Francisco publicó su cuarta encíclica, titulada Dilexit nos, sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús (24 de octubre).
El texto de 40 páginas, escrito originalmente en español, incluye una introducción y cinco capítulos con 227 notas a pie de página.
Francisco escribe sobre el corazón mismo, distinto de las potencias y pasiones humanas, sobre el misterio del Sagrado Corazón, que muestra el amor de Cristo por la humanidad. Explica cómo la Iglesia ha fomentado la devoción al Sagrado Corazón y la experiencia espiritual personal.
A diferencia de la mayoría de los demás textos de Francisco, esta encíclica no sólo se cita a sí mismo, sino a las Escrituras, la historia de la Iglesia, los Padres, muchos santos y papas.
Recomienda prácticas tradicionales como los Primeros Viernes, la consagración al Sagrado Corazón y la adoración eucarística. Francisco utiliza incluso palabras como «reparación» y «consolación» al Sagrado Corazón.
Algunas citas
«En lugar de correr tras las satisfacciones superficiales y desempeñar un papel en beneficio de los demás, haríamos mejor en pensar en las cuestiones realmente importantes de la vida. ¿Quién soy realmente? ¿Qué es lo que busco? ¿Qué dirección quiero dar a mi vida, a mis decisiones y a mis acciones? ¿Por qué y para qué estoy en este mundo? ¿Cómo quiero recordar mi vida una vez que termine?».
«Los hombres y mujeres de nuestro tiempo se encuentran a menudo confusos y desgarrados, casi desprovistos de un principio interior que pueda crear unidad y armonía en sus vidas y acciones. Los modelos de comportamiento que, por desgracia, se han generalizado, exageran nuestra dimensión racional-tecnológica o, por el contrario, la de nuestros instintos. No dejan espacio para el corazón».
«Una sociedad dominada por el narcisismo y el egocentrismo se volverá cada vez más «sin corazón». Esto conducirá a su vez a la «pérdida del deseo», ya que al desaparecer otras personas del horizonte nos encontramos atrapados entre muros de nuestra propia creación, incapaces ya de mantener relaciones sanas.»
«Al contemplar el sentido de nuestras vidas, quizá la pregunta más decisiva que podemos hacernos es: ¿Tengo corazón?»
«Pido, pues, que nadie se burle de la ferviente devoción del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular busca consolar a Cristo. También animo a todos a considerar si puede haber mayor sensatez, verdad y sabiduría en ciertas demostraciones de amor que buscan consolar al Señor que en los actos de amor fríos, distantes, calculados y nominales que a veces practican quienes afirman poseer una fe más reflexiva, sofisticada y madura.»