‘Cultura de la Cancelación’: pretenden eliminar el estudio de los clásicos en escuelas y Universidades.

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1.- Princeton quiere eliminar el griego y el latín.

2.- En la escuela se va hacia la didáctica fácil.

3.- La pandemia ha revelado el poco alcance cultural de un Occidente enfermo.

Entrevista al destacado Rémi Brague:

Profesor Brague, es reciente la noticia de que la Universidad de Princeton quiere eliminar el griego y el latín en las facultades. Usted es, junto a otros eminentes intelectuales como Chantal Delsol, Pierre Vermeren y Jean-Marie Salamito, uno de los firmantes del llamamiento publicado en Le Figaro con el que manifiestan su rebelión a esta locura. Da la sensación de que las disciplinas básicas de la humanitas del homo europaeus están cada vez más arrinconadas, favoreciendo así la ampliación de las ciencias. Ciertamente, la pandemia ha revelado el compromiso de muchos científicos, pero ¿puede ser este el precio?

Realmente es una locura. El hecho de que todo esto lo haya iniciado un profesor de letras clásicas evidencia que se trata de una locura suicida. Entre las personas que han protestado en Francia no hay solo especialistas en letras clásicas. Yo soy filósofo. Es verdad que he enseñado filosofía griega durante unos años, pero en estos últimos veinte años he enseñado filosofía árabe. Por consiguiente, para mí defender las lenguas antiguas no significa declararse pro domo. ¡Horror! He utilizado el latín… Me corrijo: no estoy defendiendo mis intereses. No creo que debemos volver a jugar al viejo juego de las ciencias humanas versus las ciencias. No son los grandes matemáticos, físicos o biólogos los que quieren que se eliminen los clásicos, sino más bien las figuras de segundo nivel. No nos engañemos y ampliemos la perspectiva: los clásicos griegos y latinos son solo el primer bastión que está siendo atacado. Después de «Atenas» le tocará el turno a «Jerusalén», la fuente bíblica de nuestra cultura. Después la noción misma de los clásicos, los de la literatura medieval y moderna. Para vosotros, italianos, serán Dante y Manzoni; para nosotros, franceses, Montaigne y Flaubert, etc.

Por último, es necesaria otra reflexión: la locura suicida de la que he hablado no atañe solo a las letras antiguas, y tampoco solo a la cultura. La enfermedad está contagiando a toda nuestra civilización. Hace decenios que se habla de «suicidio demográfico». Hoy ya no nos burlamos de quienes, como Pierre Chaunu o Raymond Aron, lanzaron la alarma en los años 60… Lo que está sucediendo en Princeton, y no solo, no es más que el síntoma microscópico de una crisis mayor.

En las escuelas, los estudiantes y los padres exigen, cada vez más, un aprendizaje smart, acompañado de diapositivas, esquemas, simplificaciones, con el consiguiente abandono de la lectura paciente de los libros de texto y los voluminosos clásicos. ¿A dónde se dirige la formación?

¿A dónde se dirige? [se ríe, N.d.A.]. ¡A darse contra la pared, obviamente! El problema con el llamado «aprendizaje sin esfuerzo» es que, sencillamente, no funciona. Es verdad que algo se obtiene de los procesos que usted menciona por impregnación pasiva, sin que el estudiante se dé cuenta. pero lo que se obtiene es un lavado de cerebro, no conocimiento. Los regímenes totalitarios como la Alemania nazi o la Unión Soviética leninista lo comprendieron muy bien para su propaganda. Pensemos en las películas de Leni Riefenstahl o de S. M. Eisenstein, por citar solo a personas que tenían verdadero talento; los demás han caído en el más absoluto olvido…

Los llamados métodos smart pueden proporcionar solo un interés emocional, pero no un conocimiento crítico. Este solo es posible si se puede volver atrás y reflexionar. Y para hacerlo hay que leer con atención y, por ende, volver a leer. Esto es más difícil de hacer con las imágenes, los sonidos y las palabras en Kindle, que hay que ir pasando. Lo mejor es el libro porque puedes volver atrás, subrayar, resaltar con un marcador fluorescente (¡gran invento!), garabatear en los márgenes, etc. Este es el trabajo que hace que los ciudadanos sean conscientes y responsables. El aprendizaje sin esfuerzo solo produce ovejas, idiotas dóciles, consumidores de sueños. Para entrenarse a este trabajo son útiles los textos en otros idiomas, porque exigen una lectura lenta, construir la sintaxis y ahondar en el diccionario. Las lenguas «muertas» tiene otra ventaja: nadie las utiliza para hablar y, por consiguiente, nadie puede ayudarnos. Es nuestra decisión luchar con el texto, de manera individual.

Más de un año después del inicio de la pandemia la situación no parece mejorar en absoluto: la economía está cada vez peor, en algunos países se vuelve a hablar de otro posible confinamiento y no parece que haya una salida. Todas las energía se dedican a lo que se piensa que puede hacernos sobrevivir, a lo que puede salvarnos a todos.

Lo que sucederá en la salud y la economía, nadie lo sabe, y menos de todos, yo. Pero es interesante observar cómo la preocupación por la salud física domina todo. Antes de la crisis, la salud era algo que se daba por descontado, sabíamos que podíamos enfermar, que un día u otro podíamos morir. Pero hemos sido «nosotros» los que hemos enfermado y muerto. Volvamos a leer Ser y tiempo [de Heidegger], o La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, citado por el propio Heidegger. Actualmente la pandemia podría hacernos entender que soy «yo», que es cada «yo», el que está amenazado y que antes o después puede morir. Por desgracia, lo que vemos es que la firme voluntad de sobrevivir obstaculiza el hecho mismo de vivir. Un autor olvidado, pero al que Michel Foucault, al citarlo, le dio un poco de audiencia, escribió en el siglo XIX: «Hoy la salud ha sustituido a la salvación». Esperemos que los más lúcidos entre nosotros se den cuenta de que esto no es verdad, que la salvación va más allá de la salud, que hay una salvación que no puede ser sustituida por la salud.

Han transcurrido dos años desde la publicación de su libro Curing Mad Truths. Medieval Wisdom for the Modern Age. Durante la pandemia, la palabra «cura» ha estado lejos del foco de los medios de comunicación, y la palabra «salud» ha estado cada vez más sometida al vocabulario de la corrección política. ¿Es posible detener este proceso?

Gracias por mencionar este breve libro que tuve la audacia de escribir en inglés. Es realmente interesante que se hablara tan poco de curar la enfermedad, de curar a quienes la habían contraído y que hubiera tan poca esperanza de curarla.

Se evitaba a las personas que ofrecían un tratamiento: en Francia incluso se prohibió a los médicos recetar determinados fármacos. En lugar de intentar curar con los medios a disposición, hemos preferido hacer de todo para prevenir. De ahí la carrera para encontrar una vacuna y administrarla.

No sé nada de los aspectos técnicos de estos problemas, y es totalmente posible que era lo que había que hacer. En cualquier caso, hablar de una cura exige, como mínimo, que se tenga el valor de admitir que estamos enfermos.

 

 

Publicado por Elisa Grimi en Il Timone.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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