Dios, infinitamente rico,
recompensará tu conducta
y tus buenas obras

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XXII Domingo del Tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

“El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

Escuchamos hoy en el Evangelio que Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos; mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, Jesús se toma la libertad de dar dos exhortaciones al anfitrión: La primera sobre la humildad y la segunda sobre la gratuidad en dar de manera desinteresada:

1a- La humildad: El Señor observa el afán de los invitados por ocupar los primeros puestos, estar allí cerca del anfitrión, donde se sirve primero y que a nivel social se les da importancia. Esa actitud expresa soberbia, el sentirse más que los demás, esa importancia llena de orgullo y arrogancia, pareciera que conduce a la felicidad… pero los cristianos estamos invitados a vivir la humildad. Los oficios eclesiásticos o algún encargo de Iglesia que se nos hace, no han de llevarnos a sentirnos más que los otros, más bien, nos exigen un mayor servicio a favor de los demás.

La humildad nos hace bien sobre todo a nosotros mismos, nos hace conocernos y aceptarnos mejor, nos ahorra disgustos y nos proporciona una gran armonía interior. La humildad delante de Dios y de los demás, es una actitud que podría parecer totalmente contraria a la conducta que prevalece en este mundo, que parece una feria de vanidades. El Maestro nunca toleró que sus discípulos ambicionaran los primeros puestos y proclamó de muchas maneras las preferencias de Dios por los pobres, los humildes, los pequeños. Creo que tenemos que seguir aprendiendo que en el Reino de Dios la verdadera grandeza se adquiere en el servicio humilde a los hermanos. Hagámonos a la idea de que nuestro sitio en la vida no está donde más resplandezcamos, sino donde mejor podamos ayudar y servir a los hermanos. Si nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús, no buscaremos que nos paguen con honores, ni con vanidades mundanas, podremos andar cerca de los desgraciados del mundo que no nos pueden pagar.

2a- Dar de manera desinteresada, la gratuidad: Jesús desea dejar en claro que el amor de Dios consiste en dar, sin esperar nada a cambio; recordemos que Dios hace salir el sol sobre los buenos y sobre los no tan buenos, le queda muy bien la frase: ‘te amo, aunque no me ames’. Un amor difícil de entender, ya que pareciera que el ser humano en todas las épocas y culturas, ha mostrado un amor interesado, esa actitud de: ‘te amo si me amas’‘te doy para que me des’. Esa actitud en nuestros días está remarcada y el lenguaje de gratuidad resulta extraño e incomprensible.

No podemos ignorar que vivimos en una sociedad marcada por el poseer, por el tener, donde nada hay gratuito, todo se intercambia, se compra, se presta, se debe, se exige. Sólo sabemos prestar servicios remunerados y deseamos cobrar intereses. De allí que el dar sin esperar nada a cambio pareciera un escándalo en nuestros días, se corre el riesgo de ser tachados de tontos. Estamos en una sociedad donde nada es gratis, todo se compra o se debe. Vemos cómo a nivel político se da un despilfarro en las campañas y existen patrocinadores, personas sin nombre que apoyan a los candidatos y esos apoyos un día se cobran y un día se tienen que pagar. ¿Serían nuestros políticos muy ingenuos pensando que esos favores que les hacen son de manera desinteresada? Muchas veces observamos cierta pasividad en los encargados de proteger a los ciudadanos, cierta permisividad para los que ejercen el mal, pero nos cuesta comprender esos compromisos que se adquieren y que se tienen que pagar.

Jesús, nos invita a imitar el amor de Dios, ese amor de manera desinteresada, ese dar sin esperar agradecimiento, esa entrega total al otro, ese amor lo debemos vivir como cristianos.

Ante una sociedad que genera un tipo de hombre egoísta, insolidario, consumista, de corazón pequeño y horizonte estrecho, incapaz de amar con auténtica generosidad, deseo hacer una invitación a los padres de familia, que desean hacer de sus hijos buenos ciudadanos: Enséñenles desde pequeños, a dar, a compartir, no sólo lo material, sino también el tiempo con los demás. Enseñen a sus hijos a que los respeten a ustedes por amor, porque si los niños, adolescentes y jóvenes se sienten merecedores de todo y ustedes papás que desean cumplir todas las demandas de sus hijos, les quieren dar gusto dándoles lo que piden; así cuando una persona crece creyendo que lo merece todo y que sus padres se los tienen que conseguir, esa persona se incapacita para dar, incluso para apoyar a sus padres cuando están grandes. Es verdad que los papás lo dan todo por sus hijos sin esperar nada a cambio, pero eso les puede hacer mal a sus hijos, ya que son educados de manera errónea; crecen sintiéndose merecedores de todo y no son capaces ni de ayudar en las labores domésticas.

Reflexiona papá, mamá, ¿cómo estás educando a tus hijos? ¿son capaces de compartir sus juguetes con sus hermanos o con otros niños?

Hermanos todos, sabiendo que estamos llamados a replicar el amor gratuito de Dios, preguntémonos: ¿Qué buscamos de ordinario cuando nos acercamos a los demás? ¿Dar o recibir?. Recordemos estas palabras de Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir”.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan