El autor del artículo publicado a continuación aquí es Myroslav Marynovych, vicerrector de la Universidad Católica Ucraniana de Leópolis y miembro fundador del Grupo Ucraniano de Helsinki, ex prisionero político durante los años del GULAG. En la foto de arriba, tomada en el Vaticano el pasado 8 de junio, él es el hombre en el centro de los tres, al final de una reunión y discusión con el papa Francisco, de la que luego brindó un relato.
En su crítica al pacifismo cristiano aplicado a la agresión rusa contra Ucrania, Marynovych no se refiere explícitamente ni a Francisco ni al cardenal Matteo Maria Zuppi, elegido por el Papa como su enviado a las capitales involucradas en la guerra. Pero sí menciona a la Comunidad de San Egidio, de la que Zuppi es un miembro de primer nivel y cuyas posiciones pacifistas son compartidas por el Papa, como ya sacó a la luz varias veces Settimo Cielo:
La Universidad Católica Ucraniana de Leópolis es uno de los lugares más animados de elaboración cultural y política. De allí surgió también el “Manifiesto” para una futura nueva constitución en una Ucrania libre y en paz, mencionado por Marynovych al final de su artículo.
Entre los 14 firmantes del “Manifiesto” figuran, además de él, el arzobispo Borys Gudziak, presidente de la Universidad Católica Ucraniana y metropolitano de Filadelfia para la Iglesia greco-católica ucraniana en Estados Unidos, y Oleksandra Matviichuk, presidente del Centro para las Libertades Civiles. y galardonada en 2022 con el Premio Nobel de la Paz.
Esta intervención del profesor Marynovych sale a la luz cuando aún no se ha calmado la polémica suscitada por las palabras de elogio a la Rusia imperial pronunciadas por el papa Francisco durante un encuentro por vídeo con jóvenes católicos rusos:
> Documenti. Il papa elogia la Russia imperiale. La Chiesa ucraina gli chiede di ritrattare
A la herida causada por esas palabras del Papa le respondió el arzobispo mayor de Kiev, monseñor Sviatoslav Shevchuk, pidiendo una rectificación.
Quien en estos días se encuentra en Roma, donde se celebra el sínodo de la Iglesia greco-católica ucraniana sobre el tema “Acompañamiento pastoral y tratamiento de las heridas de guerra”, y mañana, miércoles 6 de septiembre, se reunirá con Francisco.
SANDRO MAGISTER.
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LA TRAMPA DEL PACIFISMO INGENUO
por Myroslav Marynovych
Ante todo, un recordatorio. A principios de la década de 1980, las marchas cristianas por la paz eran muy populares en Europa occidental. De hecho, ¿qué podría ser más lógico para los cristianos que luchar por la paz? Sin embargo, estas marchas tuvieron un malvado inspirador: la Unión Soviética, que al no poder mantenerse económicamente en la carrera armamentista, buscaba una tregua y una distensión.
Muchos cristianos europeos prefirieron no ver estos cálculos subyacentes a todo esto: para ellos, el Kremlin era un defensor de la paz y, por tanto, un aliado de la pacificación cristiana. El carácter paradójico de la situación obligó a un grupo de presos políticos del GULAG (entre ellos el autor de estas líneas), que habían sido recluidos en régimen de aislamiento sólo por haber rezado la mañana de Pascua, a dirigirse al papa Juan Pablo II en busca de una palabra de consuelo contra un pacifismo ciego:
“Santidad, es difícil comprender el significado de la humildad cristiana para aquellos que se han opuesto de diversas maneras al mal apocalíptico en su bastión. No podemos y no queremos dar al César lo que pertenece legítimamente a Dios. La mayoría de nosotros vemos el significado de nuestras vidas en revelar al mundo la verdadera naturaleza de la locuaz “paloma” soviética que empuña la maza atómica. ¿Se dan cuenta los participantes en las marchas de Pascua en Occidente, tan activamente apoyadas por la propaganda comunista, de que en esos mismos días de abril en los campos de concentración soviéticos las propias autoridades comunistas colocaban en régimen de aislamiento a los prisioneros que buscaban el Espíritu Santo? Rogamos a Su Santidad que les informe de esto”.
Han pasado cuarenta años desde entonces y el escenario político ha cambiado, pero las circunstancias han hecho que muchos europeos amantes de la paz vuelvan a sus antiguas posiciones. Su filantropía y su deseo de paz a cualquier precio esconden un peligro, porque la paz justa no se logra a costa de negar la verdad, a costa de una derrota ética. Porque detrás de la escena de una promoción sincera -aunque a menudo ingenua- de la paz, como en el pasado, el Kremlin vuelve a ser visible y ahora se presenta como un astuto inspirador de una “paz sin condiciones previas”, sin siquiera ocultar realmente sus inalteradas intenciones genocidas. .
Estos pacifistas no se dan cuenta de una paradoja importante: el pueblo que más sufre por la guerra y que más necesita la paz -el pueblo ucraniano- por alguna razón rechaza unánimemente un compromiso con Rusia, lo que significaría la pérdida de territorio y la limitación de su soberanía.
¿Cuál es entonces el error de este pacifismo europeo?
Me doy cuenta de que una respuesta política no tendrá mucho sentido: se ha repetido más de una vez, pero seguirá siendo poco convincente. En consecuencia, deberíamos buscar otros argumentos. El pacifismo se basa, al menos formalmente, en argumentos cristianos. ¿Siempre tiene razón? ¿Qué tienen que decir al respecto los cristianos, y en particular los cristianos ucranianos?
El imperativo evangélico de la edificación de la paz
¿Es realmente indiscutible el hecho que Jesús formuló un imperativo inequívoco en su Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los que obran la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9)? Parece que deberíamos concluir que la paz está por encima de todo. ¿Pero todas las acciones por la paz contribuyen a establecer la paz de Dios?
Demos la palabra a un ex jerarca de la Iglesia ucraniana que sobrevivió a dos guerras mundiales, a saber, el metropolitano de Galicia, monseñor Andrey Sheptytsky (1865-1944):
“Todos deberían comprender que una paz que no tenga en cuenta las necesidades de los pueblos y en la que los pueblos se consideren ofendidos, y de hecho lo están, no sería una paz en absoluto, sino más bien causa de nuevas y peores complicaciones y odios mutuos, que llevarían a nuevas guerras” (1).
También teólogos y pensadores ucranianos contemporáneos dan una respuesta convincente a los pacifistas cristianos:
“La paz es consecuencia del orden de Dios… La paz no es la ausencia de guerra, sino un concepto positivo con contenido propio… ¡La paz de Dios no es compatible con el mal! No se puede tolerar el pecado y hablar de la paz de Dios. La paz de Dios es siempre el fruto de la renuncia al mal y de la unión con Dios. Es a esta elección clara a la que Jesús nos llama con las palabras sobre la división (Lc 12, 51). O estamos del lado de Dios o hemos elegido el lado del mal” (2).
“Los gobernantes que pertenecen a las tinieblas crean un mundo lleno de malicia, falsedad e injusticia. En un mundo así no puede haber paz verdadera y los intentos de apaciguar a estos gobernantes no darán los resultados esperados… Por eso los cristianos deben predicar una paz basada en la verdad y en la justicia: ‘Esto es lo que debéis hacer: decir la verdad unos a otros; verdaderos y portadores de paz sean los juicios que pronunciéis en vuestros tribunales’” (Zac 8, 16) (3).
Por eso Jesús no toleraba el pecado que anidaba en el Sanedrín de su tiempo y lo denunciaba públicamente, aunque sabía que esa denuncia no le traería nada bueno. No se oponía al diálogo con el Sanedrín, sino que insistía en el hecho que este diálogo debía realizarse en la verdad. De aquí surge esta actitud claramente no pacifista: “No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer paz a la tierra, sino espada” (Mt 10, 34).
