Don Sergio Obeso Rivera: su recuerdo nos arranca un suspiro

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Al referirnos a él como “Don Sergio” se dice mucho más que el nombre; es una expresión que va más allá de la identificación de una persona. Esta expresión, en labios de nuestro pueblo, es la confesión de un cariño sincero, es el reconocimiento de alguien muy querido, es la manifestación de una devoción muy especial, es suspirar por un pastor que mostró la belleza del seguimiento de Cristo y nos puso en el camino que conduce al cielo.

         Al llamarlo por su nombre no solo nos dirigíamos a él, sino que, de manera espontánea, se manifestaba nuestro cariño, respeto y admiración. Sin pretender equiparar nada, el efecto que causa pronunciar el nombre de Jesús y de María, de acuerdo a la reflexión y devoción de los santos, es algo parecido -insisto, guardando las debidas distancias- a lo que deja en nosotros mencionar y recordar a Don Sergio Obeso Rivera.

Su recuerdo nos arranca un suspiro por su exquisita bondad, por su indiscutible amabilidad, por su trato caballeroso, por su profundidad intelectual y por su sólida vida espiritual, así como por su figura de pastor humilde y cercano, tan querido por su pueblo. Era el ¡arzobispo!, y durante varios años ¡el Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano!, pero para nuestra gente seguía siendo Don Sergio, no por desconocer su jerarquía sino por sentirlo suyo, al alcance de todos, como parte de la familia.

Su nombramiento cardenalicio llenó de júbilo a la Iglesia de Xalapa y a muchas personas en el estado de Veracruz, en México y en el extranjero. Pero siendo una eminencia por el título honorífico que la Iglesia le asignó, para su pueblo seguía siendo Don Sergio. Antes de ser una eminencia por su título cardenalicio, ya era para la Iglesia una eminencia por su sencillez, amabilidad, inteligencia y bondad que delineaban su vida como pastor.

Don Sergio tenía la capacidad de convivir de manera desenvuelta con todos: con los hermanos de la costa, de la montaña, de la sierra, del valle, de los pueblos y ciudades. Los hermanos del centro de la ciudad todavía lo recuerdan cuando los saludaba caminando por la calle, al ir a visitar a los enfermos, o a celebrar a las comunidades religiosas.

Dejaba mucho consuelo y esperanza al saludar, celebrar y predicar en las comunidades rurales, e inmediatamente después sabía adaptarse a diferentes auditorios iluminando con su presencia humilde y sus eruditas intervenciones en congresos, reuniones y eventos de diversa índole.

Su humildad, sabiduría y elocuencia las reconocían todos por igual, incluso sus hermanos obispos que gozaron de su predicación célebre del 15 de noviembre de 2018, presidiendo la santa misa, en el marco de la CVI Asamblea del Episcopado Mexicano. En esa eucaristía, compartiendo con los obispos el gozo y la gratitud que sentía por su reciente nombramiento como Cardenal, destacaba la bondad de Dios en su vida:

“Confieso que si mi vida pudiera representarse como una composición musical, si miro a los dones con que el Señor la ha ido adornando a todo su largo, resultaría una espléndida sinfonía. Y si pongo atención a mi respuesta personal, apenas si alcanza ser la expresión de alguien que con dificultad hilvana dos o tres notas que dan como resultado un corrido nacional. Culpa mía y no responsabilidad del Señor… Mi vida, para ser sincero, solamente ha alcanzado ser catalogada entre los corridos nacionales.

¡Qué diferencia, si pongo atención no a los resultados obtenidos a partir de mi colaboración, sino a todos los dones en que a lo largo de esta existencia, el Señor se ha volcado para convertirla, si no en una espléndida sinfonía, sí en un aceptable corrido popular!”

Aunque se expresa con modestia, nosotros fuimos testigos de las celestiales notas musicales que alcanzó su vida, al convertirse en una bella sinfonía que se escuchó en Xalapa.

