Domingo mundial de las misiones

Mons. Rutilo Muñoz Zamora
Mons. Rutilo Muñoz Zamora

Ahora bien, ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie? ¿Y cómo va haber quienes lo anuncien, si no son enviados? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias!
(Rom 10, 14-15).

El texto de Romanos 10, 14-15 es parte de una de las lecturas del domingo XXIX, en que nos unimos a la Jornada Mundial por las Misiones, una oportunidad para reflexionar sobre la tarea de todos los bautizados creyentes que formamos parte de la Iglesia para ser testigos del Señor en todos los ambientes.

Recuerdo que, de pequeño, cuando nos hablaban de las Misiones, se pensaba en los lugares a donde eran enviados varios sacerdotes, religiosas y laicos jóvenes, sobre todo, al continente de África. Y llegaban a las parroquias, y a varias familias, revistas que informaban de la experiencia de estos misioneros; Vgr. Almas, Esquila Misional. Y resaltaban la gran necesidad de la oración, la colaboración económica y la invitación para prepararse e ir a esos lugares necesitados de personas que estuvieran dispuestos a llevar el mensaje de salvación a los que aún no conocían a Cristo.

Hoy continúa la necesidad de nuevos misioneros para todos los continentes, para todos los ambientes. Pero debemos repensar que el reto sigue siendo el que todos los bautizados seamos discípulos misioneros desde que tenemos uso de razón. De modo que niños, adolescentes, jóvenes, adultos estamos llamados a colaborar en la obra misionera en la Iglesia y para bien del mundo, empezando por los lugares donde vivimos cada día: la familia, el trabajo, la escuela; pero también dispuestos a colaborar en otros ambientes, en los lugares y escenarios fuera de nuestra comunidad, inclusive dispuestos para ir fuera de nuestro país.

Desde luego que lo primero y más importante es estar viviendo y dando testimonio de la fe y la caridad en la propia familia y comunidad de origen como buenos papás, esposos, trabajadores responsables, profesionistas honestos, estudiantes de primera, etc.

Pensemos en la gran cantidad de adolescentes y jóvenes de todas las clases sociales que buscan afanosamente ser originales, felices a través de las drogas, el alcohol o por medio de otras experiencias límites llenas de violencia; o que se encierran en un mundo de amistades virtuales, pero indiferentes a su familia y compañeros reales. ¿Y quiénes les podrán hacer llegar la luz de la verdad, el amor, la amistad auténtica? ¿Quiénes les anunciarán el camino de la luz? Están esperando, especialmente a los misioneros jóvenes, enviados por la fuerza del amor de Cristo y de la comunidad que les comuniquen un nuevo proyecto de vida; que les hagan ver que las autenticas huellas que son valiosas son las que se dejan por la practica del amor.

Seguramente nos preguntamos: ¿cómo va ser posible hacer real esto? Son pocos los que están cumpliendo con la misión de ser testigos del Señor, son más los que están fuera del círculo de la luz, del trabajo a favor de la justicia, de ser solidarios con los más pobres y desamparados, y más ahora con todo este problema de la crisis sanitaria causada por el Covid-19.

¿Cómo poder iniciar, fortalecer y llegar al compromiso integral de ser discípulos misioneros? Todo comienza con el encuentro fuerte con Dios, con su amor y misericordia, dentro de un proceso de conversión que luego va madurando hasta llevarnos a colaborar de manera activa en la comunidad.

El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado (Documento de Aparecida 278).

El que va viviendo cada día el amor a Dios no se puede quedar con este tesoro sólo para sí mismo, llega el momento en que lo quiere compartir con otros porque sabe lo valioso que es, ya que da alegría, esperanza, nueva fuerza y vitalidad en todo lo que lleva a la verdadera felicidad. Ya no se puede quedar indiferente ante la necesidad de ayudar a los demás a conocer, recibir y compartir esta riqueza. ¡Además porque realizando este ejercicio cotidiano es cada vez más feliz, y su entrega misionera no tendrá fronteras!

Y los invito a tener en cuenta en la oración diaria, y en nuestra ayuda solidaria, a los misioneros de tiempo completo, los que están en primera fila, todos los días, compartiendo la alegría del Evangelio en los escenarios más alejados y difíciles, tanto en nuestro país, como en otros del mundo entero.

Comparte:
Obispo de la Diócesis de Coatzacoalcos