Fue el papa san Juan Pablo II quien instituyó el Domingo de la Misericordia el Segundo Domingo de Pascua, conforme lo había pedido el SEÑOR a santa Faustina Kowalska, en sus revelaciones privadas sobre la Divina Misericordia. Los mensajes sobre la Divina Misericordia respaldan la espiritualidad del Corazón de JESÚS ofrecida a santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), monja salesa contemplativa de Paray-le-Monial, en Francia. La espiritualidad de la Divina Misericordia o del Corazón de JESÚS se encuentra reafirmada por distintos pronunciamientos magisteriales entre los que encontramos como más representativos la encíclica de Pío XII, Haurietis aquas; y la más reciente de san Juan Pablo II, Dives in misericordia. En buena vecindad en este caso el Magisterio de la Iglesia convive con la vertiente carismática de unas revelaciones privadas, que actualizan en el tiempo una dimensión esencial de la Revelación. Si ánimo de caer en maximalismos podríamos decir que ambas líneas de pronunciamiento eclesial vienen a reafirmar lo más esencial de nuestra Fe: DIOS es MISERICORDIA. El amor, la bondad, la justicia, la libertad o la misericordia dichos sobre DIOS, dejan de ser atributos para convertirse en distintos modos de aproximarnos a su esencia. DIOS es MISERICORDIA, o DIOS es AMOR (Cf. 1Jn 4,8). DIOS es BONDAD, pues “sólo ÉL es bueno” (Cf. Mc 10,18), dice JESÚS. Sólo la TRINIDAD es ETERNA, de tal modo que es posible afirmar que DIOS es ETERNIDAD, y todo lo demás parte de un punto inicial. No es posible una coeternidad de DIOS con otra realidad. Podemos pensar en una eternidad hacia delante a partir de un tiempo inicial, que denominamos principio. Nosotros estamos llamados a vivir una eternidad con DIOS que se proyecta hacia una trascendencia interminable siempre hacia delante. Nuestra eternidad es la existencia dentro de la eternidad de DIOS mismo. A nuestra condición humana insignificante le viene bien esta condición esencial de DIOS, que nos hará justicia conforme a su ser esencialmente MISERICORDIOSO.
Santa Faustina Kowalska
Fue la tercera de diez hermanos, de una familia humilde, en una aldea de Glogowiec, Polonia. Bautizaron a la niña con el nombre de Elena y se distinguió siempre por la humildad y el amor a la pobreza. Al cumplir los catorce años se puso a trabajar en una casa para ayudar a sus padres. Después de distintos intentos entró en la comunidad religiosa de las Hermanas de la Madre de DIOS de la Misericordia, el veinticinco de agosto de mil novecientos veintisiete, Varsovia. El noviciado lo realizó en Cracovia, trabajó en distintas casas de la orden, pero la mayor parte del tiempo transcurrió en Cracovia. Sus trabajos fueron de cocinera, jardinera o portera, con ánimo siempre jovial, que no exteriorizaba las grandes revelaciones dadas por el SEÑOR. Manifiesta en su diario el objetivo de trabajar por la salvación de las almas. Afirma en su diario, que ninguna gracia carismática garantiza la santidad, solo la unión de la propia voluntad a la del SEÑOR. La tuberculosis fue minado su salud, a lo que hubo de añadir los padecimientos místicos o espirituales, dejando este mundo a los treinta y tres años. A esta monja sencilla, si más formación que los estudios primarios, el SEÑOR le confió la misión de ser la apóstol de la Misericordia para los tiempos actuales. Los escritos de santa Faustina Kowalska contenidos en su Diario la sitúan entre las grandes místicas de la Iglesia.
Culto y devoción
El culto a la Divina Misericordia quedó establecido por san Juan Pablo II el treinta de abril de 2000 en toda la Iglesia el Segundo Domingo de Pascua. Este día se proclama el evangelio de san Juan con las apariciones en la estancia cerrada por miedo a los judíos (Cf. Jn 20,19-31).
