Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador

Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo
Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo
  • Del Santo Evangelio según San Lucas: 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían  por justos y despreciaban a los demás: 

Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: Dios mío, te doy gracias por que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias .

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo:

Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador.

Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será  humillado  y el que se humilla será  enaltecido 

Palabra del Señor.  R. Gloria a ti, Señor Jesús.

COMENTARIO:

  1. El santo Evangelio de este domingo, según san Lucas, expone la situación de los seres humanos que se tienen “…por justos y desprecian a los demás”: retrata perfectamente al ser humano, que puede tener una actitud ególatra, lleno de sí mismo, o bien, tener el valor de reconocerse pecador ante el Dios altísimo.
  2. Esto toca lo más profundo que el hombre tiene, su relación con Dios, y ante Dios queda al descubierto quién es en realidad un ser humano concreto, según su propia actitud en la presencia de Dios.
  3. Jesús nos brinda así, la verdad del hombre, su realidad, según las actitudes que tiene para con Dios, lo cual se ve cuando el ser humano se sitúa ante Dios en la oración y en el templo: “Dos hombres subieron al Templo para orar”.
  4. De estos dos hombres, uno, el fariseo, no adora a Dios, no lo reconoce como Dios altísimo y santísimo, pues prácticamente habla consigo mismo y, ante la santidad de Dios, contrapone su propia supuesta y pretendida, pero no existente santidad: “…no soy como los demás hombres”.
  5. El otro, el publicano, a quien se le identifica en la sociedad judía de aquel momento como  dedicado a actividades mundanas, sin embargo, adora a Dios en lo profundo de su corazón, pues reconoce que Dios es el Altísimo, ante quien nadie puede ostentar una santidad que no provenga de Dios mismo, y ante quien todos somos pecadores.
  6. Al reconocerse el publicano como pecador, está vaciándose de sí mismo, está invocando el perdón de Dios, su misericordia, y reconociendo quién es él mismo como hombre que es polvo, y quién es Dios altísimo: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”.
  7. Se dice que San Agustín tenía una oración muy corta, pero muy profunda: “Señor, que te conozca a ti y que me conozca a mí”: que te conozca a ti Señor en tu inmensa santidad, y que me conozca a mí en mi gran limitación y en mi pecado; orando de corazón así, abrimos el corazón para obtener de Dios todo, pues él desde siempre nos ha amado y nos ha dado, sin mérito nuestro previo, sus beneficios, su salvación. Bendito sea por siempre el Señor.
  8. Por ello, el publicano alcanza de Dios misericordia y justificación, pues al reconocer la santidad de Dios y su pecado, implora la gracia de Dios: “…yo les aseguro que éste bajo a su casa justificado…”.
  9. Finalmente Jesús nos da una ley divina contundente: “…el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”, pues la única forma de dignificarse y enaltecerse es recibiendo de Dios la salvación, su gracia, su amor y amistad.
  10. En este domingo la Iglesia en todo el orbe celebra el “Domingo Mundial de las Misiones”(Domund), un domingo al año en el que se nos invita a considerar la inmensidad de la misión que tiene la Iglesia, aún en la actualidad, para cumplir con el mandato misionero de Cristo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio…” (Mc 16,15). 
  11. En este domingo de las misiones se nos invita a:

     – Orar y ofrecer buenas obras y sacrificios por la causa santísima de la Evangelización.

     – Orar por los evangelizadores, misioneros y misioneras, para que Cristo les ayude en esta tarea tan ardua, los sostenga en su testimonio y les inspire en su palabra, que lleva a los demás la Buena Noticia de la salvación.

     – Orar para que haya abundantes vocaciones de hombres y mujeres que se consagren a testimoniar el Evangelio de la salvación con toda su persona y existencia.

     – Colaborar, compartiendo algo de nuestros recursos económicos, para apoyar el desarrollo de las misiones en países con escasos recursos.

     – Ofrecer a Dios todas nuestras actividades, y ofrecernos a nosotros mismos en la Eucaristía, ofrecer todo desde nuestra vida cotidiana, haciendo que nuestra vida sea también una oblación por las misiones y la evangelización de toda la humanidad. 

12. Pidamos a la Virgen santísima de Guadalupe, estrella de la Evangelización como la llamó el Papa Pablo VI, que interceda por la Iglesia toda para que sea Sacramento de salvación para todos los hombres (cf. Lumen Gentium nn. 1 y 48). 

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