Son sus ojos los que nunca olvidaré.
Llevaban una oscuridad, una tristeza que se apoderó de mi corazón.
Era un transeúnte, alguien que estaba de paso en su camino a otra parte. Se detuvo y se quedó a mi lado, lo suficiente para agradecerme.
Yo estaba entre los reunidos para un evento pro-vida al aire libre. No era un líder, solo alguien que creía firmemente en la causa de la vida y quería apoyarla. Pero, por alguna razón, me destacó por su agradecimiento.
¿La razón? Había perdido a un hijo a causa del aborto y no quería que nadie más experimentara el dolor que había tenido que soportar.
Sus ojos, tan llenos de nostalgia por su hijo fallecido, me persiguen hasta el día de hoy.
Creo que es una de las razones por las que continúo la lucha contra el aborto legal. No quiero que ningún otro padre sienta ese tipo de angustia.
Este Día del Padre, recuerdo una vez más a ese joven y sus esperanzas frustradas para el futuro de su hijo. Espero que haya encontrado la curación a través de un programa de extensión post-aborto, que haya encontrado la manera de seguir adelante a pesar de su abrumador dolor.
Y me detengo un momento para orar por todos esos hombres a quienes la industria del aborto les ha robado su paternidad. Que en su tristeza encuentren la fuerza para hablar en contra de esta atrocidad que se cobra la vida de casi 900.000 niños y niñas estadounidenses al año.
Por Maria V. Gallagher.
Directora Legislativa, Federación Pro-Vida de Pensilvania.
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