Dedicó la mayor parte de su tiempo a visitar las comunidades y parroquias de su diócesis, llegando incluso con frecuencia a los lugares más inaccesibles y de difícil acceso, en lo que comprendía el territorio de la arquidiócesis de Xalapa antes del año 2000. Pero nada lo detenía en su afán de abrazar a su pueblo y llevarle una sonrisa y una palabra llena de bondad, sabiduría y elocuencia.

De la misma forma lo veíamos, después de sus giras maratónicas, atendiendo las invitaciones que le hacían los conductores de programas noticiosos y de análisis, de la radio y la televisión. Periodistas, analistas y conductores todavía lo recuerdan por su sabiduría, sencillez y apertura para participar en estos diálogos donde sin ninguna presunción destilaba su solidez intelectual, su cultura y su sensibilidad como pastor.

Acostumbrados a constatar los apasionamientos, descalificaciones e incluso en ocasiones el exabrupto de los gobernantes, cada vez que discurren sobre cuestiones políticas, sorprende la capacidad, ecuanimidad y compostura de Don Sergio para explayarse sobre estos temas espinosos.

Como pastor, se preocupaba por la cuestión social, como se suele decir en el lenguaje propio de la Doctrina social de la Iglesia. Son tantas sus intervenciones y sus aportaciones en esta materia, pero bastaría mencionar: la fundación de Cáritas en Xalapa; sus gestiones al más alto nivel, para lograr el reconocimiento y la personalidad jurídica de las Iglesias y las AR, en 1992; su participación en la redacción de la Carta Pastoral del Episcopado mexicano del año 2000, “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”, que fue un documento programático para la Iglesia de México; y, la fundación del Semanario Alégrate, que por cierto está celebrando su 20° aniversario.

Se destacaba, pues, su preocupación social, como lo podemos ver en las obras que impulsó y en la ruta pastoral que trazó para abrazar y llevar consuelo al pueblo que sufre. Pero sorprendía cómo se mantenía su elegancia y su personalidad, cuando se refería a las cuestiones políticas.

El P. Luis Acosta Méndez se ilumina y se emociona cada vez que se refiere a Don Sergio, sobreponiéndose a las limitaciones que tiene. “Don Emilio Abascal, Don Mario de Gasperín, el P. Benigno Zilli, el P. Martín del Campo y Don Sergio Obeso se convirtieron en los padres, pastores, maestros y sumos sacerdotes de la Iglesia de Xalapa. Al escuchar al Güero (así le decían con cariño a Don Sergio), yo personalmente decía: ‘Que se extienda un poquito en su sermón, en sus enseñanzas tan bellas’. A veces parece que tenía los tableros, que estaba leyendo y lo veía en su áureo espejo, yo no sé. Cuando estuve colaborando en la Dimensión Episcopal de la Vida Consagrada escuchaba a los obispos del país cómo se expresaban del Güero y de San Rafael Guízar Valencia. Lo respetaban y le pedían que iluminara muchas cosas”.

Nunca hablaba de sí mismo y de sus logros, pero sus obras se han encargado de hablar de él y componer no sólo un corrido nacional, sino una auténtica sinfonía, donde un molto allegro era su amor a la Santísima Virgen María. Al predicar sobre María despertaba el amor por la madre de Jesús.

El 11 de agosto de 2019 fue llamado a la Casa del Padre, en la fiesta de Santa Clara de Asís. Lo que se decía de esta santa también lo podemos decir de Don Sergio, por su bondad y rectitud: “Clara de nombre, clara en la vida y clarísima en su muerte”. También se le pueden aplicar las palabras que Jesús dijo sobre Natanael: “Este es un verdadero israelita en el que no hay doblez”.

En alguna ocasión Don Sergio le dijo al P. Luis Acosta: “Tengo miedo de que muchos de nosotros (incluido yo) estemos viviendo de la fama de personajes del pasado, sin tener los valores por los cuales nos enorgullecemos de ellos y del pasado”.

Aceptemos la provocación de sus palabras al sentirnos orgullosos de nuestros pastores, y especialmente de Don Sergio Obeso Rivera, para que nuestra vida no desentone de esta sinfonía gloriosa que se sigue escuchando en la Iglesia de Xalapa.

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