Diálogos privados con el Papa Juan Pablo II, publicados.

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Joaquín Navarro-Valls (1936-2017) aterrizó en Roma en 1979 como corresponsal de ABC. Cinco años más tarde, Juan Pablo II lo invitó a almorzar y le pidió su opinión sobre el modo de informar del Vaticano. «Le digo que no llevo nada preparado y que tendré que improvisar», aseguró. Dos semanas más tarde, el Papa lo convirtió en su portavoz.

Fue una de las decisiones más acertadas de Juan Pablo II. Se negó a limitarse a confirmar o desmentir noticias sobre el Papa, y se propuso llevar la iniciativa y marcar la agendaAsí consiguió que Wojtyla diera entrevistas televisivas, escribiera libros, modificara discursos para evitar ofensas y zanjara polémicas. En Roma lo llamaban ‘Navarro’ o ‘il portavoce’.

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Lo explica en primera persona en ‘Mis años con Juan Pablo II’ que acaba de publicar Espasa, casi seis años después de su fallecimiento, como dejó establecido el autor. El volumen bucea en la montaña de apuntes personales que tomó a los largo de sus 22 años con Juan Pablo II y Benedicto XVI, editados con la ayuda de profesores de la Pontificia Universidad de la Santa Croce de Roma.

Ahí recoge elementos inéditos del Pontificado, como las reflexiones de Juan Pablo II acerca de su posible renuncia al papado, el discreto diagnóstico de párkinson a través de un médico español, o la preparación de las visitas de Gorbachov mientras caía el Muro de Berlín.

Párkinson

En 1992, durante unas vacaciones en los Alpes, Navarro escribe por primera vez: «Me doy cuenta de su temblor en la mano izquierda; lo corrige apoyándola en una mesa o una silla».

Dos años más tarde, en 1994, cuando un diario asegura que Juan Pablo II tiene párkinson desde 1991 y que está tomando dos fármacos para combatirlo, encuentra un modo para responder sin mentir. El médico del Papa le dice que sospecha que es cierto, pero que ni ha sido diagnosticado ni toma medicación. «Me sugiere que no sea demasiado específico en el desmentido. Hablo, por tanto, de una ‘información irresponsable’, porque no se citan fuentes que avalen lo que se escribe; y niego que el Papa esté tomando los fármacos que cita el artículo», cuenta.

Ese verano, de acuerdo con el médico y el secretario del Papa, Navarro-Valls convoca en Castelgandolfo al neurólogo de la Clínica Universidad de Navarra, el español Manuel Martínez-Lage, que hace varias pruebas a Juan Pablo II y le comunica por primera vez el diagnóstico.

«Martinez-Lage le dice al Papa, en castellano, con gran delicadeza, que sufre párkinson, en una forma leve. Voy traduciendo al italiano. El Papa levanta las manos en alto para mostrar los temblores. Está sereno y serio. Escucha atentamente, sin comentar nada. Agradece su presencia a los médicos y se va. Así recibe la confirmación dolorosa de su estado de salud», escribe el portavoz.

Dos años después, él mismo mencionó el párkinson a la prensa sin querer. «El día anterior había desmentido un despacho de la Agencia France Press sobre la salud del Papa. Los periodistas me preguntaron de nuevo sobre el asunto, y terminé hablando demasiado y mal», explica arrepentido.

La renuncia

Revela que Juan Pablo II se planteó en varias ocasiones renunciar al papado, la primera en 1992 o 1993. Entonces, pidió su opinión a Joseph Ratzinger, al número tres de la Santa Sede Giovanni Battista Re, y a Eduardo Martinez Somalo, como camarlengo. Además, llegó a escribir una carta apostólica «sobre ese tema, que nunca se publicó y ni siquiera se conserva en los archivos. Era un documento que trataba conjuntamente la dimisión de los obispos a los 75 años y también la del Papa», asegura.

