María Menéndez
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), crece el número de jóvenes que no quieren una casa en propiedad y no quieren tener hijos.
Nos dicen desde los medios de comunicación que esto se debe a las dificultades económicas: paro, incertidumbre laboral, sueldos escasos, viviendas caras, … etc.
Sin embargo, hay estadísticas, como las que nos muestra la Fundación Renacimiento Demográfico, que a menos paro menos hijos por mujer.
Y que, en las 20 ciudades españolas con menos paro, no se tienen más hijos que en las 20 ciudades españolas con más paro.
En el seno de las distintas familias reales del mundo (Casa real española, la británica, la japonesa y la de Marruecos como ejemplo), donde no hay dificultades económicas, la tendencia es a tener menos hijos.
Una primera conclusión nos llevaría a pensar que, entonces, no son las dificultades económicas las que realmente nos llevan a decidir no tener hijos o tenerlos a edades avanzadas o tener 1 o 2 como mucho y con eso ya cumplimos. Como querer aprobar con un 5 pelado y sacar un 4,5 y con chuleta.
Entonces no puede justificarse el paro como excusa para no tener hijos. Ni tampoco las dificultades económicas.
La cuestión no es tener la obligación de tener hijos. Es la necesidad. Nos lo impone el futuro. Sin reemplazo generacional cualquier empresa muere.
Y la tasa de reposición es de 2,1 hijos por mujer. Así, cuantas más mujeres en edad fértil tengan más de 3 hijos, más mujeres podrían no tener hijos o tener 1 o 2.
Esto quiere decir que habría que apoyar y promover, no solo la familia, sino a las familias numerosas. Cuantas más haya, menos mujeres podrán no tener hijos o tener menos. Las familias numerosas liberamos, en términos estadísticos, de la “obligación” de tener hijos.
Cualquier tipo de progreso de un pueblo, de un país, de una nación, pasa por la evolución creciente de su demografía.
El aumento de la esperanza de vida es un bien, algo buenísimo, si va acorde con un crecimiento de la base de la pirámide, es decir, que haya más nacimientos que muertes.
El problema es al revés. Cada vez se estrecha más la base de la pirámide para ir ensanchándose por la punta. Absurdo y nocivo.
Volviendo a las dificultades económicas, habría que analizar cuales son las necesidades indispensables en la crianza de un hijo. Las verdaderamente importantes, porque en la actualidad existen unas necesidades que nos dicen son fundamentales y que sin ellas no se puede acometer esta empresa de tener hijos: un sueldo determinado (que siempre es más alto que la media de los sueldos que tiene la gente ahora), un tamaño y ubicación de la vivienda familiar, un patrón de boda al que si no llegas lo suprimes (como si no fuera importante el matrimonio y el compromiso que adquieres), unas necesidades económicas de cara al futuro del hijo o hijos (colegio, ropa, viajes, idiomas,…), un modo de vida alto del que no se puedan avergonzar los hijos,…
¡Cómo si los hijos, formar una familia, fueran índices de pobreza!
A lo mejor no alcanzas niveles económicos altos, pero ¿son indispensables?
Preferimos lograr el estándar del mundo que dice lo que tenemos que hacer y como tenemos que pensar, que el estándar personal adecuado a las convicciones morales propias.
Cada vez más queremos estar encuadrados en lo que diga el mundo. Y que la familia, en vez de ser un reducto de libertad, se convierta en una unidad de producción obediente con el poder político, que gracias a esa sumisión será también el gran poder económico y moral.
Al final, el mensaje es que tener hijos es un lujo y que si no llegas a unos parámetros se convierte en fuente de pobreza. Así que los que tienen hijos son los ricos, pero dependientes de la supremacía del mundo. Y si soy pobre, me convierto en dependiente de las ayudas estatales.
Al estado le conviene que las personas, algunas, tengan hijos. Y también les mola que todos trabajen, para recaudar más impuestos. Y en una misma familia, que trabajen el padre y la madre. Tener hijos si, pero ya los cuidará otro. Romper vínculos educativos entre padres e hijos, desaparece la autoridad. El que manda es el estado. Así, los hijos ya no son de los padres, son del estado.
Nos construyen muros infranqueables entre paternidad y maternidad y el trabajo. Tienes hijos, pero no dejes de trabajar. Tu prioridad es sostener al estado, no cuidar una familia, porque cuidando a la familia, ésta se convierte en un ente peligroso, donde la educación y el ejemplo se convierten en fuente de libertad y de orden.
Los valores que demos a las variables –formar una familia y tener hijos– conformarán la ecuación de nuestra vida. Los parámetros de nuestra vida. Y estos valores se fijan a voluntad. Y según que valores sean, la dirección de tu vida será hacia un sitio o hacia otro. Cada uno elige.
En el momento presente, lo que impera es una escala de valores en negativo. Pero no es obligatorio elegir esa escala de valores imperantes.
Hay que ir hacia adelante para progresar y para crecer y para ser mejores. Y para ello ahora hay que ir a contracorriente. Es decir, en contra de la opinión o la costumbre general, de lo políticamente correcto, de lo que va en contra del Bien Común, del bien de todos.
Y para ir a contracorriente hay que provocar con el testimonio de la honestidad, de ser responsable y comprometido con los valores que fijamos para dirigir nuestra vida, nuestra familia.
“Seréis como Dios” (Gén 3:5) es lo que nos ofrece el mundo ahora. No es formar una familia sino crear tu propia familia con los parámetros del mundo.
Ya hemos llegado a lo de creernos dioses, a creer que creamos vida, y no que tenemos que creer en quien nos ha dado la vida. Por eso vamos mal, en caída libre, hacia el fondo del precipicio.
Articulo de ADELANTE ESPAÑA LA VERDAD SIN TAPUJOS