Después de las elecciones en Italia, también la Iglesia debe elegir un programa: volver a empezar, desde Dios

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* No sorprende que ninguno de estos intelectuales, ni los demás que han intervenido hasta ahora en el debate, tomen el pontificado de Francisco como un indicador del camino a seguir.

* Porque “recomenzar desde Dios” fue más bien la línea principal de su predecesor, Benedicto XVI.

En esa Italia que es el patio trasero del papado, el domingo 25 de septiembre se votó para las elecciones políticas (en la foto la ganadora Giorgia Meloni). Elecciones de las que la jerarquía eclesiástica se mantuvo lejana o, si dijo algo, como en el llamamiento a los votantes de los obispos italianos del 21 de septiembre, fue completamente ignorado.

La irrelevancia política de la Iglesia en la Italia actual es un hecho indiscutible, que contrasta fuertemente con la centralidad que la “cuestión católica” ha tenido en el pasado en este país. Hay quien se pregunta si esta irrelevancia es definitiva o reversible, y cómo. Han escrito sobre ella, con opiniones diferentes, el católico Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, y el laico Ernesto Galli della Loggia, profesor de Historia Contemporánea. En el editorial del próximo número de la revista “il Regno” -la voz más relevante e inteligente del catolicismo progresista italiano- escribirá sobre ello Gianfranco Brunelli, para quien la única respuesta real al “cambio antropológico radical que se está produciendo” puede ser volver a empezar desde una primera evangelización o alfabetización de la fe”, en otras palabras, “volver a empezar desde Dios.

No sorprende que ninguno de estos intelectuales, ni los demás que han intervenido hasta ahora en el debate, tomen el pontificado de Francisco como un indicador del camino a seguir.

Porque “recomenzar desde Dios” fue más bien la línea principal de su predecesor, Benedicto XVI, así como, para Italia, del “proyecto cultural” ideado por el cardenal Camillo Ruini, cuyos momentos culminantes fueron precisamente dos grandes conferencias, la primera de ellas titulada “Dios hoy. Con él o sin él todo cambia”, y la segunda “Jesús nuestro contemporáneo”.

En ese “proyecto cultural” tuvo un rol activo de primer nivel Sergio Belardinelli, profesor en la Universidad de Bolonia de Sociología de los Procesos Culturales, quien interviene a continuación en el debate.

Según él también, lo único que cuenta” -tanto para la Iglesia como para el mundo que “lo necesita urgentemente” en estos tiempos de cambios epocales de lo humano- es “Dios, la cruz de Jesucristo y su Evangelio de salvación”no ese “extra” que son las luchas contra la pobreza o la defensa de la naturaleza.

Le damos la palabra a él.

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APOSTAR TODO A LO ÚNICO QUE IMPORTA

por Sergio Belardinelli

De vez en cuando alguien vuelve a plantear en nuestro debate público la llamada “cuestión católica”. Así lo hizo Andrea Riccardi en el “Corriere della Sera” del 18 de agosto (“La cuestión católica, una centralidad a redescubrir”). De él se hizo eco Ernesto Galli della Loggia en el mismo periódico el 29 de agosto (“El eclipse católico en la política”) y otros en otros periódicos que no voy a mencionar.

En el centro de la cuestión está, por supuesto, la irrelevancia política de la Iglesia y de los católicos, que o bien ya no consiguen dar representación política a una presencia social todavía viva y real, sobre todo cuando se trata de acudir en ayuda de los últimos (más o menos la tesis de Riccardi), o bien habrían reducido su identidad a un “hecho eminentemente individual” que los habría empujado hacia el “precipicio” de la irrelevancia pública, en palabras de Galli della Loggia.

Creo que ambas posturas contienen una buena parte de verdad. Pero también creo que tiene razón Gianfranco Brunelli, cuando en un editorial de próxima publicación en “il Regno” subraya la necesidad de salir del esquema relevancia/irrelevancia política y centrarse en cambio en lo que define como la “tercera cuestión católica planteada por la secularización total de la sociedad” (la primera fue la “Iglesia libre en un Estado libre” del conde de Cavour en el siglo XIX y la segunda la de la posguerra hasta la desaparición de la Democracia Cristiana), la cual nos obligaría a ir “más allá del catolicismo político”.