Ni las democracias del mundo ni la Iglesia pueden aprobar una paz que haga de la agresión un método eficaz para apropiarse de territorios ajenos. Sólo una paz justa es una paz duradera. Como dijo Roberta Metsola, presidenta del Parlamento Europeo: “sin libertad y sin justicia no puede haber paz”.
Una opción evangélica a favor de los valores
Cuanto más crímenes de guerra comete Rusia en Ucrania, más peso ganan los argumentos éticos a la hora de evaluar los acontecimientos. Por lo tanto, las democracias del mundo deben resolver correctamente el famoso dilema “seguridad versus valores”.
Me doy cuenta de que este dilema no es fácil de resolver, pero es imposible no advertir que el mundo ha perdido al menos ocho años intentando aplacar al agresor. Hay una trampa peligrosa en este aparente pacifismo: ignorar los valores introduce tales violaciones en la vida del mundo que ponen en peligro precisamente lo que se supone debe proteger, es decir, la seguridad. E invariablemente encontramos una confirmación de esto: hoy estamos más cerca de la Tercera Guerra Mundial que en 2014.
Cuanto más ignoran los políticos los valores haciendo concesiones injustas al agresor, más arrogante se vuelve éste y menos seguros nos volvemos nosotros. Y fue el propio Jesús quien nos advirtió de ello: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda, la conservará viva” (Lc 17, 33). Es por eso que El no sacrificó sus valores, ni siquiera a costa de su propia vida.
Así pues, mi conclusión es que no podemos construir un sistema de seguridad eficaz -es decir, una paz justa- distorsionando o ignorando los valores.
Una advertencia evangélica contra el etnicismo
En tiempos de guerra, las personas horrorizadas por sus tragedias instintivamente pueden volverse pacifistas. En el contexto de este pacifismo espontáneo, como ya he mencionado, Ucrania puede parecer un “partido de la guerra”. Como diciendo: ¿no pueden acabar con todo y ceder parte de su territorio a Rusia, deteniendo así este interminable derramamiento de sangre? Ahora bien, con amarga ironía, quiero recordarles que nuestro presidente Volodymyr Zelensky también fue muy pacifista al principio. Fue él quien inauguró su presidencia con la ambigua frase: “Para poner fin a la guerra debemos dejar de disparar”. Pero el 24 de febrero de 2022, día del masivo ataque ruso, se puso su famosa camiseta verde militar porque comprendió que Putin no le había dejado otra opción: el Kremlin quiere destruir Ucrania como Estado y la identidad ucraniana.
Sin embargo, parece que los pacifistas cristianos tienen reservas conceptuales justamente sobre esta comprensión. Para ellos, esta comprensión huele a nacionalismo y, por tanto, conduce a la hostilidad. Además, en su imaginación, las fronteras del Estado y la identidad nacional son mutables y, en consecuencia, intercambiables.
Una vez más, en la Escritura encontramos un imperativo aparentemente inequívoco: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28). No es ningún secreto que la Iglesia de Oriente en la historia ha pecado a menudo de excesivo etnicismo. Es más, sigue pecando de ello. Entonces, ¿por qué nuestros pacifistas no deberían oponerse oficialmente al etnicismo de la doctrina del “mundo ruso”, apropiado por la Iglesia rusa, que ha pasado de ser una doctrina excesiva a ser totalmente criminal, desde el momento que santifica el uso de armas para reunir en forma forzada en un único Estado a todos los que hablan ruso? ¿No es ésta una analogía directa con la criminal doctrina nazi?
Pero, desgraciadamente, no: los pacifistas europeos no ven la herejía de la doctrina oficial de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Tampoco ven la astucia del Kremlin, olvidando la advertencia de Clausewitz: “El invasor siempre es pacífico. Quiere conquistar lo más ‘pacíficamente’ posible”. En cambio, ven con sospecha a la víctima obvia de esta guerra, que busca proteger su identidad nacional y su Estado soberano.