La devoción a la Divina Misericordia se apoya en una imagen que el propio JESÚS le mandó esbozar a santa Faustina Kowalska, el veintidós de febrero, de mil novecientos treinta y uno. Esta imagen tiene la característica de los rayos que salen del pecho, uno de color blanco y otro de color rojo. El mismo JESÚS le da el significado de estos dos rayos: el blanco simboliza los sacramentos de la purificación, Bautismo y Penitencia; y el rojo alude a la Eucaristía, que significa la Nueva Alianza y produce el crecimiento espiritual. JESÚS le dice a santa Faustina, que esta imagen de la Divina Misericordia ha de ser bendecida con toda solemnidad en el Segundo Domingo de Pascua. Esta imagen se relaciona muy estrechamente con la liturgia de este domingo. La imagen de la Divina Misericordia va firmada con la frase, “JESÚS, en ti confío”. La imagen de la Divina Misericordia une culto y devoción: La liturgia hace público el culto que en el espacio privado se traduce en devoción. El culto y la devoción se afirman en el tiempo con las prácticas de las “Obras de Misericordia” por parte del creyente. Recibimos Misericordia para ofrecer misericordia a través de los actos particulares. El Catecismo de la Iglesia Católica compendia las Obras de Misericordia en corporales y espirituales con siete acciones principales para cada grupo; por lo tanto, en total, catorce. La devoción y culto a la Divina Misericordia nos pide que realicemos, por lo menos, una obra de misericordia diaria. Si las recordamos, puede que no sea tan difícil llevar a cabo esta pauta de espiritualidad cristiana.
Obras de Misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, hospedar al peregrino, visitar al encarcelado, cuidar al enfermo y enterrar a los muertos.
Obras de Misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, llevar con paciencia los defectos del prójimo, pedir a DIOS por los vivos y los difuntos.
La fiesta de la Divina Misericordia debe ir precedida de la novena a la Divina Misericordia, que dará comienzo el día de Viernes Santo. La novena tiene como oración principal la “Coronilla a la Divina Misericordia”, en la que el devoto ofrece al PADRE “el cuerpo, sangre, alma y divinidad de JESÚS”. Esta es la ofrenda más perfecta que el creyente puede realizar, y la única que perdona los pecados de la humanidad. La primera y última tabla de salvación para los hombres es la Divina Misericordia. Por eso santa Faustina recoge la palabra de JESÚS que le promete gracias especiales para todas las personas que realicen una oración a las tres de la tarde, momento en el que ÉL cumplió en totalidad la obra de la Redención, y por tanto la obra de la Divina Misericordia para todos los hombres. A la hora de nona, JESÚS exclamó: “todo está cumplido” (Cf. Jn 19,30). Los brazos del REDENTOR se extendieron hasta el infinito para acoger a todo pecador arrepentido sin excepción. Esto sólo lo puede hacer DIOS, y lo realizó en su HIJO.
1Juan 5,1-6
La segunda lectura de este domingo ofrece argumentos que giran en torno a la Divina Misericordia, al incidir en el amor fraterno. Todos queremos en el momento del juicio particular, cuando nos encontremos con el SEÑOR, ser tratados con Misericordia, pues nadie es mejor abogado para sí, que uno mismo. Pero delante de nosotros aparecerá una medida para nuestros propios actos: la que hayamos usado frente a los demás, pues “con la vara que midiereis, seréis medidos” (Cf. Lc 6,38). Si hemos practicado misericordia encontraremos Misericordia. En correspondencia con la Divina Misericordia, esta carta de san Juan debe ser leída y meditada repetidas veces, con una cierta periodicidad, pues sus afirmaciones son máximas para llevar a la práctica cristiana sin disyuntivas ni paliativos. Los versículos anteriores a la lectura de hoy son un buen ejemplo de lo señalado: “quien dice que ama a DIOS y no ama a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a DIOS a quien no ve” (Cf. 1Jn 4,20). Esta máxima es muy conocida, pero no por eso causa menos impacto, porque esta cargada de una lógica y contundencia, que la hacen inapelable. Y como esta máxima vamos a encontrar en la carta un conjunto de verdades, que nos ofrecerán luz y sabiduría para nuestro lento caminar. Ahora, en los versículos del capítulo cinco, el apóstol nos devuelve al fundamento en CRISTO para hacer posible la vida en Gracia; y, por tanto, el amor a DIOS y al hermano.
