De la Ley de la Venganza a la Ley del Talión

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Las ciencias sociales nos ilustran sobre las formas de violencia del individuo particular y los grupos humanos. En este punto como en otros concluimos que no siempre el tiempo pasado  fue mejor que el presente. No es necesario apuntarse a un pensamiento lineal y ascendente de  la historia para conceder un perfeccionamiento de las formas de convivencia. Sorprende en un primer momento las duras escenas descritas y relatadas por la Biblia, a la que el creyente se acerca con la intención de encontrar una clara y diáfana revelación sobre DIOS; sin embargo esa revelación existe en medio de la desnuda condición humana, de la que no se esconden las vertientes de grises oscuros. El relato bíblico, de forma esquemática, expone en el comportamiento de Caín y de Lamet la Ley de la Venganza: “si Caín fue vengado siete veces, Lamec será vengado setenta y siete veces” (Cf. Gen 4,24). La violencia es uno de los grandes males que aquejan al individuo, a los grupos sociales y a las naciones. La Biblia refiere que perdido el estado de Gracia, la violencia se dispara y crece de forma exponencial. La violencia  establece un círculo vicioso de muerte imparable hasta la aniquilación física del oponente. La Ley de la Venganza se pone en marcha en cualquier guerra declarada. La muerte de un soldado por un resistente civil puede ser castigado con la masacre y aniquilación de ese pueblo o núcleo de población. En una guerra desaparece cualquier proporcionalidad en la respuesta a la agresión recibida. La Ley de la Venganza formulada por Lamec había que ajustarla a una cierta proporcionalidad, y la  legislación levítica de la Biblia formula la Ley del Talión: “ojo por ojo, y diente por diente” (Cf. Lv 24,20; Mt 5,38). Las legislaciones civiles en sus distintos códigos establecen penas capitales, de cárcel o multas, buscando la proporcionalidad aplicable a todos los que perjudican a personas particulares o al grupo social. La Ley del Talión supuso un gran avance con respecto a la Ley de la Venganza, pues se mueve en una línea de causalidad proporcional. Las acciones generan o provocan unos efectos, que en ocasiones son  lesivos para una persona concreta o el grupo social. Para establecer el orden y la equidad se establecen las leyes reguladoras. Ese orden de convivencia es básico en el orden cívico, pues de forma sobrada sabemos que la naturaleza humana está dañada por el mal y el pecado. No es la sociedad la que pervierte al hombre, sino que las tendencias egoístas están presentes en el corazón de cada hombre. El “buen salvaje” no existe, aunque en algún momento de la historia se haya querido presentar como el hombre natural no corrompido por la sociedad. Pero la realidad muestra que no es posible el ser humano aislado de todos los otros. El hombre aparece inserto dentro del grupo humano como nos muestra la Biblia a partir del capítulo cuatro antes mencionado. Establecemos un código para hablar, porque necesitamos comunicarnos, reivindicamos algo como propiedad frente a los de alrededor, que también ostentan parcelas de propiedad; mejoramos las relacione sociales porque necesitamos la pertenencia a un grupo  identitario. El sedentarismo permite un mayor desarrollo de las distintas vertientes que dan como resultado una civilización. El desarrollo personal y social en la Biblia está en función de la posesión de “una tierra que mana leche y miel” (Cf. Ex 3,17) La misma religión precisa de una mínima estabilidad y orden social. La Baja Galilea fue el terreno físico en el que se ensayó por primera vez un proyecto de Reino de DIOS.

 