En 1996, el secretario del Papa, Stanislaw Dziwisz, consultó a Navarro sobre «qué pensarían la prensa y la Curia sobre una posible dimisión del Papa. Le digo que de esa cuestión se habló con motivo del 75 cumpleaños, pero que ahora no está en primer plano. Sin embargo, es evidente que el Papa ha pensado en ello y es muy posible que haya pedido a Dziwisz que plantee la cuestión a diversas personas».

Además de portavoz, Juan Pablo II encomendó a Navarro-Valls delicadas misiones, como preparar la visita a Cuba con conversaciones con el régimen de la Habana y Fidel Castro (en una de ellas denunció que habían encontrado micrófonos en la residencia del obispo en Camagüey); o incluso con José María Aznar, para corregir una omisión en la Constitución europea.

Le hago una reflexión sobre lo absurdo que es omitir en el preámbulo solamente la referencia al cristianismo

«Aznar me recibe en La Moncloa», escribe en junio de 2003, poco antes de la entrega a los jefes de Gobierno del borrador de la Constitución. «Le hago una reflexión sobre lo absurdo que es omitir en el preámbulo solamente la referencia al cristianismo (y sí se mencione la herencia griega y romana)», asegura. Aznar le escuchó y efectivamente «pidió que se incluyese en el preámbulo una referencia al cristianismo en el contexto de las raíces de Europa», apunta Navarro agradecido en una nota.

El libro muestra otros detalles sobre cuánto el Papa conocía y apreciaba España. «Hablamos de literatura española», escribe en 1998. «Ha leído a Calderón de la Barca. Me pregunta nombres de intelectuales españoles contemporáneos. Está leyendo un libro de Julián Marías. Se pasa luego a la Historia: Granada, la colonización de América… Me pregunta por la Familia Real: ha visto en televisión una noticia sobre el nacimiento del primer hijo de la infanta Elena. La cabeza le funciona a las mil maravillas», constata.

Con confianza, Navarro también le explica cómo le percibe la opinión pública; está atento a las omisiones que podrían herir a quienes le escuchan en los viajes -en San Salvador consigue que vaya a rezar ante la tumba de Óscar Romero-; le avisa cuando hay ausencias en sus discursos, como cuando en Cuba no iba a mencionar el embargo; o le propone gestos audaces como solicitar la clemencia de un condenado a muerte que iba a ser ejecutado durante su estancia en E.U.

Un día, en coche, Juan Pablo II le preguntó su opinión sobre la masonería. «No soy amigo de las grandes conspiraciones», respondió Navarro. Dziwisz luego le explicó que «hacía tiempo vino a verle una persona para acusarle de masón, pero que el Papa confiaba plenamente en él y que esa persona difundía sospechas solo para sembrar desconfianza».

Resistencias para hacer pública la sentencia contra Marcial Maciel

Con cierta pena, el libro muestra cómo, tras el fallecimiento de Juan Pablo II, perdió la batalla contra la burocracia vaticana. Recoge sin polémicas, por ejemplo, las resistencias para hacer pública la sentencia contra Marcial Maciel. «La Santa Sede tiene que dar la información y darla enseguida», dijo ante Benedicto XVI, y los cardenales Angelo Sodano y William J. Levada, que se resistían a publicarla. «A pesar de las dudas de alguno de los presentes, el Papa dice que se prepare un comunicado», concluyó.

Cuando en julio de 2005 se queja a Georg Gänswein de «la falta de información y la casi imposibilidad de organizar una estrategia informativa», el secretario de Benedicto le revela la verdad. Le explica que algunos han dicho al Papa que su amistad con el secretario de Juan Pablo II, Dziwisz, le permitió puentear a la Curia vaticana y que «era conveniente un cambio».

Sin duda Benedicto XVI y Francisco se habrían ahorrado muchas polémicas si hubieran dado a sus portavoces la misma libertad que tenía Navarro-Valls.

Por JAVIER MARTÍNEZ-BROCAL

Corresponsal en el Vaticano.

Domingo 23 de abril de 2023.

ABC.

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