“Todo el que cree que JESÚS es el CRISTO ha nacido de DIOS. Y todo el que ama al que da el ser ha nacido de ÉL” (v.1). Se nace nuevo por la Fe en JESUCRISTO. Para crecer en la Gracia primero hay que nacer de ELLA. JESUCRISTO es el don inicial, que es preciso recibir siempre inmerecidamente. Lo mismo que la vida biológica fue un don del que no se nos consultó ninguna de sus características, así también la vida en Gracia empieza con el nacimiento en CRISTO para el que no tenemos mérito alguno. Esta gran verdad que nos fundamenta como cristianos se repite de distintas maneras a lo largo de los escritos de san Juan y en todo el Nuevo Testamento, de forma especial en las cartas de san Pablo. Una vez insertados en CRISTO como los sarmientos están unidos a la vid (Cf. Jn 15 ); entonces comienza la vida en CRISTO, en la que tenemos que corresponder por la adhesión a la Fe que hemos realizado. Dicho de otra forma: hemos dicho que aceptamos a JESUCRISTO en su persona y programa evangélico de vida. Hemos dicho que sí a una vida de fraternidad cristiana, y no sólo de participación ciudadana que se da por hecho. Pero de nuevo volvemos la mirada al fundamento que es JESUCRISTO, el HIJO del PADRE, que nos da el ser, al que podemos amar como PADRE gracias a nuestra inserción en JESÚS. Esta circularidad en la relación no es confusión, sino la relación adecuada para el crecimiento cristiano: al PADRE por JESUCRISTO junto con nuestros hermanos.
“En esto conocemos que amamos a los hijos de DIOS, en que amamos a DIOS y cumplimos sus mandamientos” (v.2). El pensamiento de san Juan establece una reciprocidad entre amor al prójimo y el cumplimiento de los Mandamientos, que resuelve cualquier duda, y descarta el relativismo moral. Cuando el apóstol refiere la conducta según los Mandamientos no está volviendo a la interpretación de la Ley realizada por los rabinos, que en su tergiversación condenaron a JESÚS, sino que centra toda su atención en el núcleo de la Ley formulado en el Shemá y en el conjunto del Decálogo. Estas Diez palabras dadas por DIOS al hombre con la solemnidad de la manifestación en el Sinaí no admite alternativa, sino una progresiva profundización para mejorar la convivencia fraterna. Podemos aspirar a la Vida eterna, porque respetamos la vida del hombre creado por DIOS; mejoramos la fraternidad si evitamos el falseamiento de la verdad y respetamos lo ajeno; los recursos del planeta darán satisfacción a todos, si ejercitamos la justicia en sus diversas formas. Son pocos los principios pertenecientes a la Ley eterna de DIOS para convertir este mundo en el Reino querido por ÉL.
