HOMILÍA
III DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo C
Ex 3, 1-8. 13-15; 1 Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9.
“Si no se convierten, perecerán de manera semejante” (Lc 13, 3).
In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Ti le evangelio bejlae taan u kansik ti to’on bix ek kuxtale’ je u xulul sebile’, ku t’aniko’on ka ek bisekbaj mantats yéetel Jajal Dios. Ba’ale’ le kimilo’ ti tu lakal ku k’uchul, uts’ maak wa k’asa’an maake, to’on wíinke beyo’ono’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre, y les deseo todo bien en el Señor, en este tercer domingo del tiempo de Cuaresma.
Algunos padres de familia, cuando sus hijos se comportan mal, les dicen: “Te va a castigar Dios”. Esa es una enseñanza equivocada, pues a los hijos se les debe presentar a Dios tal como es, un ser de toda bondad y misericordia. Así, muchos crecen con la imagen de un Dios castigador. También hay gente que, al enfermarse, sufrir un accidente, o de cualquier manera dicen: “Yo no sé qué mal he cometido para merecer semejante castigo”. Este pensamiento también es equivocado, pues el Señor no manda a nadie ninguna clase de castigo durante esta vida, sino que es el mismo ser humano quien se autocastiga a sí mismo al alejarse de Dios; y si voluntariamente se aparta del Señor durante toda su vida, se dará a sí mismo el castigo de vivir eternamente apartado de Dios.
Por el contrario, cuando hay fe y esperanza, quienes se enferman, accidentan o sufren de cualquier forma, bendicen al Señor que les permite unirse a la cruz de Jesús, para el perdón de sus propios pecados y para colaborar en la obra de la redención del mundo. Entonces el sufrimiento, para un creyente se convierte en un privilegio. En efecto, los creyentes verdaderos nunca buscamos el sufrimiento, pero si nos llega, lo agradecemos y ofrecemos por nuestros pecados y los del mundo entero.
Nuestra naturaleza humana es débil y frágil, por lo que en el momento más inesperado podemos enfermarnos, accidentarnos o sufrir en cualquier forma: malos y buenos tenemos la misma fragilidad. Pero como dice el dicho filosófico: “Lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente”. Por eso, mientras unos maldicen el sufrimiento, otros bendicen al Señor que permitió esta circunstancia.
Es por eso que, en octubre del 2006, cuando Carlo Acutis era internado en el hospital a causa de leucemia, este adolescente de quince años le dijo a su madre: “Mamá, ya no voy a salir de aquí, pero no te preocupes, nos vemos en el cielo”, aceptando así su enfermedad y muerte de buena gana. De igual modo cuando José Sánchez del Río, de catorce años le dijo a su mamá al referirse a la guerra cristera: “Nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo”.
En el evangelio de este domingo, según san Lucas, algunos hombres le contaron a Jesús que Pilato mandó matar a unos galileos mientras ofrecían sacrificios a los ídolos; pero la respuesta de Jesús los sorprende al decirles que no creyeran que aquellos eran más pecadores que los demás galileos, pues les afirma categóricamente: “Y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante” (Lc ,13, 3).
Les pone también el ejemplo de aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, con la misma enseñanza: “Si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante” (Lc ,13, 5). En otras palabras, la muerte nos puede sorprender cuando menos nos lo esperemos, es por eso que hemos de vivir siempre bajo el signo y convicción del arrepentimiento, pidiendo constantemente la misericordia de Dios nuestro Señor.
Luego Jesús pone la parábola del dueño de un viñedo, que ahí tenía plantada una higuera, la cual, durante tres años no le dio fruto, por lo que dijo al viñador: “Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?” (Lc ,13, 7). Con esto yo me puedo preguntar si estoy ocupando la tierra inútilmente; si mi existencia es en verdad útil para los demás. Hay gente enferma o de avanzada edad, que podrían pensar que está ocupando un lugar inútilmente, y sin embargo su testimonio, su oración y sus consejos son de una gran utilidad para todos cuantos los tratan.
El viñador, por su parte, le solicita al dueño que la deje todavía un año más diciéndole: “Voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto, si no el año que viene la cortaré” (Lc ,13, 8-9). Todos debemos concluir que cada día que amanece es una nueva oportunidad que el Señor nos da. Él vuelve diariamente a “ponernos la otra mejilla” (cfr. Lc 6, 29), y toca a nosotros responder con la bofetada del pecado o con la correspondencia en el amor, convirtiéndonos a su misericordia infinita.
Luego, reconciliados con el Señor, podemos estar abiertos a su llamado, tanto como a su envío. La primera lectura nos habla del llamado que Dios le hizo a Moisés para enviarlo de regreso a Egipto, con la intención de liberar a su pueblo. El Señor se le muestra en un hecho asombroso, en una zarza ardiente que no se consume. Antes, Moisés por su cuenta había querido actuar a favor de su pueblo en Egipto, pero tuvo que huir al verse acusado ante el faraón. Ahora Dios lo envía de regreso como misionero de esperanza para su pueblo. El Señor no es neutral ante el sufrimiento humano, por eso le dice a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus sufrimientos” (Ex 3, 7).
Todo el tiempo y en todas partes, Dios está atento a los sufrimientos de sus hijos. También hoy mira el sufrimiento de sus hijos en Ucrania; mira y escucha el clamor de las madres buscadoras, ha visto con dolor lo sucedido en el campo de exterminio de Teuchitlán, Jalisco, lo mismo que en otros campos de exterminio que existen o han existido en diversos lugares de la geografía mexicana. Es difícil para las autoridades reconocer y aceptar esos hechos, pero el Señor no los ignora, y a su tiempo, dará a cada quien lo que se merece.
Sobre ese lugar de exterminio y de cualquier otro lugar en nuestro territorio, los obispos de México hemos dicho: “La Iglesia Católica en México renueva su compromiso de ser voz de los que no tienen voz y de colaborar incansablemente en la construcción de un país donde prevalezca la justicia, la verdad y el respeto irrestricto a la dignidad humana” (Mensaje del Episcopado Mexicano, ante el hallazgo de campo de exterminio y entrenamiento en Teuchitlán, Jalisco. 12 de marzo de 2025).
En días pasados, ocho jóvenes de la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Irapuato fueron asesinados. Oremos por su eterno descanso, por la fortaleza y consuelo de sus familias. Este hecho no lo mandó el Señor, sino los que se dedican a las obras del mal. Ante Dios, este acontecimiento no quedará impune, sino que dará a cada parte lo que le corresponde.
En la segunda lectura, san Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, habla de la vida del pueblo de Israel en el desierto, bajo la conducción de Moisés. Nos dice: “Todo esto sucedió como advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos cosas malas como ellos lo hicieron. No murmuren ustedes como algunos de ellos murmuraron y perecieron a manos del ángel exterminador” (1 Cor 10, 10). Aún hoy algunas personas piensan que la murmuración es un pecado menor y sin importancia, pero considerando lo sucedido a nuestros padres en el desierto, hemos de darnos cuenta de cómo detesta el Señor ese pecado.
También nos lo enseña el apóstol Santiago en su carta diciendo: “Hermanos, no murmuren los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?” (St 4, 11-12).
El pasado 22 de marzo fue el Día Internacional del Agua. Todos somos responsables de cuidar este don sagrado que es el vital líquido, para que nos alcance a todos y permanezca para las futuras generaciones. El agua en Yucatán, que es abundante, es sumamente vulnerable a la contaminación.
Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán