Covid-19: la ciencia frente a la incredulidad, por Nicolás Jouve.

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Se ha especulado mucho sobre el origen de la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2, desde su aparición a finales de 2019. En algún artículo anterior dijimos que de todo lo ocurrido en relación con este asunto lo peor ha sido la desinformación relacionada con la aparición y sorprendente expansión de este virus, así como las injerencias políticas, la falta de un asesoramiento científico experto y la ocultación de los daros reales sobre los efectos sobre la salud.

De entrada, la falta de claridad sobre el origen del virus ha alimentado la sospecha de que el agente infeccioso procede de una manipulación genética, una especie de experimento transgénico llevado a cabo con la aviesa intención de provocar una pandemia con el fin de matar a un tercio de la humanidad y favorecer un “nuevo orden mundial”. Quienes así piensan no dudan en mencionar incluso a magnates que estarían a la cabeza de una especie de élite progresista, liberal y por supuesto satánica, dispuesta a controlar los destinos del mundo, como Bill Gates, Georges Soros… y naturalmente entidades internacionales, como la ONU, la OMS, la UNESCO, etc., que desde hace décadas no disimulan sus tendencias sociales revolucionarias. Esto último no se puede negar, buena muestra de ello son las Conferencias de las Naciones Unidas sobre la Población (El Cairo,1994), la Mujer (Pekín, 1995) y los Asentamientos Humanos (Estambul, 1996), entre otras, y sus objetivos de fomentar la ideología de género, las políticas antinatalistas, el aborto y la eutanasia, la pérdida del respeto a la dignidad humana, a la vida o a la patria potestad, la exaltación del individualismo, la falta de apoyo a la familia, la negación del derecho a la autonomía moral o a la objeción de conciencia, etc.

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Las posturas negacionistas van desde negar la existencia del virus a suponer que es un producto intencionado de laboratorio. Ambas suposiciones son falsas

Sin duda, todo eso es así y está ahí, y está provocando un vuelco en las costumbres y leyes de Occidente, pero de ahí a pensar que la pandemia es un instrumento más para conseguir estos turbios objetivos, media un abismo. Además, supone el riesgo de enfrentar y dividir a los ciudadanos en una especie de ¡divide y vencerás! De este modo, vemos cómo surgen dos bloques, uno, menor, el de los “negacionistas”, y otro, constituido por la mayoría de la población, que acepta, no sin reservas, la verdad oficial, aunque le falte información por la falta de voces científicas autorizadas que deberían ser quienes explicaran lo que está pasando.

Lo primero es llamar al sentido común y analizar los hechos acontecidos alrededor de esta dichosa pandemia, no negándola sin más, lo que es una insensatez peligrosa, sino analizándola y haciendo lo que cada uno pueda hacer para acabar con sus efectos. El ‘negacionismo’ es un disparate que llega a tintes de irresponsabilidad, como cuando se sostiene que, si fuese cierta la pandemia, los que van sin mascarillas y abrazan, besan y hacen una vida normal y saludable tendrían que estar muertos y todas sus familias también. A quienes piensan esto, les vendría muy bien, aun no siendo recomendable, un paso por cualquier Hospital, con o sin Covid-19, para darse cuenta de su irracionalidad. En un año de pandemia son más de 110 millones los ciudadanos infectados por COVID-19 en todo el mundo, 30 millones de afectados en Europa y más de 3 millones en España. Con más de 2,5 millones de muertes en todo el mundo, de los que más de 100.000 han ocurrido en España ¿cómo se puede seguir negando esta realidad? y ¿cómo se desestima la búsqueda de soluciones por medios farmacológicos preventivos o curativos?

El origen del virus

Por otro lado, están los datos científicos que los negacionistas utilizan a su antojo. Las posturas van desde negar la existencia del virus a suponer que es un producto intencionado de laboratorio. Ambas suposiciones son falsas.

Por un lado, un virus que causa una enfermedad no es un objeto de fe ni algo que se pueda ocultar o inventar, sino un ente biológico que vive a expensas de los seres a los que parasita y sobre los que puede producir efectos negativos e incluso la muerte, que se pueden aislar y se puede estudiar su sencillísima estructura, compuesta por una cubierta proteica externa, y un genoma interno de ARN o ADN monocatenario o bicatenario.

Al poco de su aparición, el SARS-CoV-2 fue analizado en todos sus detalles. Ya el 17 de marzo de 2020 se había publicado en Nature Medicine, un estudio basado en la comparación del genoma del SARS-CoV-2 con el de otros virus relacionados, demostrando que el genoma de este virus no puede ser una construcción de laboratorio o un virus manipulado intencionalmente, sino el producto de modificaciones espontáneas a partir de virus relacionados causantes de enfermedades respiratorias en el hombre y cuyo origen se encuentra en murciélagos y pangolines.

Un año después, el pasado 30 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha emitido un informe, fruto de una investigación conjunta entre investigadores chinos e internacionales sobre los orígenes de la pandemia, que ofrece un resumen en profundidad de los datos disponibles y confirma lo que ya se sabía desde los primeros casos en Wuhan. Tras secuenciar los genomas del SARS-CoV-2 de algunas de las personas que padecieron Covid-19 en diciembre de 2019 y enero de 2020, los datos revelan que ocho de las primeras secuencias eran idénticas, y que las personas infectadas estaban vinculadas al mercado de Huanan, en Wuhan. Este dato es concluyente y sugiere que el brote surgió allí y no en un laboratorio. Los registros de diciembre de 2019 enumeran aves de corral, tejones, conejos, salamandras gigantes, dos tipos de cocodrilos y otros animales, y aunque los funcionarios chinos insisten en que el mercado no vendía mamíferos vivos o vida silvestre ilegal, hay evidencia gráfica de que esto no es así.

La revista Nature ha publicado una entrevista a algunos de los epidemiólogos y científicos que han investigado el origen de SARS-CoV-2. Entre otras conclusiones se ha identificado un coronavirus llamado RaTG13, aislado de un murciélago de una mina en Mojiang, en el sur de China, como el candidato más cercano conocido al SARS-CoV-2. Pero al compartir sólo el 96% de su genoma aún queda campo para la identificación de un pariente más cercano, algún eslabón intermedio. Los investigadores han recomendado analizar muestras en bancos de sangre de toda China y a nivel mundial, centrándose en los seis meses anteriores a los primeros casos conocidos, incluyendo secuencias completas del genoma para revelar la diversidad y descubrir el virus temprano más próximo al SARS-CoV-2. Llevará tiempo, encontrarlo, pero en el último mes, investigadores de Yunnan, una provincia en el suroeste de China, han identificado varios nuevos coronavirus de murciélagos estrechamente relacionados con el SARS-CoV-2.

Acerca de la teoría de las fugas de un laboratorio

Sobre la hipótesis de un origen no natural de las características infectivas del SARS-CoV-2 hay dos teorías. La primera señala que el virus podría haber surgido accidentalmente de una cepa cultivada en un laboratorio o por una infección inadvertida de alguien mientras recolectaba muestras de murciélagos en una cueva. Sin embargo, un argumento clave contra esta hipótesis es que el SARS-CoV-2 era un virus desconocido antes de la pandemia, sin rastro en bases de datos públicas y artículos de investigación.

La segunda teoría es más llamativa. Se sugiere que este virus ha sido el producto de una manipulación genética en un laboratorio, producto de un diseño intencionado y que habría sido liberado premeditadamente para matar a la gente. Sin embargo, esta teoría ha sido desmontada por genetistas evolutivos, tras analizar de forma comparativa la secuencia del ARN del genoma del SARS-CoV-2 con la de las cepas naturales más próximas de este tipo de virus.

Los hallazgos de los análisis genómicos realizados por un equipo de investigación internacional fueron publicados en la revista Nature Medicine, por Kristian Andersen, del Instituto de Investigación Scripps de La Jolla, en California y Robert Garry, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tulane de Nueva Orleans y sus colaboradores. Para ello utilizaron herramientas bioinformáticas de comparación de los datos genómicos de distintos coronavirus, incluido el SARS-CoV-2, una tecnología desarrollada tras el logro del Proyecto Genoma Humano en 2003.

Los investigadores han hecho un auténtico trabajo de “arqueología molecular”, consistente en estudiar las partes de los genomas del coronavirus que codifican las proteínas de la espícula que le dan a estos virus su apariencia de corona y que utilizan para infectar a las células a que atacan. Con el tiempo, cada gen de estas proteínas ha ido evolucionando y las pistas evolutivas sobre las variaciones en la secuencia del gen que las codifica quedan reflejadas en sus genomas. Los datos genómicos del SARS-CoV-2 responsable de Covid-19 muestran que el gen de la proteína de la espícula contiene algunas adaptaciones únicas que le confieren una capacidad especial de unión a una proteína específica presente en múltiples células humanas (ACE2), una enzima relacionada con la angiotensina.