“En esto consiste el amor a DIOS, en que guardemos sus Mandamientos, y sus Mandamientos no son pesados” (v.3). Unidos a JESUCRISTO los Mandamientos que DIOS propone para crear la fraternidad cristiana, no son pesados. La antigua Ley resultó impracticable, porque faltaba la nueva presencia de DIOS en los corazones de los hombres. Por el Bautismo recibimos la comunicación de la TRINIDAD, es decir, comenzamos a vivir dentro del ritmo trinitario que nos da el sentirnos hijos del PADRE, porque vamos conociendo con profundidad a JESUCRISTO, el HIJO, gracias a los dones convenientes dados por el ESPÍRITU SANTO. La oración, la meditación de la Escritura y los sacramentos, de forma especial la Eucaristía, vienen en nuestra ayuda para mantener este ritmo trinitario, que puede hacer fácil la vida del cristiano en este mundo. El yugo llevadero, que promete el SEÑOR (Cf. Mt 11,30) no evita las secuencias dolorosas y sufrientes, que nos ayudan a identificarnos más con ÉL.
“Todo el que nace de DIOS vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra Fe” (v.4). Nacidos de DIOS por la Fe simultáneamente vencemos al mundo. Cuando san Juan se refiere al mundo en estos términos lo hace pensando en el campo de influencia de las fuerzas satánicas que gravitan sobre las conductas humanas individuales y sociales. El Príncipe de este mundo es vencido y echado fuera por la victoria de JESÚS (Cf. Jn 13,31); y la contienda está abierta pues el padre de la mentira sigue captando seguidores. La Fe del creyente es un verdadero exorcismo en el área social correspondiente; y en ese sector la Fe del cristiano vence al espíritu satánico que mundaniza al hombre y lo esclaviza. El rito del lucernario con el que da inicio la Vigilia Pascual puede dar una idea de lo que ocurre en el mundo cuando la Fe de los creyentes entra en comunión. El Cirio Pascual, que representa al mismo JESUCRISTO, va ofreciendo su LUZ a las velas particulares en un templo, que en un principio a oscuras va llenándose de LUZ y desplazando la oscuridad. Así obra un exorcismo en el campo real de los espíritus. El apóstol san Juan mantiene en esta carta la misma tensión entre la LUZ y las tinieblas, que expone en su evangelio.
“¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que JESÚS es el HIJO de DIOS? (v.5). La Fe que nos hace nacer de DIOS es aquella que tiene como contenido la firme convicción personal que JESUCRISTO es el HIJO de DIOS. Algo tan sencillo aparentemente revoluciona todos los mundos, porque trastoca el universo satánico entenebrecido. La soberbia satánica no soporta la victoria de JESUCRISTO cuando se la encuentra de frente en la Fe sin fisuras de un cristiano. A la luz de esta gran verdad no nos debe extrañar todos los intentos de Satanás por desvirtuar la identidad de JESUCRISTO para el creyente. Cuando esto se produce la Fe del que dice ser cristiano queda inservible y ya no es realmente Fe. Con esos sincretismos Satanás se maneja muy bien, pues ofrece al pupilo un halo de intelectualidad. Cuánta importancia se otorgan algunos al situar a JESÚS de Nazaret al nivel de Buda, Mahoma, Khrisna e incluso Gandhi. Ya no digamos nada, si el ilustrado en religiones menciona a Confucio, Lao-Tse o Rama Khrisna. En estos caos la luz ya no es tal y la sal se ha convertido en otra cosa muy distinta (Cf. Mt 5,13-16) En estos momentos críticos que nos toca vivir, todos los altavoces cristianos deberían estar proclamando con toda claridad la condición de JESUCRISTO como único HIJO de DIOS, y SALVADOR de todos los hombres. Se esta en la honda cuando se trata lo del cambio climático y el cuidado del planeta, pero no es misión de la Iglesia Católica dedicarse a esas cuestiones, que desde el punto de vista científico son discutibles en muchos extremos. Todas las fuerzas de la Iglesia Católica, desde la máxima jerarquía hasta el último fiel, pasando por toda esa legión de yotubers, que hacen de la anécdota categorías ficticias, deberíamos todos no perder una sola ocasión de reclamar la esencialidad de JESUCRISTO como único SALVADOR. No es intolerancia decir lo que se cree cuando se respetan las otras opiniones, pero nuestra verdad cristiana fundamental no se puede apagar: “TÚ eres el CRISTO, el HIJO de DIOS. Sobre esta Fe se edificará mi Iglesia, y tú, Pedro, la harás valer; y te digo, que las fuerzas del infierno no podrán contra ella” (Cf. Mt 16,16-18).