De la Ley del Talión a la Gracia

Las reacciones personales inmediatas habitualmente van en la línea de la ley del Talión, y no siempre de forma proporcionada. El comportamiento práctico que rompe la cadena de acción y reacción, en el círculo vicioso del mal, es la misericordia, que incluye la suspensión de juicio y condena. Un comportamiento así se acerca al mismo proseder de DIOS que “hace salir el sol sobre buenos y malos; y hace caer la lluvia a justos e injustos” (Cf. Mt 5,45). DIOS está siempre fuera del alcance de la acción humana en virtud de su santa Misericordia. El mal del hombre recae sobre sí mismo, y sólo el comportamiento misericordioso rompe el círculo infernal del mal. No es fácil de entender la lógica de la Gracia, que nos viene por la Misericordia de DIOS y se establece como premisa principal del comportamiento para entrar en el Reino de DIOS. “Habéis oído que se dijo a los antiguos: ojo por ojo y diente por diente. Pues YO os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que os abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra. El que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto. Al que te obligue a caminar una milla, ve con él dos. Al que te pida, da; y al que te pida prestado no lo rehuyas” (Cf. Mt 5,38-42). La exigente formulación del Sermón de la Montaña sólo es aplicable con el auxilio de la Gracia. La Ley del Talión está incluida en la Torá dada por Moisés, pero la Gracia y la Verdad nos vienen por JESUCRISTO (Cf. Jn 1,17). La Verdad de nuestra vida está más allá de la fugacidad de este mundo, porque la “figura de este mundo pasa” (Cf. 1Cor 7,31), dice san Pablo. Los cristianos acreditamos nuestra condición de tales por la Fe en JESUCRISTO, en quien encontramos el cumplimiento del ideal ético del Reino de DIOS, y nos ofrece la realidad de una vida definitiva, en la que permanecen las verdades eternas. La superación de toda manifestación de violencia no viene dado por un pacifismo apoyado en el comportamiento del ser humano. La elevada doctrina del “Sermón de la Montaña” (Cf. Mt 5,6 y 7), en san Mateo; o del Sermón de la Llanura (Cf. Lc 6), en san Marcos, tienen por objeto orientar nuestras acciones hacia una perfección que sólo es posible realizar si somos asistidos por la presencia del ESPÍRITU SANTO. La cita anterior del evangelista san Mateo relaciona el ejercicio de la violencia con el sentido de propiedad legítimo por otra parte. También en aquel tiempo todo el mundo tenía derecho a poseer una túnica para vestirse, o un manto para guardarse del frío del día o de la noche. El SEÑOR sigue insistiendo en dar al que pida, sin grandes indagaciones; o prestar algo, sin la sospecha de que no va a ser devuelto. La ausencia de violencia propuesta por JESÚS era inaceptable para los celosos patriotas de su tiempo ante la dominación romana. Las palabras de JESÚS corrían el riesgo de ser interpretadas como una muestra de apoyo a los ocupantes romanos: “al que te obligue a caminar una milla, vete con él dos”. Todas estas prescripciones del Sermón de la montaña, sólo se pueden mantener y llevar adelante bajo la acción de la Gracia, que viene por la Fe en JESUCRISTO. La vida y testimonio de JESÚS da la razón y sentido del comportamiento pacífico, porque abre la visión de las realidades eternas. JESÚS revela la condición misericordiosa de DIOS y emplaza a la transformación de la vida aquí en la tierra como un campo de prueba, en el que tenemos la tarea encomendada de transformarlo en Reino de DIOS. Con pasos vacilantes, la humanidad va caminando hacia modos de convivencia en los que se verifica con amplitud y hondura la fraternidad cristiana. Ahora mismo estamos en verdadero cambio de época, pues los modelos en todos los órdenes están cambiando, y la continuidad del hombre en el planeta está condicionada al redescubrimiento de las propias raíces y fundamentos en orden a la consecución de los fines para los que DIOS nos ha puesto en este mundo. Ahora nos movemos en una franja de la historia, en la que el hombre está jugando a ser DIOS y la equivocación puede ser trágica. La actitud correcta pasa por mirar a DIOS para recibir su LUZ  y caminar según sus designios.

 

Pesimismo de Jeremías

Las circunstancias que rodean la vida de Jeremías no son fáciles. Como el resto de los profetas le toca ser testigo de situaciones muy conflictivas, que lo afectan personalmente. La agria queja de Jeremías por su condición de profeta pone al descubierto el dramatismo de su situación. El texto presente de la primera lectura de este domingo es un reflejo de lo que algunos denominan como pesimismo antropológico: el hombre lleva consigo un mal endémico que puede contagiar a otros, creando un verdadero problema social. La profecía de Jeremías también contiene textos que trasmiten fortaleza y esperanza, porque DIOS va a actuar estableciendo una Nueva Alianza (Cf. Jr 31,31-34). Pero hoy se nos ofrecen unos versículos que ponen el foco en la cruda realidad del corazón humano dañado por el pecado. Este capítulo diecisiete inicia su exposición con una afirmación que evoca lo que al cabo del tiempo denominamos como “pecado original”: “El pecado de Judá está escrito con buril de hierro, con punta de diamante. Está grabado sobre sus corazones y en las aras de sus altares” (v.1). El pecado de Judá es el pecado de cada israelita o de cada persona en particular. El pecado capital es la idolatría, que repercute en todas las acciones del hombre. Con buril de hierro o punta de diamante está marcado el pecado en el interior del corazón y en el lugar de la ofrenda del falso sacrificio, que no va dirigido a YAHVEH. La adoración al ídolo causa muy graves daños y las consecuencias no tardan en llegar. A pesar de todo, DIOS tratará por todos los medios en recuperar a su Pueblo, aprovechando los mismos daños del culto idolátrico. Mientras dure el tránsito por este mundo, el hombre tendrá siempre la capacidad de elegir el camino hacia DIOS o la senda del ídolo; el camino de la Verdad o el del engaño, la fascinación y la mentira.

