Jesús se alegra cuando la palabra de Dios es acogida por muchas personas, como en aquella ocasión cuando comparte el gozo de los 72 discípulos que al regresar de su misión exponen con emoción lo que han logrado, a partir de la proclamación del evangelio y de los carismas que les concedió.
Se alegra de esta acogida porque en varios momentos le toca entender las dificultades que se van presentando para aceptar la palabra, como lo experimenta muy de cerca en la vida de los mismos apóstoles, a quienes va llevando con suma paciencia y caridad, a través de un itinerario espiritual.
Pero, así como muestra su alegría cuando la palabra es aceptada, va mostrando también su desconcierto cuando la palabra es rechazada, no obstante, las pruebas que ofrece y todos los signos que realiza en algunos lugares.
El joven rico, por ejemplo, no fue el único que se fue triste después de escuchar la respuesta de Jesús, sino que también el Señor se entristeció cuando este joven dejó de acoger la palabra y no dio el paso que le faltaba para consolidar su felicidad.
También el Señor se expresa sobre la situación de Corozaín y Betsaida que no han aceptado su mensaje, el cual iba acompañado de grandes signos, cuando en otros lugares su palabra había sido aceptada sin necesidad de estos signos.
Las palabras de Jesús sobre estas ciudades y las imprecaciones que expresa no son una especie de amenaza, sino el lamento de un corazón que ama y que no es correspondido. Muestra el Señor su tristeza y su dolor porque al rechazarlo a él rechazan también al que lo envió: tristeza al no acoger la paz que trae, al despreciar el amor que ofrece, al rechazar a Dios Padre que anuncia con su palabra y con su vida.
En momentos como este el Señor expresa su tristeza e impotencia pues ha hecho todo por nosotros y ha realizado incluso hasta lo imposible y, sin embargo, no queremos entender.
No solo en la Biblia nos encontramos con este tipo de expresiones que muestran el corazón herido de Dios, cuando viene ignorado, rechazado y traicionado. En momentos trágicos como éste, cuando el ser humano le da la espalda, Dios muestra su sufrimiento, su dolor de amor, no como una manera pasiva de exponer simplemente su sufrimiento en este drama histórico, sino como una respuesta activa, confiando en que finalmente triunfe la fuerza de su amor.
Además de la Biblia, también en otros momentos de la historia hemos escuchado palabras como estas. San Francisco de Asís, por ejemplo, llegó a decir con pena y sentimiento: “El amor no es amado”. Este es el drama del ser humano. En pocas palabras San Francisco resume el problema del ser humano y el problema que también explica la situación que estamos pasando.
Despreciamos el amor y escogemos sucedáneos del amor, rechazamos la prueba máxima del amor de Dios y nos conformamos con placeres efímeros. Tanta capacidad, creatividad, belleza y dulzura tiene el amor que todo lo hace nuevo, y lamentablemente no siempre es amado, no siempre es acogido por la dureza del corazón.
Estas palabras vuelven a plantearse de una manera semejante, cuando Jesús con gran nostalgia dijo a Santa Margarita María de Alacoque en una de sus apariciones: “He aquí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que no se ha reservado nada hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en respuesta no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por su frialdad y desprecio con que, me tratan en este Sacramento de Amor”.
Ahora no es San Francisco, sino el mismo Jesús quien expresa su tristeza y su dolor porque es rechazado a pesar de haber entregado todo por nosotros. Con un lenguaje tan explícito como este reconocemos que a veces hace falta que Dios nos hable así, que el Todopoderoso nos muestre su debilidad al hablarnos de su herida de amor cuando nosotros lo despreciamos.
Al compartir a Santa Margarita su dolor por la ingratitud, irreverencias y sacrilegios, Jesús le llega a decir con palabras que cimbran nuestro corazón: “… Al menos tu ámame”. Y en ese mismo tono, siglos después, Jesús dirá a Santa Faustina Kowalska, con un profundo acento de nostalgia: “Recuerden mi pasión y, si no creen en mis palabras, crean al menos en mis llagas. ¡Oh, si los pecadores conocieran mi misericordia, no perecería un número tan grande de ellos!”
Como el Señor hay personas que también expresan el dolor que les hemos causado, pero sobre todo la decisión de permanecer en el amor y no dejarse arrastrar por el odio y la ira. Hay personas que nos han dicho con dolor, y no con desprecio: “me lastimaste, pero te sigo queriendo”; “me has herido, pero quiero seguir adelante contigo, no quiero apartarme de ti”.
Hay muchos que son lastimados y se van, ya no quieren intentar; son lastimados y, aparte del dolor que se les ha provocado, los afecta el resentimiento y la soberbia al responder con la misma maldad. Jesús nos dice: “me has lastimado, pero te quiero y sigo tocando a tu corazón”.
Jesús ha mostrado la belleza de la palabra de Dios que llega a fascinarnos, pero a veces conviene que nos hable así mostrando su tristeza y desilusión, cuando no queremos entender. Jesús no cambió de mundo; este mundo fue el que lo crucificó, pero él se queda con nosotros y sigue insistiendo para que aceptemos su divino amor. ¡Qué no ha hecho Jesús por nosotros! Aunque las palabras que ha revelado a los santos parecen expresar: “¡qué más tengo que hacer! ¡qué más quieren que Dios haga por ustedes!”
La tristeza que Jesús muestra en su palabra y en sus diálogos con los santos también son una revelación de Dios para que lleguemos a recapacitar. Al desprecio que Dios experimenta de parte de los hombres, responde con amor, mostrando su corazón herido. Quizá también por eso San Francisco decía: “Ten cuidado con tu vida, tal vez sea ella el único evangelio que muchas personas vayan a leer”.
En muchos casos el único contacto que algunas personas van a tener con Dios, lo único que les puede recordar a Dios en medio de tantos otros afanes, es el testimonio, el dulce aroma de nuestra fe. No van a leer una Biblia, ni irán a la Iglesia, pero percibirán la sutil fragancia del Señor por medio de nuestro testimonio.
Jesús habla con solemnidad y señorío cuando nos dirige su palabra, así como cuando muestra su fragilidad y su tristeza, al sentir nuestro rechazo. Al Señor le duele más la lejanía, la indiferencia y el desprecio de sus amigos. A Jesús le dolió más la traición de Judas que todos los desprecios de Caifás y de Herodes, todos los latigazos de los soldados y todas las burlas de los fariseos. Porque Judas era su amigo, su elegido.
Nos toca, como constantemente reflexiona el Cardenal Robert Sarah regresar al Señor y defender su honor ante las situaciones que se viven en nuestro mundo: “Estamos viviendo una crisis espiritual muy fuerte… Dios es rechazado porque no admitimos que podemos depender de alguien. Cada uno quiere autodeterminarse, en la vida, en la muerte, en la sexualidad, hasta el punto de modificar la naturaleza en base a sus propias ideas”.
Tenemos que regresar a Dios a través del santo rosario y el Sagrado Corazón de Jesús, como indica este cardenal: “¿Quién se levantará hoy por Dios? ¿Quién se enfrentará a los modernos perseguidores de la iglesia? ¿Quién tendrá el coraje de levantarse sin otras armas que el rosario y el Sagrado Corazón, para enfrentarse a las columnas de la muerte de nuestro tiempo que son el relativismo, el indeferentismo y el desprecio de Dios? ¿Quién dirá a este mundo que la única libertad por la que merece la pena morir es la libertad de creer?”