“Este es el que vino por el agua y por la sangre, JESUCRISTO. Este es el que vino por el agua y por la sangre, y el ESPÍRITU es el que da testimonio” (v.6). De tal forma, que en el versículo siguiente dice san Juan: “tres son los que dan testimonio: el ESPÍRITU, el agua y la sangre” (v.7). El agua que regenera, limpia y purifica simbolizada en el suero sanguinolento evacuado por el costado de JESÚS al recibir la lanzada del soldado romano cuando JESÚS ya estaba muerto (Cf. Jn 19,33-43). Y la sangre que sella la Nueva Alianza establecida por DIOS con toda la humanidad. La profecía del agua convertida en vino de la Boda de Caná” (Cf. Jn 2,1-11) llega ahora a su pleno cumplimiento. El vino nuevo de los sacramentos de la Iglesia vienen a nutrir la vida espiritual de los cristianos para dar confirmación al Plan de Redención previsto por DIOS. Las fuentes de la Misericordia están abiertas y no existe pecado que no pueda ser perdonado, si el pecador se arrepiente. Pero todos deben saber que las fuentes de la Misericordia infinita están abiertas y el hombre y la humanidad pueden renovarse totalmente mediante una vida en CRISTO.
El primer día de la semana al atardecer
Como en una nueva creación, al atardecer en el Paraíso, (Cf. Gen 3,8), JESÚS se revela resucitado a los Once. El RESUCITADO aparece y da muestras de poseer el dominio de todos los mundos y planos de existencia. Su condición humana es real, no es un espectro o un fantasma, pues adquiere en aquel instante la consistencia corpórea de cualquiera de los presentes allí reunidos. Durante cuarenta días, siguiendo la indicación del libro de los Hechos de los Apóstoles (Cf. Hch 1,3), JESÚS va a mantener las apariciones con carácter múltiple y personal (Cf. 1Cor 15,5-8) con el fin de impartir los últimos contenidos sobre el Reino de los Cielos, que los discípulos precisaban para llevar adelante su tarea misionera. Entre las verdades cardinales que habrían de quedar afianzadas estaba la misma Resurrección en su persona, el RESUCITADO. JESÚS era el HIJO de DIOS y la Resurrección le había abierto la puerta para moverse con libertad y autoridad por todos los niveles de existencia, de forma tal que las leyes de la materia estaban bajo su absoluto dominio. Las puertas de la casa podían estar herméticamente cerradas y las ventanas atrancadas dando la impresión de ausencia de personas en su interior. La potencia del ESPÍRITU SANTO supera los límites de las leyes espaciales y físicas en general. Los discípulos van a comprobar que el RESUCITADO podrá estar en distintos sitios de forma simultánea, y las distancias en absoluto son obstáculo; y con todo su presencia en las apariciones es la de una persona que tiene carne y huesos, pudiendo comer alimentos en su presencia (Cf. Lc 24,41-42). Esta densificación corpórea no le impide al RESUCITADO continuar su ascenso y regreso al PADRE (Cf. Jn 20,17)). El ascenso a la derecha del PADRE significa la competencia plena de poder como DIOS que incluye a su dimensión humana glorificada. Los discípulos, como nosotros, tenían que recibir los conocimientos precisos sobre JESÚS el CRISTO, con los que habrían de predicar la nueva religión. Del Judaísmo iba a quedar un extracto del que era necesario separar muchos elementos inservibles. Era mucho mayor la diferencia, que los factores de continuidad con la religión anterior.
