Casi al finalizar este año 2020 podemos pensar que jamás nos imaginamos terminarlo aun con esta pandemia. En un primer momento nos mantuvimos en la incertidumbre, pero pensando quepronto terminaría.
Ahora que nos encontramos en esta situación y como creyentes, es importante preguntarnos si hemos considerado la presencia de Dios en esta realidad. No sólo me refiero a hacer una referencia a Él, o decir “Dios mío creo en ti”. El tomar plena consciencia de nuestra realidad de hijos de Dios y saber que venimos de Él, que somos la obra de sus manos y que como nuestro Padre, espera mucho de cada uno de nosotros porque nos quiere hombres y mujeres realizados en esta vida.
Ciertamente por nuestra misma condición frágil a veces experimentamos la cercanía de nuestro Creador, pero con frecuencia no experimentamos nada en absoluto y ante esta experiencia hemos de saber que Dios siempre está con nosotros. Y por eso Dios nos ha enviado a su Hijo, que nos ha liberado del pecado, nos ha salvado de todo mal y nos conduce infaliblemente a la verdadera vida. Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
Sólo está en que lo busquemos, porque Él sale cada día a nuestro encuentro y Dios ha puesto en nuestro corazón el deseo de buscarle y encontrarle. San Agustín dice en sus confesiones: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti». Este deseo y búsqueda de Dios son tan esenciales como el comprender que sin su presencia nos perderíamos.
Para nosotros como seres humanos es natural buscar a Dios, porque Él mismo nos ha dado ese deseo y todo nuestro afán por la verdad y la felicidad es en definitiva una búsqueda de aquello que nos sostiene absolutamente, nos satisface y lo reclama absolutamente nuestro mismo ser. Siempre lo vamos a necesitar, pero ahora más que nunca es necesario voltear nuestra mirada a Él, abrirle nuestro ser. Este tiempo tan especial de Adviento en el que nos preparamos al Encuentro de Jesús Niño, hagamos un verdadero proceso de conversión. También en medio de esta pandemia, es necesario que nos cuidemos, que pensemos en el prójimo, en el que también tiene ese deseo de superarse, de experimentar la felicidad y la paz.
Finalmente acudamos a la Mujer Fuerte, a la Madre de la Esperanza, a María y pidámosle que nunca nos falte esa protección maternal y sobre todo, que sepamos imitar sus virtudes, que seamos discípulos fieles, que logremos lanzar nuestra mirada al más necesitado y continuamente sepamos leer con fe los acontecimientos que como humanidad estamos experimentando.
Dios nos visita cada día en su Hijo
Jesucristo.
Ven, Señor Jesús