El Evangelio de este segundo domingo de cuaresma nos presenta el pasaje de la Transfiguración de Jesús. El Señor subió a lo alto de un monte acompañado por Pedro, Santiago y Juan y ahí, delante de ellos, se transfiguró. Sus vestidos se pusieron esplendorosamente blancos, con una blancura que nadie puede lograr sobre la Tierra; no debemos olvidar que Jesús, antes de hacerse hombre y venir a este mundo, ya existía, estaba con Dios y era Dios, y al tomar nuestra carne mortal no disminuye su divinidad ni deja de ser Dios.
En la Transfiguración da una muestra de su divinidad y de su Gloria. Jesús no es un gran profeta o un gran personaje de la historia. Jesús es el Hijo único de Dios, es Dios y hombre verdadero y eso lo hace único. Nadie jamás ha existido ni existirá como Él que une ser hombre verdadero a su persona divina; por lo tanto, es absolutamente falso decir que todas las religiones son iguales o queridas por Dios, que da lo mismo ser cristiano, musulmán o budista, pues en ninguna de esas falsas religiones ha hablado Dios por medio de su único Hijo y autorizado mensajero e intérprete que es Jesús, su Hijo; puede haber aparente bondad en todas las religiones, pero sólo en la fe cristiana hay Verdad y esa Verdad es la que testifica el Padre cuando exclama: “Este es mi Hijo muy amado. ¡Escúchenlo!”.
Dios nos manda escuchar a Jesús, no al mundo, a las ideologías de moda, a supuestos profetas iluminados, a personas que dicen tener visiones. Sólo debemos escuchar a Jesús y a Él, sobre todo, lo escuchamos en su Palabra que está contenida en el Evangelio. Jesús aparece conversando con Moisés, que representa la ley dada por Dios a través de él a su pueblo, y Elías considerado el más grande de los profetas; así pues, esta aparición significa una sola cosa: Que la ley y los profetas están de acuerdo y dan testimonio que Jesús es el Hijo de Dios, su enviado, su mesías, el que había prometido enviar a los hombres para su salvación.
“Dios, Padre eterno, Tú me mandas a escuchar a Jesús, tu Hijo amado, pero yo prefiero escuchar otras voces, las voces que justifican mi egoísmo, mi sensualidad mi avaricia, mi soberbia; no arriesgo escuchar tu Palabra, leer tu Evangelio porque me incomoda, porque cuestiona mi manera de pensar y de vivir y cuando busco tu Palabra, sólo me gustan esas partes en las que tú te muestras misericordioso y me das consuelo, pero no quiero ver aquellos pasajes en que te muestras exigente y severo, en los que me pides entrar en el Reino por la puerta estrecha porque ancha es la puerta que lleva a la condenación. Ayúdame a hacer sincero en la vivencia de mi fe, haz que cierre mis oídos a tantos maestros y doctrinas falsas y enséñame a saber escucharte sólo a ti, pues solo tú y nadie más es el camino la verdad y la vida”.
Feliz domingo. ¡Dios te bendiga!