 

Confianza fundamental

Mientras caminamos por este mundo estamos en disposición de búsqueda, porque notamos  que nos falta algo. En gran medida, la condición social que nos caracteriza viene dada por las carencias personales que otros complementan. Buscamos el alimento que otros nos proporcionan, se busca la protección que no podemos darnos a nosotros mismos; buscamos la información o la cultura que no tenemos; o tratamos de descubrir la mejor referencia para una conveniente guía espiritual. Necesitamos fundamentalmente de DIOS, que nos ha creado  con la capacidad suficiente para recibirlo en una relación de encuentro. Esta es la búsqueda  fundamental y en quien el hombre ha de poner su confianza fundante, de lo contrario las palabras de Jeremías cobran todo su sentido: “maldito sea el hombre que pone su confianza en otro hombre, y de YAHVEH se aparta en su corazón” (v.5). La complementariedad no se puede convertir en exclusividad. La confianza absoluta en la ciencia del hombre termina por convertirse en un cientificismo destructivo. La confianza exclusiva en la ciencia médica para mantener la salud y prolongar la vida termina en la más clamorosa decepción. La confianza absoluta en los amigos se verá traicionada más pronto que tarde. La confianza absoluta en DIOS nos dará la experiencia de tocar la Verdad de la existencia en un camino de luz y noches oscuras, en que todas las otras confianzas se sitúan y alcanzan su verdadero valor. Las palabras de Jeremías en este versículo son impactantes: “maldito el hombre, que pone su confianza en otro hombre”. El mejor de los hombres no es DIOS, y la confianza exclusiva en él lo convierte en un ídolo que tarde o temprano se caerá ante nuestros ojos; o ante sí mismo, si  él asume como propio ese papel. DIOS no maldice al hombre, sino que le avisa del comportamiento que arrastra consigo una desgracia para él y los que están en esa relación.  Israel no puede poner su confianza en la protección que le promete Egipto, pues YAHVEH quiere ser su único protector. La confianza en el Egipto seductor será su ruina completa. Traigamos la lección a nuestra realidad presente y extraigamos consecuencias. A DIOS se le va quitando de todas las áreas de la vida pública, porque la modernidad tiene que ser secular o secularista, pues a DIOS no se le necesita en las escuelas, ni en los hospitales, ni en las cárceles, ni en el parlamento de la nación; tampoco a DIOS se le necesita en los foros internacionales. Estamos referiéndonos al DIOS de los cristianos, porque en algunos de estos  ámbitos puede ser admitido el vacío o el silencio para la búsqueda de uno mismo, dicen. ¿Va mejorando el hombre y la sociedad a medida que a DIOS se le va desplazando de los ámbitos propios en los que se desenvuelven las actividades de los hombres? ¿Basta con reducir la búsqueda de DIOS al ámbito privado? Los que nos dirigen se enfadan mucho cuando les decimos que no los creemos,  y no pueden exigirnos una confianza exclusiva, porque no se la merecen. Se enciende todas las alarmas cuando el gobernante quiere hacerse un diosecillo para inmiscuirse en el ámbito privado de las personas, controlar su libertad religiosa y la libertad de expresión, pretendiendo borrar páginas de la historia, que en absoluto el creyente puede admitir que sean borradas.

 

La confianza en DIOS

Entre aciertos y errores vamos aprendiendo. Un poco de miedo nos hace precavidos, pero un exceso nos paraliza y sitúa en zona de riesgo. Las fases de precaución y seguridad hacen que avancemos y saquemos algunas conclusiones. Observamos que el pecado o las tendencias del mismo están presentes en las personas a cualquier edad, y sólo el esmero y cultivo de la virtud con la asistencia imprescindible de la Gracia, puede disminuir la virulencia del mal, o pecado, que llevamos dentro. Ahí están las tendencias concupiscentes, que inclinan la voluntad   hacia el la violencia, la envidia o la soberbia; por no hablar de la lujuria o la avaricia. Estas tendencias negativas y otras, las llevamos grabadas con buril de hierro en nuestros corazones, como nos dice Jeremías. El antídoto a todos los males anteriores está en la confianza fundante en DIOS, que nos asiste con su Gracia. Lo mismo que el mal lo vamos actualizando mediante el comportamiento, también la confianza fundamental y la virtud es objeto de la consecución de buenas acciones. DIOS nos ha dado el tiempo como margen suficiente para ejercitar la libertad. Son pocos aquellos que aprovechan la experiencia y la sabiduría de los mayores para evitar males y sufrimientos por incurrir en elecciones equivocadas. JESÚS en su predicación fue muy consciente del gran problema de desconfianza que late en el corazón del hombre, y en la gran parábola del “Padre Misericordioso” o del “Hijo Pródigo”, como se conoce comúnmente, describe dos modos de desconfianza en el padre de la parábola. El hijo pequeño resuelve su inmadurez después de múltiples sufrimientos y penalidades, que lo devuelven a la casa del padre. El hijo mayor se muestra como un desconocedor crónico de la bondad de su padre  y pasa por una crisis, que permanece como gran incógnita en la parábola. Es dramática la situación de los hombres cuando perdemos de vista la bondad de DIOS y dejamos de fiarnos de ÉL. Jeremías con la Sabiduría bíblica más acreditada repite el esquema de los dos caminos acuñados en las Escrituras. “Bendito el que se fía de YAHVEH, pues no defraudará YAHVEH su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua…” (v.7-8). El Bien y la Verdad están en YAHVEH. ÉL está cerca, próximo, íntimo. El hombre bíblico tiene la convicción de la proximidad amorosa de YAHVEH, que mira con providencia a todos los vivientes, pero de modo especial a sus hijos. La confianza en YAHVEH surge de manera natural cuando se vive de modo agradecido por todos los dones recibidos. La confianza en DIOS la vamos estableciendo porque comprobamos la Providencia del SEÑOR, su bondad y cuidado especial que tiene con sus hijos. “Cerca está el SEÑOR de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente” (Cf. Slm 145,18). El camino de la “confianza fundante” en DIOS tiene su fase de purificación, pues a DIOS también le gusta que depositemos en ÉL nuestra confianza por ÉL mismo y no sólo por lo que nos da. En este punto se disponen las noches oscuras en las que parece que DIOS nos quita personas o cosas de nuestro universo personal. La prueba es superada cuando surgimos de la situación anterior con una confianza renovada. DIOS va tomando el control de nuestra vida.

 

Sermón de la Llanura

Un contenido doctrinal fuerte se encierra en el Sermón de la Llanura, que es la correspondencia al Sermón de la Montaña, en el evangelio de san Mateo (cp. 5,6 y 7). En el caso de san Mateo la convocatoria se realiza en una elevación que ofrece espacio a una multitud y recibe la enseñanza del MAESTRO rodeado de un círculo cercano de discípulos. En san Mateo la extensión de la enseñanza es mayor que en san Lucas, aunque se encuentren versículos diseminados en otros lugares del evangelio de san Lucas de acuerdo con sus preferencias. San Lucas introduce el relato diciendo: “JESÚS, bajando se paró en un paraje llano donde había una gran multitud” (Cf. Lc 6,17). JESÚS había estado durante la noche en oración, pues ese día a primera hora elegiría al grupo de los Doce. La montaña es lugar de especial recogimiento por el silencio que preside a los sititos elevados. La geografía acompaña al distanciamiento requerido por la oración para recogerse en el silencio de DIOS. La soledad y el silencio ayudan a sintonizar con la trascendencia de DIOS, que está dispuesto al encuentro con el hombre pero no desea ser confundido con las cosas creadas. El HIJO de DIOS no deja de ser sencillamente hombre con las limitaciones de la naturaleza humana. Los hombres necesitamos de la oración y JESÚS también necesitó de este modo de aislamiento para el diálogo y encuentro con el PADRE. Aunque este aspecto sea conocido, no está de más insistir por lo importante que es la oración para los cristianos. La oración de JESÚS en este caso tenía un motivo capital: disponerse en comunión con el PADRE para elegir a los Doce que habrían de representar el Nuevo Pueblo de la Alianza.

 

Venidos de todas partes

Parecía que lo estaban esperando.“Había una gran multitud de discípulos suyos y de muchedumbre del Pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón” (v.17). El punto de reunión probablemente estaba en algún paraje cerca del Mar de Galilea, y los allí reunidos venían de la parte más al sur, Judea, a unos ciento veinte kilómetros, y por el norte, los que acudieron de Tiro y Sidón, que estaban en la costa fenicia considerada como extranjera. Se menciona de forma significativa a los procedentes de la capital religiosa, Jerusalén; y de ahí se deduce que estaban algunos enviados por las autoridades religiosas, que comenzaban a tener noticias de la actividad pública del MAESTRO galileo. El auditorio recogía un espectro amplio de la sociedad en un lugar que no era el Templo de Jerusalén. Este versículo hace mención a los discípulos en un grupo amplio que más adelante será designado como los setenta y dos” (Cf. Lc 10,1). Es probable que el grupo fuera más numeroso y el número de setenta y dos sea indicativo de los seis representantes por cada Tribu.

 

La Palabra que sana

Los que estaban en la llanura, habían venido para “oír a JESÚS y ser curados de sus enfermedades; y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados” (v.18). La Palabra de JESÚS tiene la fuerza del Bien y la Verdad, y por tanto ilumina y es capaz de  restablecer la confianza primigenia del hombre hacia DIOS, que es bueno. Las personas  comenzaban a restablecer sus vidas a través de la predicación del MAESTRO galileo. Los malos espíritus dejaban de molestar, pues no eran capaces de resistir la luz de la Verdad.  JESÚS transmitía una poderosa presencia de DIOS, que era percibida como energía curativa. El Amor Misericordioso de DIOS se estaba abriendo paso por las vidas y los corazones bien dispuestos. Las sanaciones se producían como un fenómeno natural: “toda la gente procuraba  tocarlo, porque salía de ÉL una fuerza que los curaba a todos” (v.19). No debemos dudar por un momento esta transferencia o influencia inminente e inmediata del SEÑOR, pues la sanación de la mayoría de las enfermedades no requiere exactamente un milagro, sino la armonización de las distintas dimensiones que nos constituyen. Cuando el amor de DIOS  empieza a presidir la funcionalidad de un organismo físico, éste se comporta según su modo  saludable. Las distorsiones psíquicas (neurosis) pueden desaparecer cuando el Amor de DIOS sana las heridas contraídas a lo largo de la vida. El espíritu del hombre se enferma por falta de la Presencia de DIOS. Si estos niveles se armonizan debidamente, la persona ha resuelto multitud de enfermedades de carácter funcional. Otra cosa sucede cuando la enfermedad es estructural o el daño ha alterado la estructura de algún órgano; entonces la curación requiere  el milagro, que no se tiene que producir en todos los casos. Ni la curación o el milagro tienen como finalidad alterar la condición finita del ser humano, ni eliminar la presencia del dolor o el sufrimiento en la vida de los hombres. Pero las curaciones, bien como milagros o sanaciones, ponen de relieve el Amor de DIOS actuando en la vida de las personas, y este carácter testimonial tiene un valor especial.

 

El grupo de discípulos

La enseñanza de las bienaventuranzas y sus antítesis van dirigidas de modo especial a los discípulos. En el evangelio de san Lucas, los niños, los pobres o los discípulos son categorías  equivalentes “Alzando los ojos hacia los discípulos, decía” (v.20). Para todos es capital la enseñanza de las Bienaventuranzas, pues se resumen en estos versículos las condiciones que se dan para pasar de seguidor a discípulo, que está dispuesto a recibir una enseñanza con la finalidad de capacitarlo para la misión y el testimonio. Por supuesto que el grupo amplio de seguidores no es un sector determinado a quedarse en la distancia de la valoración estética del hecho. Los seguidores están convocados al discipulado mediante el Bautismo, su preparación y continuidad (Cf. Mt 28,19-20).

 

Los pobres

“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de DIOS” (v.20b). Pudo desconcertar la formulación escueta de la primera bienaventuranza, pues la pobreza material no se consideraba como una bendición; y en cambio gozaba de aval para la persona la abundancia de bienes como signo de la bendición de DIOS: “en la casa del justo habrá riqueza y abundancia” (Cf. Slm 112,2-3). También se reconocía que el rico soberbio podía ser desposeído y sumido en la miseria: “a los humildes los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Cf. Lc 1,53) El discípulo, al que de forma principal van dirigidas estas palabras estaba recibiendo la iluminación oportuna para entenderlas, pues si JESÚS los había aceptado en su compañía, ÉL mismo estaba dispuesto a operar esa profunda transformación: cada discípulo tenía que hacerse pobre para continuar como seguidor y tener entrada en el Reino de DIOS. El Amor de DIOS tiene que vibrar en los corazones de los seguidores de forma objetiva. La fraternidad cristiana no es un igualitarismo ramplón pero convierte al necesitado en objeto  de una atención preferencial como aclara JESÚS al escriba, que le pregunta por el prójimo (Cf. Lc 10,29). La parábola del “Buen Samaritano” deja bien definido el modo de comportamiento fraterno, que el cristiano ha de seguir. Por otra parte, el pobre que se hace discípulo tiene que  disponerse a una transformación que va a la raíz misma de la personalidad. El discípulo pobre, no es un “pobre discípulo”, sino alguien que con toda libertad se sabe radicalmente pobre sin más apoyo real que DIOS mismo.

 

El hambre de DIOS

“Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados” (v.21). La parábola de  “El rico y el pobre Lázaro” (Cf. Lc 16,19-31) podría ofrecer una idea concreta de esta bienaventuranza. Lázaro es descrito como alguien extremadamente pobre, que a las puertas de la casa de un hombre muy rico, sólo encuentra desprecio muriéndose de hambre y enfermedad.  Lázaro fallece y va a la región bienaventurada de los buenos judíos presidida por el patriarca Abraham; en cambio el rico cuando muere termina en el infierno. Sin duda alguna el destino de todo aquel que muere de hambre es una recompensa eterna, pero podría resultar casi sarcástico aplicar de forma literal esta bienaventuranza, pues estaría induciendo a concluir que lo bueno para entrar en el Reino de DIOS ahora es entrar en una miseria radical. La bienaventuranza se carga de sentido cuando le damos un contenido espiritual. El hombre puede tener un hambre fundamental del Amor de DIOS, del conocimiento de DIOS o una aspiración santa por vivir movido por el ESPÍRITU SANTO. Una persona así tiene plenas garantías que va a ser saciada por DIOS y recompensada en su búsqueda. El discípulo que está escuchando a JESÚS en esos momentos está experimentando, ahora, que el hambre por las cosas del Reino de DIOS va en un creciente aumento, y esa misma necesidad le proporciona una gran paz y alegría personal. El hambre de DIOS y de todos aquellos valores  necesarios para transformar el mundo en Reino de DIOS, están en la línea de la bienaventuranza. Pero interpretar estas máximas de JESÚS en clave pobrista puede  representar un verdadero insulto a la inteligencia y al mismo Evangelio.

 

Lágrimas que salvan

“Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis” (v. 21b). San Lucas es el evangelista que más resalta el júbilo y la alegría; por tanto no estamos ante un retazo de lúgubre tristeza. De nuevo la paradoja se convierte en el modo de leer contenidos religiosos de máxima importancia. El discípulo es un seguidor en permanente proceso de conversión, porque el corazón no se cambia o transforma en un día, salvo una acción muy especial de DIOS como le sucedió a Dimas, el ladrón arrepentido que muere al lado de JESÚS: “hoy estarás CONMIGO en el Paraíso” (Cf. Lc 23,43). Salvo una actuación de esas características por parte de DIOS, el camino del discípulo es un proceso lento; que incluso puede experimentar algunos retrocesos. Los evangelistas recogen que Pedro lloró amargamente la negación al SEÑOR por debilidad (Cf. Lc 22,62). En el cambio de escenario que emplean para el juicio de JESÚS su mirada se encuentra con la de Pedro. La mirada del MAESTRO es la mirada de la Verdad a la que Pedro no se puede sustraer y la consecuencia son las lágrimas de contrición que lo devuelven al Amor del MAESTRO. Es muy probable que las heridas provocadas por el curso de la vida muchas o algunas de ellas estén abiertas y sean dolorosas. La experiencia de todos los místicos nos puede dar una pista en este sentido. Desconocemos el abismo espiritual que hay en cada uno de nosotros, y cuando ese abismo se le da a conocer al místico esa constatación se vuelve insoportable. Para nosotros es desconocida y permanece velada la realidad pecadora que nos acompaña: “¿quién me librara de este cuerpo que me lleva a la muerte?” (Cf. Rm 7,24). El don de las lágrimas es una bienaventuranza para este mundo, en el que el Amor de DIOS toca el corazón herido para darle paz en medio de una experiencia de profunda pequeñez o indignidad. El discípulo de JESÚS necesita recibir este don, que no es obra directa de un dolor de los pecados, sino de un profundo encuentro con el Amor de DIOS, al modo de Pedro que encuentra la mirada misericordiosa de JESÚS.

 

El tiempo de los testigos

El discípulo debe aprender y fortalecerse en torno a la Verdad que está descubriendo, porque le espera la militancia. La predicación del discípulo está destinada a dar testimonio del Hijo del hombre. “Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, os hagan prisioneros os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo” (v.23). El discípulo que sigue a JESÚS en su tiempo de misión por Palestina tiene dos partes bien diferenciadas: el aprendizaje al lado del MAESTRO y el testimonio posterior después de su muerte y Resurrección.  Sabemos por el testimonio evangélico, que el tiempo de la misión fue un tanto idílica: JESÚS era seguido por las multitudes, las controversias con las autoridades todas daban un resultado favorable a JESÚS, y los prodigios y milagros realizados hacían de los discípulos unos testigos privilegiados, cuyas experiencias revitalizaban su Fe y muchas de ellas  forman parte de nuestros evangelios en el canon. Después de la Resurrección el SEÑOR sigue  en medio de los discípulos pero el modo de estar ya no es el mismo, sin embargo esta bienaventuranza como las anteriores nos atañen a todos los que hemos sido bautizados. En algún momento los cristianos tenemos que dar Fe pública de lo que creemos. Este testimonio es tan necesario a la sociedad como obligado para el discípulo. Llega un momento en el que la LUZ no se puede ocultar por espesas que sean las tinieblas. La hostilidad hacia JESUCRISTO aparece en el minuto uno en el que se da su manifestación a los hombres, y de forma especial después de su Resurrección, pues los agentes de su ejecución entendieron que sus acciones no sirvieron de nada: el RESUCITADO no dejaría de extender su Mensaje, pues se estaba produciendo una multiplicación sorprendente de testigos. La poda que se está produciendo  ahora en la Iglesia da la impresión de decaimiento, debilidad y síntoma de extinción; pero lejos de todo eso la realidad profunda. El genio cristiano es imparable como lo fue en la Vendée, en la Guerra Cristera en Méjico, y entre el treinta y seis y el treinta y nueve en España, en la Guerra Civil con más de siete mil mártires que murieron exactamente por ser católicos. El gigante puede estar dormido, pero no está muerto. El gigante en este caso es la  amplia red de testigos repartidos por todo el mundo, que no constan en la base de datos de ninguna de las plataformas de Internet, pero están perfectamente reconocidos en el Libro de la Vida.

 

El lamento de JESÚS

Después de estas cuatro bienaventuranzas, san Lucas formula cuatro “ayes”, que no se pueden entender como maldiciones por parte de JESÚS, sino un modo de manifestar un profundo lamento por la dirección contraria a su Persona y Mensaje, que algunos adoptarán. La opción fundamental planteada por el Antiguo Testamento en la versión de los dos caminos, ahora se traslada a la adhesión o rechazo a la persona de JESUCRISTO. DIOS se ha acercado a los hombres en su VERBO hecho hombre. Las palabras y las imágenes de los libros sagrados del Antiguo Testamento se quedaron a mucha distancia de la densidad de Presencia Divina dada en JESUCRISTO. ¡Ay del que se cree rico y no busca a DIOS! ¡Ay del que está saciado de todo y no detecta las aspiraciones profundas de su alma! ¡Ay del que frivoliza con la existencia y se empeña en una entretenida superficialidad! ¡Ay del que se desliza sin freno por las vías de la evasión! ¿Quién ha pagado el rescate eterno de nuestras vidas: Buda, Khrisna, el último gurú de moda, Mahoma, Zaratustra? ¿Alguien vende el pasaporte adecuado para moverse en las regiones espirituales después de la muerte? ¿Es suficiente venir a la existencia para vivir noventa o cien años y después diluirse en la nada? ¿Tiene sentido un final como el anterior? De no ser así, ¿te salvas solo?. Por otra parte, la vida más allá de esta es probable que exija unos cambios ontológicos, que uno a sí mismo no se puede otorgar: no somos autorregenerables, ni autoconvertibles en otra realidad, ni podemos dotarnos del revestimiento de gloria preciso para entrar en la Vida Eterna.

 

San Pablo, primera carta a los Corintios 15,12.16-20

El capítulo quince de esta carta dedicado a la Resurrección cierra el conjunto de temas  diversos abordados a largo de la misma. La predicación del Evangelio, que inicia en los primeros capítulos, termina con la esperanza puesta en la Resurrección y en la vida  eterna, pues DIOS lo será todo en todos para siempre (Cf. 1Cor 15,28). La predicación del Apóstol no se aparta de lo enseñado y predicado por el resto de los Apóstoles: “tanto ellos como yo esto es lo que predicamos, esto es lo que habéis creído” (v.11). Se refiere san Pablo a lo expuesto  en los primeros versículos de este capítulo, vistos la semana anterior, que recogen el núcleo del Credo inicial de la Iglesia: “CRISTO murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras” (v.3b-4). El Credo inicial de la Iglesia cabía en renglón y medio, y todo lo restante concerniente a la Fe y la doctrina está como ramificación de este tronco central. La Iglesia recibía el legado del SALVADOR, que atraía para los hombres una vida eterna en comunión con ÉL y con el PADRE. JESUCRISTO es el SALVADOR, porque el hombre está radicalmente limitado e incapacitado por el pecado. La muerte de JESÚS por los pecados de los hombres es la solución para los males de este mundo y vía de acceso a la vida eterna, pues su Resurrección venció a la  muerte que nos alcanzaba a cada uno en particular. A san Pablo se le atribuye la interpretación autorizada del Cristianismo, que permitió su rápida expansión por el mundo conocido. Esta afirmación es verdadera si es tomada en la parte proporcional que le corresponde al Apóstol, pues también  los otros Apóstoles predicaron esencialmente la misma Fe. También hoy se puede proclamar el Evangelio completo en los términos del kerigma inicial: JESUCRISTO es nuestro SALVADOR, que murió por nuestros pecados; fue sepultado, porque su muerte fue real; y ha resucitado venciendo a la muerte y dándonos una Vida Eterna, completando así su misión salvadora. Toda la teología cristiana, en cualquiera de sus vertientes, pende del renglón y medio del Kerigma inicial (v. 3b-4).

 

Fijaciones  religiosas

“Si se predica que JESUCRISTO ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?” (v.12). Los de Corinto antes de la predicación cristiana admitían la pervivencia de las almas, que podían transmigrar o reencarnarse. Otros, como el caso de los saduceos, directamente no creían en la existencia de espíritus, Ángeles, o vida alguna después de la muerte. Despegar de estas creencias en las que habían crecido, y remontarse al fundamento de la vida en la Resurrección de JESUCRISTO es un auténtico alarde para la acción de la Gracia y la propia colaboración personal para desmontar el edificio religioso o de creencias anteriores. San Pablo consiguió el cambio radical de perfecto observante en el Judaísmo a la convicción radical de estar salvado por la Fe en JESUCRISTO; siendo desde ese momento las obras de la Ley un verdadero impedimento. A lo largo de estos versículos existe un cierto planteamiento circular: si los muertos no resucitan, tampoco JESUCRISTO resucitó; y si JESUCRISTO no resucitó, tampoco los muertos resucitan. San Pablo rompe este círculo afirmando rotundamente el hecho de la Resurrección de JESUCRISTO, del que él mismo es testigo. La vida en el ESPÍRITU SANTO  de las comunidades de Corinto, sin duda alguna ofreció la posibilidad y experiencia de encuentro con JESÚS el RESUCITADO en más de un caso particular, y por eso la queja del Apóstol apunta a un sector: “algunos andan diciendo”. Estos últimos representan la muestra de la dificultad antes señalada, que  impide la renovación y transformación profunda de creencias y conducta.

 

Sin la Resurrección, el vacío

“Si CRISTO no resucitó vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra Fe” (v.14) Sin el RESUCITADO jamás se nos podría otorgar el encuentro y la contemplación personal de DIOS, por lo que podríamos permanecer en un estado espiritual de limbo vagando en el vacío, pues la existencia del “Seno de Abraham” para los que dejaron este mundo antes de la venida de JESUCRISTO, gozaban de una cierta bienaventuranza en la espera confiada de la venida del HIJO de DIOS a la vida de los hombres. La Redención fue un éxito porque el ofrecimiento perfecto de JESÚS en la muerte hizo posible la Resurrección por la que todos los planes de DIOS a favor de los hombres se podrán realizar.

