HOMILÍA
V DOMINGO DE PASCUA
Ciclo C
Hch 14, 21-27; Ap 21, 1-5; Jn 13, 31-33. 34-35.
“Les doy un mandamiento nuevo” (Jn 13, 34).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ domingo taan k’iinbejsik u k’iinil Ajka’ansaj. Ma’ u tu’ubul ti’ te’ex Jesús u Nojochi Ajka’ansaj ti’ tu láakalo’on. Bejla’e’ ku ka’ansik ti to’on yéetel le Ma’alob Péektsil ka’a yanak yaabila’ ichilo’on, je’e bix tu yaabilto’ono’, bey tu ye’esaj uchik u kíimil ti’ Cruz. Pablo yéetel Bernabé ku ka’ansik ti to’on k’a’abet yayantik u ti’al náajaltik le ajawil ka’anoj.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor resucitado, en este quinto domingo del tiempo de Pascua. ¡Felicidades a todos los maestros y maestras que el pasado jueves 15 de mayo celebraron su día! También, el mismo día, celebrando a san Isidro Labrador, nos acordamos de felicitar a todos los agricultores de Yucatán, Dios bendiga sus cosechas.
La primera lectura de hoy, tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, nos cuenta cómo Pablo y Bernabé terminaron el primer recorrido misionero al que fueron enviados por la comunidad de Antioquía, fundando las primeras comunidades cristianas, donde dejaron ya presbíteros al frente de ellas.
El grado de los presbíteros, junto con el de los obispos y diáconos, es original en la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre, aunque mucha gente ignora que sus sacerdotes han recibido el grado de presbíteros en el gobierno de la Iglesia. La enseñanza que Pablo y Bernabé, que como buenos maestros iban dejando en cada comunidad, era ésta: “Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar al Reino de Dios” (Hch 14, 22).
Ellos se referían ante todo a las persecuciones, cárceles y martirios que les esperaban. Dichas palabras se dirigen igualmente a nosotros, cristianos del aquí y ahora, pues, aunque no padezcamos las tribulaciones de la persecución, la cárcel o el martirio, nos toca sufrir cosas ordinarias como enfermedades, problemas familiares o laborales; lo mismo cosas morales, como las costumbres y normas actuales alejadas de nuestra formación cristiana; también nos persiguen los enemigos espirituales de las tentaciones interiores que tenemos que vencer para perseverar en nuestras convicciones.
Todo eso y mucho más se convierte en oportunidad para conquistar día a día nuestro espacio en el reino de los cielos, el cual es don de Dios y, al mismo tiempo, conquista nuestra: ¡Perseveremos en la lucha! Como maestros de la fe, no podemos sumarnos a la cultura actual para animar en nuestros oyentes la búsqueda del éxito a como dé lugar. Con el Maestro por excelencia mostramos la cruz como el camino de la excelencia en la vida cristiana.
En el Libro del Apocalipsis del apóstol san Juan, continúa la descripción que él tuvo en su visión de las cosas del cielo. Él vislumbra la “nueva Jerusalén que baja engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido” (Ap 21, 2). Claro que el prometido es el Cordero de Dios. ¿Está nuestra ciudad, nuestro estado, nuestra nación ya preparada para el encuentro con el Prometido?, Por supuesto que estamos muy lejos de esta visión de san Juan, de ser “ciudad” engalanada para ser del agrado de nuestro Dios.
Con tantos crímenes de madres buscadoras, de periodistas y de tanta gente inocente; con tantas injusticias, tanto desprecio o ignorancia por los pobres y los migrantes; con tantos pecados de corrupción y tantos vicios, la novia no esta hermosa para el prometido.
Esa ciudad contemplada por Juan reunirá a todos los hombres y mujeres, buenos y justos que agradaron a Dios con su forma de vivir y pasaron haciendo el bien a sus hermanos. Esa visión del apóstol “es la morada de Dios con los hombres” (Ap 21, 3), ciudad de dicha plena, sin penas ni dolor alguno. No desesperemos de todas las cosas malas que veamos a nuestro alrededor, pues hemos de alentarnos con la promesa que cierra esta lectura. Dice el Señor: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).
El evangelio de hoy, según san Juan, nos presenta el mandamiento nuevo, que Jesús da a sus discípulos durante la Última Cena. Las palabras de Jesús en este discurso son parte del gran mensaje que les dio a los apóstoles durante aquella cena de pascua. Ellos ignoraban que esta cena inauguraba una nueva Pascua, que, a partir de entonces, podrá celebrarse mientras el mundo sea mundo. En aquella noche Jesús instituyó tres cosas: la Eucaristía, el Sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor.
Aunque ya existía el mandato del amor en Israel, Jesús da el mandamiento nuevo, pues nadie ama tanto mientras no haga lo que Jesús hizo: llevar a plenitud su entrega por nosotros, ya que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
Jesús es el mejor y más grande de todos los maestros, pues desde la cátedra de la cruz enseña la grandeza de un hombre que obedece dócilmente la voluntad del Padre hasta sus últimas consecuencias; testimoniando con su ejemplo de amor todo lo que un ser humano puede alcanzar en su capacidad de entrega generosa.
Su muerte en cruz, ante los hombres, es todo lo contrario de un éxito humano, pero nos deja la enseñanza del amor al que se refería en el mandamiento nuevo, que dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34). Si todos los bautizados nos amáramos como Cristo nos amó, provocaríamos una verdadera revolución.
Concluye Jesús diciendo que el amor será lo distintivo de sus discípulos. Donde quiera que encontremos a alguien que ama, y que busca el bien de los demás, sin odiar a nadie, estamos hallando a un auténtico discípulo de Jesús, aunque él ni siquiera lo sepa. Los verdaderos discípulos no se distinguen por las palabras, sino por las obras de amor.
Quien más ama es el mejor maestro en humanidad y es al mismo tiempo el mejor discípulo del único y mayor Maestro de todos: Jesús, el Hijo de Dios que vino al mundo para salvarnos y a dejarnos la mejor enseñanza de humanidad.
Cada día que pasa, vamos profundizando más y más en la historia de nuestro nuevo Sumo Pontífice, el Papa León XIV; lo más importante es descubrir su sencillez, su cercanía con los pobres y su carácter que convoca a la unidad. Su ministerio será de un gran servicio a la causa de la paz, que tanto necesita el mundo entero. Su amor a la Santísima Virgen María contagiará a muchos para crecer en la devoción a nuestra Madre.
Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo resucitado!