La escenificación de la Última Cena de Leonardo da Vinci por unos “Drag Queens”, al comienzo de los Juegos Olímpicos de París, ES UNA “BLASFEMIA OLÍMPICA”.
No ha sido una improvisación, un descuido o una intervención de espontáneos descontrolados. Ha habido una intención directa de herir los sentimientos religiosos de los cristianos y de mofarse de la Última Cena realiza por Jesús con sus discípulos unas horas antes de morir.
Se entendía, hasta ahora, que los Juegos Olímpicos trataban de estrechar los lazos de concordia, entendimiento y buena vecindad con todos los hombres de todos los pueblos. Precisamente estos juegos surgieron para hacer un paréntesis en los distintos tipos de enfrentamientos originados por los intereses encontrados, que llevaban hasta el enfrentamiento bélico.
Un gran despliegue de policía y fuerzas armadas de muchos países están desplazados en París para garantizar la seguridad ciudadana y evitar todo tipo de disturbios por elementos incontrolados, que puedan llegar a cometer actos de tipo terrorista. Toda esta fuerza coercitiva se justifica ante los riesgos ciertos de las amenazas violentas.
Pero asistimos a una nueva forma de atentado y violencia, y en este caso promovido por los mismos organizadores.
¿Dónde queda el respeto a la libertad religiosa, que incluye no herir los sentimientos religiosos de millones de cristianos y católicos de todo el mundo? Los organizadores no pueden argumentar ignorancia sobre este punto, por lo que se pone de manifiesto su mala intención del todo reprobable y ajena a todo espíritu de buena convivencia con los propios participantes en las olimpiadas, entre los que se encuentran de todas las razas, culturas, latitudes y religión. ¿Quieren menospreciar a los participantes católicos? ¿Son bienvenidos y aceptados los participantes de las otras religiones, pero no los católicos?
Cuando ardió Notre-Dame se entendió que aquél infortunado accidente afectaba a todos, no sólo a los católicos, y que era la pérdida de un bien artístico insustituible. Atentar contra el sentimiento religioso de los católicos supone mermar el cosmopolitismo de París. Las autoridades políticas deberían velar por esa universalidad de la ciudad “de la luz” y de los Juegos de la “Fraternidad”.
Desde acTÚa FAMILIA exigimos una petición real y adecuada de perdón por parte de las autoridades francesas, nos unimos a las voces de protesta y actos de reparación por ese acto blasfemo, y deseamos una pronta restauración del daño infringido a los sentimientos religiosos de los cristianos.