 

JESUCRISTO es el HIJO amado del PADRE

Lo que los evangelios recogen en el Bautismo en el Jordán y en la Transfiguración en el Tabor se ratifica definitivamente con la Resurrección: JESUCRISTO es el HIJO amado del PADRE, por el los hombres somos salvados. La muerte de JESÚS fue un acto de entrega perfecta en la que sobresalió la Divina Misericordia sin restricción alguna. La perfección de la muerte de CRISTO fue certificada por la Resurrección. De no haberse producido la resurrección en los términos en que san Pablo expone en estos versículos, la existencia cristiana carecería de sentido: “si CRISTO no resucitó vana e inútil es nuestra Fe, y estamos todavía en nuestros pecados” (v.17), porque indicaría que la muerte no fue redentora. Pero los hechos ocurrieron de forma bien distinta, y el HIJO de DIOS hecho hombre, muriendo como tal expió nuestros pecados y resucitó porque no era posible que el Hades se hiciera con su perfecta humanidad.  Los pecados que el HIJO llevaba no eran los suyos, lo que estaba haciendo era pagar nuestra factura y eximirnos a nosotros de una deuda impagable para nuestras posibilidades. El Hades no tenía ningún poder sobre JESUCRISTO, y DIOS en su Justicia lo resucitó de entre los muertos como el Primero entre una multitud de hermanos, renacidos por su sangre para una vida eterna.

 

Los muertos en CRISTO

“Si JESÚS no resucitó, entonces también los que murieron en CRISTO perecieron” (v.18).Para hacer reflexionar a los suyos, san Pablo apura el argumento hasta el extremo: “los que fueron bautizados y murieron en CRISTO, si éste no ha resucitado; entonces, también ellos perecieron”. Si CRISTO no ha resucitado, sencillamente no existe una vida eterna; y sólo queda el vacío eterno. Esto último es un modo de infierno, en el que no existe la LUZ de DIOS, ni su AMOR,  Belleza y Vida por Gracia. En los distintos infiernos al estar privados del AMOR no existe la fraternidad y podemos imaginar todas las formas de egoísmo que se nos ocurra. En los infiernos no está la Belleza proveniente de la LUZ de DIOS, por lo que podemos imaginar la deformación como norma. En los infiernos no existe la Vida creativa dada por DIOS, y podemos imaginar la esterilidad más absoluta, sin posibilidades de verdadera creatividad.

 

La Esperanza en CRISTO

“Si solamente para esta vida tenemos puesta la Esperanza en CRISTO, somos los más dignos de compasión de todos los hombres” (v.19). Desde que JESUCRISTO vivió entre nosotros y resucitó, la Esperanza del hombre es JESUCRISTO. Lo que está por venir de parte de DIOS nos viene por medio de JESUCRISTO. Lo que cada uno de nosotros pueda llegar a ser está también en JESUCRISTO. En JESUCRISTO tenemos cada uno el lugar designado por el PADRE como hijos suyos adoptivos, y reservada en el Cielo la plenitud personal y la forma de vida definitiva. En el Cielo, en el lugar de las moradas eternas, se nos dará lo que tendrá valor de eternidad como don de DIOS totalmente específico para cada uno. Eso es lo que nos ha  querido decir JESÚS cuando nos advirtió de lo inútil de las realidades perecederas y la recepción de las que nos corresponden como propias en el Cielo. Las cosas del más allá tienen consistencia porque están fuera de nuestra temporalidad y se sustentan en la propia existencia de DIOS. Pero todo esto puede ser posible, porque JESÚS ha resucitado, y en la espera de una vida plena debemos caminar por este mundo, pues nuestra Fe está referida de modo permanente a la trascendencia, sin dejar por un momento las responsabilidades de la vida presente, que DIOS quiere que nos la tomemos muy en serio. Este mundo es nuestro campo de pruebas para las realidades definitivas.

 

El primero JESUCRISTO

“CRISTO resucitó de entre los muertos como primicia de los que durmieron” (20). La Resurrección hace a JESUCRISTO el centro de todo lo que DIOS ha creado. ÉL es el Primero, el Primogénito, la Cabeza de la Iglesia, el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. En el centro de todos los planes de DIOS, o en el centro del Plan único de DIOS está JESUCRISTO su HIJO.  Desde Abraham todos los hombres de DIOS inician un camino mirando a la Descendencia prometida por DIOS al patriarca. Todos los fallecidos antes de la Resurrección miran hacia el futuro esperando en el Día del SEÑOR; y también nosotros caminamos por esta vida en una Historia de Salvación en la que esperamos el cumplimiento de las promesas. Hermanos nuestros, en estos dos mil años, han dejado este mundo y creemos en su transformación para la otra vida al ser incorporados al Cuerpo Glorioso de JESUCRISTO, en quien nosotros también esperamos ser transformados como nos dice san Pablo en esta carta. Estas promesas alimentan la Esperanza cristiana, que cifra los acontecimientos presentes como el preámbulo de la vida eterna.

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