Simplificando mucho, creo que el punto es precisamente éste. La “secularización total de la sociedad” ha cambiado radicalmente el contexto en el que la Iglesia y los católicos están llamados a actuar. Si ayer era la no creencia la que debía justificarse dentro de un horizonte de creencia, hoy la relación se ha invertido y la creencia se presenta como una simple opción dentro de un universo muy variado de no creencia.

Podríamos decir también que la individualización del ser católico, al situar ahora la religión exclusivamente en el ámbito de la conciencia individual, termina exigiendo una conciencia cada vez mayor a los creyentes. Y esto, si por un lado hace cada vez más difícil tener un sentimiento comunitario, digamos “eclesial”, por otro lado, también podría beneficiarle, precisamente porque le hace más consciente.

Pero, a su vez, la Iglesia como Pueblo de Dios y su cuerpo viviente deberá equiparse sobre todo con respecto a esta nueva constelación que se está delineando. Como vengo diciendo desde hace tiempo, la característica más importante de la modernidad secular -la que no podemos negar de ninguna manera- no es que haya promovido el materialismo, el ateísmo o el nihilismo, sino que ha abierto un espacio en el que las personas pueden moverse entre todas estas opciones, incluidas las opciones religiosas por las que es justo y legítimo luchar, sin que nadie les obligue a tomar partido por una de ellas.

Si lo pensamos bien, este es el lado positivo del individualismo moderno, que podría estar en peligro precisamente por su radicalización individualista, materialista o nihilista. Pero, por desgracia, no siempre nos damos cuenta de la importancia de este legado y de la ventaja que podría suponer para una Iglesia que, en lugar de embarcarse en investigaciones socioeconómicas (a veces precipitadas) sobre las causas de la pobreza y la injusticia, decide centrarlo todo en lo único que realmente cuenta y que, hoy como siempre, el mundo necesita con urgencia: Dios, la cruz de Jesucristo y su Evangelio de salvación.

El resto, incluida la importancia fundamental de los deberes que tenemos para con nuestros semejantes y con la naturaleza que nos rodea, se dará abundantemente. Más aún si pensamos en los cambios de época que se están produciendo en nuestro mundo secularizado: lo digital, el metaverso, el big data, las tecnologías genéticas.

Aquí es lo humano lo que está cambiando, lo que está yendo “más allá” (y en contra) de sí mismo. Aparte de la política o la inconsistencia política de los católicos. Pronto la propia política dejará de ser la que conocemos, precisamente por estos cambios.

Por lo tanto, no sólo aprecio la invitación de Brunelli a ir “más allá del catolicismo político”, sino que creo que ya estamos “más allá”. Lo demuestra, por ejemplo, la absoluta inconsistencia de las ideas (¡no sólo de los católicos!) en la campaña electoral que acaba de terminar en Italia, la instrumentalización política cada vez más burda y ocasional de ciertos principios católicos, la desarmadora vaguedad del llamamiento preelectoral de los obispos italianos.

Una señal a contra corriente parece provenir, en cambio, de la conciencia de las dificultades (“todavía no hemos entendido lo que es realmente el hombre digital”), de la prudencia política y de la “pasión por el hombre” demostradas por el cardenal Matteo Zuppi -arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana- en su discurso del 21 de agosto en el Encuentro de Rimini promovido por Comunión y Liberación. Esperemos que dé sus frutos. En este momento tenemos una necesidad que va mucho más allá del ámbito político.

Por supuesto que no tengo nada en contra de un posible partido de católicos. Los que creen que ya es posible un partido inspirado en los principios católicos no tienen más que ponerse a trabajar, sin importarles demasiado la desconfianza de los que, como yo, lo consideran ilusorio, ni la opinión de tal o cual obispo. Sin embargo, sigo convencido de que en el contexto en el que nos encontramos hay mucho que trabajar, sobre todo en el plano cultural y, si se me permite, eclesial. Tal vez la secularización radical y el escaso peso político de los católicos sean poca cosa en comparación con el riesgo de que estalle la estructura misma de la cultura occidental. Y no he dicho nada sobre la guerra en Ucrania.

Por SANDRO MAGISTER.

CIUDAD DEL VATICANO.

MIÉRCOLES 28 DE SEPTIEMBRE DE 2022.

SETTIMO CIELO.

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