¿Dios no castiga al mundo? Inaceptables afirmaciones de un franciscano

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El padre franciscano Stefano Cecchin, presidente de la Pontificia Academia Mariana Internacional, afirmó en una entrevista publicada el pasado 30 de abril en el semanario Alfa y Omega algo totalmente inadmisible ante lo que no se puede guardar silencio.

Tras  reivindicar  la autoridad y competencia del organismo que preside, el padre Cecchin ha declarado textualmente: «Las apariciones que hablan de castigos de Dios son absolutamente falsas».

Esperemos que el padre Cecchin corrija cuanto antes esta declaración, porque si hay algo que sea totalmente falso y contradiga la enseñanza y práctica de la Iglesia Católica es ni más ni menos lo que él ha dicho.

No hace falta acudir a las Sagradas Escrituras ni a las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, Santo Tomás o los santos. Si alguno quiere profundizar en el tema le recomiendo un libro que publiqué hace poco titulado  Dio castiga il mondoLa Fede di fronte al mistero del male (Fede e Cultura, Verona 2022). Me limitaré a citar el magisterio de un pontífice contemporáneo, Benedicto XVI.

En la homilía que pronunció el 5 de octubre de 2008 con motivo de la apertura del XII Sínodo de los Obispos, el papa Benedicto no vaciló en pronunciar la palabra castigo aplicándola a las naciones y a la propia Iglesia:

«Si contemplamos la historia, nos vemos obligados a constatar a menudo la frialdad y la rebelión de cristianos incoherentes. Como consecuencia de esto, Dios, aun sin faltar jamás a su promesa de salvación, ha tenido que recurrir con frecuencia al castigo. En este contexto resulta espontáneo pensar en el primer anuncio del Evangelio, del que surgieron comunidades cristianas inicialmente florecientes, que después desaparecieron y hoy sólo se las recuerda en los libros de historia. ¿No podría suceder lo mismo en nuestra época? Naciones que en otro tiempo eran ricas en fe y en vocaciones ahora están perdiendo su identidad bajo el influjo deletéreo y destructor de una cierta cultura moderna».

Según el Papa, esas naciones pueden ser castigadas de la misma manera en que lo fueron comunidades cristianas un tiempo florecientes y hoy olvidadas. Así sucedió en Cartago, devastada primero por los vándalos y más tarde sepultada por el islam. El cristianismo quedó borrado en aquellas tierras. ¿Qué futuro aguarda a los países europeos que dan cabida en sus leyes a vicios cartagineses como la sodomía? «¿No podría suceder lo mismo en nuestra época?» Esta dramática pregunta de Benedicto nos interpela a cada uno de nosotros.

En otro discurso, pronunciado en la audiencia general del 18 de mayo de 2011, Benedicto habló de la oración intercesora de Abrahán por Sodoma y Gomorra, las ciudades bíblicas que Dios castigó por sus pecados, porque el patriarca no encontró en ellas ni diez justos merecedores de la salvación.

Eso quería el Señor: una cantidad mínima de justos para que salvara la ciudad. «Pero -afirma el Papa- ni siquiera diez justos se encontraban en Sodoma y Gomorra, y las ciudades fueron destruidas. Una destrucción que paradójicamente la oración de intercesión de Abraham presenta como necesaria. Porque precisamente esa oración ha revelado la voluntad salvífica de Dios: el Señor estaba dispuesto a perdonar, deseaba hacerlo, pero las ciudades estaban encerradas en un mal total y paralizante, sin contar ni siquiera con unos pocos inocentes de los cuales partir para transformar el mal en bien. Porque es este precisamente el camino de salvación que también Abraham pedía: ser salvados no quiere decir simplemente escapar del castigo, sino ser liberados del mal que hay en nosotros. No es el castigo el que debe ser eliminado, sino el pecado, ese rechazar a Dios y el amor que ya lleva en sí mismo el castigo. Dirá el profeta Jeremías al pueblo rebelde: “En tu maldad encontrarás el castigo, tu propia apostasía te escarmentará. Aprende que es amargo y doloroso abandonar al Señor, tu Dios” (Jer. 2, 19)».

El Papa recuerda por tanto que «no es el castigo el que debe ser eliminado, sino el pecado, ese rechazar a Dios y el amor que ya lleva en sí mismo el castigo». El pecado lleva consigo, como consecuencia, el castigo, tanto en el plano individual como colectivamente.

La posibilidad de un gran castigo para la humanidad si ésta no se convierte es el núcleo del secreto de Fátima de 1917. En las palabras de Benedicto resuena el eco del mensaje que el propio cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presentó y comentó el 26 de junio de 2000.

En Fátima la Virgen advirtió a los tres pastorcitos: «Dios va a castigar al mundo sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la persecución de la Iglesia y del Santo Padre. (…) los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará».

El mensaje de Fátima divulgado oficialmente por la Santa Sede nos recuerda que la espada de Damocles de un castigo terrible pende sobre la humanidad. La Pontificia Academia Mariana, presidida por el padre Stefano Cecchin, tendrá el deber de recordar actualmente a los fieles la elección radical ante la cual el mensaje de Fátima pone a toda la sociedad y a cada uno de nosotros entre conversión y castigo, individual y colectivo.

Si el mundo no se arrepiente, y sobre todo si los hombres de la Iglesia callan, será inevitable que los castigos sean cada vez más graves, llegando incluso a la aniquilación de naciones enteras, como anunció la Virgen en Fátima. Y la de Fátima no es una revelación dudosa o discutible, sino un anuncio divino reconocido nada menos que por siete pontífices que se han sucedido desde hace un siglo.

Quien afirma que Dios no castiga en el tiempo y en la eternidad es un necio y un ignorante, porque carece del temor de Dios, que es el principio de la sabiduría y la condición más importante para salvarnos.

Por ROBERTO DE MATTEI.

Traducido por Bruno de la Inmaculada.

ADELANTE LA FE.

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