El evangelio de este domingo (Mc 4, 26-34) nos presenta dos de las parábolas de Jesús para explicarnos algunas verdades trascendentes del reino de Dios. Se trata de la parábola de LA SEMILLA QUE GERMINA EN EL CAMPO Y la parábola DE LA SEMILLA DE MOSTAZA.
La expresión reino de Dios era una expresión muy conocida en el mundo bíblico, ya que se utilizaba frecuentemente en el Antiguo Testamento y designaba el señorío de Dios, representaba su realeza y la soberanía de Yahvé sobre su pueblo Israel. El pueblo tenía conciencia de que le pertenecía a Dios, ellos sabían que en el monte Sinaí habían establecido una alianza con el Señor, y desde luego, habían experimentado muchas veces su misericordia. Ellos recordaban continuamente que Yahvé era su Dios y que ellos eran su pueblo. Todo esto tenía además una connotación política, ya que les daba identidad ante los demás pueblos. El rey de Israel era Yahvé, a él le servían y obedecían con todo el corazón y él guiaba todas sus batallas.
En el Nuevo Testamento, la expresión Reino de Dios, adquiere una connotación un poco diversa. Jesús la utiliza para designar una realidad sobrenatural. El reino de Dios designa la soberanía y realeza que Dios instaura en las personas por medio de la liberación de los pecados y la liberación del dominio de Satanás. El reino de Dios hace posible que una persona participe de la misma vida divina que nos ha traído Jesús.
Prácticamente desde el inicio de su ministerio, Jesús anuncia que el reino de Dios es la meta de su misión. Conviértanse y crean en el evangelio porque el reino de Dios ha llegado, solía repetir Jesús (Mc 1, 14).
Con su encarnación y sobre todo su muerte y resurrección, Jesús instaura el reino de Dios. Él nos enseña además que el reino de Dios crece y madura con el tiempo pero que alcanzará su plena manifestación al final de los tiempos, cuando él venga rodeado de su gloria (1 Cor 15, 24). Mientras tanto hay que trabajar por el reino de Dios, ser conscientes de su fuerza interior, cultivar la paciencia, la perseverancia y la esperanza. Son estas verdades las que Jesús nos anuncia con las parábolas de la semilla que crece naturalmente en el campo y la parábola de la semilla de mostaza.
En este sentido las dos parábolas utilizadas por Jesús resaltan algunas verdades sobre el reino de Dios. Debemos tener presente que la vida cristiana está llena de desafíos y algunas adversidades de ahí que el Señor desee reanimar el corazón y las esperanzas de los discípulos que por las dificultades de la fe, experimentaban el fracaso y algunos problemas.
Jesús desea dar esperanza a sus seguidores por ello mediante la parábola de la semilla que crece sola (Mc 4, 26-29), él enseña que el reino de Dios crece de forma misteriosa. El reino de Dios es una fuerza que avanza a través de cualquier dificultad y circunstancia; tiene un dinamismo interior que nada ni nadie puede apagar. En otras palabras, no son las personas las que dan fuerza y éxito a la Palabra de Dios, ni las resistencias la harán fracasar. De ahí que se necesite cultivar la paciencia y saber esperar; a su tiempo la Palabra de Dios producirá su fruto. Como la semilla que germina en el campo y crece poco a poco hasta dar fruto, así la Palabra de Dios una vez predicada con fuerza, con entusiasmo y perseverancia, seguirá su curso y dentro de los tiempos de Dios dará resultados imprevistos y hasta inesperados.
Con la parábola del grano de mostaza (Mc 4, 30-32), Jesús nos enseña que la obra de Dios en una persona, inicia ordinariamente de una forma modesta, poco espectacular; luego poco a poco se convierte en una realidad grandiosa, imponente que se proyecta con frutos extraordinarios. Uno no puede imaginar o calcular los resultados impresionantes que llega a tener la obra de Dios en una persona.
Con estas parábolas se nos invita además a la perseverancia de la fe, y a estar atentos a las señales de Dios, a sus manifestaciones en las cosas sencillas y humildes. Con sabiduría hay que saber detectar estos mensajes de Dios en las cosas de todos los días.