En este domingo, nos encontramos a un Jesús que camina por territorios paganos; su fama se ha extendido y allí le llevan a un hombre “sordo y tartamudo”; quiere decir que no oía y quizá hilaba con dificultad algunas frases. Se le acercan con la intención de que “le imponga las manos”; imponer las manos era un signo de hacer oración, deseaban que Jesús orara por él, pero Jesús va más allá, le da lo que tiene en sus manos, le da lo que realmente necesita el enfermo, “la curación”; lo aparta de la gente y lo cura tocando las partes enfermas.
Detengámonos un poco en las personas de la escena:
1°- El hombre sordo y tartamudo. Sin nombre, ni oficio, pero sabemos de su condición: estaba privado del sentido del oído y se comunicaba con dificultad con el lenguaje hablado. ¿Acaso era un hombre resignado a su soledad?, porque en realidad no es él quien acude a Jesús, sencillamente otros lo presentan. Un hombre que ha pasado toda su vida encerrado en su soledad. Porque: ¿Hay mayor soledad que no escuchar a nadie? ¿Hay mayor soledad que no comunicarse con nadie?. ‘Sólo hay un sufrimiento y es el estar solo’, escribía el filósofo G. Marcel. La soledad no es el único sufrimiento, pero sí el que, tal vez, más hondo toque el corazón del ser humano. Acepta ser llevado a la presencia de Jesús, sin saber que obtendrá la curación.
2°- Los que acercaron al enfermo a Jesús. No sabemos cuántos, ni quienes eran los que llevan al sordo y tartamudo frente a Jesús. No sabemos cómo se enteraron de su presencia. Lo que podemos imaginar es, que deseaban esa oración de bendición. La actitud de esas personas, nos lleva a pensar en nuestra actitud de acercar a otros a Jesús; para eso, primero debemos escuchar su voz y conocerlo; debemos darnos cuenta que Jesús cuenta con esa mano sanadora. Seamos puentes para que otros se acerquen a Él.
3°- Jesús y su actitud. Jesús lo “aparta”, no quiere que su curación sea un lucimiento espectacular; no anda buscando fama; usa los signos de todo taumaturgo. Le dice aquellas palabras: “¡effetá!” – “¡ábrete!”. Esa palabra “ábrete”, más que un grito es una invitación para adquirir una actitud de apertura a su mensaje. Hoy los oídos están muy dispuestos para las sensaciones del mundo y muy opacos para las cosas de Dios. Ya nos alertaba el Papa Benedicto del ‘intento de silenciar a Dios en el mundo’. Ante esto, Jesús nos sigue apartando del bullicio del mundo para decirnos: “¡Ábrete!”, nos sigue indicando que hemos de tener esa actitud de apertura a su Palabra, para ello, debemos apartarnos a solas con Él, escucharle y permanecer en silencio.
Qué nos dice el Evangelio:
- Sobre la sordera: Ésta es una enfermedad muy actual; pareciera que al ser humano se le dificulta escuchar. Por ejemplo, las esposas muchas veces se quejan de no sentirse escuchadas por sus esposos; los hijos sienten que sus padres no los escuchan; los ancianos se sienten arrinconados y olvidados, sus opiniones, aún estando llenas de sabiduría, dejan de ser importantes. Los ciudadanos no se sienten escuchados por los políticos o servidores públicos, pareciera que carecen de la capacidad de escuchar, se les da el hablar con demagogia, pero no escuchan las necesidades de los ciudadanos.
Necesitamos darnos cuenta de nuestra sordera; parece que en la era de las comunicaciones, todos tenemos necesidad de comunicarnos, pero cuesta escucharnos. Es momento de analizar nuestra sordera ¿cómo escuchamos?, quizá necesitamos a un Jesús que nos abra los oídos y nos tape un poco la boca para que hablemos sólo lo que tenemos que hablar.
- Somos intermediarios, es decir, puentes, para que otros no se queden al margen de Jesús. Como cristianos y más los Agentes de Pastoral, tenemos una tarea central para facilitar el encuentro de los otros con Jesús. Preguntémonos:
¿Soy puente para acercar a los otros al Señor, o soy un obstáculo? En nuestro grupos y movimientos, muchas veces son los mismos los que hablan y quieren que los demás escuchen o que hablen sólo para aprobar lo escuchado.
El Evangelio nos cuestiona a todos. Hermanos políticos, servidores públicos, no sean sordos a las voces de los ciudadanos que les siguen gritando que atiendan sus necesidades. Los Obispos de México, los Jesuitas y la Conferencia de Superiores Mayores de los religiosos de México, en el mensaje que hemos dirigido el día 1° de este mes, desde el “Diálogo Nacional por la Paz”, recordamos a todos que, “el reto más grande de la democracia, no es obtener la mayoría de las urnas, es visibilizar y dar voz a las minorías”, sólo quien escucha les dará voz. También decimos, “gobernar es no abandonar”; sólo quien escucha con corazón sensible el sufrimiento, no abandona. Vemos con tristeza y lo señalamos así: “Chiapas, Michoacán, Guanajuato, Guerrero y tantos otros Estados claman no ser abandonados. La barbarie recorre sus municipios en un desamparo total hacia quienes han sido expulsados de sus tierras, de sus sueños, de sus familias, de la vida misma.
La vocación del Diálogo Nacional por la Paz es llamar a la escucha, a la búsqueda de acuerdos, a la exigencia que garantice la seguridad, en especial, de aquellos a quienes les han robado la voz y los derechos”.
El Evangelio a todos nos dice, que nos apartemos con Jesús y permitamos que sane nuestra sordera, que nos toque, que toque los oídos de nuestro corazón. Papás, escuchen a sus hijos; hijos escuchen a sus padres; esposos, escúchense mutuamente. Si no somos capaces de escuchar al que nos grita, qué difícil será escuchar la voz de Dios.
Hermanos, el gran peligro que corremos es que seamos sordos a los gritos que expresan las necesidades de los demás; que seamos indiferentes ante lo que pasa a nuestro alrededor; que nos volvamos insensibles. Contemplemos la sensibilidad de Jesús, que se preocupó por aquel sordo y tartamudo; lo apartó y lo sanó… y se sigue preocupando por nosotros, por nuestras sorderas. Acerquémonos a Jesús y dejemos que nos toque para poder escuchar a Dios y a nuestros hermanos.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!