* Acude a la dirección espiritual cada vez con mayor humildad, y puntualmente, que es también humildad. Piensa —no te equivocas, porque ahí Dios te habla— que eres como un niño pequeño, ¡sincero!, al que van enseñando a hablar, a leer, a conocer las flores y los pájaros, a vivir las alegrías y las penas, a fijarse en el suelo que pisa.
Vuelvo a afirmar que todos tenemos miserias.
Pero las miserias nuestras no nos deberán mover nunca a desentendernos del Amor de Dios, sino a acogernos a ese Amor, a meternos dentro de esa bondad divina, como los guerreros antiguos se metían dentro de su armadura: aquel ecce ego, quia vocasti me -cuenta conmigo, porque me has llamado-, es nuestra defensa. No hemos de alejarnos de Dios, porque descubramos nuestras fragilidades; hemos de atacar las miserias, precisamente porque Dios confía en nosotros.
Perdonad mi machaconería, pero juzgo imprescindible que se grabe a fuego en vuestras inteligencias, que la humildad y -su consecuencia inmediata- la sinceridad enlazan los otros medios, y se muestran como algo que fundamenta la eficacia para la victoria.
Si el demonio mudo se introduce en un alma, lo echa todo a perder; en cambio, si se le arroja fuera inmediatamente, todo sale bien, somos felices, la vida marcha rectamente: seamos siempre salvajemente sinceros, pero con prudente educación.
Quiero que esto quede claro; a mí no me preocupan tanto el corazón y la carne, como la soberbia. Humildes.
Cuando penséis que tenéis toda la razón, no tenéis razón ninguna.
Id a la dirección espiritual con el alma abierta: no la cerréis, porque -repito- se mete el demonio mudo, que es difícil de sacar. (Amigos de Dios, nn. 187-188)
Por SAN JOSEMARÍA.
ilustración: CATOLICIDAD.