«Dureza inaudita» y «severidad insoportable» contra sacerdotes y fieles de la Misa tradicional

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A pocos días de la Navidad, un bello regalo: ¿qué puede ser más urgente en estos tiempos de pandemia y del drama de los abusos sexuales a menores? El pasado 18 de diciembre la Congregación para el Culto Divino publicó las Responsa ad dubia (respuestas a las dudas) «sobre algunas disposiciones» de Traditionis custodes. En consonancia con el motu proprio del Papa y su carta de acompañamiento a los obispos, el tono es brutal, sin ningún tipo de atención hacia las personas afectadas. Y el fondo no es menos brutal, prohibiendo grosso modo todos los sacramentos según los antiguos ritos con la excepción de la misa.

La voluntad de hacer desaparecer lo que hasta hace poco se llamaba la Forma Extraordinaria del Rito Romano es manifestada explícitamente, incluso llegando la Congregación a pedir que no se dé ninguna publicidad a estas misas en las diócesis: en una época en la que no dejamos de alabar el «vivir juntos» y la acogida en todas sus formas, Roma considera a algunos de sus sacerdotes y fieles como cristianos de segunda categoría, tolerados solo por una «concesión limitada», mientras espera que se adapten y se integren en las parroquias «ordinarias», como si la unidad rimara con la uniformidad: ¡nunca antes la Iglesia había visto un movimiento en su seno tan maltratado! Que estos cristianos puedan sentirse agredidos y rechazados por aquellas mismas personas que deberían ejercer un ministerio de paternidad, se entiende fácilmente. También tienen motivos para sentirse traicionados por el hecho de que la Sede Apostólica reniegue de los compromisos solemnes asumidos por los predecesores del Papa Francisco para «garantizar el respeto de sus aspiraciones».

¿Resolver así el problema “tradi”?

Ciertamente, que ha habido un problema entre algunos «tradis» es una realidad innegable, como ya hemos mencionado. Por «problema» nos referimos al hecho señalado por Francisco de rechazar la enseñanza del Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica promulgada por San Pablo VI. Tal rechazo es sin embargo muy minoritario: los institutos tradicionalistas que reivindican el exclusivismo litúrgico rechazan toda celebración del nuevo misal, refugiándose tras constituciones que no pueden derogar el beneficio del derecho común, como Roma explicitó en 1999, y no se han movido un ápice en esta cuestión, a pesar de las peticiones muy claras de los papas -en particular de Benedicto XVI en 2007 con motivo de Summorum Pontificum-, que han quedado como letra muerta.

Que Francisco no acepte un cuestionamiento radical del Magisterio en asuntos tan importantes como un concilio ecuménico (donde no todo, sin embargo, tiene el mismo grado de autoridad) o la promulgación de una reforma de la misa romana (como si Roma pudiera dar una piedra a sus hijos con una liturgia defectuosa o inferior) se entiende fácilmente. Pero, la forma en que Francisco pretende abordar este problema, ¿es la buena? ¿No es este método autoritario una forma de clericalismo, el mismo que a Francisco le gusta fustigar, en el que se da por descontado el bien espiritual de los laicos afectados a los que en ningún momento se les consulta? En pleno sínodo, ¿por qué Roma, desde la promulgación del motu proprio, ha rechazado el diálogo solicitado por los responsables de las comunidades tradicionales? ¿Cómo no temer que esta manera de hacer las cosas conduzca al resultado contrario al esperado y que, por el contrario, aumente el rencor y las divisiones, animando en última instancia a los más extremistas a engrosar las filas de la Fraternidad de San Pío X? Parece que contener la ruptura lefebvrista ya no es una prioridad para Roma, que apenas se avergüenza de ver a sacerdotes y fieles unirse a este movimiento disidente. ¡Es como mínimo asombroso!

Añadamos que estas Responsa revelan una increíble desconfianza hacia los obispos, que se ven reducidos al rango de simples ejecutores sin ninguna iniciativa propia posible, teniendo que pasar todo por Roma.

Una dureza inaudita

Estas Responsa de la Congregación para el Culto Divino – se trata de un texto puramente disciplinario – son aún más sorprendentes puesto que evidencian un carácter burocrático propio de otra época, puntilloso de una manera increíblemente mezquina e ignorando la realidad sobre el terreno, así como la diversidad del mundo «tradi»; hay una ceguera ante las realidades litúrgicas y un rechazo a tener en cuenta el atractivo de la misa tradicional para los jóvenes, ajenos a las querellas litúrgicas de sus mayores. Añadamos que contradicen lo que el Papa Francisco dijo a los obispos franceses durante sus visitas ad limina del pasado otoño: quiso ser tranquilizador, invitando a los obispos a seguir como hasta ahora donde las cosas iban bien, es decir, en Francia en la gran mayoría de las diócesis.

Ante estas medidas de una dureza sin precedentes, es comprensible que los «tradis» expresen sus inquietudes, informen a las autoridades competentes y exijan incansablemente su revisión. Si es legítimo resistir en un espíritu de Iglesia, el peligro en este tipo de situaciones es rebelarse contra la autoridad que promulga leyes injustas. Sufrir por la Iglesia es ciertamente una prueba dolorosa, pero nos invita a redoblar nuestra confianza sobrenatural en la Iglesia, nuestra Madre.

 

Christophe Geffroy.

La Nef.

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