¿De qué discutíais por el camino?

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

La liturgia de la Palabra de este domingo vuelve a colocar el anuncio de la Pasión de Cristo en el tema central del Evangelio. Cristo va a padecer por nosotros, pero Dios lo va a resucitar al tercer día. Las demás lecturas hacen referencia a la maldad del ser humano para atentar contra la dignidad de los más débiles, de buscar su destrucción y su muerte.

 

1. Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males.

La segunda lectura busca hacernos reflexionar sobre el tema del mal, de manera específica en lo que se refiere a las envidias, rivalidades, codicias, peleas y muerte. Además, vemos como en la 1ª lectura, los impíos acechan al justo para matarlo (Sab 2,12.17-20) y en el Evangelio, los discípulos discuten sobre un puesto y lugar importante, generándose entre ellos un altercado.  En este contexto, es claro y consecuente que la codicia lleva a matar y la envidia a pelear con el otro (St 4,1-3). Jesús nos enseña que esta maldad no viene de fuera (no echarle la culpa a nadie) sino de dentro del corazón humano (Mc 7,14-23) y esto pasa, cuando no aceptamos la Palabra de Dios en él. La maldad o el mal es una decisión equivocada del ser humano en el uso de su libertad, al escoger como bien algo que le destruye. Por su parte, Cristo, con su muerte, derribó el muro que separaba a los pueblos: el odio (Ef 2,14).

 

2. «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.»

La Pasión de Cristo implica dolor y sufrimiento: que va desde el desprecio, negación, traición, abandono, golpes y heridas, hasta su muerte en cruz. Jesucristo es el justo de la 1ª lectura, a quien buscan ponerle una trampa, acecharlo y matarlo. Jesucristo es el buen samaritano, que después de curar las heridas de los moribundos, ya no regresa porque es crucificado. Jesucristo enseña que para poder vivir, hay que morir y dar la vida por los demás; aborrecerse a sí mismo para asegurar la vida eterna (Jn 12, 20-33). Sin embargo, a pesar de que Cristo entrega su vida voluntariamente, a él lo matan por envidia, coraje, odio, resentimiento, orgullo, ignorancia, etc. Pero sabemos que al final la muerte no tiene la última palabra, pues Dios resucita a su Hijo, dándole vida nueva (Hech 10, 39-40). Por ello, podemos decir con san Pablo: “si hemos muerto con Cristo, tenemos la certeza de resucitar con él” (Cf. Rm 6,3-9)

 

3. «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»

Seguir a Cristo implica hacer renuncias, sacrificios,  cambios en la mentalidad y las actitudes y, entregar la vida. Esto no es una tarea ni fácil ni cómoda ni segura: no es lo mismo ser Señor que ser esclavo, ser el más grande que ser el más pequeño, ser el primero que ser el último. No es lo mismo amar a tu amigo que a tu enemigo, no es fácil poner la otra mejilla ante una humillación, no es fácil orar por quien te persigue… pero este es el camino de Cristo, el camino de la Cruz, el camino de la pasión, el camino del servicio a la vida por amor. Para ser discípulos de Cristo tenemos que ser servidores, esclavos, prójimos, samaritanos. El mayor testimonio de un discípulo de Cristo es servir a los demás, entregando la propia vida, para dar vida a los demás. Servir a Cristo es un privilegio, servir al prójimo es una alegría. Sirvamos a Dios con alegría y amor, con libertad y responsabilidad, con entrega y creatividad, con humildad y verdad. Amén.

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