, que la vida de cada uno de nosotros es un hecho espectacular. Por eso duele tanto el abandono del discurso racional, el desprecio de las evidencias científicas y la negación mezquina de un hecho a todas luces maravilloso.

No se necesita tener fe para sorprendernos con este hecho fascinante. La vida religiosa no está a la base de este descubrimiento y de esta reacción espontánea de admiración y gratitud ante la maravillosa realidad de la vida humana. La fe, por supuesto, potencia la sensibilidad y la admiración ante la vida humana, pero en la base de todo está la inteligencia, la capacidad de la razón humana, que, porque es precisamente humana, se sobrecoge ante este hecho maravilloso que es necesario custodiar y defender.

Lamentablemente se desprecia el discurso racional y las evidencias científicas, para dar paso a una retórica basada en una ideología que tiene seducidos -y también coaccionados por organismos internacionales- a nuestros gobernantes. Contario al discurso político actual, que por lo menos en la tribuna exalta los valores de nuestros antepasados, esta ideología impulsada por nuestros gobernantes pisotea la identidad y el alma de nuestros pueblos que por generaciones han amado la vida y han incluso venerado la vida de los más indefensos, como los niños, los enfermos y los ancianos.

Sorprende que, ante la crítica destemplada e ideologizada de la colonia y la conquista, esta nueva ideología esté colonizando culturalmente a México, en pleno siglo XXI, con el apoyo y la venia de nuestros gobernantes. Aunque muchos funcionarios y políticos no han renunciado del todo a su pensamiento racional, sin embargo, sucumben por el sistema que los alinea al pensamiento políticamente correcto.

Este declive en la capacidad de reacción es alarmante, porque al perder la razón se va perdiendo incluso el sentido común y se desliza el hombre hacia actitudes de desprecio a la dignidad humana.

Si el bebé en el vientre materno ya no está seguro, nadie más estará seguro en este mundo. Si no hemos sido capaces de preservar el amor y la seguridad del seno materno, cómo será posible garantizar la paz en las calles, en las ciudades y en los pueblos.

Por otra parte, es irracional exigir la paz y practicar la violencia con la autorización de las leyes. Se trata de un planteamiento bipolar: indignarnos con la violencia y adormecer la conciencia cuando se aplaude el aborto. Es absurdo pensar que habrá paz en el mundo, mientras favorecemos la violencia contra los más indefensos y no somos capaces de cuidarlos, defenderlos y levantar la voz por ellos, como tantas generaciones de manera memorial lo han hecho.

El padre Pio de Pietrelcina sostenía que: “Bastaría un día sin ningún aborto y Dios concedería la paz al mundo hasta el término de los días”. Esta es nuestra convicción: para salir de la barbarie y para lograr la erradicación de la violencia necesitamos ser congruentes, ser racionales, ser verdaderamente humanos para no practicar la violencia en el lugar más apacible que hay en este mundo: el seno de una madre. Estamos en un momento crítico, por lo que nos toca detener el declive de la razón, luchar para que se llegue a dignificar la razón y frenar este giro autodestructivo.

 Además de dignificar la razón, tenemos también que enfrentar el eclipse del sentido de Dios y del hombre, característico del contexto social y cultural dominado por el secularismo. Este eclipse de Dios ha dejado a oscuras a la sociedad y ha provocado tres consecuencias: el colapso de la mente que no se atreve a preguntarse por la verdad; la perversión de la libertad que desenganchada de la verdad no es más que sentimientos y emociones; y, el apagón de la conciencia moral.

En un texto póstumo, el Cardenal Carlo Cafarra señalaba el riesgo en que nos encontramos ante la destrucción de lo humano, ya que afecta la relación originaria de la persona con Dios: “La destrucción de lo humano consiste en negar con nuestra libertad lo que nuestra razón ha reconocido como el verdadero bien de la persona… Hay dos factores destructivos de lo humano: la falsificación de la conciencia moral y la separación de la libertad respecto de la verdad.

El primer factor destructivo de lo humano es la falsificación que la conciencia moral ha experimentado en la cultura occidental, reduciéndose progresivamente, como ya había visto hace más de un siglo Newman, al derecho de pensar, hablar, escribir según el propio parecer o estado de ánimo. Decir hoy «mi conciencia me dice que…», en la comunicación hodierna significa sencillamente decir «yo creo que… deseo que… a mí me gusta que…».

La falsificación de la conciencia moral es un factor destructivo, altamente destructivo, de lo humano, porque destruye desde el inicio la relación originaria de la persona humana con Dios Creador. Oscurece el esplendor de la palabra originaria que Dios Creador dirige al hombre, para que le guíe. La conciencia moral, como puede verse, es el lugar donde Dios dirige la primera, originaria y permanente palabra al hombre: el lugar donde Dios se revela como guía del hombre. Apagada esta luz, el hombre andará a tientas en las tinieblas”.

Este apagón de la conciencia moral ha venido impulsando medidas y leyes abortivas. Todavía recordamos con dolor, cómo el 20 de julio de 2021, cuando la fe nos ponía delante la celebración del Divino Niño Jesús, se orquestaba en el Congreso de Veracruz la despenalización del aborto.

Quedaba sólo al alcance de los creyentes la constatación de las maquinaciones del maligno que se ensañó de esta manera contra el pueblo de Dios, haciendo coincidir la aprobación de una ley contra la niñez el día que celebrábamos la divina niñez de Nuestro Señor Jesucristo. Así se urdía un escenario blasfemo que acentuaba el sufrimiento de los creyentes.

De igual forma, el 6 de septiembre pasado, cuando nos encontrábamos preparando la fiesta de la Natividad de la Virgen María, la Suprema Corte de Justicia de la Nación volvió a favorecer la despenalización del aborto a nivel federal.

El panorama es sombrío y doloroso, pero la providencia divina va generando esperanza. Nos ha sorprendido la beatificación de toda una familia polaca, los esposos Ulma, Jozef y Wiktoria, y sus siete hijos -incluido el bebé que se encontraba en el vientre de su madre-, que fueron asesinados por los nazis, ante los ojos de sus vecinos, como represalia y escarmiento por haber escondido en su rancho a ocho judíos.

Es el primer caso en la historia en que se beatifica a un niño todavía no nacido. Aunque no se sabe el sexo del bebé, la Iglesia lo ha reconocido como bautizado mártir, habiendo recibido de su madre el bautismo de sangre. Nos encomendamos a la intercesión de la familia Ulma y de este niño beato no nacido.

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