¿Creemos realmente en la resurrección y la vida eterna?

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Día con día nos estamos acercando al final del ciclo litúrgico, que se termina como cada año, con la fiesta de Cristo Rey. Al acercarnos al final, los Evangelios tocan temas sobre la escatología.

En este domingo nos encontramos a Jesús en Jerusalén y el grupo de los saduceos, que era un grupo formado por familias ricas, de tendencia conservadora; buscaban un entendimiento con el poder romano, de allí que no fueran populares con la gente sencilla de las aldeas y además eran enemigos de los fariseos. Este grupo de saduceos “no creen en la resurrección de los muertos”, la consideraban una novedad de personas ingenuas, como a ellos les iba bien en esta vida, para qué preocuparse del más allá. Los saduceos eran otro grupo de élite en el judaísmo, alimentaban su religiosidad en el vivir al máximo la existencia en la tierra porque después no había nada más. Un día se acercan a Jesús para ridiculizar la fe en la Resurrección y le presentan un caso irreal, fruto de su fantasía: Le hablan de siete hermanos que se han ido casando sucesivamente con la misma mujer, todo con la finalidad de asegurar la continuidad del nombre, del honor y la herencia de la rama masculina de aquellas familias poderosas de Jerusalén:¿De quién será esposa en la Resurrección?.

Jesús nos deja claro que:

1°- “Dios no es un Dios de muertos”. “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob no es un Dios de muertos sino de vivos”. Jesús no puede imaginar a un Dios que se le estén muriendo sus hijos y esté rodeado de muerte. El Dios de nuestra fe no es un Dios de muertos, es el Dios de los que han muerto y siguen viviendo en Él, es un Dios que vive en los que están vivos, es el Dios que nos invita a encontrarlo entre los vivos, es el Dios que está en nosotros para darnos vida.

2°- “Que hombres y mujeres en la vida futura no se casarán ni podrán ya morir”. Jesús tampoco puede imaginar que la vida junto a Dios consista en perpetuar las desigualdades, las injusticias y los abusos que se cometen en este mundo. La vida junto a Dios es plena, tan plena que ni siquiera podemos imaginar esa felicidad. Me parece que la sociedad en que vivimos hoy nosotros, es mayoritariamente saducea; la mayoría de la gente anda hoy tan preocupada de vivir el bienestar en esta vida, que no tiene tiempo o no quiere tenerlo para pensar en la otra vida después de la muerte y quizás otros digan creer en la vida del más allá, pero en realidad su conducta prescinde por completo de esa realidad, viven como si todo terminara aquí abajo, como si sólo importase el dinero o los valores meramente materiales.

Hermanos, cuando vivimos de manera frívola, satisfecha, disfrutando del propio bienestar y olvidando a quienes viven sufriendo, es fácil pensar sólo en esta vida, es más, deseamos continuar hasta la perpetuidad esta dicha terrena. Pero cuando se comparte el sufrimiento de los pobres, de los desplazados, de los sometidos a cuotas injustas, las cosas cambian, nos conducen a pensar que junto a Dios no se darán esas diferencias, esas desigualdades. Creo que estamos viviendo una cultura que valora la felicidad ficticia, esa dicha que se consigue comprando cosas materiales. Las personas de nuestro tiempo, creen que teniendo tal o cual artículo serán felices y viven buscando esa felicidad efímera, esa dicha que se escapa y cuesta atrapar. Esta cultura nos centra a vivir en el aquí y el ahora, negando toda posibilidad de un futuro mejor, y peor aún, se niega toda credibilidad en la vida eterna.

Los jóvenes de nuestros días han quitado de su horizonte de cuestionamiento la “vida eterna”; cuando alguien habla de vida eterna, de cielo, de infierno, de Dios, de religión, ante ellos parece que se está hablando de algo pasado de moda, que sólo lo creen los niños; parece que la vida eterna no es tema de importancia en nuestros días.

Es triste escuchar a los jóvenes de nuestro tiempo decir: “Es mejor vivir dos o tres años con abundancia, que vivir mucho tiempo inmersos en la pobreza”. Esta mentalidad favorece que nuestros jóvenes busquen la felicidad en caminos equivocados; creen que aquí termina todo, aunque se dicen creyentes, no existe el temor a Dios o el miedo al infierno. Se vive engañado pensando que aquí termita todo. Sería interesante preguntar allí en familia: ¿Cómo te imaginas la vida eterna? ¿Crees en la vida después de la muerte biológica?

Sin embargo, cuando se pierde a un ser querido, le celebramos Misa y le hacemos novenario, es una manera de mostrar que creemos que existe algo después de la muerte biológica y que las oraciones tienen sentido. Todos sabemos que vamos a morir un día y nuestra fe nos conduce a creer que contemplaremos a Dios cara a cara, pero ¿por qué vivimos como si fuéramos a ser eternos aquí en la tierra? ¿Realmente creo en la vida eterna? ¿me doy cuenta que aquí estoy ganando o perdiendo la vida eterna? Jesús creía en la Resurrección y porque creía en ella, no sólo la predicaba, sino que iba poniendo diariamente los presupuestos necesarios para que la resurrección pudiera ser un hecho, un hecho gozoso que cambiara definitivamente y para siempre su destino.

Hermanos, si como cristianos creemos en la Resurrección, hemos de mostrarlo. Demos al mundo una prueba irrefutable de nuestra creencia, hay que tener visión sobrenatural, visión de fe que extiende la mirada a los horizontes que hay más allá de la muerte, sí es una verdad de fe que “los muertos resucitan”, es precisamente la verdad que cierra nuestro credo.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

page2image12819008

Comparte:
Obispo de la Diócesis de Apatzingan