¿Quizás Jesús se negó siempre a enfatizar la nacionalidad? No. Él mismo dijo: “Fui enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15,24). Sin embargo, la palabra clave aquí no es “simplemente”, sino “perdidas”. De hecho: “¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, ¿no dejará las noventa y nueve en los montes e irá a buscar la que se ha perdido? (Mt 18, 12).
En consecuencia, es precisamente el peligro de muerte que corre la víctima lo que da a los cristianos el derecho moral de hacer una “opción a favor de la víctima”. Y los ejemplos son innumerables. Ya en los tiempos modernos, guiado por esta lógica, John F. Kennedy voló al Berlín Occidental sitiado y declaró: “¡Ich bin ein Berliner!” [¡Yo soy berlines!]. ¿Por qué entonces los dirigentes de la Comunidad de San Egidio no pueden venir hoy a Kiev y declarar solidariamente: “¡Soy ucraniano!”?
Pero aquí se esconde un obstáculo posterior para comprender este conflicto. Es superficial afirmar que los ucranianos no quieren la paz porque son nacionalistas. Los ucranianos, incluso los de habla rusa, están librando una guerra no sólo por su integridad territorial, sino por los valores humanos, contra el autoritarismo y la imposición de todo un modo de vida del que nos estamos esforzando por deshacernos desde el final de la época soviética, una guerra por el derecho a ser libre. Tachar todo esto de “nacionalismo” es simplemente hacer el juego a quienes querrían reconstruir un sistema imperial y totalitario. Para comprender la vivacidad y la franqueza del debate en el seno de la sociedad civil ucraniana y el intento de transformar la tragedia de la guerra en la oportunidad para un nuevo consenso social que refuerce los cimientos de una verdadera democracia, les invito a leer “A New Birth for Ukraine: A Constitutionalist Manifesto” [Un nuevo nacimiento para Ucrania: un manifiesto constitucionalista].
La naturaleza moral de la guerra
No fui el primero en advertir otro problema importante, a saber, el problema de la simetría en la presentación de la guerra ruso-ucraniana. Las reglas de lo “políticamente correcto” animan a muchos europeos a tratar a ambas partes como política y moralmente iguales, ignorando las circunstancias reales y condenándose así a una derrota ética. Esta derrota está predeterminada por el hecho de que la guerra ruso-ucraniana es radicalmente diferente, por ejemplo, del conflicto militar de Mozambique, donde la Comunidad de San Egidio desempeñó en su momento un rol importante de “paladín de la paz”. De hecho, la guerra actual en Europa del Este es un conflicto de identidad de suma cero que, en principio, no puede resolverse. Es imposible conciliar, por un lado, el deseo de los ucranianos de preservar su libertad y su independencia estatal y, por el otro, el deseo de Rusia de privar a los ucranianos de su Estado y revivir su imperio. En esta situación, es imposible permanecer neutral. Por el contrario, hay que elegir a favor de los valores: “No podéis servir a Dios y al Dinero” (Mt 6, 24).
En resumen, parece que han sido olvidadas las palabras del obispo Desmond Tutu: “Si permaneces neutral en situaciones de injusticia, te has puesto del lado del opresor”.
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(1) Metropolita Andrej Šeptyc’kyj, “Documenti e materiali 1899-1944”, Lviv, Casa editrice ARTOS, vol. 3. “Lettere pastorali del 1939-1944”, 2010, p. 290.
(2) P. Yurii Ščurko. “XXV settimana dopo la Pentecoste. Mercoledì. La vera pace (Luca 12, 48-59)”.
(3) “Longing for the Truth That Makes Us Free”.
Por SANDRO MAGISTER.
MARTES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2023.
CIUDAD DEL VATICANO.
SETTIMO CIELO.