Celebramos este domingo, en la liturgia de la Iglesia Católica, el misterio de la Santísima Trinidad. Nosotros creemos y profesamos que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo, Tres personas divinas y un solo Dios. Así lo confesamos cada domingo en el Credo.
Esta fe en la Santísima Trinidad encuentra una fundamentación muy clara en la forma como Dios se nos ha dado a conocer. Creemos en la Santísima Trinidad porque Dios así se ha manifestado y porque Jesús así nos lo ha revelado.
Son numerosos los pasajes del evangelio los que refieren este misterio de la Santísima Trinidad. Para citar tan sólo unos ejemplos, en el evangelio de San Juan Jesús nos dice: “he salido del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16, 28). “Créanme, yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14, 11). “El consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas” (Jn 14, 26).
Además de estas indicaciones donde se menciona a alguna de las personas divinas, se puede evocar también el momento del bautismo del Señor, donde se mencionan las tres divinas personas: Jesús es bautizado por Juan, se escucha la voz del Padre que dice: “este es mi Hijo muy amado, escúchenlo” y se menciona que el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma de Paloma, cfr. Mc 1,9-11.
En el caso del texto evangélico que escucharemos este domingo, tomado de San Mateo 28, 16-20, se trata de los últimos versos del evangelio donde Jesús envía a los apóstoles a predicar, el Señor dice: “vayan y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” (Mt 28, 16-20).
Jesús resucitado envía a sus discípulos a enseñar a todas las naciones y a bautizarlas en el nombre de la Santísima Trinidad. El misterio trinitario es un misterio relacional. Pues todos los que hemos sido bautizados en el nombre de estas tres divinas personas, hemos sido introducidos en el misterio mismo de Dios.
Gracias a nuestro bautismo hemos empezado a pertenecer a la familia de Dios. Por el Bautismo nos convertimos en Hijos de Dios y fuimos engendrados a una vida nueva; el bautismo nos hace hermanos de Jesús y templos vivos del Espíritu Santo.
Que el Misterio trinitario nos lleve a tomar conciencia de la importancia de mantener una relación de comunión con el padre, por medio de su Hijo en el Espíritu santo.