Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este cuarto domingo del tiempo de Cuaresma.
En la primera lectura de este domingo, tomada del Libro de las Crónicas, Dios es presentado como Señor de la historia. Este pasaje muestra una síntesis de varios siglos de la vida del pueblo de Israel, durante el tiempo de los reyes, en el cual los profetas llamaban una y otra vez al pueblo al cambio de vida y a volver a la fidelidad a Dios y a su ley.
Como los profetas fueron ignorados por el pueblo, vino el gran castigo de la invasión de los babilonios, que destruyeron el templo y la ciudad, llevándose deportados a Babilonia a una gran parte de la población. Luego de sesenta años de destierro, los persas vencieron a los babilonios, permitiendo al pueblo de Judá, volver para reconstruir la ciudad de Jerusalén y el templo.
Tanto el destierro, como el regreso, fueron profetizados por Jeremías, por inspiración divina. Dios obra todo en todos: los profetas hablaron en su nombre; los babilonios castigaron a Judá, sin saberlo, siendo la mano de Dios; y finalmente, Dios los devuelve a su tierra por medio del rey de Persia, como dice la lectura: “El Señor inspiró a Ciro, rey de Persia” (2 Cro 36, 22). Tu historia, mi historia y la de todos, está en las manos de Dios. No cabe duda de que “Dios escribe derecho en los renglones chuecos de la humanidad”.
Con el salmo 136, recordamos toda la nostalgia y la tristeza que experimentaba el pueblo desterrado en Babilonia, alejado de su tierra y de su templo. Hoy podemos decir, como los israelitas en Babilonia, las palabras de este salmo, con el estribillo que dice: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”.
Siempre ha habido desplazamientos humanos, y todos los que se van a vivir a otra tierra añoran a su familia y las costumbres del lugar donde nacieron. Muchos y muchas (porque también son muchas mujeres) tienen que migrar en medio de amenazas y peligros. Muchos y muchas terminan en tierra extraña, con lenguaje y costumbres extrañas, trabajando como esclavos prácticamente, con salarios y condiciones de trabajo injustos; muchos, y sobre todo muchas, terminan siendo víctimas de trata.
Yo los invito a todos ustedes hermanos, para que en este día digamos junto con ellos y ellas: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”. De todas maneras, la mayoría de ustedes tienen que estudiar o trabajar en lugares donde parece no haber espacio para nuestro Dios; pero ahí, en el silencio de nuestro corazón, podemos repetir una y otra vez: “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”.
En la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta de san Pablo a los Efesios, el apóstol nos recuerda la gratuidad de la salvación, cuando nos dice: “Por pura generosidad suya hemos sido salvados” (Ef 2, 5). Esto debe animar a los que se piensan a sí mismos, creyendo que por sus graves pecados no tienen perdón de Dios; así como, por el contrario, deben bajar de su pedestal a quienes se crean acreedores de la salvación por sus propias obras, pues dice el apóstol: “En efecto, ustedes han sido salvados por gracia” (Ef 2, 8). Nadie ha de desanimarse y nadie ha de presumir. La Cuaresma y toda la vida cristiana son un llamado para acercarnos a la salvación que Cristo ya nos ha ganado.
Basta creer en Jesús muerto y resucitado por nosotros, para ser salvados. La Cuaresma es un tiempo especial para contemplar la cruz de nuestro Señor Jesucristo, no con el amarillismo con el que se presenta una nota roja, sino con el amor y la fe que nos lleva a extasiarnos. Por eso celebramos los viacrucis, para contemplar la cruz del Señor.
En el evangelio de hoy, según san Juan, Jesús le dice a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre” (Jn 3, 14). En un poste, Moisés levantó una serpiente de bronce en el desierto, para que los israelitas que habían sido mordidos por una serpiente, a causa de su murmuración, viniendo a mirar la serpiente de bronce, se curaran. Jesús se compara con la serpiente de bronce, porque él asumió los pecados de toda la humanidad para clavarlos en la cruz (cfr. 2 Cor 5, 21; 1 Pe 2, 24).
En el evangelio de san Juan, el verbo “levantar” tiene el sentido de “glorificar”, porque si la muerte en cruz era la más dolorosa y la más vergonzosa, para Jesús se trata de la muerte más amorosa, pues se entrega libremente en obediencia al Padre y por amor a nosotros. Jesús, al ser levantado, se ve a sí mismo ya triunfante y glorificado por su obediencia y por su amor. Suele suceder que, cuando el mundo nos glorifica, termina por hundirnos y perdernos.
La fama y la gloria humana con frecuencia, si no estamos atentos, nos desubican hundiéndonos como personas y como creyentes. El dinero, el poder político y toda clase de triunfos, son siempre un riesgo para el espíritu. El amor abnegado que nos lleva a entregarnos al servicio de los demás en el día a día, nos eleva ante Dios y ante las personas con criterios de fe.
Es voluntad del Padre que todo el que crea en su Hijo no perezca, sino que tenga vida eterna. Hay que tener cuidado para no confundirse con el tema de la fe y las obras, pues, aunque Cristo ya nos ha salvado, se espera de los creyentes un estilo de vida que los distinga como tal.
Porque la fe auténtica no es un ejercicio mental solamente, sino un ejercicio vital e integral, que nos lleva a acercarnos a la luz del Señor Jesús. Las tinieblas significan las obras del mal. Las obras del bien, conforme a la verdad, pueden tranquilamente ponerse bajo la luz, porque no hay nada que esconder. Quienes contienden por los distintos cargos de autoridad para las próximas elecciones se desacreditan unos a otros, acusándose mutuamente de obras que fueron hechas en las tinieblas, obras de corrupción, confundiendo a los electores y desanimando en gran medida la participación ciudadana.
Si somos personas de fe, nuestras obras, es decir, nuestra manera de vivir ha de ser luminosa. Quien se corrompe con obras malas, se pone del lado de las tinieblas, pero además, quien no hace ni el mal ni el bien, permanece en la frontera entre las tinieblas y la luz, en la penumbra de la mediocridad. Tomemos todos la firme decisión de caminar en la luz. La contemplación diaria del Crucificado debe llevarnos a este caminar en la luz.
Por otra parte, tenemos que señalar algunas oscuridades actuales en nuestra Patria. En nombre de los obispos de México, nuestro presidente de la Conferencia Episcopal, Don Rogelio Cabrera López, Arzobispo de Monterrey, y el Secretario General de la CEM, firmaron un mensaje titulado “Unidos por el Bien Común”, esto con motivo de diversos proyectos de reforma constitucional y legal en México. Estos proyectos de ley están impulsando agendas ideológicas que deberían exigir una discusión social pausada y responsable.
En un pasaje del mensaje dice textualmente: “Con gran preocupación advertimos que, en una situación como la presente, se pretendan introducir modificaciones en la Constitución y en leyes secundarias, que abran las puertas a la ampliación de la práctica del aborto, a la restricción del derecho a la libertad de religión, de conciencia y de expresión, a limitar peligrosamente el ejercicio de la patria potestad, a intervenciones biotecnológicas en el ámbito reproductivo, al consumo lúdico de la marihuana, entre otros asuntos más”.
Oremos al Señor de la historia y pongamos nuestro granito de arena para que estas propuestas de reformas de ley no avancen.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán.