Destrucción orquestada de la figura varonil y paterna: ataque a San José y al Día del Padre

ACN
ACN

La Iglesia Católica celebra la fiesta de San José, esposo de María y patrono universal de la Iglesia. Es notorio que la fiesta de San José ocurre el 19 de marzo, pero cuando cae en domingo de Cuaresma se traslada, es decir, se traslada al día siguiente.

Como todos los años, esta vez también tuvimos noticias de la polémica en torno a la celebración del Día del Padre, un significado ahora molesto para quienes ven en el padre un enemigo de la propia sociedad.

La destrucción de la figura paterna se remonta mucho tiempo atrás, y hoy vemos sólo las consecuencias finales. Pensándolo bien, por más favorables que seamos al Día del Padre, ¿estamos seguros de que el aniversario es verdaderamente indispensable como lo es hoy?

¿A qué papá se celebra en estos aniversarios? ¿Qué opinas del padre? Y sobre todo, ¿quién es realmente el padre hoy?

La respuesta es simple: el padre se ha convertido en un accesorio, una figura mal definida, sin autoridad.

Hay dos modelos de padre moderno: el indiferente o más menos inexistente, y el autoritario, incapaz de ejercer su ministerio con autoridad, o con fortaleza y caridad.

Fortaleza y caridad: dos de las virtudes más altas que encontramos en San José, el único modelo verdadero de paternidad, el único modelo verdadero de cabeza de familia.

José con su fortaleza guió a la Sagrada Familia en medio de las dificultades y persecuciones. Con su caridad creyó en María, la acompañó y protegió. Adhiriendo al supremo y profundo mandato divino de padre putativo del Verbo Encarnado, resucitó a Jesús, educándolo en la vida y en la obra.

Para comprender mejor la figura de San José también como trabajador y maestro en el campo profesional, conviene recordar que el término artifex (el que ejerce un arte) designaba tanto al artista como al artesano. El arte no se separó del oficio, porque en la tradición lo que se hace en cumplimiento del orden merece ser considerado como obra de arte en todos los aspectos. Y no por una interpretación estética como fin en sí mismo -como podría entenderlo la mentalidad moderna- sino según la acepción del arte como «imitación de la naturaleza en su modus operandi».”, o en el modo de obrar del Creador, del que todo depende y al que todo se conforma, elevando el concepto de artesanía a una dimensión espiritual que sitúa en Dios su primer y último principio. Más la acción del artesano, en su sector particular, se vuelve similar a la del Creador, cuanto más se integra su obra en la armonía de la Creación. Aquí radica la sabiduría tradicional, en devolver todo a un orden superior, es decir, a Dios.

No es casualidad que las artes antiguas poseyeran su propia tradición sagrada que mostraba la presencia de un origen espiritual ocultoEsto expresaba la idea de un conocimiento exclusivo y “secreto” de las artes que el maestro (maestro calificado en el conocimiento y enseñanza de un arte específico) transmitía al aprendiz. De padre a hijo. Sobre la base de estos principios, el artifex del pasado desempeñó correctamente su actividad, fiel a un interés en nada alterado por razones materiales y consciente de ocupar el rango jerárquico que le correspondía por vocación. Creando, construyendo y enseñando, contribuyó eficazmente a la realización del plan divino y al mismo tiempo vivió el valor de un ritual en cada acto.

Esta fue ciertamente también la relación padre-hijo entre San José y Nuestro Señor, la relación de transmisión de un arte sacro.

Hoy todo eso ya no existe: el «padre» es el que trabaja en la finca, el que produce un ingreso, el que no trabaja para vivir, sino que vive para trabajar.

Desviado de su vocación, este padre es aplastado por el engranaje de la productividad encaminada al consumo, y es desarraigado del hogar doméstico del que debería ser su guardián.

Cuantas veces hemos escuchado: “Mi padre era muy buena persona, gran e incansable trabajador”.

Crecimos en una sociedad que nos mostró la figura del padre modelo como la del trabajador incansableSin embargo, si preguntamos “¿pero cuántas veces jugaba contigo tu padre cuando eras niño? ¿Cuántas veces hizo la tarea contigo? ¿Cuánto ha estado él presente en tu vida?” Se hace el silencio. Un silencio que representa bien lo que es el padre desde hace muchos años. (Un libro de Claudio Risé se titula El padre. El ausente inaceptable ).

¿Qué debemos hacer inmediatamente nosotros, padres de familia, para ser dignos de este nombre, dignos de este ministerio y, sobre todo, para tener la fuerza de ser padres hoy, en medio de lobos rapaces?

Es imprescindible remediar lo que hasta ahora nos han hecho creer, a saber, que el padre de familia debe ser quien traiga a casa el salario, aunque el suyo no sea suficiente y sea también indispensable el de la mujer, lo que reduce la familia a una aglomeración de unidades individuales desunidas que se saludan por la mañana y se encuentran muertas de cansancio por la noche.

¿Y los niños? Pues los niños se encomiendan al Estado, que los hará adoctrinados, obedientes al pensamiento ya las amebas modernas.

Tenemos que romper estos patrones, tenemos que salir de estas condiciones locas.

¡Padres de familia! Por el ejemplo que nos da San José, defendemos a nuestras esposas exaltándolas en su papel de madres, de generadoras de vida, de ángeles del hogar que de ningún modo pueden ser desarraigados de él. Defendamos a nuestros hijos no entregándolos al Estado, ese Estado que, como escribió Guareschi hace ya setenta años, «hace los caminos y hace andar los ferrocarriles y alumbra las ciudades por la noche, pero nos quita la libertad y regula nuestras actos y también nuestros pensamientos, y cada vez más nos envuelve en la ya inextricable madeja de sus leyes y reglamentos, y cada vez más nos transforma en insignificantes engranajes de una horrenda máquina que consume sangre y sólo sirve para moler aire” 

Es nuestro deber proteger a nuestros hijos, preservarlos de un veneno que no es en absoluto necesario, como les dirán muchas veces, «hacer anticuerpos porque tarde o temprano tendrán que chocar con el mundo», ya que ese mismo el veneno los envenenará con un envenenamiento irreversible.

Queridos padres de familia, por más difícil y en la medida de lo posible, tratemos de hacer tiempo para nuestra familia, porque esos momentos, esos momentos, esas sonrisas de nuestros hijos y esas necesidades de los niños mayores, a los que debemos escuchar y ayudar. , nadie nos los devolverá de nuevo.

Nadie, en este mundo al revés, se preocupa por nosotros, por nuestros hijos, por el amor a nuestras familias. ¿Debemos entonces ser los tontos que se sienten en deuda con este mundo?

Está en juego todo: la soberanía paterna, la soberanía biológica, la salvación del alma de nuestros hijos y de nuestras esposas, de lo cual depende también nuestra salvación, ya que somos responsables de ellos y estaremos llamados a responder ante Dios.

Después de todo, queridos padres de familia, al final de esta vida sólo contará lo que hayamos hecho por Dios, quien nos ha llamado a cumplir mejor con nuestros deberes dentro de la familia.

San José, modelo absoluto de paternidad, asistidnos y llenadnos de esa virtud que tanto falta hoy: la fortaleza.

¡Familiarum Columen , ahora pro nobis!

por Cristiano Lugli.

aldomaríavalli.

Comparte:
By ACN
Follow:
La nueva forma de informar lo que acontece en la Iglesia Católica en México y el mundo.