La restauración espiritual
El RESUCITADO se presenta en medio de ellos (v.19). De nuevo JESÚS recuperaba para sus discípulos el lugar central, pues tenían que renacer a la nueva vida que el RESUCITADO les iba a infundir. El testimonio del sepulcro vacío por parte de Pedro y Juan, las apariciones del RESUCITADO a las mujeres tomadas con reticencias por los discípulos, fueron a pesar de todo desbrozando el camino para que al atardecer del Día Primero el RESUCITADO se reencontrase con el círculo más cercano del discipulado. En la noche del Día Primero había que disipar las tinieblas espirituales, que los habían invadido, y la nueva presencia del RESUCITADO los llenó de alegría. JESÚS con el poder de su Gloria no sólo había traspasado las paredes de la casa cerrada, sino que estaba de nuevo en los corazones de sus discípulos.
La Paz
El saludo judío Shalom, se convierte en labios de JESÚS en saludo mesiánico, y extiende su virtud sobre todos aquellos a los que va dirigido como una bendición especial de DIOS, que desea un lugar entre los hombres. En esta primera aparición, JESÚS saluda por dos veces con el Shalom. La primera destinada a revelar las llagas de manos, pies y costado, como señales inequívocas de su identidad. El mundo recobrará la Paz en la medida que reconozca la victoria del RESUCITADO que había muerto por la salvación de todos los hombres. Este mensaje tiene que ser difundido por los testigos acreditados y capacitados. De nuevo san Juan señala que JESÚS bendice con el Shalom a los discípulos y les dice: “como el PADRE me envió, también YO os envió. Recibid el ESPÍRITU SANTO, a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quien se los retengáis les quedan retenidos” (v.23). A través de los discípulos comienza la acción del ESPÍRITU SANTO en el mundo como queda reflejado en el capítulo dieciséis de este evangelio: “el ESPÍRITU SANTO amonestará al mundo sobre el pecado, la justicia y el juicio. Sobre el pecado, porque no han creído en el Hijo del hombre; sobre la justicia, porque el Hijo del hombre se va al PADRE; sobre el juicio, porque el Príncipe de este mundo está ya condenado” (Cf. Jn 16,8-9). El Pentecostés de los discípulos a duras penas se fue extendiendo a lo largo de los siglos, y es lo que ha producido la verdadera expansión de la Iglesia de JESUCRISTO. Podemos decir, que la cosa empezó en aquel cenáculo el Primer Domingo al anochecer, cuando los discípulos fueron investidos de poder y autoridad para perdonar pecados, erradicar el mal y extender toda clase de bendiciones sobre los hombres para que la verdadera Paz reine sobre toda la tierra.
Llega el apóstol Tomás
Sabemos que a este apóstol el testimonio de sus compañeros no lo convence, y declara que necesita ver para creer. La condescendencia de JESÚS con el apóstol Tomás abarcar a todos aquellos que con recta intención buscan la Verdad mediante el don de la razón y la inteligencia. En nuestros días existe un sector amplio de personas que procuran andar por caminos de experiencia verificable antes de acabar en la mera credulidad. Tomás termina realizando una confesión sobre la divinidad de JESÚS, que no habían hecho el resto de los apóstoles: “SEÑOR mío y DIOS mío” (v.28). La nueva Fe de Tomás da lugar a una nueva bienaventuranza: “Bienaventurados los que crean, sin haber visto” (v.29). Por encima de las exigencias, el SEÑOR agradece la confianza filial de los discípulos, que, por otra parte, no deben ser incautos. El SEÑOR por su cuenta deja señales suficientes de su paso, para que la Fe de los sencillos vaya por caminos seguros. La exigencia de pruebas es un reto que DIOS acepta o puede rechazar, pues comprobamos en los evangelios que las sobradas muestras de la singularidad de JESÚS no fueron suficientes para convencer a los espíritus soberbios.