Las llamadas vacunas genéticas de ARN-m han sido objeto de una ofensiva injustificada

Para evitar dudas sobre la correcta interpretación de los datos de Kristian Andersen y Robert Garry, transcribo literalmente la opinión de Francis Collins, Director del NIH y líder del consorcio internacional que desarrolló el Proyecto Genoma Humano:

«Los modelos informáticos existentes predijeron que el nuevo coronavirus no se uniría a ACE2 ni al virus del SARS. Sin embargo, para su sorpresa, los investigadores encontraron que la proteína del nuevo coronavirus en realidad se unía mucho mejor que las predicciones informáticas, probablemente debido a la selección natural que permitió al virus aprovechar un sitio de unión alternativo a ACE2 previamente no identificado… Esto proporciona una fuerte evidencia de que el nuevo virus no fue el producto de una manipulación intencionada en un laboratorio. De hecho, cualquier bio-ingeniero que intente diseñar un coronavirus que amenace la salud humana probablemente nunca habría elegido esta conformación particular para una proteína de la espícula… Si el nuevo coronavirus se hubiera fabricado en un laboratorio, lo más probable es que los científicos hubieran utilizado la columna vertebral de los coronavirus que ya se sabe que causan enfermedades graves en los seres humanos».

Para quien ha dedicado muchos años de docencia e investigación sobre Genética Evolutiva y Evolución de genes y genomas en la Universidad de Alcalá, el trabajo de Andersen y Garry y la opinión de Collins son más que concluyentes.

La solución está en las vacunas

El otro gran asunto de debate es el de la reticencia a las vacunas, fármacos preventivos producidos para estimular en el organismo receptor la síntesis de anticuerpos y linfocitos T, con el fin de generar defensas frente a un futuro ataque del virus. Las llamadas vacunas genéticas de ARN-m han sido objeto de una ofensiva injustificada por diversos sectores, entre ellos el recogido en un documento firmado por 60 médicos y 36 biólogos que piden el cese de la vacunación Covid 19.

En él se critica la rapidez de la producción de estas vacunas, en apenas 8 meses y, según dicen, sin garantías suficientes de eficacia y seguridad. Se ignora así los más de 10 años de investigaciones en virus responsables de brotes anteriores de enfermedades respiratorias, según consta en un informe de Nature del pasado mes de diciembre y las más de 300 investigaciones sobre estas vacunas registradas en la base mundial clinicaltrials.gov.

Sin embargo, los autodenominados “biólogos y médicos por la verdad”, se aferran a los posibles efectos adversos de las vacunas en forma de diversas alteraciones, muchas causadas por interacciones con genes de proteínas HERVs humanas, como autoinmunidad, infertilidad, abortos, lesiones microvasculares, inducción de priones, anafilaxia, etc. En contra de la afirmación de que la aprobación de las vacunas basadas en ARNm para el SARS-CoV-2 ha sido prematura y puede causar más daño que beneficio, todos los posibles efectos mencionados en este informe entran dentro de lo normal y no en mayor proporción que los riesgos de cualquier otro medicamento, incluidos muchos analgésicos, anticonceptivos u otros fármacos de uso generalizado y hasta sin receta.

En estudios publicados en Medscape, entre diciembre y enero pasados, tras cerca de dos millones de vacunados con la primera dosis de ‘Pfizer’ en EE.UU. el número de efectos adversos para la salud era de tan solo un 0,2% y de los más de cuatro millones de vacunados con la primera dosis de ‘Moderna’ los efectos sobre la salud solo afectaban a un 0,03%, con con una proporción de 2,5 casos de anafilaxis por millón de vacunados. En cualquier caso, el beneficio de estas vacunas, como en general la de todos los fármacos autorizados por las Agencias oficiales de los medicamentos, son superiores a los riesgos que suponen la enfermedad contra las que están destinados.

Además, no es cierto que se puedan considerar estas vacunas como “experimentos transgénicos”, ni que se haya de producir una “mutagénesis insercional”, que es otro de los mantras que se repiten sin explicar a qué se refieren para el rechazo de las vacunas.

El ARNm de las vacunas de ‘Pfizer’ y ‘Moderna’, correspondiente a parte o toda la proteína de la espícula del virus, no ingresa en el núcleo de las células humanas, ni por tanto se recombina con el ADN humano, sino que permanece en la parte externa de la célula –el citoplasma-, donde se transcribe en la proteína antigénica para a continuación degradarse rápidamente. Los antígenos generados por estas y, de modo similar las restantes 15 vacunas en desarrollo con diversas tecnologías, provocan la respuesta inmune que prevendrá a cada persona vacunada frente a la posible infección del virus. Hoy sabemos además que no solo inmuniza a quien se vacuna sino que las personas vacunadas ya no transmitirán y contagiarán a otras personas según queda demostrado en una publicación reciente de la prestigiosa revista The New England Journal of MedicineEsto significa que alcanzada la inmunidad de rebaño se conseguirá el esperado bloqueo de propagación del virus.

 

 

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