Caigo en la cuenta de que muchas de nuestras quejas delante de Dios tienen que ver todavía con cosas intrascendentes que bien se podrían superar si tuviéramos fuerza de voluntad y entendiéramos el dinamismo propio de la vida cristiana. Se trata muchas veces de reacciones primarias y hasta caprichosas que reflejan la falta de carácter y madurez en la vida espiritual.
Reconozco que cuando reaccionamos de esta manera nos situamos muy lejos de lo que se espera de nosotros como cristianos y de lo que representa el verdadero potencial de la fe. Tendríamos que aceptar y reconocer que mientras reaccionamos con inmadurez estamos muy lejos de la posibilidad de responder a Dios que nos está llamando para estar con Él en lo más duro de la batalla.
Mucha gente seguía a Jesús cuando sanaba a los enfermos, cuando multiplicaba el pan, cuando hacía milagros y cuando sus palabras confortaban a todos. Pero muchos lo abandonaron cuando la cruz apareció en su vida y también en el momento de su muerte. Dicen los evangelios que desde que empezó a hablar de la muerte que le aguardaba en Jerusalén muchos se echaron para atrás.
Por supuesto que no le resto importancia a las luchas que cada quien tiene que enfrentar todos los días, especialmente en estos tiempos de crisis. Pero nos falta consolidar la vida cristiana en la fortaleza, en la perseverancia y en la fidelidad, ante las realidades difíciles, angustiantes y peligrosas que enfrentamos en nuestro país.
Nos falta madurez, dedicación y actitud para ir rompiendo con los condicionamientos de este mundo que nos tienen atados a la vanidad, la indiferencia, la superficialidad, el egoísmo y la comodidad. De la misma forma, también nos falta fe y confianza incondicional en el Señor para no caer en el desánimo y la desesperanza ante el panorama preocupante que se advierte en nuestro país.
De repente los problemas que se siguen agudizando y las situaciones críticas que viven nuestras comunidades pasaron a un segundo término, ante el momento político que se vive y ante la agenda que se impone. Pero el tejido social se sigue desgarrando por los asesinatos y la inseguridad. Cuánta necesidad tenemos de medidas coyunturales y de instituciones que entiendan y asuman el tamaño del desafío, en vez de seguir estancados y polarizados en justificaciones que siguen echando la culpa al pasado.
A pesar de la descomposición del tejido social, de la agudización de la crisis económica y del estado anímico en que se encuentran muchas familias golpeadas por los asesinatos y la inseguridad, se acelera este deterioro al facilitar el predominio de la ideología de género que implanta una agenda de muerte a través del aborto, que margina y subestima a la familia y que va imponiendo el adoctrinamiento sexual de los niños y adolescentes, pisoteando el derecho de los padres de familia a la educación de sus hijos.
Este panorama social impone una carga pesada. Somos personas de fe y hemos experimentado la gracia de Dios de distintas maneras, pero lo que está viviendo nuestro país representa una carga muy pesada.
Sin embargo, damos testimonio de que cuando se acaban nuestras fuerzas y cuando somos presa del cansancio, la gracia de Dios irrumpe de una manera sorpresiva y viene a rescatarnos de esa oscuridad, de ese dolor y de ese cansancio ante las situaciones complejas que enfrentamos y que rebasan nuestras propias capacidades humanas.
El Espíritu Santo nos dará la luz y la fortaleza para enfrentar este deterioro y para seguir trabajando por la instauración del reino de Dios. Ante el cansancio y el desánimo, de los que nadie se libra, sigo al pie de la letra la recomendación de Léon Bloy que decía: “Cuando quiero enterarme de las últimas noticias, leo el Apocalipsis”.
No leo únicamente las noticias que generan los medios. Leo el Apocalipsis que sostuvo en la fe, en el amor, en la unidad, en la fortaleza y en la perseverancia a los cristianos que vivían tiempos críticos de descalificación y persecución oficial.
El Apocalipsis nos ofrece las últimas noticias no en sentido cronológico, sino las últimas noticias en sentido escatológico, al hacernos vislumbrar el desenlace definitivo de esta historia llena de víctimas y pisoteada por los poderosos. El último libro de la Biblia hace un llamado a la confianza incondicional en el triunfo de Dios, a pesar de que los acontecimientos apunten en otra dirección. Es un mensaje de esperanza, especialmente para los que nos desanimamos y cansamos por el estado que guarda el mundo que vivimos.
Un mensaje como este nos impulsa a vivir la fe no con resignación, sino con la convicción de que Dios está con nosotros en esta lucha y nos llama para sostener a los más débiles, así como para permanecer a su lado en lo más duro de la batalla.
Por lo tanto, las últimas noticias no tienen que ver con las balaceras, la violencia, las mentiras, la corrupción, la crisis económica, las amenazas de guerra y los triunfalismos del poder temporal. Es hora de leer las últimas noticias, es decir de ir al Apocalipsis porque: «El que estaba sentado en el trono, dijo: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”» (Ap 21, 5).
El futuro es previsible en base a lo que padecemos en este momento. Hay formas sofisticadas de pronosticar los escenarios que nos esperan debido al poder desmesurado que tienen en este momento las ideologías. Pero el porvenir está en las manos de Dios que siempre irrumpe suscitando la salvación incluso contra todos los pronósticos y las previsiones humanas.
El hecho de que ante nuestros ojos el mundo se vaya precipitando hacia su perdición no impide que venga el reino y vaya de hecho creciendo sutilmente con la bondad que no se hace publicidad, pero que va abriendo surcos de eternidad.
Aunque nos parezcan insuperables las ideologías y los sistemas políticos que ostentan todo el poder, estos poderes temporales frente al Todopoderoso se ven en su justa dimensión. En otros momentos de la historia así lucían y presumían de indestructibles los imperios más famosos que en su misma obsesión de poder y de control albergaban su propia perdición.
Frente al poder temporal los profetas siempre han sido los hombres del porvenir, que más que una lectura sociológica de lo que está sucediendo, hacen una lectura escatológica para que se alcance a ver la intervención de Dios, aún en los momentos más delicados que podamos enfrentar.
San Pablo nos ayuda a situarnos y definirnos ante los tiempos complejos que a nuestra generación también le toca enfrentar: “Puesto que todo está en vías de destrucción, miren qué clase de personas deben ser” (2Pe 3, 11).
Así como San Pablo, el P. Leonardo Castellani nos ofrece un criterio para sumarnos a esta batalla espiritual delante de estos tiempos difíciles: “Mis amigos, mientras quede algo por salvar, con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar el alma”.
No todo está perdido, siempre hay algo que salvar y cuando los tiempos son violentos y corruptos debemos preservar la paz del alma y de la conciencia, viviendo los valores perennes que ningún decreto, ninguna ideología y ninguna ley pueden revocar.
Habrá que salvar a toda la costa el lugar que Dios ocupa en nuestra vida para que nunca nos falten motivos para seguir luchando por el reino que comienza a germinar, aunque por ahora solo veamos destrucción y descomposición a nuestro paso.