Hechos de los Apóstoles 4,32-35
La comunidad cristiana tenía que hacerse visible en Jerusalén como consecuencia de la muerte y Resurrección de JESÚS. Jerusalén era receptora de las promesas dadas en la Antigua Alianza como lugar en el que DIOS iba a reunir a todos los pueblos. Todavía cuarenta años más, después de la muerte de JESÚS y su Resurrección, escuchando el Mensaje del Evangelio y viendo sus signos. Casi cuarenta años hasta la destrucción de Jerusalén y el Templo por las legiones romanas. Fue un tiempo de prueba y testimonio, que terminó en martirio en algunos casos: el diácono Esteban, el apóstol Santiago de Zebedeo y Santiago el jefe de la Iglesia en Jerusalén. La ciudad que pidió la muerte de JESÚS tenía que escuchar el testimonio de su Resurrección por parte de los testigos destinados para ello. Si los dirigentes religiosos rechazaron en primer término a JESÚS y su Mensaje, hicieron lo mismo con los testigos continuadores de su obra. La contumacia de los tergiversadores de la Ley, al final, ocasionó su propia ruina y la del pueblo.
Modelo de comunidad
Teniendo en cuenta lo anterior se comprende que la Iglesia nace y va creciendo en un ambiente cargado de tensiones, pero eso no impide que prevalezcan ciertos rasgos. De forma sumaria, el final del capítulo cuatro del libro de los Hechos de los Apóstoles nos recoge una semblanza.
“La multitud de los creyentes no tenía, sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que, todo era en común entre ellos” (v.32). La Iglesia de JESUCRISTO está llamada a vivir la “Comunión de los Santos” como rezamos en el Credo apostólico. Ciertamente la “Comunión de los Santos” alcanza e incluye los lazos cristianos establecidos con los que están en la otra vida. Pero la fraternidad cristiana dentro de la Iglesia peregrinante tiene que construirse con el objetivo de vivir con un solo corazón y una sola alma. Esta unidad fraterna es posible cuando el centro de la vida personal y comunitaria es el propio JESUCRISTO. Señalemos de nuevo la instantánea del evangelio de hoy cuando JESÚS se aparece y se sitúa en medio de ellos: todos están alrededor de JESÚS y en mutua comunión. El desprendimiento de los bienes personales viene dado como una consecuencia natural de la unión con JESUCRISTO, que da al creyente la perspectiva justa frente a los bienes de este mundo. Por otra parte, habría que añadir la espera inminente de la vuelta de JESÚS, que contribuía a desprenderse de los bienes materiales, pues pronto no serían necesarios en absoluto. Dos mil años después vemos que las cosas no fueron exactamente así. De hecho por aquellos años la comunidad de Jerusalén acusaba su pobreza y escasez, y reclamaba la ayuda de otras comunidades cristianas, que iban surgiendo en la geografía del Imperio.
“Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la Resurrección del SEÑOR JESÚS, y gozaban todos de gran simpatía” (v.33). Este versículo hay que leerlo bajo la óptica que ofrece la acción del ESPÍRITU SANTO. La evangelización de los comienzos se abrió camino gracias a la acción carismática del ESPÍRITU SANTO, pues en el debate de las ideas religiosas jamás hubiera prosperado, pues la Fe no transita por esos derroteros principalmente. El hombre tiene que experimentar que su vida se transforma por una fuerza que no es la suya propia. El que está distante tiene que ver algo distinto, significativo y suficiente, para acceder a iniciar un camino que es del todo nuevo. Dos mil años después tendríamos que valorar lo anterior, pues la institucionalización de la Iglesia provoca sus variaciones. Y en este punto nos toca retomar el diagnóstico de aquella Iglesia para aplicarlo en estos momentos. La pregunta es inmediata ¿son necesarios los signos carismáticos en la Iglesia de nuestros días? Según la respuesta que demos a esta sencilla cuestión, así procederemos, y las consecuencias serán distintas.